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Bitácora de Navegación del Nautilus 22

UNA SILUETA EN LA LUNA

 

Marina Ortiz

 

 

Puertas que se abren solas. Muebles que tiemblan. Luces que parpadean. Mujeres extrañas en puentes y carreteras, esquinas oscuras en la habitación, susurros en el ático, eco de niños risueños por los pasillos, marcas de sangre en el baño de la escuela, fallecidos que se sirven el desayuno cuando nadie los ve, rencores filtrados en las paredes, sueños que brotan en la vigilia, siluetas en espejos y ventanas. Una memoria que se aferra al espacio.

Con la llegada del otoño (aún cuando la crisis climática ofrece un prolongado verano abrasante) es inevitable verse rodeado de historias de terror y leyendas urbanas. Similar al género policial, su popularidad es extensa. Pero es un género que no disfruto tanto. En algún momento de mi adolescencia las películas de miedo dejaron de parecerme interesantes y tampoco me dio curiosidad leer a Stephen King o Lovecraft como suele pasarle a muchos (tal vez no hubo quien me los recomendara, pero lo más probable es que estaba releyendo El Hobbit). Mi actual curiosidad se despertó por varios motivos: me volví maestra de secundaria; en los traslados a mi trabajo escucho el podcast de mitología, folklore y leyendas urbanas Spirits; y tengo amigas cercanas que son grandes entusiastas del género. En este último año entendí que pocas cosas generan tanta fascinación, desde muy temprana edad, y son tan universales como las leyendas urbanas.

En mi experiencia lectora, encuentro grandes conexiones entre las leyendas y los géneros del gótico y el horror. Ya mencioné dos autores, pero creo que hay más de Edgar Allan Poe y Mariana Enriquez que de horror cósmico por su énfasis en lo urbano; son cosmovisiones distintas (y claro que hay convergencia, es importante hacer siempre explícito que mi intención no es dividir, sino describir impresiones y hallazgos). Algunos ejemplos de películas serían El orfanato, El espinazo del diablo, El Babadook, El aro, entre muchas, muchas más.

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Lo que distingue a este mundo ficcional no son los fantasmas, demonios o brujas, si bien son personajes elementales y recurrentes. Es su condición de lo sobrenatural memorial. El recuerdo de un suceso impreso en el tiempo. Lo sobrenatural de ecos, huellas, de lo que permea, lo que se filtra, lo que escurre. Una materia que recuerda a través de lo sobrenatural. Una permanencia que es condena. Cruel inmortalidad.

Lo sobrenatural no es una dimensión correspondencia, pertenencia o sentido, es el gobierno de lo irracional, lo extraño, lo peligroso y lo in-humano. No hay teleología, a diferencia del horror cósmico. La división entre lo natural y lo sobrenatural es meramente un velo que rasgamos con descuido o provocación. La impredictibilidad, la violencia, la vulnerabilidad, la perversión de lo ordinario es lo que lo vuelve cautivante. Los sucesos provienen de una traslación de lo material a lo inmaterial, lo conocido se vuelve algo semi-desconocido poderoso, casi indescifrable, rara vez accesible, peligroso, hostil. Un dolor que permanece en el tiempo. Más que una ruptura del equilibrio cósmico, es una absorción de una dimensión por otra que la distorsiona. Lo humano está indefenso, infructuoso, rara vez victorioso frente a lo oscuro, lo perturbado. La salvación es cosa de suerte, con algo de astucia o lucha, con un sabor a humillación, incertidumbre y a veces picaría. No suele haber finales felices, y si los hay son agridulces.

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Puede tener grandes semejanzas y encuentros con los cuentos de hadas, la fantasía, el realismo mágico y el folklore, en especial con éste último porque ambos provienen de la tradición oral de las culturas. Pero difieren en que las leyendas no buscan re-encantar la mirada (como hablamos en la columna anterior): nos puede fascinar, intrigar, sorprender, impresionar y más, pero su objetivo no es reivindicar ni generar armonía. Todo lo contrario: las leyendas pretenden asustarnos. Sus principales emociones y objetivos son el miedo, el espanto, el horror.

Le pregunté a mis amigas los motivos de su gusto por estas historias de fantasmas y sus respuestas me encantaron: lo femenino, lo extraño, lo esotérico, lo moral perverso, los personajes, el trauma, el dolor, los lugares… Hay una gran diversidad de elementos, todos con una gran tradición. Las leyendas urbanas pueden ser plurales, divertidas, educativas, hermosas, perturbantes, entrañables y escalofriantes. Van desde el ridículo hasta la preservación histórica, desde la mitología hasta el internet, desde los videojuegos hasta los cementerios de nuestros barrios. Iglesias abandonadas, canchas de fútbol, laboratorios, museos, clínicas, casas, restaurantes, jardines, calles, callejones… Ningún lugar está exento de contener el fantasma de un evento terrible. Un recuerdo que se pudre. Lo ordinario se pervierte, y nadie está a salvo. De ahí su universalidad: el potencial profundo y terrible en cualquier cosa.

Un comentario me gustó mucho: el miedo es compartido. La experiencia de asustarse puede vivirse en solitario, pero más de las veces es algo colectivo. ¿Cuántas películas no hemos visto en grupo —con la luz apagada, por supuesto, para contribuir al ambiente lúgubre— con la excusa de reírnos, gritar y abrazarnos? La otra cara del miedo es la protección, la compañía y la risa. Cuando alguien nos asusta a propósito al doblar una esquina, devenimos en carcajadas.

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Otra de sus virtudes es que las leyendas urbanas no dependen de lo escrito para proliferar. Es una práctica oral tanto más fuerte que las películas. Si uno llega con un grupo de secundaria y les propone contar historias de terror y leyendas urbanas, cada joven se volverá en un hábil relator/a en un instante. Ahí está una raíz del lenguaje, de la ficción y la narrativa, fuertemente arraigada en la tierra de la sociedad. La palabra hablada mantiene viva la memoria del relato, esa misma memoria que se adhirió a un espacio porque algo doloroso, cruel, incierto o inexplicable sucedió.

Sea para distraernos, divertirnos, asustarnos, extrañarnos o advertirnos, las leyendas urbanas muestran nuestra tendencia a buscar explicaciones de lo que no podemos ver, pero más importante: nos hablan de nuestra identidad y de experiencias compartidas, que nos unen y nos hacen, tal vez, un poco más cuidadosos y empáticos con lo diferente.

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Ana Marina Ortiz Baker

Soy de Monterrey, Nuevo León, México.

Desde la licenciatura estudio la ciencia ficción y la fantasía, y estoy por terminar una maestría en Literatura Hispanoamericana.

Mi tesis de investigación fue sobre el cyberpunk mexicano, en específico el tema del espacio y su relación recíproca con los personajes.

Me gustan los temas del cuerpo, la mujer, la ciudad, los mitos, la magia y la naturaleza.

Los conocimientos que tengo, que son un tesoro para mí, aún tienen mucho que crecer.

Twitter: @maro_baker

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