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LOS CREADORES DE TORMENTAS

Vanessa Puga

 

Son pocos los libros que he leído de un sentón (hablo de novelas, no de libros álbum, ojo). Lo más rápido que leo en general es en tres o cuatro días, con la excepción de dos libros. El primero, la melancólica novela de Alessandro Baricco Seda, que no cubre para nada los requisitos previamente establecidos de esta columna (pero no quita que sea hermoso y que tienen que leerlo). Y el segundo, el libro del que les quiero hablar hoy.

Debo confesar que admiro sobremanera al escritor británico Neil Gaiman. Muchos lo conocen por ser la mente detrás de Sandman, pero yo lo conocí cuando alguien me regaló hace años una copia de The Graveyard Book, asegurándome que me estaba presentando a mi próximo autor favorito. Y sí, haciendo las cosas simples y sin entrar en el debate “no tengo un autor favorito porque hay autores para diferentes ocasiones”, esa persona sabiendo mi amor por lo creepy no se equivocó en su predicción.

Considerando que en secundaria y preparatoria llevé dos clases de Literatura, una en inglés y otra en español, y que mis ejemplos de grandes autores fueron Edgar Allan Poe y H. P. Lovecraft, no es extraño mi amor por lo extraño. No es difícil entender que la llamada literatura de la imaginación alimentara mi inquieta mente y que, por lo tanto, los mundos trazados por Gaiman causaran tanta mella en mí.

Con este antecedente, no debe ser raro comprender el que si un día en la librería, en donde busqué refugio tras noticias malas, una de mis decisiones de compra fue impulsada por el sencillo hecho de que Gaiman recomendaba el libro.

Con una portada negra, iluminada con una pluma de ave en tonos metálicos, la novela Magonia me contemplaba desde las sombras, como si se hubiera escondido esperando a que yo la encontrara, refugiada tras una fila de libros amontonados para ocupar el pequeño espacio dedicado a los libros en inglés en aquella librería.

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En la portada, Gaiman declara que es una novela con corazón e ingenio. La contraportada anuncia que Aza se está muriendo, porque desde que tiene memoria, se está ahogando y nadie sabe por qué.

Al abrir la novela de Maria Dahvana Headley uno topa con las voces de Aza Ray y de su mejor amigo, Jason. Los capítulos son narrados en primera persona, donde a veces es ella y a veces es él quienes narran. Aza Ray, como anuncia la contraportada, se está muriendo y ningún médico logra que sus pulmones aguanten su labor. Es tan extraña su enfermedad que la han llamado el Síndrome de Aza Ray. Todos la ven como un bicho raro, excepto Jason, que es un bicho aún más extraño: él sí puede respirar bien, pero sufre de ataques de ansiedad y se desconecta de este mundo, como hacen los genios; ve todo como números y su hobby en esta vida es recitar el número Pi hasta el infinito.

Un buen día, ocurre lo que todos saben que va a pasar: Aza muere. Pero en realidad no muere. La regresan a Magonia. Una rápida búsqueda en Google les arrojará que Magonia “es una ciudad legendaria del folclore medieval. Según se decía, este lugar se alzaba entre las nubes y era el hogar de feroces marineros aéreos llamados «tempestarios», capaces de producir vientos y tormentas a voluntad”.

Trabajando con esa idea, antes trabajado por Jacob Grimm —sí, ése mismo Grimm que están pensando— y por el folklorista del siglo XIX Charles Leland, Headley construye un mundo que está arriba, en la estatrósfera, donde hay grandes barcos comandados por los magonianos, tripulados por los Rostrae y rondados por los Breath. Son los magonianos, junto con los Rostrae, los responsables de las tormentas: ellos, con sus voces, sus pájaros del alma y sus cantos combinados, controlan el tiempo y generan lluvias.

Así podrían ser los Rostrae.

Así podrían ser los Rostrae.

Pero no pueden cosechar alimentos allá arriba, por lo que roban cosechas de nosotros, los terrestres. Aza Ray, al despertar en Magonia, se da cuenta de que sí puede respirar. Había estado en el mundo equivocado por casi 16 años. Y ahora que está en casa, todo parece facilitársele. ¿O no?

Mientras ella busca cómo encajar en este nuevo mundo, donde puede respirar y no deja de maravillarse por las criaturas fantásticas que rondan los cielos, Jason está al borde del colapso nervioso mientras persigue las tormentas a lo largo del cielo, pues justo cuando Aza muere le promete que la encontrará.

Así es como me sumergí en el mundo de Magonia, una bonita metáfora de cómo buscamos encajar en el mundo y no siempre es fácil: a veces aunque parezca ser el lugar al que pertenecemos, ¡uno simplemente no encaja ahí!

En efecto, Gaiman me previno bien: una novela con corazón e ingenio. Aza es deliciosamente ácida y Jason es un genio. La forma en que Headley explica por qué les debemos las tormentas a los magonianos se coló en mi cerebro de tal forma que esa noche que acabé de leer hubo tormenta, y yo soñé con barcos en el cielo que chocaban contra mi edificio.

No puedo asegurarles que este libro, que salió a la venta el año pasado, ya esté en español, pero sí puedo decir que vale la pena que lo lean si lo encuentran. Mala cosa para mí: como parece ser ya regla en libros YA (Adultos Jóvenes, por sus siglas en inglés), resulta que Magonia es el inicio de una saga. El siguiente título, Aerie, está anunciado para salir en octubre de este año (si alguien quiere regalarme algo en mi cumpleaños que es ese mes, ya tienen una opción, ¡ja!).

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Sin embargo, tal como ocurre con Corazón de Tinta de Cornelia Funke, Magonia funciona solito. Si bien deja un par de cosas al aire para tener de dónde agarrar, como historia es redonda, y si no consigo el siguiente para platicarles de él, tampoco creo que vaya a ser una tragedia —puntos por eso, porque no puedo con las sagas que con el afán mercadotécnico de vender dejan desde el inicio mil cosas sueltas.

Me gustó el mundo creado por Headley, partiendo de folklore y tejiendo con imaginación amplia y pintoresca. Ya el que me haya causado pesadillas habla muy bien de este libro: me caló hasta los sueños.

Ahora que es época de lluvias no puedo evitar voltear a ver el cielo, aunque no posea el catalejo indicado, para ver si atisbo a los creadores de tormentas. O aguzar el oído, a ver si cacho al vuelo una nota de su canción. Quién sabe… quizás un día vea lo mismo que Jacob Grimm. Si ustedes lo ven, me avisan.

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VVPanessa Puga

También responde al nombre de Nerea o al apelativo de bruja. Dicen que nació en la Ciudad de México, pero ella sospecha que la inventaron las novelas de fantasía y aventura y la aventaron en un mundo que no le corresponde. Tiene un serio crush con lo creepy. Ávida lectora y escritora —de preferencia a mano, con letra cursiva y tintas de colores—, es imán de geeks aunque no entienda todos los fandoms. Hornea panqués cuando está excesivamente estresada.

Twitter: @Nereavpv