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RECETARIOS

Vivi Page

 

Estaba viendo el episodio de Los Simpson “Two Cars in Every Garage and Three Eyes on Every Fish”, cuando Bart y Lisa pescan a Blinky (el pez de tres ojos) y se determina que la culpable es la planta de energía nuclear. Al señor Burns se le ocurre que lo mejor para solucionar todos los problemas que esto causó es postularse como candidato a gobernador y con el increíble equipo de medios que contrata comienza a convencer al pueblo de Springfield de ser un buen hombre y a causar simpatía por Blinky. Cuando el despreciable Burns, como parte de su campaña, va a cenar a la casa de la familia protagonista, Marge protesta porque los obligan a ayudarlo con su imagen, ante lo cual Homero lanza una frase tan genial como misógina:

“Pero tú sí puedes expresarte… en el lindo hogar que cuidas y en los alimentos que sirves.”

Y me refiero a la frase como genial porque Marge saca de ella la idea para mostrarle a los medios la verdadera cara de Burns: cuando le sirve su platillo es nada más ni nada menos que el pez de tres ojos. El hombre sí intenta comérselo, pero termina escupiéndolo ante los reflectores y miradas de todos los presentes.

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Esto me hizo pensar cuántas veces las mujeres han protestado, se han vengado, han narrado su historia o simplemente se han divertido en un sentido macabro por medio de la cocina. Y no mencionaré casos reales, serán meramente ficción (y habrá spoilers).

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En la película The Cook, the Thief, his Wife & her Lover (Greenway, 1989) conocemos a Georgina, esposa de un delincuente vulgar y temible: Albert Spica. Este tipo es despreciable en todos los sentidos pero tiene algo valioso: un restaurante con un excelente chef. En este escenario, la mujer conoce a su amante; sus encuentros suceden ahí mismo con ayuda del chef. El amante es culto, refinado, tranquilo, viviendo entre libros y no lo escuchamos hablar en la primera parte de la película, a diferencia de Spica que no deja de hablar, sea para decir una simpleza o para insultar al que se le atraviese. El delincuente descubre la aventura de su esposa, pero es demasiado tarde porque el chef ha ayudado a los amantes a escapar. No les dura mucho el idilio, pues los matones de Albert encuentran pronto al amante y en una escena poética le hacen tragarse hojas de libros. Georgina lo encuentra (uno pensaría que ha perdido la cabeza, pues duerme esa noche junto al cadáver) y al día siguiente va con el chef con una fantástica idea: cocinar a su amor y servirlo como plato principal a su consorte. Preciosa la última escena. No fue Georgina quien puso manos a la obra porque para eso tenía a un excelente chef, pero sí fue autora intelectual de una idea hilarante. Terror, drama y comedia en un escenario teatral con excelentes actuaciones bajo una gran dirección.

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Caso distinto es el de Parents (Balaban, 1989): la madre de familia se la pasa cocinando gustosamente para su esposo y su hijo pequeño. Nuestra perspectiva como espectadores es la misma que la de Michael, el niño: conocemos lo que él, imaginamos lo que él y nos asusta lo mismo que a él. Es un pequeño aventurero, introvertido y extraño, con una amiga más rara que él que se convierte en uno de los mejores personajes. Los padres, modelos a seguir estadounidenses, no dejan de causar repelús en todo momento y pronto sabremos que las excelencias culinarias puestas en la mesa (y consideren este como un aviso de no ver la cinta cuando tengan hambre) provienen de seres humanos, costumbre que, al parecer, es heredada por la familia. Es terriblemente predecible, pero un manjar en cuanto a lo visual visual. Aunque refleja de forma estética los 50, es una narrativa totalmente ochentera.

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Laura Esquivel proporciona una obra literaria y culinaria que queda como orgullo del arte mexicano. Como agua para chocolate (1989) narra la historia del amor imposible entre Tita y Pedro, pero contada a partir de doce recetas: una por cada mes del año. Las letras entre recetas, realismo mágico y el amor dan como resultado esta obra que critica al rol de la mujer y a las herencias dolorosas de las familias (algo muy arraigado en la cultura latinoamericana). Tita, la hermana menor de la familia, se enamora de Pedro. Como es un amor correspondido, él pide su mano a la madre quien, al negarse porque su hija menor será la responsable de cuidarla, le ofrece a cambio la mano de su otra hija. Uno pensaría que esto es absurdo, pero Pedro accede para estar cerca de su amada. Todo contado por una descendiente de la familia a través del libro de recetas que, por cierto, fue lo único que se salvó de un incendio provocado por Tita.

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Rosario Castellanos escribió una obra feminista —como todas las suyas— con ese toque de ironía que la caracteriza: “Lección de cocina” (1971). Aquí la cocina no es más que una metáfora de los asuntos, problemas y devenires de una mujer recién casada. Todo esto ante la duda diaria de miles de mujeres: ¿qué hacer de comer?

AQUÍ lo pueden leer.

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Por supuesto, no es menos importante el papel de las recetas para las brujas: partiendo del estereotipo popular de las viejas con cazuelas o cazos enormes preparando pócimas, hasta las brujas verdes con sus tés y sus hierbas. Recordemos la receta del Veneno para las hadas (1986) que quiere preparar Verónica en la película de Carlos Enrique Taboada: polvo de panteón, una cruz de madera de una tumba, extremidades de sapos, de arañas y una serpiente.

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Y para promocionar una historia de mi autoría, tengo a mi propio personaje femenino amante de la cocina que no sabe qué preparar en navidad. “Envinado” lo publicó Herederos del Kaos y AQUÍ se los dejo.

Cuéntenme si les dio hambre al ver o leer estas historias, porque a mí sí.

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Vivi Page

Nací en la ciudad de Puebla, el 2 de diciembre de 1997. A muy temprana edad me enamoré de las palabras y desde entonces hasta ahora he intentado conquistarlas.

Estudié un año lingüística y literatura. Sin embargo, por azares del destino, dejé la carrera, pero no las letras. Mis relatos van desde lo erótico hasta lo escabroso, publicados en algunas revistas digitales.

Y este es solo el comienzo.

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