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SAPOS, PIOJOS

Y

LA CONCEPCIÓN DE LA MALDAD

 

Alicia M. Mares

 

Tiene la noche un árbol

Existen cuentos breves que, sin embargo, alcanzan a rozar lo insondable de la maldad infantil. Y es que suele hablarse mucho de la ternura y de la inocencia de los niños, cualidades que parecen ser el epítome de lo considerado infantil, pero poco se habla sobre el don que tienen para la maldad, confundido a veces con la ejecución de travesuras que resultan mal. En Tiene la noche un árbol, publicado originalmente en 1959, hallé dos cuentos de Guadalupe Dueñas que hablan justo sobre esto.

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Sapos y piojos

Justo así se titulan los relatos en cuestión: “El sapo” y “Los piojos”, ambos muy breves (no superan las 3 páginas). El primero narra un incidente en el cual un grupo de niños se encuentra con un sapo y, tras mofarse de él, le avientan piedras, ramas y varas hasta reventarlo, todo mientras un solo niño solitario se opone a esta crueldad. El segundo trata de una niña, Camila, quien comienza a tostar piojos sobre un brasero de carbones sin más motivo que porque puede hacerlo.

Ambos animales mueren sin causa alguna; su asesinato ocurre porque sus perpetradores están experimentando y empujando los límites de sus acciones hasta llegar a la última consecuencia. Sin embargo, las reacciones de los niños en cada uno de los cuentos difieren, y evidencian cómo comprenden los niños la realidad de la muerte.

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La aparición de la maldad, la concepción de la muerte

 

Las reacciones de los niños en ambos cuentos se pueden condensar de la siguiente manera:

“Pero cuando el animal estalla y ven la piltrafa desvaída que se achica bajo el sol, enmudecen. Luego, los pequeños se echan a llorar azorados y saborean su primera tristeza.”

Los niños de “El sapo” comprenden que lo que hicieron ha superado los límites del juego y tiene un efecto en la realidad: han matado a algo. El impacto de esto provoca el llanto. Así comprendemos que no tenían noción de dónde desembocarían sus acciones. En cambio, Camila sabe muy bien lo que hace, y mata a decenas de piojos, cautivada por su extraño rito:

 

“Algo atávico y maligno le impedía retirar la vista del diminuto horno crematorio; sus facciones de niña mostraban crueldad diabólica.”

Es así que se delinean las dos concepciones de la muerte de ambos niños: los de “El sapo” descubren su concepto y su irreversibilidad, la de “Los piojos” comprende la muerte y decide ser su ejecutora. ¿Existe alguna moraleja? No, quizá solo que la crueldad y la malicia aparecen por inercia, pero que llevarlas hasta sus últimas consecuencias es una decisión casi espiritual, que revela la verdadera naturaleza de las personas.

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Los animales pueden tomar venganza

Queda un último factor a mencionar: ¿qué opina Dueñas de las víctimas en estas situaciones? ¿Cómo pinta a los animales, como seres con conciencia o simples entes que al ser dañados chillan? Ambas víctimas se comportan de diferentes maneras en función de sus asesinos: el sapo tolera todo con un estoicismo casi de mártir, que destaca el sinsentido de su muerte. El piojo superviviente, en cambio, opta por la venganza:

 

“Pero el indefenso se hacía el dormido y antes de bailar en la pista inhumana su danza de muerte, vengó a sus hermanos, los que como él habían sido diminutas catapultas lanzadas a la nada. Clavó en la sangre de Camila su aguijón irremediable.”

A pesar de su narrativa de corte realista, el cuento de “Los piojos” roza con lo fantástico, pues dota de inteligencia y determinación a una criatura diminuta.

O, más bien, brinda una respuesta a una de las preguntas que más aquejan a la humanidad: ¿los animales tienen alma? Dueñas tiene muy clara su respuesta.

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Guadalupe Dueñas

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AQUÍ puedes leer los cuentos.

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Alicia Maya Mares (Ciudad de México, 1996)

Graduada del 12º Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra y correctora de estilo en formación. Trabaja como redactora en una agencia digital. Ha publicado en la sección “Piensa Joven” del Heraldo de México, en las revistas Marabunta, Colofón, Origami y Efecto Antabus, y le lee su columna de revista Palabrerías a sus seis gatos. Creció al lado de un árbol de jacaranda.

Twitter: @AliciaSkeltar

Facebook: @AliciaMaresReading

Instagram: @aliciamayamares

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