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EL LIMBO DE LA

REENCARNACIÓN EQUINA

 

Alicia M. Mares

 

“La proporción de presidentes y caballos normales en el Establo parece ser constante: once a once. Rutherford hace tiempo que intenta en vano encontrar alguna explicación en esos números. («Vamos a ver, si soy el presidente decimonoveno pero el cuarto en llegar al Establo, y si once dividido por once da uno, entonces…, mmm, vamos a ver otra vez…»). Pero sigue sin dar con el algoritmo que determinó su reencarnación en este Establo.”

El establo al final de nuestro mandato

La trama descabellada de este relato, incluido en el libro Vampiros y limones (Tusquets, 2014) de la genial Karen Russell, se condensa elocuentemente en el párrafo anterior: diferentes presidentes de Estados Unidos, una vez muertos, han comenzado a reencarnar en forma de caballos. Todos conviven juntos en cuadras lado a lado, en un establo perdido en algún sitio de Kentucky —o al menos eso creen.

Y es que toda su información se basa en suposiciones: no llegan en orden cronológico, no pertenecen todos al mismo partido, todos provienen de diferentes épocas, todos gozan de seguir discutiendo y haciendo discursos incurriendo en los malos hábitos inculcados por la política y ninguno —al menos hasta que James Garfield lo logra— es capaz de saltar la valla que delimita el territorio de la granja.

Alguna fuerza superior lo impide: antes de poder dar aquel salto, tan diminuto que para un caballo sería nada, les invade un miedo tremendo y se desvían hacia el lado. ¿Pero por qué? En “El establo al final de nuestro mandato” los misterios guían toda la narrativa, así como una buena dosis de humor negro.

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¿Limbo, cielo o infierno?

Hay algo que sí saben todos los presidentes equinos: que el granjero Fitzgibbons es un borracho con poca higiene y que cuida de la granja con ayuda de su pequeña sobrina. Todos reciben la misma ración de manzanas agusanadas, todos tienen una cuadra individual de trece metros cuadrados.

Sin embargo, hay más preguntas que respuestas. ¿Por qué están todos aquí? ¿Es un castigo o una jugarreta de la mente en los últimos momentos de vida de un hombre? ¿Dónde están exactamente y qué año es? ¿Por qué no están allí Lincoln o Roosevelt, aquellos presidentes célebres? ¿Es esto el infierno o el cielo? Acá dos opiniones contrarias:

“Puede que Fitzgibbons sea el Cielo, la mano en movimiento que les trae grano y agua. Y que el propio Establo sea Dios. Si Rutherford aguza las orejas, oye en el crujido de las vigas como un reverbero celestial.”

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“Yo estaba deseando salir de la maldita Casa Blanca, y miren dónde he acabado. Despacho urgente para el señor Dante: el Infierno no está dividido en círculos. ¡El Infierno son estos cuatro mil metros cuadrados de Establo y Fitzgibbons es el mismísimo Demonio!”

No obstante, todas esas son preguntas retóricas que se hacían cuando estaban vivos; están habituados a empujar ese enigma al fondo de su mente. La pregunta que más les aqueja ahora es: ¿Cómo saltó James Garfield la valla y a dónde se fue? Si responden a esta pregunta, quizá respondan la primera, y yo creo que la respuesta a ambas sí que puede hallarse en este párrafo:

“Las huellas de los cascos de Garfield desaparecen en el límite del cercado. Los postes apuntan al cielo azul. Adams y Rutherford observan la ausencia de huellas en el negro barro al otro lado de la Valla. Hay dos medias lunas hendidas en el suelo donde Garfield acometió el salto, y más allá, nada. Como si se hubiera evaporado en el fresco aire de la mañana.”

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Karen Russell

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Tu esposa no es esa gallina

Claro, no todo es reflexión y filosofar en este relato. Otra trama impulsa a “El establo al final de nuestro mandato”, una que está conectada íntimamente con Rutherford, el presidente equino en el que más se enfoca el relato: la esperanza del amor reencarnado.

Él está convencido de que una de las gallinas en la granja es la reencarnación de su difunta esposa Lucy, y lucha por establecer un contacto con ella. Le relincha y le barrita, la intenta convencer de responderle. Los otros creen que él se ha vuelto loco, aunque algunos piensan que es su manera de hallar consuelo y alguna misión en aquel limbo que los tiene presos.

Ora divertida, ora trágica, esta sección del relato nos provee del misterio al enigma mientras progresa: quizá, para poder saltar la valla, hay que dejar ir todas las ataduras de la vida pasada. Y entender que tu esposa no es esa gallina.

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El último cambio, el último salto

Pasar ese tiempo en pura reflexión, más allá de egos, vanidades y desapego del pueblo al que una vez dirigieron —en una granja en donde puedan volver a sentirse en igualdad de condiciones con todos sus congéneres—, quizás esa es la lección que los mandatarios deben aprender.

O, como siempre, el punto del relato yace en la metamorfosis misma.

A la caída del sol, Fitzgibbons les da de comer, les pone agua y cierra el portón de la entrada. Entonces el Establo respira ilusión de fuego. Una brillante girándula de estrellas se filtra por las negras hendiduras del techo. Rutherford oye las astillas crujiendo en la madera, esperando a prender. «Quizá ahí se encuentre el camino hacia nuestra próxima vida», piensa Rutherford, «en el lametazo de un relámpago azul que prenda fuego al Establo y nos cambie de manera más definitiva».

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Alicia Maya Mares (Ciudad de México, 1996)

Graduada del 12º Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra y correctora de estilo en formación. Trabaja como redactora en una agencia digital. Ha publicado en la sección “Piensa Joven” del Heraldo de México, en las revistas Marabunta, Colofón, Origami y Efecto Antabus, y le lee su columna de revista Palabrerías a sus seis gatos. Creció al lado de un árbol de jacaranda.

Twitter: @AliciaSkeltar

Facebook: @AliciaMaresReading

Instagram: @aliciamayamares

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