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LOBO, LOBO, ¿ESTÁS AHÍ?

I

 

La mujer perro

Segunda parte

 

I walk /with that wolf / that is no more.

Toshio Mihashi

 

Llegar a Higashi Yoshino desde Ōsaka es una placentera travesía. Hay que tomar un tren en la estación central de Ōsaka, trasbordar en Tsuruhashi —la estación que huele a carne asada— y cambiar a la línea de JR Kintetsu, bajarse en Haibara y tomar un camión que te deja en la única tienda de conveniencia del lugar (que vende unos exquisitos panes de queso) para después tomar una van que llega al ayuntamiento de Higashi Yoshino.

Yoshino es sublime, boscoso, montañoso y tranquilo, con historias que retumban en el interior de sus entrañas bañadas con sangre.

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El lobo de la noche

Visitábamos a nuestro amigo Andrés, queríamos conocer el bosque de Japón. Nos llevó al Yahata Onsen, mi primera y emocionante experiencia poniendo una toallita doblada en la cabeza, sumergiéndome al agua caliente y tomando un masaje de pies por 100 yenes en una máquina frente a una cañada de agua pura. Esto no tuvo nada que ver con el fantasma que se me apareció, pero lo que siguió sí.

Fuimos a tomar té a una casita/local estilo cottagecore, donde mi vista se dirigió a una postal de lo que creí era un perro pintado por la artista Natsumaya —aún no localizada— con unos versos (¿haikú?).

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Mi japonés dista de ser bueno aún, así que entre mi novio y yo desciframos que decía más o menos así:

El lobo de la noche

El lobo japonés extinto

Sin embargo, en realidad en algún lugar calla —permanece en silencio.

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Al otro lado de la tienda, Andrés intervino diciendo: “Ah, sí, aquí fue donde mataron al último lobo japonés”.

Esta es la historia del lobo fantasma, el espectro colectivo que acecha o encanta a toda una nación.

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Fin del animal, inicio de la leyenda

“Dice la gente que lo escucha aullar”, con voz quedita dijo Andrés. Para mí fue suficiente para comprar la postal y clavarme con la historia. Desde hace un año el lobo y ese lugar merodean mi cabeza, me gusta porque es un animal fantasma.

Busqué en blogs, páginas, libros. La información más amena y profunda fue la del Japan Times (JT). Mi recomendación es que se lea el artículo dividido en cinco partes “In search of Japan´s lost wolves”, de Alex K. T. Martin, y se vea una entrevista con el mismo título, donde se adentró en el misterio que hoy les traigo.

El lobo, el último lobo, murió en Washikaguchi, prefectura de Nara, Honshū, el 23 de enero de 1905. Tres cazadores llegaron buscando al zoólogo Malcom Playfair Anderson, un extranjero de Indianápolis que se encontraba en Japón con la consigna de recolectar —matar y desollar— animales exóticos para la Sociedad Zoológica de Londres.

Los cazadores le llevaron el cadáver de un lobo y pedían 10 yenes por él. Al parecer al gringo se le hizo caro, entonces su intérprete Kiyoshi Kanai —estudiante de la Universidad de Tokio— intentó negociar el precio a 5 o 4 yenes. No se logró.

Al poco tiempo Anderson ya estaba arrepentido por no haber comprado al animal. Pero Kanai pensaba que los cazadores volverían tan pronto el cuerpo empezara a descomponerse. Así fue, y al final el último lobo japonés fue comprado por 8 yenes y 50 centavos.

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El artículo menciona que en 1939, en el periódico de la Sociedad Biológica de Manchuria —colonia japonesa en esa época—, Kanai escribió con cierto arrepentimiento que “Era inconcebible en ese momento que este fuera el último lobo recogido en Japón”. Relata cómo él y Anderson despellejaron al animal mientras los cazadores fumaban. Ya tenía días de haber muerto, lo supieron por cómo su estómago empezaba a teñirse de azul y a pudrirse.

Su cráneo y su pellejo están ahora en el Museo de Historia Natural de Londres —¡ja!

Lo último que Anderson escribió acerca del lobo dice: “fue comprado en carne y hueso, no puedo aprender mucho sobre él. Es raro, algunos dirían que casi extinto”.

La historia no terminó aquí. Tanto el lobo como los que lo han escuchado (o a quienes se les ha aparecido) se rehúsan a ello.

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Lunático

“Sabíamos bien el camino y la luna llena nos iluminaba”, cuenta Hiroshi Yagi, una de las personas que escuchó y vio al animal.

En ese entonces, Yagi, un amante del alpinismo, se encargaba de los refugios del monte Naeba —en la frontera entre las prefecturas de Nagano y Niigata— atendiendo las necesidades de los escaladores que buscaban asilo en el refugio Yusenkaku —en la cima de la montaña— y en Wadagoya, a mitad del camino.

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Hiroshi Yagi

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Era de noche, Yagi y otro trabajador debían llevar arroz de Wadagoya a Yusenkaku. Recogieron treinta kilos cada uno saliendo de Wadagoya a la una de la mañana. Una hora más tarde decidieron tomar un descanso. Estaban tumbados de espaldas cuando un gemido atravesó la noche.

Dormitaba cuando un primer aullido largo fue seguido de otro. Al tercero Yagui estaba consciente y aterrorizado, así que despertó al otro trabajador —no se especifica si este también lo escuchó—. Abandonaron el arroz ahí y bajaron corriendo a Wadagoya.

Fue el 29 de julio de 1969. El japonés lo recuerda porque al día siguiente tuvo que subir a dejar el arroz y perdió el autobús que debía tomar a Echigo-Yuzawa para abastecerse de más víveres. Después supo que el camión se despeñó por un acantilado y hubo 17 heridos.

Desde entonces se ha dedicado a buscar al lobo —lleva cincuenta años en ello—, tiene una minivan con una calcomanía de una pata en la ventana y las letras WANTED Canis hodophilax, un blog y una organización sin fines de lucro que se dedica a la búsqueda.

Lo que más me ha gustado de esta historia de un fantasma lobo es la motivación que causa en las personas que siguen sus pasos. Como ejemplo está Yagi, que puso cámaras por todo el bosque, la gente que escribe en su blog, los que suben a los santuarios de lobos a contar sobre sus apariciones, los documentales al respecto, los artículos en los periódicos.

Yo nunca he visto un fantasma, pero tengo muchas ganas de tener evidencias y creer en ellos.

Es posible que los humanos busquemos prueba de todo porque tenemos una necesidad de creer las historias que contamos (o que nos contamos). Eso le da un significado a nuestra existencia. Yagi no es la excepción. En una entrevista, con los ojos centelleantes, explicaba: “No seré capaz de alcanzar mi objetivo si no creo que el lobo japonés existe… Necesito creer que puedo… Yo sé que el lobo existe”.

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Y tal vez sí. El 14 de octubre de 1996 tuvo un encuentro. Fue en la carretera. Por un momento pensó atropellarlo para tener un espécimen que pudiera analizarse científicamente, pero recordó cómo su perro había fallecido en sus brazos unos días antes, así que no tuvo el estómago para matar a un animal tan joven e inocente. Pero sí pudo tomarle fotos.

Las envió a varios expertos, la mayoría contestó que no eran suficientes para saber de qué animal se trataba. Sin embargo, Yoshinori Imauzumi, el principal mastozoólogo de Japón y antiguo director del departamento de zoología del Museo Nacional de Naturaleza y Ciencia, le escribió: “Es un animal raro que podría ser un lobo japonés superviviente y no un híbrido de Husky y lobo… Espero que pongan todo su empeño en su investigación y protección”.

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Las burlas no han faltado, pero a Yagi eso lo impulsa aún más: “¿En qué vas a creer en este mundo si no es en tu propia experiencia? Pueden decir lo que quieran, pero yo sé, por experiencia propia, que uno debe levantarse de su escritorio y salir a buscar la verdad”.

No es el único que lo ha oído, no es el único que lo ha visto. Me falta espacio para contar todas las historias, pero una constante de aquellos a quienes se aparece es el miedo que les provoca, aunque después del shock se empeñan en seguir su rastro.

Continuará…

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En Sismos espectrales pretendo acercarme a las criaturas desconocidas, desaparecidas, lugares mágicos, secretos, fantasmas, dioses/demonios y posibilidades que existen donde habitamos y a quienes las escriben y cuentan.

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Soy la mujer perro. Me encantan las historias de terror, el anime, los taquitos y el rámen.

Me gusta bordar. Vivo alejada de la gente, convivo más con animales, pero siempre buscando conectar con mis colegas.

Escribo para no morir de envenenamiento.

@dar_inag

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