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TODO EN TODAS PARTES AL MISMO TIEMPO

y la permanencia de la ciencia ficción

I

 

Aglaia Berlutti

 

En la mayoría de las escenas de Todo en todas partes al mismo tiempo de Dan Kwan y Daniel Scheinert, Evelyn (Michelle Yeoh) vive una vida plena en menos de un minuto. Es ama de casa, madre, científica, actriz y cientos de otras cosas más, a medida que comprende el valor de cada experiencia, de cada decisión, de todas y cada uno de los pasos que da hacia el futuro.

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La escandalosa, exagerada y extravagante película de los llamados “Daniels” es una oda al límite de la realidad y la reestructuración de los códigos sobre los verídicos. También es una historia de amor —como todas, como repite más de una vez Evelyn— y, como si eso no fuera suficiente, un amplio recorrido por lo que puede ser la concepción de una gran alegoría al cambio.

El film no es solo ciencia ficción en estado puro. Es, además, una reivindicación a un género por lo general menospreciado o desdeñado por la crítica cinematográfica y literaria. Desde que Georges Méliès soñó con la posibilidad de rebasar las limitaciones humanas y viajar a la luna y mientras H.G Wells se convencía de la posibilidad del primer contacto agresivo de una civilización alienígena, la ciencia ficción engloba varias sensibilidades a la vez.

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Desde la belleza delicada y sutil de los cuentos de Ted Chiang hasta la crudeza de “El último hombre” de Mary Shelley, la especulación acerca del futuro, la sustancia misma de la vida, el tiempo y todas sus probabilidades cautivaron la imaginación humana. Pero también hizo algo más: dio forma a los sueños, las búsquedas, las aspiraciones. Algo que repitió el director Fritz Lang cuando filmó Metropólis y aseguró haber tenido “pesadillas luminosas” al imaginar el futuro.

También lo hizo William Gibson al imaginar la destrucción de la memoria en estados alterados de la conciencia. “La ciencia ficción es una forma de vida, de poder y de creatividad aplicada a lo corriente”, ha repetido más de una vez Steven Spielberg. Un tipo de pensamiento que le une a una de las frases más emocionantes de Todo en todas partes al mismo tiempo: “Lo imposible crea la puerta abierta hacia la vida en formas por completo nuevas”.

El triunfo de una forma de ver el mundo

Todo en todas partes al mismo tiempo logró rebasar los prejuicios contra la ciencia ficción y emparentar el género con varios de sus grandes pensadores. Poco antes de morir, Arthur C. Clarke escribió lo que se considera su último gran manifiesto por el poder de la imaginación aplicada a la ciencia: “Que la humanidad reciba alguna evidencia de la vida extraterrestre, que abandone su adicción al petróleo a favor de otras energías más limpias y que el conflicto que divide Sri Lanka llegue a su fin y se imponga la paz”. Un deseo que tiene algo de humilde reflexión sobre el futuro. Lo curioso de la frase —y sus implicaciones— es que el autor de novelas como Cita en Rama o La ciudad y las estrellas siempre estuvo convencido que restaba muy poco para ese primer contacto, esa primera gran conversación con el porvenir y sus posibilidades.

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Se trata de una contradicción que, por años, se debatió para intentar comprender la forma como el escritor comprendía los alcances del género al que dedicó la mayor parte de su vida. Clarke creía en la ciencia ficción como un diálogo acerca y desde la incertidumbre, de modo que esa súplica postrera de introspección colectiva resulta desconcertante. Pero el escritor siempre analizó el mundo desde esa perspectiva dual. De hecho, parte de esa certeza ya está en su cuento corto “El centinela”, que analiza no sólo el hecho de la experiencia del ser humano al comprender sus límites y asombro por el infinito que le rodea, sino también el peligro que entraña esa experiencia. Publicado en 1951, el cuento es una revisión sobre todos los tópicos habituales del género de ciencia ficción, pero hay algo más: un raro pesimismo que se adivina entre líneas. Una extrañísima visión sobre esa esperanza difusa impulsa al ser humano a creer que no está completamente solo, que más allá de los confines de su imaginación hay algo más.

El cuento no llega a responder preguntas —no lo intenta— y esa incertidumbre difusa fue lo que hizo que se le catalogara como “pretencioso y arrogante”, una crítica que soportó por décadas. No es algo sorprendente: el género de ciencia ficción siempre ha estado en entredicho, quizá por los desiguales resultados de las propuestas o por esa insistencia en los clichés y lugares comunes que en ocasiones caía. Pero Clarke fue más allá y profundizó en la ciencia ficción como terreno del asombro basado en la curiosidad intelectual. Una interpretación científica del arte —o, en todo caso, esa percepción de lo científico interpretado desde el cariz de la imaginación humana— que le brinda símbolos y metáforas propias. En especial, al asumir que buena parte de nuestra mirada hacia el futuro está basada en la incertidumbre: “No sabemos qué vendrá, hacia dónde nos conducirá o qué encontraremos al llegar. Esa es la constante del futuro”, escribió Clarke en uno de sus artículos publicados en la revista Playboy en 1960.

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Algo parecido teorizó el científico húngaro Zoltán Galántai, que durante buena parte de su vida analizó la posibilidad de que cualquier inteligencia extraterrestre sería por completo inexplicable para nuestra percepción del hombre y por el hombre. En otras palabras, que fuera una incógnita incierta. Galántai asumió el hecho de la existencia —la versión del bien y del mal, la incertidumbre de lo desconocido y, sobre todo, la concepción sobre la identidad— como una serie de elementos angulares hipotéticos que se basan en la percepción del hombre sobre lo que le rodea. De modo que un indicio de vida que no pudiéramos explicar según nuestros límites sería de hecho inconcebible. Una mirada hacia lo imposible y lo indefinible basada en nuestra imaginación y nuestro intento por explicar lo inefable. Una forma de magia, quizá.

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Lo mismo pensaba Clarke, que insistió en sus célebres leyes que una tecnología muy avanzada es indistinguible de la magia y que, sin duda, podría resumir la forma en que la ciencia ficción entra en diálogo con la fenomenología del hombre como ser racional. El escritor meditó sobre el hecho de que el hombre asume la realidad desde lo primitivo, por lo que —en esencia— elaboramos ideas complejas a partir de lo que comprendemos de forma progresiva como realidad. Tal y como insistía el gran filósofo ocultista Robert Fludd, la imagen del infinito y el vacío insistente es la mera ausencia de cualquier idea que pueda conceptualizar la realidad. Fludd también insistió que, incluso, fenómenos físicos y naturales por completo medibles pueden analizarse desde cierta óptica de la maravilla. En eso coincide con Clarke, que llegó a decir que una tecnología aún más avanzada de la que podemos imaginar —y que en su momento podía predecir a través de la literatura— era una predisposición al pensamiento asombroso, indistinguible de las propias leyes de la naturaleza (e incluso manipularlas de forma imperceptible). Una noción que abarca desde lo que creemos es la realidad (o, en el mejor de los casos, lo que asumimos como una idea perenne sobre la individualidad) y el hecho básico del futuro a través de una hipótesis incierta.

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La ciencia ficción se basa, en esencia, en predecir y explicar la incertidumbre acerca de lo que podemos esperar cuando todo lo que podemos explicar desaparece. Eso hace de lo especulativo un medio de una formidable disyuntiva: ¿Cómo asimilamos el hecho de la finitud de la mente humana en contraposición con las promesas de la científico? Una vida más larga, cuerpos más fuertes, exploraciones espaciales, viajes en el tiempo. La ciencia ficción responde a todas nuestras preguntas sobre las posibilidades —intenta hacerlo— a la vez, que sostiene un recorrido profundo por los temores que alientan su existencia. Desde el pesimismo hasta el asombro por la posibilidad de entender qué ocurrirá, la finitud del hombre dota al género de un especial significado.

Isaac Asimov también creía que el núcleo de la ciencia ficción era consolar esa ausencia de parámetros claros para imaginar un mundo más allá de lo humano. En su colosal saga Fundaciones (que nació como una trilogía y terminó extendiéndose como una gran nomenclatura fantástica a través de toda su obra), el autor imaginó a la galaxia como una especie de terreno inexplorado, a mitad de camino entre el asombro mágico y la anuencia de lo ponderable como científico a través de la curiosidad humana. En los mundos de Asimov, la belleza se asimila a través de la tecnología (de la misma manera que el astrofísico ruso Nikolái Kardashov —que creó la famosa “escala de Kardashov” como método para medir el grado de evolución tecnológica de una civilización— asume el hecho de la mirada hacia el infinito como parte de la interpretación pragmática de la identidad colectiva). Para Asimov, la psicohistoria es una percepción sobre la realidad que va desde la tecnología al tiempo, la percepción sobre el devenir de la historia y la osadía de la imaginación. Por tanto, y según la perspectiva del escritor, el comportamiento de lo que somos y deseamos ser como cultura y sociedad puede ser predecible, lo que convierte a la ciencia ficción en un manifiesto extraordinario y de un enorme valor como documento intelectual.

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Continuará…

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.

Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.

@Aglaia_Berlutti

TheAglaiaWorld 

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