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Y DESPUÉS, NADA

Manuel Barroso

 

Como habrás notado, querido Lector, me tomé unas vacaciones. Largas, tal vez, pero necesarias. Y ahora estoy de vuelta, contigo y con una duda enorme: ¿qué monstruo saldrá del baúl?, ¿será alguna edición desaparecida, un autor desconocido, un texto que sólo extraños poderes cthulhianos pueden encontrar?

Y después, nada. Una evocación.

Y el libro.

David Miklos es un tipo tranquilo. Delgado, de voz templada, pareja por pasión, padre de Anna por profesión y escritor por hobby. Un hobby que le ha entregado dos libros “de cuentos” y cuatro novelas que lo tienen entre los autores más interesantes de su generación (que es la de los 70 (y la Schrödinger, si tomamos los términos de este baúl)).

Corrijo: cinco novelas. La quinta es, creo, el tope de su trabajo hasta ahora (y una cátedra de cómo contar el fin del mundo/el fin del tiempo/el fin de la historia/el fin de la guerra/el fin).

No tendrás rostro narra la historia de los habitantes del Palomar: Blumenthal, el viejo dueño del lugar, la Rusa, que es dios, (el fantasma (la nada)), (d)el Suicida, vanguardia del éxodo, y Fino, el narrador y protagonista de esta historia.

La playa en la que empieza la novela es casi un paraíso terrenal. Crecen tubérculos de los que se puede obtener vino, tienen tabaco y café, Fino y la Rusa son insaciables sexualmente, todo padrísimo.

Excepto porque el agua se aleja un metro y tres cuartos cada año de la costa. Y, cuando el agua se aleja, siempre regresa. Eso lo sabe bien el mundo de la historia. Alimentó el agua que se iba y le regresó encima en forma de la Violencia, una ola que devastó todo, que enrareció el planeta, separó familias, reclamó a los varones, extinguió la vida y le entregó todo a la nada. No hay ya más que un fósil propiedad del vacío.

Un vacío igual al que rodea el dedo anular de Fino. Vacío que decide llenar casándose con la Rusa. Por eso debe ir a la Ciudad, a conseguir un anillo (terminar de sepultar algo).

Es su travesía lo que desarrolla la historia. En ella atestiguamos su encuentro con seres del abismo (como Anzures), devotos testigos y nuevas encarnaciones de dios con mandamientos tácitos, claros, necesarios.

Seres que tienen una historia que contar.

Miento, esa no es la palabra que debía usar. Va de nuevo: Seres con una historia que evocar.

La de Miklos siempre ha sido una narrativa de la ausencia, de la ruina. Es algo que no maneja cualquiera. Es muy fácil ser descriptivo, claro, ahondar en todos los detalles, llegar al punto que se quiere tratar. David, lo he dicho antes, tiene una prosa que no quiere llegar, que rodea. Aquí, me parece, entrega la mejor explicación de ese recurso (que es más una inquietud, una herida abierta): no llega a donde quiere llegar porque no hay nada más que el vacío, el abismo de la Profundidad Mayúscula. Y ante eso no queda más que evocar para sostenerse de algún modo.

Hay que serle fiel al acontecimiento. No como lo fue (como lo es) la humanidad que generó la Violencia, sino como le es fiel Fino o la Sueca.

Ella es la clave del libro. Una mujer que ha entrado en la menopausia y es responsable del surgimiento del libro de faldas, que no es más que… un libro de faldas. Retazos de tela encuadernada con un poder burdo: hacer que la gente evoque, recuerde.

No hay nada mejor ante la desolación y la nada que evocar el amor. Y Miklos lo sabe. Y sabe decirlo de una manera que, salvo contadas excepciones, nadie sabe hacerlo actualmente en la literatura mexicana. Y la prueba es su obra completa. Y la cumbre de esa obra, quiero pensar, será esta trilogía. Y el elemento que me permite aventurar mi afirmación son Los días largos que pueblan las páginas de No tendrás rostro.

¿Y luego?, pues nada, eso. Y así.

miklos

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IMG00330-20120517-2113-1Manuel Barroso nació, creció y murió antes de enterarse de ello. Por eso reseteó la consola y sigue aquí.

Lee como poseso, escucha rap y jazz de forma adictiva, escribe porque le duelen las historias. Odia las verduras.

Mañana comprará un rifle