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PENUMBRIA

50

 

CONSIDERACIONES SOBRE EL INMINENTE FINAL

Que todo lo que vive debe morir es, quizás, una de las primeras conclusiones a las que llegó el Homo sapiens en su calidad de humano pensante. El fin del mundo es uno de nuestros mitos más antiguos y queridos. Los sumerios creían que otro planeta, el hogar de los Anunnaki, chocaría con la Tierra para destruirla. Los vikingos esperaban el Ragnarok. Los aztecas predijeron el final del Quinto Sol que se apagaría para que un gran terremoto terminara con la humanidad. En la concepción cristiana del mundo, San Juan profetizó la venida de los cuatro Jinetes del Apocalipsis, catástrofes naturales e incluso la presencia de dragones. Aunque la mayoría de las viejas religiones fueron perdiendo a sus fieles, aún comparten algo con las doctrinas vigentes: la importancia de la fe. El final no se trata sobre las miles de bajas que causará sino de lo que uno debe hacer para estar entre los sobrevivientes. Porque,sin importar lo mal que se pongan las cosas, las personas confiamos en nuestra resiliencia, conservamos la esperanza de trascender incluso al fin del mundo.

Las historias post-apocalípticas apuestan que la continuidad es posible, son un gran ejemplo de la capacidad humana para imaginar cada futuro posible. Como el protagonista de El último hombre de Mary Shelley, somos potenciales víctimas del cambio terrible que prometen los temores apocalípticos. Mientras nuestros ancestros temían a las divinidades y la furia de la naturaleza, nosotros hemos creado nuevas maneras de acabar con el mundo.

Aunque en los viejos apocalipsis nuestra fe nos salvaba, para la humanidad moderna esa división se ha perdido. Conforme el mundo se vuelve más caótico e incomprensible, nuestras visiones del fin del mundo le siguen el paso. Después de dos guerras mundiales, del conocimiento que tenemos de los estragos nucleares y la cada vez más urgente amenaza del calentamiento global, las divinidades perdieron su vieja potestad sobre nuestro fin. Desde hace unas décadas le arrebatamos el poder de acabar con todo a los Dioses sólo para ponerlo en nuestras propias manos.

Creado en 1947, el Reloj del Apocalipsis o Doomsday Clock, representado de forma simbólica por el Bulletin of the Atomic Scientists de la universidad de Chicago, le da una imagen a nuestra cercanía con el fin del mundo. Fue hecho contemplando la amenaza de una guerra nuclear global, peligro que se volvió dolorosamente vigente tras las explosiones en Hiroshima y Nagasaki. Actualmente, el criterio de peligro incluye el calentamiento global, el ascenso de la extrema derecha en el mundo y los desarrollos tecnológicos que puedan significar una amenaza para la supervivencia de la humanidad. En todo caso, la medianoche representa nuestra «destrucción total y catastrófica». En 2019 vivimos a dos minutos de la media noche algo que no ocurría desde 1953 cuando el temor de una guerra nuclear estaba en su punto más alto.

No es de extrañar que los creadores le den vueltas a la idea del fin del mundo, después de todo el binomio creación-destrucción se trata de una dupla inseparable.Algunos incluso han ensayado a provocarlo a través del arte, como el compositor ruso Aleksandr Scriabin o el escritor y guionista de comics británico Alan Moore. Casi 100 años después de la publicación de El último hombre seguimos ensayando diferentes formas de acabar con el mundo y sobrevivir. El mejor escenario que podemos desear es uno donde nuestras peores adivinanzas se queden en el terreno de la imaginación; aquel donde las narraciones del Fin de Mundo pertenecen a la sección de ficción y no a la de historia.

Quizás escribimos para sacar nuestros miedos, exponerlos a la luz, arrebatándoles el poder que tienen sobre nosotros. Tal vez se trata de recordarnos que la esperanza es posible siempre, en especial en las condiciones críticas. En todo caso, si es la capacidad de imaginar y de comprender que existe un futuro lleno de posibilidades lo que nos hace humanos, aferrarnos a ello es la mejor forma de honrar nuestra naturaleza.

Bienvenidos a los finales que los autores de la antología número 50 de Penumbria imaginan para este, nuestro mundo.

 

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