Seleccionar página

EL POZO DE LAS RATAS

Bernardo Monroy

 

II

Donde Huffam da un paseo por Londres, es ayudado por un anciano y un muchacho acaudalados y conoce la droga que perteneció a un doctor y a un señor…

 

En el transcurso de la mañana, Myst nos soltaba en el terreno baldío detrás de la bodega convertida en su negocio. Cuando los dos subordinados que cuidaban la puerta se descuidaban, podíamos salir a vagar por las calles de Londres. Pero siempre regresábamos. Eso era inevitable. En el pozo de las ratas luchábamos por nuestra vida todas las noches, pero al menos teníamos techo y comida. Y mientras matáramos ratas, no había de qué preocuparnos.

Aquella mañana, mientras los criados de Myst leían un ejemplar de la Strand Magazine, salí a correr por las calles de Londres. Sabía muy bien a donde ir para obtener comida. Había, por ejemplo, una oficina atendida por dos hombres muy amables: Ebenezer Scrooge y su socio Bob Cratchit. Scrooge era quizás el hombre más bondadoso que he conocido en mis cinco años de vida. Siempre daba comida a humanos y perros por igual. Siempre tenía un gesto amable para todos. Se rumoraba que antes era un anciano mezquino y cruel, pero cambió radicalmente una noche de Navidad… algo relacionado con tres espíritus.

Llegué al despacho de Scrooge, quien me saludó amablemente y me dio un plato de estofado. “¡Eres tú otra vez, perrito!”, exclamó. Devoré el estofado en minutos y seguí mi camino.

Pasé el resto de la mañana y la tarde deambulando por las calles de Londres. Pese a la miseria, no dejaba de ser la gran urbe de Su Majestad. Las calles empedradas, los negocios, la gente moviéndose a pie o en carrozas, los artistas callejeros, todo el movimiento londinense era formidable. Me encantaba… pese a la miseria de la que no se había repuesto la ciudad desde que sucedió algo que los humanos llamaron “Revolución Industrial”. Aún recordaba cuando vine al mundo en una fábrica de fósforos. Mi madre dio a luz a una camada de cinco.

Me eché a descansar en una calle, cerrando los ojos. De repente una mano humana me acarició detrás de las orejas, me puse de pie, gruñéndole. Tenía frente a mí a un muchacho de unos veinte años. Su olor no era el del sudor humano, sino de un costoso perfume. Era rubio y estaba tan bien vestido como Scrooge.

—Tranquilo —dijo—. ¿Sabes? De niño yo también era como tú. Vivía en las calles y padecía hambre. Por eso vengo aquí de vez en cuando. No importa que sea hijo de Mr. Leeford. Aún sigo siendo un huérfano que se mete en problemas con Mr. Bumble.

Un muchacho unos años más joven que él llegó corriendo, con el fin de empujarlo. Se puso de pie, sacudiéndose el lodo. El otro muchacho se carcajeó.

—No es gracioso, Tim —protestó—. Vaya… no puedo creer que de niño hayas sido cojo.

—¿Otra vez hablando con perros, Oliver? Estás más loco que Lord Arthur Saville.

—Tú tampoco estás muy cuerdo, querido amigo. Dices que el socio de tu padre fue visitado por fantasmas…

—¿Por qué seguimos discutiendo, Oliver? Mejor vámonos, tenemos mejores cosas que hacer…

Los dos muchachos se alejaron por las laberínticas calles londinenses, y yo seguí caminando por las calles de Londres hasta que anocheció, y sin darme cuenta llegué a Whitechappel. Tenía hambre, la comida que me dio el viejo Scrooge no fue suficiente.  Juro que bebería y comería cualquier cosa.

Me eché a reposar cuando vi a dos hombres que bajaban de un carruaje. Las calles estaban completamente solas. Uno de los hombres sacó de su chaqueta un frasquito y se lo mostró al otro.

—Te puedo asegurar que esto es mejor que el opio. El creador de la fórmula era un médico llamado Henry Jekyll. Pero terminó muerto. Bebes esta cosa y sacas a la luz tu lado oscuro. Te conviertes en todo lo que esta sociedad hipócrita reprime.

—Sí… recuerdo el caso de Henry Jekyll. El abogado aquel… Utterson, siempre lo defendió. Siempre dijo que su amigo -y cliente- y Edward Hyde eran diferentes personas, pero en los barrios bajos de Londres sabemos la verdad —soltó una estridente carcajada—. En fin. ¿Cuánto quieres por el frasco?

—Quince libras.

—Estas loco, Patrick —exclamó furioso—. Una cosa es que seas quien le suple sus vicios a Dorian Gray y al Conde Fosco y otra que creas que tengo rostro de esos imbéciles babeantes encerrados en el manicomio de John Seward. No olvidemos que eres un ladrón muy mediocre. Nunca pudiste robar aquella piedra preciosa que le regalaron a Rachel Verinder.

—Es mi precio, Joseph. Tómalo o déjalo. Muchos en Londres quieren esta pócima. Y nunca encontrarás los laboratorios donde la hacemos. La fórmula circuló en el bajo mundo de Londres tras el suicidio de Jekyll.

—Dicen que él le está siguiendo la pista. Ya sabes de quién hablo.

—¡Bah! ¡Patrañas! Todo lo que se dice de él es exagerado. No puede existir un ser humano así.

—¡Te digo que tiene un poder sobrenatural! ¡És él! ¡Maldita sea! ¡Siempre está donde hay delincuentes!

Y como si hubieran invocado a alguien, los dos hombres escucharon unos pasos. A lo lejos, entre la bruma, distinguí otros dos hombres. Nervioso, Patrick sostuvo entre sus manos el frasco. Desesperado y nervioso, lo tiró al suelo, rompiéndose en pedazos. Sin importarme que estuvieran allí, salí de mi escondite a dar lengüetazos a aquella cosa que estaban vendiendo. Los hombres se alejaron aterrados, mascullando que aquella pócima se la había bebido un asqueroso perro callejero, y no sabían qué efecto tendría en mí. Me dirigieron una mirada de auténtico horror… lo cual fue raro. Nunca había intimidado a nadie. Por lo general, los humanos me golpeaban y pateaban cuando me acercaba a ellos. Pero estos dos rufianes me temían como si hubieran visto al mismísimo Cancerbero y no a un perro callejero. Y fue justo en el momento que bebí la pócima.

Regresé al pozo de las ratas o Myst volvería a azotarme con aquel látigo.

Continuará el 30 de noviembre.

BERNARDO MONROY

Bernardo Monroy nació en 1982 en México D.F. y actualmente vive en León, Guanajuato. Es periodista y ha publicado el libro de cuentos “El Gato con Converse” y la novela “La Liga Latinoamericana”, así como la novela electrónica “Slasher”, disponible gratuitamente en el portal Zona Literatura. Es aficionado a los videojuegos, los cómics y los géneros de terror, fantasía y ciencia ficción, y escribe porque está frustrado, ya que nunca pudo ingresar a la Escuela de Jóvenes Dotados del Profesor Xavier. Sus textos han sido traducidos al klingon y al élfico.