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EMILIANO GONZÁLEZ EN MINERÍA

I

Beatriz Álvarez Klein

 

Agradezco a la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería y a los organizadores de esta su 44ª edición, así como a la Universidad de Guanajuato, su generosidad al invitarme a participar en esta doble presentación de La ciudad de los bosques y la niebla y la Autobiografía de Emiliano González, ambos publicados por esta casa de estudios. Y el hecho de que hoy se presenten estos dos libros juntos, por cierto bellísimamente editados, no es una coincidencia: ambos libros se complementan mutuamente y nos permiten ver cómo a lo largo de toda su vida y de toda su obra, que para él fueron siempre una misma cosa, se mantuvo fiel a sí mismo y a su postura literaria.

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Marzo es para mí, y lo será siempre, el mes de Emiliano, pues su vida transcurrió en un lapso de sesenta y seis años entre marzo de 1955 y marzo del 2021. Así, celebro que este evento esté ocurriendo al despuntar el mes de marzo.

Emiliano alcanzó a conocer este libro, apreció el magnífico prólogo de Miguel Lupián, y leyó en voz alta las minificciones que contiene, ante un público que rebasó el cupo de un café de la Zona Rosa. El que ya no vio publicado pero que le habría encantado es la Autobiografía, precedida de dos espléndidos estudios, uno a cargo de Rogelio Castro Rocha, y otro, de Claudia Gutiérrez Piña, ambos catedráticos de la Universidad de Guanajuato. También le habría gustado mucho su portada en sepia, así como las fotografías a color suyas y de algunos de sus libros, que son ahora inconseguibles.

No pretendo repetir lo dicho en este libro ni en sus prólogos, pues vale la pena que ustedes los lean por sí mismos. Pero sí señalaré algunos aspectos que me parecen importantes.

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Beatriz Álvarez Klein en la 44 FIL de Minería.

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En este libro, el propio Emiliano señala que ha intentado poner cierto orden —o cosmos— en el caos que es la vida misma. ¿Y qué podemos decir de su vida que no esté narrado en esta Autobiografía? Nos refiere aquí sus primeros años soleados en las ciudades costeras de La Habana y Acapulco, con sus abuelos maternos y paternos, respectivamente. De su abuela paterna, que lo crió en sus dos primeros años, nos hace referencia a su ternura y su sentido del humor. Además, cabe sospechar que Emiliano llegó a escuchar atento algunas de las clases de alfabetización que ella impartía, pues, para sorpresa de sus padres, ya a los tres años sabía leer. De su abuela materna recibió su iniciación en el mundo de la literatura mágica; ella lo llevó, de niño, a ver la versión fílmica de 1935 de la comedia El sueño de una noche de verano. Y en una Navidad, acaso la última que pasó en La Habana, recibió de regalo un cohete espacial que era un juguete ruso; muchos años después lo evocó en su relato de ciencia ficción interplanetaria “La extraña aventura de Bruisov”. También en Cuba tuvo su primer contacto con la obra de Carroll, Alicia en el país de las maravillas. Así, ambas abuelas le dieron las llaves del maravilloso mundo literario donde Emiliano encontró su más profundo sentido de la pertenencia.

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A Acapulco volvió muchas veces más, compartiendo las vacaciones con sus primos hermanos. A Cuba, después de sus seis años, no hubo ya de regresar. Estos dos paraísos tropicales los tuvo que dejar para venir a vivir a la Ciudad de México. Aquí paulatinamente esta niñez feliz se fue ensombreciendo, sobre todo, con el ambiente hostil del acoso escolar. Se refugia en la literatura y en las historias mágicas que le narra una trabajadora doméstica llamada Paula. Muy especialmente, ella le menciona un rito anual en la que se abre una puerta en una montaña de Guerrero y la gente entra en su interior para celebrar una gran fiesta.

La entrada en la adolescencia le traerá lo que Claudia Gutiérrez Piña ha señalado como “un hallazgo determinante en la vida adolescente de González: su encuentro con el movimiento subterráneo […] de los años sesenta, pacifista y contracultural, con amplia influencia, en el que el uso de sustancias psicotrópicas fue una de sus directrices como búsqueda de la amplitud de la experiencia sensorial, mental y espiritual” (págs. 62-63).

Paralelamente descubre algunos de los libros que más lo formaron como escritor, y de nuevo Claudia los enumera: la Antología de cuentos de misterio y de terror de Juan López Ibor, la antología Cuentos de terror de Rafael Llopis —donde lee por primera vez a Arthur Machen y a Lovecraft— y la Breve historia del modernismo de Max Henríquez Ureña. Machen —con El libro verde, incluido en el relato “El pueblo blanco”— le abre un mundo cuya realidad él ve confirmada por sus propias experiencias infantiles en compañía de la que fue su primer amor de infancia, su vecina Luli, en La Habana, con quien lleva a cabo el ritual mágico de la quema del muñeco, muy similar a los que realiza Lady Avelin en el relato de Machen, y también la fiesta en el interior de la montaña descrita por Machen y por Paula. En términos figurativos, la vida y la obra de Emiliano fueron una búsqueda constante de esta puerta a una dimensión alternativa.

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En la adolescencia, cuando exploraba el mundo psiquedélico, Emiliano tuvo una experiencia en la que, en duermevela, vio en la pared de su recámara una batalla tridimensional de soldados medievales y escuchaba, a la vez lentos y veloces, los ruidos de las espadas y armaduras y las voces de los guerreros. Esta experiencia, que nunca olvidó, seguramente lo llevó a citar en Los sueños de la bella durmiente una estrofa de Keats que traduzco:

Esa noche el Barón soñó mil calamidades,

y sus huéspedes guerreros, en formas y tonalidades

de brujas y demonios y funéreos gusanos,

poblaron largas pesadillas.

También de importancia capital para Emiliano fue el exhaustivo y minucioso estudio del movimiento modernista que emprendió a partir del mencionado libro de Max Henríquez Ureña, en el cual encontró múltiples semejanzas con el subterráneo de los años sesenta. Vio también estas semejanzas en el simbolismo europeo, cuyas puertas le abrió el volumen Los raros de Darío. Y también exploró el romanticismo alemán (la poesía de Novalis, el relato “El hombre de la arena” de E. T. A. Hoffman nos vienen a la mente de inmediato) y el romanticismo inglés. De una de sus figuras señeras, Coleridge, lo marcaron el poema “Kublai Khan” y la “Balada del viejo marinero”, personaje que asomará una y otra vez en su narrativa, y del cual citará en inglés esta estrofa, que traduzco:

Como aquel que en un camino solitario

va, presa del espanto y del pavor

y, tras volverse una vez, continúa andando

sin volver la cabeza ya jamás,

pues sabe que un horroroso demonio

lo sigue de cerca detrás.

En esos años de su primera adolescencia, Emiliano escribió y leyó incansablemente y fue desarrollando lo que para principios de los años setenta era ya un estilo propio inconfundible Pero también fue una época de amistades afines y noviazgos y de participación en el ámbito musical en un grupo que se autodenominó The Xennons y más adelante The Shutney Company donde tocó la batería, en el que también participó Eugenio Toussaint, y que llegó a presentarse en el Teatro de los Insurgentes.

Nuevamente hubo de perder este paraíso de creatividad y relaciones afines, y se refugió en las letras, iniciando su carrera literaria en revistas y suplementos, en los que llegó a tener simultáneamente dos columnas semanales, una de las cuales firmaba con su nombre y la otra, con el pseudónimo de Maldoror. A estas publicaciones siguió la obtención de la beca del Instituto Nacional de Bellas Artes, y después, un emblemático viaje a Europa en el que escribió, entre muchos otros, los textos que reuniría en Los sueños de la bella durmiente. A este viaje corresponde la fotografía que sirve de portada a este volumen.

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Vino después la beca del Centro Mexicano de Escritores, y finalmente la publicación de Los sueños, libro con el que obtuvo, a los veintitrés años, el Premio “Xavier Villaurrutia”.

Y podría seguir narrando la vida de Emiliano, pero nunca tan bien como lo hizo él en esta Autobiografía. Pero sí quiero decir que su novela corta Neon City Blues, seguida de La muerte de Vicky M. Doodle fueron escritas entre 1979 y 1981. De hecho, Neon City Blues se publicó en 1979 en la revista cubano-neoyorquina Escandalar. Este dato es importante porque era un ataque frontal al movimiento punk/disco que buscaba extinguir la diversidad y el refinamiento de los años sesenta y de la primera mitad de los setenta, reduciéndolo todo a una alternancia entre lo violento y lo cursi (dos caras de la misma primitiva moneda), y que favoreció en gran medida el asesinato de John Lennon. Por circunstancias ajenas a la voluntad de Emiliano este libro no se publicó en México hasta el año 2000, con lo que se quiso ocultar su aspecto adelantado. Aun así, por su singular estilo y su vena satírica, el libro mantiene su actualidad.

Y, por último, quiero llamar la atención sobre el hecho de que, a diferencia de otros libros suyos, en su Autobiografía Emiliano hace mención de varios miembros de su familia. De su padre menciona brevemente su actividad política, pero también rememora su actuación como extra en dos películas filmadas en Acapulco, y mención también la novela de su madre, Julieta Campos, Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina, también premiada con el “Villaurrutia” y ambientada en un hotel que da a la Quebrada en Acapulco y su relación con La seducción del minotauro de Anaïs Nin. Emiliano habla también de su tío abuelo materno Carlos de la Torre, paleontólogo y malacólogo cubano, cuyo nombre lleva el museo de paleontología de Matanzas, Cuba, y a quien Emiliano sí mencionó en un ensayo publicado en 1984 en la Revista de la Universidad de México.

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Pero hay también otros dos tíos abuelos sobre quienes he indagado recientemente y que también ejercieron algún tipo de influencia en él. Por un lado está la escritora gaditana Josefina Campos Morilla, hermana de su abuelo materno y mejor conocida como Yosi Campos —de vocación republicana y feminista—, cuya trayectoria fue, sin embargo, obstaculizada por algunos hombres que, aunque se presentaban también como republicanos, poco después mostraron una tendencia falangista. Y por parte de su padre está Napoleón Pedrero Fócil, hermano de su abuela paterna, asesinado, ahora sé que junto con otro hermano, durante su propia campaña para diputado federal por Tabasco. Fue a raíz de este asesinato que el padre de Emiliano se propuso llegar a ser gobernador de Tabasco y realizar los ideales políticos de su tío junto con los propios. Pero este tío también tenía un vivo interés en la literatura, en particular en los autores del modernismo (cito: Bécquer, Espronceda, Martí, Darío, Nervo, Luis G. Urbina, José Juan Tablada, Guillermo Valencia, Salvador Díaz Mirón, Francisco Icaza, Porfirio Barba-Jacob, Juana Ibarbourou, Gabriela Mistral, Alfonso Reyes, Huidobro, Torres Bodet, Pellicer y Gorostiza). En la portada de un libro de homenaje a este tío abuelo, titulado Palabra interrumpida, que inexplicablemente no figura en la biblioteca de Emiliano, figura una fotografía de Napoleón Pedrero. Físicamente, él no se parecía a la abuela de Emiliano, a quien tuve el gusto de conocer bien, pero sí era muy parecido a Emiliano. Y la fecha de su muerte fue un 25 de marzo, pero de 1937. ¿Será que, en la constelación familiar, así como el padre de Emiliano vino a realizar la misión política de su tío, Emiliano nació también con la misión de llevar a cabo en las letras lo que él no pudo? La trayectoria de Emiliano es personalísima y muy singular, y ciertamente la inclinación por la literatura le viene también por el lado materno, pero la coincidencia de las fechas y de las inquietudes literarias no deja de sorprender ni de plantear interrogantes.

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Continuará…

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