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EL POZO DE LAS RATAS

Bernardo Monroy

 

Acostumbramos a cometer nuestras peores debilidades

y flaquezas a causa de la gente que más despreciamos.

Charles Dickens

 

Donde conocemos a nuestro canino protagonista, y un famoso ladrón y sus niños visitan a su amo, Howard Myst.

 

 

El perro fue devorado por una alfombra de ratas. El siguiente era yo.

Era un bull terrier grande y bien alimentado, y aún así no duró más de un par de minutos. Las ratas saltaron sobre su lomo y atacaron sus patas. Una tras otra cubrieron hasta el último centímetro de su cuerpo. No tuvo tiempo de huir del pozo donde Mr. Howard Myst, propietario y maestro de ceremonias, lo había encerrado. El público gritaba furioso, pues había perdido muchos chelines apostando a favor del can que no dio pelea. En pocos minutos, las ratas se fueron por una trampa abierta. El cadáver del bull terrier, convertido en una masa de sangre, huesos, entrañas y pelos, también se fue con todo y los roedores. Una vez que el pozo estuvo limpio, entró en escena Howard Myst. Era un hombre tan delgado y alto que daba asco. Tenía cabello rubio que le llegaba hasta la cintura, y vestía una gabardina gris y sombrero de hongo. Estaba iluminado por luz de gas. A su alrededor, sentados en gradas formando un círculo, hombres y mujeres de los barrios bajos de Londres lo vitoreaban.

—Bienvenidos, damas y caballeros, a nuestro espectáculo de esta noche: ¡EL POZO DE LAS RATAS! —hizo una exagerada reverencia, quitándose el sombrero —. ¿Saben de este inigualable entretenimiento, que es la sensación en los barrios bajos de Londres? —la gente lo abucheó y le arrojó escupitajos. Estaban ansiosos porque siguiera la acción, pero Myst era todo un empresario del espectáculo. Sabía mantener a un público cautivo— El objetivo de este Rat Baiting es introducir a un perro en una fosa infestada de ratas, con el propósito de aniquilar al mayor número posible. De acuerdo con los rumores en las calles, el Parlamento está pensando promulgar el Acta Contra la Crueldad Animal, pero quizá se apruebe hasta 1835. Si todo sale bien, nos salvaremos, porque esto es un juego de… ¡APUESTAS! Ahora pasemos a nuestro siguiente concursante. Él es Huffam —Myst tronó los dedos, y dos hombres me arrojaron al pozo. Comencé a gruñir y a temblar mientras mi amo salía del pozo, saltándolo con agilidad. En pocos segundos se abrió una compuerta frente a mí y comenzaron a entrar las ratas.

Las reglas no eran complicadas, no se trataba del cricket, vamos: cinco segundos por rata era una media bastante aceptable y quince ratas por minuto era casi un récord. Ratas heridas no valían. Incluso existían campeones en el mundo de los rat baitning. Uno de ellos fue Jacko, que pudo matar sesenta ratas en dos minutos. Por lo general se usaban bull terriers, pero yo soy un perro callejero hijo de una perra degollada en Whitechappell.

Se nos entrenaba para que nuestros mordiscos fueran rápidos y directos. Por suerte, mis reflejos eran de los mejores de todo Londres.

La primera rata saltó hacia mí y la mordí. Otra intentó morderme la cola, pero fue demasiado tarde para ella… Poco a poco maté todas las ratas. De un instante para otro, dos hombres al servicio de Myst me cargaron para regresarme a mi jaula, que se encontraba en su despacho, junto con otras cinco que también tenían perros encerrados.

La gente salió mientras Myst se iluminaba con un quinqué. Los perros no dejábamos de ladrar, desesperados. Myst se sentó a su escritorio a contar las ganancias de la noche, una hora después entró un anciano vestido con harapos, al que lo acompañaban dos niños. Jamás he podido olvidar ese rostro, pues fue él quien, ayudado por sus niños, me capturó y me trajo a este espantoso lugar.

—¡Fagin! —dijo Myst— Siéntate, miserable parásito.

Los dos niños le quitaron su sombrero de copa y su chaqueta.  Fagin fue directo al grano, exigiéndole que le pagara por el perro que capturó… por mí. De mala gana, Myst arrojó un fajo de billetes en la cara de Fagin, quien los recogió con una sonrisa que dejaba al descubierto su amarillenta y chueca dentadura. Mientras guardaba el dinero, aseguró que tenía información valiosa, que con gusto se la facilitará si duplicaba la suma. Al parecer Myst sabía que era información de primera mano, porque de inmediato le arrojó más billetes a la cara.

—Te están buscando por el asesinato de aquella familia. Los vecinos de Elizabeth Bennet y Fitzwilliam Darcy… y también te busca nada menos que él.

Myst se quedó petrificado. Solo necesité estar una semana aquí para saber lo que mi amo hizo: hace cuatro años, entró a una de esas lujosas casas alejadas del bullicio de Londres, y asesinó a una pareja y sus dos hijas. Robó todo el dinero y las joyas para montar su negocio de Pozo de Ratas. No lo habían atrapado, porque la policía de Londres es bastante incompetente, por eso Myst no se preocupaba. Sin embargo, por la reacción de pavor de mi amo, Fagin no se refería a la policía. Alguien más lo buscaba.

—¡No menciones su nombre! —gritó Fagin, en el momento que Myst abría la boca— Tiene espías por todos lados. Sólo te aconsejo que te cuides, Howard. Nadie se escapa de ese sabueso… y tú sabes mucho de perros. Vámonos, niños.

Los niños le pusieron a Fagin su sombrero y su chaqueta, y salió del despacho de Myst, dejándolo verdaderamente nervioso.

Continuará el 29 de noviembre.

BERNARDO MONROY

Bernardo Monroy nació en 1982 en México D.F. y actualmente vive en León, Guanajuato. Es periodista y ha publicado el libro de cuentos “El Gato con Converse” y la novela “La Liga Latinoamericana”, así como la novela electrónica “Slasher”, disponible gratuitamente en el portal Zona Literatura. Es aficionado a los videojuegos, los cómics y los géneros de terror, fantasía y ciencia ficción, y escribe porque está frustrado, ya que nunca pudo ingresar a la Escuela de Jóvenes Dotados del Profesor Xavier. Sus textos han sido traducidos al klingon y al élfico.