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EL BOSQUE ENCANTADO DE EMILIANO GONZÁLEZ

I

 

Gilda Revueltas  

 

 

Conocí a Emiliano por mi amiga Beatriz Álvarez cuando eran novios, en los ochenta. A partir de entonces nos hicimos muy amigos.

Emiliano tuvo un infarto en 2004. Después de 21 años de vivir juntos, en 2006 Beatriz se fue a Cuernavaca. Por lo que Emiliano vivía solo y casi no veía a nadie. Como tenía la salud delicada, procuré estar cerca de él.

Llegar a su casa era una aventura, dejaba la paz de la montaña para entrar en la intensa capital.

Hacía mil cosas y, al atardecer en San Ángel, tomaba un camión que salía muy lentamente a las afueras de la ciudad. El frío del bosque se iba metiendo por las ventanas. Luego de un largo camino y de muchas curvas, había que bajarse en un crucero peligroso y caminar por una empinada ladera hasta la casa de Emiliano, en el bosque.

Toqué el timbre y abrió la puerta, radiante.

En sus grandes ojos azules brillaba la promesa de una gran fiesta. Estaba muy elegante, con el aura sutil de un perfume caro.

Me quité el abrigo. En la entrada te recibían unas hadas bailando entre flores que yo había pintado en 1987.

Todas las paredes de la casa estaban tapizadas de libros y de cuadros.

Abajo, el gran ventanal de la sala reflejaba las oscuridades del bosque: gritaban verdes, silenciosas, extrañas urgencias. Ese lugar permanecía siempre en penumbra por culpa de unos focos rotos.

Apresuré el paso para no oír sus susurros , que estremecían. Sólo un frágil vidrio impedía la invasión del bosque. La sala estaba habitada por seres enigmáticos.

En los libreros vivían objetos bellos, seres raros, fantásticos, mágicos —los otros habitantes de la casa. Emiliano vivía solo, aparentemente.

De sus cuadros, el que más admiraba era un Germán Gedovius: un finísimo retrato a lápiz, el perfil de un joven, una belleza griega, un Dios; era perfecto, maravilloso.

Cuando me iba de su casa lo contemplaba un largo rato con fascinación, me daba fuerza y convicción para regresar a la ciudad.

Una mañana quedé aterrada, sólo había una huella fantasmal en el muro. Nunca un vacío había sido tan contundente. Emiliano lo había vendido.

Recibía a las visitas en el segundo piso. Su cuarto en realidad era una hermosa biblioteca donde tenía sus libros favoritos y un gran ventanal que daba al bosque nocturno.

En el aire se percibía música subterránea, mujeres voluptuosas te observaban desde las paredes y un fuerte olor a pinos se mezclaba frescamente con el olor del cannabis.

Compartíamos  la afinidad por el arte, la literatura, la pintura, los mundos fantásticos, los seres mitológicos y lo esotérico, por lo que nuestras pláticas se convertían rápidamente en experiencias mágicas, casi sobrenaturales.

Poco después de habernos conocido, Emiliano me regaló algunas joyas, que me marcaron para siempre. Afrodita, de Pierre Louÿs, y La guirnalda de Afrodita, un florilegio de amorosos epigramas griegos dedicados a la Diosa, con hermosísimas y sensuales ilustraciones.

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Emiliano me sirvió un delicioso vino tinto español, alzamos nuestras copas e invocamos a las musas brindando por Afrodita, por el erotismo, por el arte.

Me leía sus trabajos más recientes, leíamos poesía y hablábamos de sus hallazgos literarios. Yo también le compartía mis descubrimientos. Algunas veces Emiliano convertía esas charlas en auténticas conferencias, que yo escuchaba maravillada.

Cuando evocaba a algún autor, sus ojos resplandecían. Él visualizaba las obras. No sólo era brillante, era un erudito, un visionario.

Hacía continuas referencias al Libro verde de Arthur Machen. Le encantaba descubrir artistas subterráneas desconocidas, que me presumía orgulloso. Era una especie de detective, un Sherlock Holmes, un arqueólogo de las letras. A veces se lo decía y sonreía complacido. Festejábamos nuestros logros. Si bien él tenía en su haber premios y publicaciones, durante mucho tiempo fue un autor poco conocido, y además no le gustaba socializar.

Me introdujo a diversas autoras y autores maravillosos, al erotismo literario. Me regalaba libros que consideraba importantes para mí.

Uno de los libros raros que me obsequió fue Relatos fantásticos de Luciano Samósata, un autor del siglo II originario de Siria que narra un loquísimo viaje a la luna, donde se encontraba un objeto redondo raro muy parecido a una televisión; uno de los escritores más antiguos de ciencia ficción. Libro de imaginación desbordada. Un libro visionario. Estos libros llegaban inevitablemente a mi hija Ada Carasusan, quien desde temprana edad comenzó a mostrar interés por las letras y atesoraba, al igual que yo, las joyas librescas que él nos daba. Emiliano se sentía muy complacido de saberlo, la apreciaba como a una ahijada. Siempre tenía detalles con ella, le mandaba discos o libros o regalos bellos. Cuando podía iba a sus conciertos, seguía su carrera artística con gran cariño e interés. Ella resultó poeta, cantautora y artista visual. Emiliano fue una influencia importante en su formación, sobre todo en los comienzos de su quehacer creativo.

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Emiliano era coleccionista de joyas literarias, de rarezas, con las que siempre me sorprendía. Como sabía que me fascinaban los libros antiguos con ilustraciones, conseguía verdaderos tesoros, casi todos bellamente encuadernados. Mis favoritos eran los art nouveau, que me transportaban a fantásticos paraísos artísticos, a bellos y maravillosos imaginarios. A Emiliano le encantaba verme fascinada con las ilustraciones de sus libros y disfrutaba escuchar mis comentarios, mis análisis de las técnicas del grabado, de la composición, de la narración visual y de la pintura. A los dos nos fascinaba dibujar.

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De izquierda a derecha: Emiliano González, Gilda y Ada, Beatriz Álvarez Klein.

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Continuará…

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Gilda Cruz Revueltas es poeta, pintora, escultora y cineasta. Ha realizado  32 exposiciones individuales y ha participado en más de 46 exposiciones colectivas en importantes  museos y galerías de México, Europa y Estados Unidos.

También  ha participado en instalaciones, ha pintado murales, ha proyectado escenografías y  ha ilustrado libros.

gildarevueltas.wixsite.com/gildacruzrevueltas

@gildarevueltas

 

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