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EL HORROR DE ARTE

Juan Manuel Díaz

 

Hace unas semanas tuve la oportunidad de ver You Won´t Be Alone de Goran Stolevski, una gran cinta sobre una joven bruja que puede cambiar de apariencias. La premisa pareciera que nos adentramos al género de horror o de terror, y ciertamente se ha comercializado como tal, llegando inclusive a ser considerada como una de las mejores cintas de horror del 2022. Mientras que no discuto la calidad de la cinta y me parece de las mejores películas del año pasado, no es, en mi opinión, ni remotamente una cinta de terror ni de horror. Y, me parece que, la tendencia de comercializar cintas que no son abiertamente de terror como tales han abierto el camino a un tipo de cintas que buscan separarse del cine comercial o al menos del “cine comercial de terror” y se construyen como otros géneros y narrativas. Desde las cintas de Jordan Peele como Nope, Us y Get Out, The Killing of the Sacred Deer de Yorgos Lanthimos y The Lighthouse de Robert Eggers, todas se han vendido como cintas de terror u horror. Y si bien, tienen algunos elementos de las narrativas de terror y horror, me parece que distan mucho de serlo. La pregunta es, ¿por qué comercializarlas así? Daré una breve opinión al respecto.

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Me parece que lo anterior es parte de una tendencia más o menos general en los últimos diez años. Hay una generación de cineastas y de espectadores que ya no le tienen miedo al cine de género. Me explico: hay una aceptación al cine no mimético. El cine de terror, horror, ciencia ficción e inclusive de fantasía son vistos como propios que pudieran ser considerados como serios. Antes, ciertamente, había un miedo a acercarse a estos géneros por ser considerados como cine o arte menor. Sin embargo, las nuevas tendencias y la educación cultural y visuales de directores como Ari Aster, Robert Eggers —e inclusive décadas anteriores con el propio Quentin Tarantino— han incorporado al cine de género y la televisión como formas válidas del arte audiovisual. Ahora las referencias de la cultura pop están al nivel de las referencias culteranas para generar narrativas propias de una generación que igual vimos cine de horror, cine clásico, anime y leímos cómics.

Lo anterior provoca cintas que elevan los códigos del terror a terrenos que no esperábamos. Ahora los clichés del slasher se ven revitalizados como formas de tratamiento estético serio. Pensamos en X de Ti West con un homenaje formales y temáticos al cine slasher de los setenta. La carga policía de Candyman de Nia Da Costa que revitaliza y comenta sobre el racismo en Estados Unidos. De pronto, usar los códigos de la década de los ochenta como lo hace Terrifier se vuelve fresco y revitaliza al género.

No contentos con esto, un grupo de directores empuja las convenciones tanto del cine de arte —acostumbrado a alejar cualquier elemento narrativo no mimético a la realidad— como las de los propios géneros del horror. Estoy pensando primordialmente en las cintas distribuidas por A24 como Ex Machina de Alex Garland, The Witch de Robert Eggers, The Monster de Bryan Bertino, It Comes at Night de Trey Edward Schults, Hereditary y Midsommar de Ari Aster. La lista podría seguir y cada una de estas cintas merecería una entrada para ella sola, pero vemos un tratamiento narrativo y formal más cercano al considerado “cine de arte”.

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Evidentemente no es nuevo, Hitchcock ya habría hecho su parte y puesto los cimientos e inclusive Suspiria (Argento, 1977) habría de ser precursora de esta tendencia del llamado art house horror. Pero es en la última década que se admite abiertamente que el cine de arte —o cine de ensayo, si se quiere— puede llegar a ser no mimético. El mejor ejemplo serían las reflexiones y los subtextos en The Lighthouse y los niveles a los que Luca Guadagnino lleva el horror de Suspiria (2018)Ambos usan el horror como recurso estilístico y formal para construir simbologías únicas que no podrían ser representadas en géneros miméticos. Es gracias a sus atmósferas amenazantes que Eggers y Guadagnino logran construir las alegorías para transmitir los mensajes que quieren decir.

Este “horror de arte” encuentra su gramática en códigos venidos desde todos los reinos de lo audiovisual. No distingue, en mi opinión, elementos “altos” o “bajos” del cine, sino que echa mano de todos ellos para crear nuevas alegorías y metáforas que llegan a incluir inclusive la imagen misma como en X, donde el artificio llega inclusive a presentar una imagen sucia, como si estuviéramos viendo una cinta de 1971. Es así como se mezclan todos estos elementos para crear cintas que trascienden géneros y códigos específicos.

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Ante este ruptura de fronteras y de gramáticas, las comercializadoras y distribuidoras de cine se ven un tanto imposibilitadas para estandarizar las cintas. ¿La mejor opción? Llegar a convenciones mercadológicas: si es algo no mimético y lleva elementos de horror o inquietantes, serán comercializadas como terror. De esta manera, llegamos a tener un horror y terror que son más una determinación de distribuidoras y de exhibidoras que una propia pretensión de los involucrados en la creación de la cinta. Probablemente, los directores, guionistas, editores y todos los involucrados no han pensado en esos términos sobre las películas mencionada; sin embargo, han llegado hasta nosotros bajo un cierto género que, al mismo tiempo, determina el visionado de la cinta al establecer expectativas.

Afortunadamente, las cintas rompen y trastocan las convenciones, reconocen las expectativas del género pero no están limitadas por ellas. Crean narrativas que trascienden las categorizaciones tradicionales y generan las propias. El horror de arte probablemente no es ni tan terrorífico ni tan artístico como lo estoy planteando; sin embargo, da pie a nuevas formas de pensar el horror y el arte.

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Juan Manuel Diaz de la Torre

Tengo 36 años y nací en la Ciudad de México un 11 de octubre de 1985. Ese día fue viernes y debí nacer a las 6 de la mañana, pero llegué hasta las 8. Tal vez por eso me gustan los viernes y dormir hasta tarde. Soy escritor de poesía, cuento, novela y viñeta, aunque mi trabajo diurno es ser profesor e investigador. En realidad, creo que mi chamba es comunicar: sin importar que sea una reflexión en forma de cuento, un análisis de una película o algún apunte sociológico, lo único que hago es comunicar.

 

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