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EL REY DE AMARILLO

I

Emiliano González

 

Lovecraft traza la historia del control literario del horror y el terror. Nerval, en sus poemas “sobrenaturalistas”, trata en vano de controlarlos. Dice que sus poemas “perderían el encanto al ser explicados, si tal cosa fuera posible”. A diferencia de Poe, Nerval tiene fantasías dolorosas, y entristecido por las muertes de su amada y de las “cidalisas” (admiradoras de los poetas, muertas en plena juventud), se entrega al opio. A pesar de que Poe es más explícito que Nerval para explicar el “sobrenaturalismo”, Breton lo considera un “policía” en su manifiesto surrealista y en vez de criticar la corrupción policial se encarniza con Poe, inventor de la narración de misterio o detectivesca. La primera frase surrealista, “Hay un hombre partido en dos por la ventana”, es tan inconsciente como las imágenes que se le ocurrían a Poe, imágenes que luego eran convertidas en cuentos. Esta transformación de material inconsciente en literatura es completamente terapéutica, ya que implica un control de una fuerza que pudiera ser fatal, como lo demuestra el suicidio de Nerval, autor que deseaba dirigir sus sueños para no sufrirlos.

Nerval y su langosta.

Nerval y su langosta.

El romanticismo de Poe es un control del irracionalismo, y el autor se muestra precursor del surrealismo en “El pozo y el péndulo”, en que critica la unión de policía, religión y sociedad represiva. El pintor belga Magritte hace un cuadro con temas de Poe, estimulado por la frase de Breton: “Poe es un surrealista en la aventura”. Breton hace una traducción de “El demonio de la perversidad”.

"Not to be reproduced" de Magritte (1937)

«Not to be reproduced» de Magritte (1937)

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El autor mexicano Ortiz de Montellano parece recordar a Poe cuando afirma que la adolescencia es “esa edad crítica en que todos los niveles del espíritu se confunden, en que sueño y realidad, imagen y figura, amor y muerte, conciencia e inconsciencia, instinto y pensamiento no tienen fronteras y se debaten dolorosamente en la sombra y el silencio”. Es el final del fragmento que nos hace recordar a Poe, ya que sombra y silencio son dos famosos poemas en prosa de Poe, recordados siempre por los modernistas y vanguardistas. El fragmento de Ortiz de Montellano es del libro Figura, amor y muerte de Amado Nervo (1942). Sombra y silencio están en el poema “Nocturno del ánima pequeña” del libro Avidez (1921), de Ortiz de Montellano, libro influido por Tagore, Poe y Nervo, no por Gide, y publicado en la época del Ateneo de la Juventud. Al referirse a la adolescencia en su libro sobre Nervo, Ortiz de Montellano dice que es una selva oscura de todos los poetas, “en quienes la iniciación del erotismo va unida al despertar de una sensibilidad inconsciente de la esencia misteriosa del ser”.

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Ese erotismo y ese inconsciente son opuestos a las malignas apariciones descritas por Maupassant y otros.

En Solos de lira (1918) de Manuel González Gomar hay una “Balada excéntrica” en que podemos leer:

Ánima y arcilla me roe

la misma desazón que a Poe

La nube de humo en forma de caballo en “Metzergerstein” de Poe proviene de la nube de humo en forma de camello de El diablo enamorado de Cazotte, que se inspira a su vez en una nube natural en forma de camello de Hamlet de Shakespeare. La nube viaja desde el Renacimiento hasta el Romanticismo, pasando por la literatura gótica.

“Soy el diablo, mi querido Álvaro, soy el diablo..." El diablo enamorado / Jacques Cazotte

“Soy el diablo, mi querido Álvaro, soy el diablo…» El diablo enamorado / Jacques Cazotte

El Romanticismo de Poe ha sido llamado Decadentismo por Baudelaire, que le llamaba “decadente” a todo experimento del romanticismo. Más adelante, Poe será llamado simbolista al introducir la reflexión en el mundo emotivo. Baudelaire considera “decadente” a la literatura divertida, sorpresiva, de atractivo estilo y con experiencia acumulada. Gautier añade: la Decadencia es una mezcla de ciencia y arte. El mexicano Ortiz de Montellano, autor “contemporáneo”, se inicia como modernista (es decir, decadente y simbolista), igual que sus coetáneos e igual que los estridentes. Edmund Wilson, en su libro El castillo de Axel, demuestra que los autores modernos provienen de los decadentes y simbolistas.

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Philippe Jullian, en su libro Estetas y magos, demuestra que el movimiento subterráneo (llamado “hippie” por ingenuos y perversos) proviene de los decadentes y simbolistas. Esto no lo sabía yo cuando escribí “El rey (trova-love)”, una obra de teatro a favor del movimiento subterráneo, de 1967.

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Yo sabía que Lovecraft y Poe eran precursores de ese movimiento. No sabía nada de Darío, aunque recordaba unos versos recitados por mi abuela. La maestra Rull del Luis Vives me informó sobre Darío, en una clase. Leí Los raros y en particular el ensayo sobre Rachilde, que me pareció muy relacionado con el movimiento subterráneo. En La carne, la muerte y el diablo en la literatura romántica de Mario Praz me llamó la atención el fragmento en que Raoule da “hashish” a Jacques: recordé de inmediato el ensayo de Darío en Los raros y completé mi rompecabezas.

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Cuando leí el libro de Jullian (discípulo de Praz) vi confirmadas todas mis suposiciones. Me informé sobre los modernistas mexicanos en diversos libros de arte y literatura. (El libro de Max Henríquez Ureña, Breve historia del modernismo, es muy valioso, pues informa sobre Hispanoamérica y España.) Era necesario defender al modernismo, y por eso escribí mi libro Los sueños de la bella durmiente, que eliminó bastante los ecos y los reflejos de las voces y las imágenes de los guerreros infernales de mi experiencia situada entre el sueño y la vigilia. Mis ensayos sobre Orlando y sus descendientes son otro esfuerzo en contra de esos ecos y reflejos y a favor del sobrenaturalismo literario, del que es buen ejemplo “El signo amarillo”, cuento de Chambers influido por Darío y lleno de horror.

No sólo Darío influye sobre Chambers: también Martí, que en Ismaelillo (1882) se refiere a “estrellas negras” (los ojos de su hijo) y a un “Rey amarillo”, nunca bien definido, vagamente ominoso, que después es convertido por Darío en metáfora del oro. Las “estrellas negras” de Carcosa, lugar imaginado por Bierce y recordado por Chambers, simbolizan un mundo de pesadilla de opio parecido al de Savannah-la-Mar, ciudad imaginaria y simbólica, con sus campanas silenciosas –como las de la ciudad de Is–, castigada por Dios (que una noche la hizo bajar, en mares tropicales, con su población dormida, al lecho de coral del océano) y en los dormitorios silenciosos de Savannah-la-Mar había niños dormidos. La ciudad imaginaria nos recuerda a Levana, la diosa romana que precedía las primeras horas del niño, cuando el padre lo suspendía en el aire y lo obligaba a mirar hacia lo alto “por ser el rey de este mundo”, y presentaba la frente del niño a las estrellas, quizá diciéndoles: “Contemplen al que es más grande que ustedes”. Sin embargo, Levana es nodriza cruel que prefiere el dolor entre todos los procedimientos para ennoblecer al humano y perfeccionarlo. En la mente de Chambers se mezclan las estrellas negras de los ojos de Ismaelillo con el sol negro de la melancolía de Nerval, con los niños dormidos de Savannah-la-Mar y con los ojos del niño viendo las estrellas.

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En el primer libro del cubano Julián del Casal, Hojas al viento (1890), hay un poema, “La canción de la morfina”, en que un rey olvida su riqueza al entregarse a la morfina. Es el único rey del libro. En el segundo libro del poeta, Nieve, publicado dos años después, hay dos reyes (el tetrarca Herodes y Luis de Baviera) en tres poemas. El tema de la droga unido al del rey reaparece en este libro, pero esta vez la droga es éter y el poeta es el que la ha bebido, no el rey. De ahí el título “Flores de éter”: las flores son los versos, y pensamos en los cuentos de bebedores de éter de Lorrain. Esto quiere decir que, en el mundo poético de Casal, el rey Luis era melancólico debido a la morfina, pues ese rey en particular aparecía después del rey en general, del monarca de “La canción de la morfina”. Y es que la amapola, en forma de opio o de morfina, provoca melancolía. En el verso de Casal “rey misterioso como la nieve”, la “nieve” parece una alusión velada a la morfina. En una prosa de 1892, “La última ilusión”, Casal dice que aborrece el París turístico y adora “el París que busca sensaciones extrañas en el éter, la morfina y el hashish” y “el París que resucita al rey Luis II de Baviera en la persona del conde Robert de Montesquiou-Fezensac”. Nótese la contigüidad de hashish y drogas peligrosas.

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El sol negro de la melancolía, el opio, es recordado por Chambers, autor de El rey de amarillo, cuando se refiere a las estrellas negras. Hay poesía de ojos y estrellas en el origen del libro de Chambers.

Los ojos comparados con estrellas, en la poesía, son numerosos, y el primer ejemplo es el de los ojos de Estela comparados con estrellas por Platón. Chambers, al leer el poema en prosa “Stella” de Darío (en que Poe es evocado), seguramente recuerda los ojos de Helen, brillantes como la estrella “dúplex” que eclipsa al sol. Y es que el poema en prosa de Darío es recordado entre líneas por Chambers al iniciar su cuento “El signo amarillo”, perteneciente al libro El rey de amarillo (1895). Gracias a Darío, Chambers identifica al rey de amarillo con el oro, y al recordar el título de la revista La edad de oro de Martí, dedicada a los niños e impresa en Nueva York, también seguramente recuerda la revista El libro amarillo de John Lane, relacionada con el escándalo provocado por Salomé de Wilde.

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Arturo Marasso en su libro Rubén Darío y la creación poética (1941) observa que “según la tradición de la alquimia babilónica, el sol produce el oro”. Y en realidad, el oro proviene del sol amarillo, como todos los minerales desprendidos del sol, que al enfriarse se solidificaron, en los orígenes de la Tierra. En el núcleo de nuestro planeta hay un recuerdo del magma solar originario.

En la literatura de Chambers, la estrella negra es la materia prima que se convierte en rey de amarillo u oro (materia radiante, como diría Baudelaire). En ese caos que se vuelve cosmos, el mal se vuelve flor. El alquimista imita el proceso de la naturaleza para lograr el oro e influye, en su aspecto físico, sobre la química, y en su aspecto mental, sobre la poesía. De ahí el “pequeño dios” que es el poeta para Huidobro. Yo estoy de acuerdo con él, pues el poeta puede imitar y crear a la vez, puede provocar cosas iguales o distintas, en su microcosmos.

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«The king in yellow» de SunnyClockwork

 

Continuará…

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Imagen de cabecera: «The king in yellow» de SunnyClockwork.

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EGPenEmiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).