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LA REPRESENTACIÓN DE LA VIOLENCIA

DE LA DICTADURA EN EL CINE ARGENTINO

 

Juan Manuel Díaz

 

El cine argentino, me parece, es uno de los mejores de Latinoamérica. En lo personal, no solo es un interés de investigación, sino que es un gusto profundo. En su visualidad encuentro una belleza sosegada que surge del retrato de lo cotidiano. No es que otros cines no lo hagan, pero el argentino construye una imagen, si se quiere, de manera discreta y una abundancia de metáforas. Lo anterior, me parece, surge de tener que evadir la censura y la imposición de la dictadura de la Junta Militar (1976-1983). En el cine argentino encontramos un paso inexorable a la explicitación de la violencia. Primero de manera velada y metafórica en años de la dictadura, y a últimas fechas en formas más obvias, aunque no son necesariamente gráficas. La representación de la violencia se vuelve un elemento interpretativo que dramatiza la experiencia de todo el pueblo argentino y sería la manera por medio de la cual llega a cuentas con el reconocimiento de dicha experiencia dramática, trágica y brutal.

El paso de una violencia velada a una explícita lo vemos en cuatro cintas: Tiempo de revancha (Aristarain, 1981), La noche de los lápices (Olivera, 1986), Crónica de una fuga (Caetano, 2006) y Argentina, 1985 (Mitre, 2022).

En la primera cinta, realizada en plena dictadura, el director echa mano de situaciones que se vuelven análogas del comportamiento de los sujetos sociales bajo el gobierno militar: el plan por parte de trabajadores para defraudar a una empresa corrupta se vuelve la alegoría para presos políticos, desaparecidos y represión en la Argentina de principios de los 80.

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En La noche de los lápices, ya filmada después de la dictadura, hay una representación del secuestro de estudiantes de preparatoria y de su subsecuente tortura. Para la década de los 80 la cinta muestra tortura explícita, pero lo que de verdad la vuelve entrañable es la relación entre las y los estudiantes en cautiverio. El hecho de que estuviera basada en hechos reales y en personas que continúan desaparecidas aumenta el impacto de la violencia misma.

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Por su parte, Crónica de una fuga relata la detención clandestina de Claudio Tamburrini (arquero del Club Almagro y estudiante de filosofía) por ser considerado un subversivo y traidor a la patria. El propio Tamburrini relata su propia experiencia en la novela del mismo nombre. Vemos en la cinta la tortura del futbolista y el trato en los centros de detención conocidos como pozos, particularmente en la llamada Mansión Seré.

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En Argentina, 1985 (en mi opinión, de las mejores cintas argentinas en los últimos veinte años) la violencia es representada de manera testimonial. La película narra los juicios a los miembros de la Junta Militar, así como el drama del fiscal Julio César Strassera, para armar el caso contra los militares. Dicho sea de paso, es el primer juicio en la historia donde la justicia civil condena a juntas militares por crímenes de lesa humanidad. La representación de actos violentos viene de los testimonios de testigos y víctimas. En un momento de intertextualidad, Pablo Díaz, una víctima de “la noche de los lápices”, declara cuando se despide de sus compañeros, especialmente de Claudia Falcone. En su testimonio, escuchamos cómo Pablo relata la manera en que Claudia le pide que en año nuevo levante una copa por todos ellos. Ese momento lo vemos en la cinta de 1986.

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La crudeza y la fuerza del momento, me parece, aumenta si el espectador ha visto ambas películas. El testimonio no deja de ser menos crudo por falta de imagen; al contrario, el relato y el conocimiento de que fueron basados en testimonios reales hace que los actos violentos impacten de mayor manera que una mera escena gore.

Es así como propongo que hay dos formas de representación de la violencia: una explícita y una implícita. La primera sería ver a cuadro el acto violento como en Crónica de una fuga y La noche de los lápices; la segunda sería la forma implícita presentada en Argentina, 1985.

La violencia obliga a reorganizarnos internamente sobre la manera en que interiorizamos lo que percibimos, sentimos y vemos, mientras que genera una doble deshumanización: deshumaniza al victimario y la víctima. De otra manera un militar no podría torturar a un estudiante de preparatoria. Lo que vemos a cuadro es tanto producto de cineastas cuya mirada fue transformada por la dictadura, así como representaciones visuales de hechos violentos perpetrados por la Junta Militar. Hay, pues, una doble visualidad: los hechos violentos representados a cuadro y la mirada formada por la dictadura. De tal suerte que hay una imagen doblemente violenta.

Las imágenes serían formas de conciliar el trauma. El género cinematográfico sería el laboratorio ideológico para llegar a cuentas con la tragedia vivida. Hay una configuración visual específica a partir del género que bien podríamos llamarle cine de la dictadura. Se organiza una forma de ver y un acuerdo en las imágenes construidas; dicha configuración sería la huella deshumanizante de la dictadura, la violencia que permea hasta en sus protocolos visuales, en su forma de hacer cine y en la puesta en escena. Desde escenas intimistas que encuadran el cuerpo de los personajes torturados hasta close-ups que nos permiten reconocer el sufrimiento de las víctimas en una sala de juicios.

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¿Cuáles serían los posibles protocolos visuales del cine de la dictadura? Primero, una representación de la deshumanización. En este sentido, los militares y policías se vuelven metáforas de esa deshumanización. Además, tenemos escenas prolongadas de representación de actos violentos, ya sea explícito o implícito; así como una profundización en los símbolos violentos, como cámaras de tortura, celdas, heridas e instrumentos de tortura. Los símbolos de la resistencia como actos de rebeldía en el contexto de la muerte y la tortura. Esto se puede apreciar en La noche de los lápices en la secuencia del canto de los estudiantes capturados.

Todo esto sería la configuración de la imagen violenta que da vida al género de la dictadura: el género nacional argentino que sirve para la reconstrucción histórica, necesaria como código semántico para recuperar la memoria de lo ocurrido. En palabras del fiscal Strassera en su alegato final en los juicios de la Junta Militar (presentado en Argentina, 1985 en voz del gran Ricardo Darín):

“Quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: Nunca más”.

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Tiempo de revancha, La noche de los lápices y Argentina, 1985 se pueden ver en Prime Video.

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Juan Manuel Diaz de la Torre

Tengo 36 años y nací en la Ciudad de México un 11 de octubre de 1985. Ese día fue viernes y debí nacer a las 6 de la mañana, pero llegué hasta las 8. Tal vez por eso me gustan los viernes y dormir hasta tarde. Soy escritor de poesía, cuento, novela y viñeta, aunque mi trabajo diurno es ser profesor e investigador. En realidad, creo que mi chamba es comunicar: sin importar que sea una reflexión en forma de cuento, un análisis de una película o algún apunte sociológico, lo único que hago es comunicar.

 

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