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HELLRAISER

el doloroso placer de la nueva carne

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Israel Yerena

 

Dolor y placer son dos sensaciones indivisibles si lo que se busca es experimentar delicias más allá de todo límite. Sangre, carne y miedo son los ingredientes que necesita la receta perfecta para satisfacer nuestros más oscuros deseos o, al menos, eso es lo que la maravillosa y monstruosa Hellraiser (Bruckner, 2022) nos revela.

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Basada en la obra de Clive Barker, esta cinta se alza desde los más recónditos lugares del infierno para resurgir como uno de los más gloriosos y mejores productos de esta saga iniciada en los años 80. Esto lo consigue al presentarnos una trama que revitaliza una historia ya conocida pero que la lleva al siguiente nivel tanto narrativo como, principalmente, visual.

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Narrativamente es notoria la diferencia entre la trama principal del filme y del libro, sintiendo que se toma a los cenobitas más como el elemento principal para contar una nueva historia en el universo de Hellraiser y no tanto como para crear un remake/reboot de la cinta original. Sin embargo, es este cambio el que hace a esta obra sumamente llamativa, dinámica y tan entretenida como sangrientamente bella. Sí, utiliza a los personajes, objetos y conceptos más conocidos de la franquicia, pero los mezcla en una nueva historia.

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Visualmente, esta Hellraiser se engancha a nuestra carne para arrastrarnos a un nuevo y más placentero nivel de dolor a través de la vista: escenarios oscuros y laberínticos (¿lemarchanezcos quizá?) como pesadillezcos; torturas y sadismo no tan extremos, pero sí exquisitamente sangrientos.

 

Y aún así, con todo, nada se compara a la grotesca hermosura de los nuevos y más pulcros cenobitas que nos ha entregado la franquicia: sangre, tendones, músculos, venas, piel y órganos se entretejen con hilos de dolor y placer para formar retazos humanos que son tanto más impactantes por cuanto más bellos resultan.

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Mención aparte a la maravillosa actuación de Jamie Clayton como el nuevo Pinhead quien, a pesar de contar con breves apariciones, logra dejar una increíble huella, justo como Doug Bradley lo hizo en su momento. Habemus nuevo Hell Priest.

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Todo esto, aderezado con también novedosos y vistosos cambios al Cubo de Lemarchand, mismo que presenta las más impactantes, interesantes y exquisitas configuraciones del dolor que no sólo hacen más interesante a la cinta, sino que también nutren y expanden la mitología de Hellraiser.

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Y si bien ésta podría no ser todavía la mejor película de todo el legado, es la que más se ha acercado al tenebroso umbral de gozo y sufrimiento que nos dejó la Hellraiser original.

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Carlos Israel Yerena Cruz

Egresado de la carrera de Comunicación de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán. 

Contribuyente de la revista electrónica “Encuadres”, escribiendo reseñas y noticias acerca del género de terror.

Titulado mediante la tesis La masacre de Texas: del asesino histórico al fílmico.

Amante de los temas tabúes, lo retorcido y lo bizarro, desde muy temprana edad -cuando apenas era un pequeño Ghoul– encontró en el género de terror un refugió en el cual depositar y liberar todos aquellos deseos perversos que crecen hasta en la mente más pura. Sin importar la vertiente, ya sea literaria o cinematográfica, el horror es un género que lo ha sumergido en un mundo que le ha enseñado que, a veces, la belleza más extrema se encuentra en las obras más grotescas.

De estómago curtido principalmente por los filmes slashersel género de horror también le ha demostrado que la mente y la naturaleza del ser humano son, quizá, las fronteras más lejanas y oscuras que nunca terminarán de ser exploradas, pero que piden a gritos que alguien se adentre en ellas. En la literatura, gracias a Lovecraft, ha aprendido que, aunque sea en unas cuantas páginas y en breves oraciones –escritas a veces por las mentes más solitarias e incomprendidas se alberga el horror más profundo de todos, aquel para el que ni siquiera se han creado las palabras ni ojos que sean dignos de describirlo.

¡! ¡Cthulhu fhtagn!

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