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EL POSTERROR Y OTRAS IDEAS SOBRE EL CINE DE GÉNERO

Algunas reflexiones sobre lo macabro en la actualidad

II

 

Aglaia Berlutti

Primera parte

El terror entre las sombras: lo que somos a través de la puerta abierta al caos

El escritor Stephen King suele decir que el terror es un esfuerzo de imaginación “pleno, saludable y también doloroso”. Toda una declaración de intenciones sobre la posibilidad del terror como ejercicio catártico, pero también como elemento simbólico cultural. El escritor insiste que el miedo es una manifestación fundamental sobre la individualidad, pero también una mirada consecuente y efectiva sobre lo que somos y, más importante aún, lo que deseamos ser. “Lo que nos provoca miedo es algo personal, relacionado con lo que deseamos y evade toda explicación”, dijo en una oportunidad, cuando un periodista le preguntó sobre cómo concebía los miedos personales. “Tememos lo que nos refleja y nos construye como individuos”, añadió el escritor de terror más célebre de nuestro tiempos. Una premisa sobre la cual se basa la mayoría de sus historias, pero también esa percepción suya sobre la tragedia privada que suele ser el trasfondo de su visión sobre el bien y el mal.

«The King», por Tony Cezar.

Además de lo todo lo anterior, King escribe sobre el terror como una manifestación emocional. Lo desmenuza y reflexiona sobre su importancia desde la concepción de lo temible y lo imposible, que suele sostener la premisa sobre lo que nos aterroriza. Porque para King el miedo no es sólo una reacción, una mezcla confusa entre una percepción física y emocional, sino algo más intrincado e Inquietante. Para el escritor el terror es una idea sugerida, a la que el lector da forma y construye. Brinda rostro. Una perspectiva que revolucionó no sólo la manera de concebir el terror sino también de cómo asumirlo como una idea literaria por derecho propio. De pronto, el terror no era sólo imágenes fantásticas, escalofriantes, un poco absurdas. Tampoco la provocación, la sangre, incluso la repugnancia sino algo más. Un planteamiento tan profundo que parecía abarcar no sólo lo que tememos sino por qué nos produce temor. Cuando en 2003 King ganó la medalla National Book Foundation por su contribución a las letras americanas, el crítico Walter Mosley describió su talento como una noción “casi instintiva sobre los miedos que forman la psique de la clase trabajadora estadounidense”. Una reflexión que transforma el terror en parte de lo cotidiano, de lo que consideramos natural. “Conoce el miedo, y no sólo el miedo de las fuerzas diabólicas, sino el de la soledad y la pobreza, del hambre y de lo desconocido”, añadió.

«Stephen King», por Eugene Kaik.

El autor, célebre por sus novelas de terror, siempre ha insistido que el miedo real poco tiene que ver con la sangre o monstruos asesinos. El escritor invoca ese temor referencial, esa sensación de vulnerabilidad que nos hace a todos creadores de la verdadera escena de terror: la que ocurre una vez que leemos la última palabra del libro. Es nuestra imaginación, ese recinto de luces y sombras, la que parece mezclarse con las palabras, con la historia que se cuenta para crear algo más retorcido, inquietante y, sin duda, espeluznante. Quizás es ese juego entre lo imaginario, lo que se cuenta y lo que no es evidente, lo que haga que King sea capaz de transformar lo cotidiano en una escena de terror inquietante y que provoca no sólo miedo sino la inequívoca sensación que hay algo más que lo que podemos ver, acechando, provocando temor. En sus palabras, King comprende el miedo primitivo como una idea que nace y se debate más allá de toda evidencia, un instinto primitivo del temor real: “Lo que hago es atacar las emociones de los lectores. Se me considera un escritor de horror, pero soy básicamente un doctor en emociones. Si apagan las luces y tienen miedo, entonces he ganado”.

«Stephen King», por Robert Parada.

En una visión muy semejante de esa percepción sobre el miedo, pero llevado al terreno del imaginario cinematográfico colectivo, está la obra del director Roman Polanski, que basa su propuesta en la percepción del miedo y el horror en raíces conjuntivas relacionadas con lo íntimo y lo atávico. Para Polanski, el terror es una aseveración personalísima, que aborda el espacio y el tiempo desde una comprensión elemental sobre el ser humano como individuo. El director, pionero en una reflexión sobre el terror basada en fábulas macabras, desmenuzó el terror desde sus piezas constitutivas básicas. ¿Qué nos produce temor? ¿Qué nos provoca la necesidad de asumir la existencia de lo desconocido? En su película El bebé de Rosemary (1969) el autor crea un obra de arte desde lo mínimo y justo, utilizando el elemento de lo invisible como parte de la obra. Mientras Stephen King muestra y disecciona el horror, Polanski lo analiza como una serie de graduaciones abstractas de la identidad individual. Expresiones del “yo” que se contraponen unas a otras para brindar sustancia a un elemento tan abstracto como carente de verdadero significado. Al fin y al cabo, el Polanski artista intenta concebir el miedo  —lo que tememos, lo que nos produce terror—  como especulaciones formales sobre nuestra naturaleza y los límites que construimos para delimitarla. Una y otra vez Polanski se arriesga en elucubrar sobre esa individualidad frágil, quebradiza que define al hombre y más allá, le brinda esa vulnerabilidad inmediata y casi esencial a su manera de ver el mundo. Por ese motivo, el director insiste en la posibilidad del miedo informe  —que no existe más allá de quien lo mira—  de una reflexión sobre lo asumimos como real y que, tal vez, sólo es una distorsión de la realidad. Es justamente esa predilección por lo que no se muestra, lo que se oculta en sutilezas, lo que hace del cine de Polanski un reflejo ambiguo de esa percepción del mundo fragmentada, casi incomprensible. Una visión subjetiva de quiénes somos y más allá de lo que comprendemos como real.

Roman Polanski», por Denise LaFrance.

En una ocasión Polanski intentó resumir su interpretación sobre el cine de género en una frase elocuente: “Nada es seguro”. Cuando se le preguntó cuál era el elemento predominante en su planteamiento cinematográfico sobre el terror, no intentó disimular esa borrosa percepción sobre la imagen y lo que cuenta, que constantemente se le atribuye a su propuesta y el triunfo argumental de su visión sobre el miedo como parte de un sistema de símbolos concretos. “Yo no quiero que el espectador piense ‘esto’ o ‘aquello’, quiero simplemente que no esté seguro de nada. Esto es lo más interesante: la incertidumbre”. Porque para Polanski lo que asume real es mucho menos importante que la realidad en sí misma, y es de esa dualidad que surge esa fractura de su cinematografía con el cine tradicional. Polanski forzó las líneas de la construcción narrativa hasta lograr una profunda y sentida subjetividad, una reconstrucción del cine que analiza y se muestra como reflejo de lo que mira, antes que brindar una opinión.

Claro está, no es una idea novedosa y el cine, la televisión y la literatura la explora en cada oportunidad posible. Quizá por ese motivo en una ocasión Polanski comentó que su escena favorita en cualquiera de sus películas es la última de El bebé de Rosemary. Una jovencísima Mia Farrow, temblorosa y confusa, se inclina sobre una cuna oculta a la vista del espectador. En su rostro hay algo inquietante mientras mira la prueba definitiva que su temores no eran fundados: un bebé monstruoso que nunca llegamos a ver. Polanski utiliza con maestría esa visión del miedo primitivo y esencial, tomó el final evidente y muy directo de la novela en la cual se basó en film y lo transformó en un monumento al miedo. Una insinuación inquietante sobre algo tan espantoso como inenarrable que no llega a mostrarse nunca. Pero el público puede imaginarlo: es esa visión personal del posible rostro del bebé monstruoso lo que le brinda un brillante leitmotiv al metraje, una visión tan amplia como desconcertante del miedo que habita en la mente del espectador. Muchos años después, cuando se le preguntó al director si alguna vez pensó en mostrar al Bebé Maligno, comentó: “Habría destruido por completo la película”. Para Polanski la cosa está muy clara: el miedo es un secreto, un código misterioso entre lo que lo produce y la mente que construye  o traduce su significado.

Concluirá…

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.

Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.

@Aglaia_Berlutti

TheAglaiaWorld 

 

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