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FANTASMAS NO TAN EJEMPLARES

(I)

Alexis Uqbar

 

¿Qué es un fantasma?, preguntó Stephen.

Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable,

por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres.

James Joyce, Ulyses

 

 

Los precursores

“Había en Atenas una casa espaciosa y grande, pero tristemente célebre e insalubre. En el silencio de la noche se oía un ruido y, si prestabas atención, primero se escuchaba el estrépito de unas cadenas a lo lejos, y después ya muy cerca; a continuación aparecía una imagen: un anciano consumido por la flacura y la podredumbre, de larga barba y cabello erizado; grilletes en los pies y cadenas en las manos que agitaba y sacudía. A consecuencia de esto, los que habitaban la casa pasaban en vela tristes y terribles noches a causa del temor; la enfermedad sobrevenía al insomnio y, al aumentar el miedo, la muerte, pues, aun en el espacio que separaba una noche de otra, si bien la imagen desaparecía, quedaba su memoria impresa en los ojos, de manera que el temor se prolongaba aún más allá de aquello que lo causaba. Así pues, la casa quedó desierta y condenada a la soledad, dejada completamente a merced de aquel monstruo; no obstante, se había puesto en venta, por si alguien, no enterado de tamaña calamidad, quisiera comprarla o tomarla en alquiler.”

plinio el joven

Plinio el Joven

El fragmento anterior forma parte de una carta de Plinio el Joven redactada hacia el siglo I de nuestra era. Es considerado -ignoro si con justicia- el primer relato de fantasmas de la historia de la literatura. No obstante, existen algunos precursores; Bioy Casares, en el prólogo a la admirable Antología de la literatura fantástica, observa lo siguiente:

“Los aparecidos pueblan todas las literaturas: están en el Zendavesta, en la Biblia, en Homero, en Las Mil y una Noches. Tal vez los primeros especialistas en el género fueron los chinos. El admirable Sueño del Aposento Rojo y hasta novelas eróticas y realistas, como Kin P’ing Mei y Sui Hu Chuan, y hasta los libros de filosofía, son ricos en fantasmas y sueños”.

CMYK básico 

La carta de Plinio el Joven recoge y perfecciona todos los elementos intrínsecos del género fantasmal: una melancólica casa gris y espaciosa, sonidos inexplicables en el íngrimo ámbito de la noche, la lúgubre visión o aparición de un desgarbado espectro evanescente, etcétera. Plinio es, a fe mía, el primer escritor de cuentos de fantasmas del vastísimo y variado decurso de la literatura.

Los deudores de Plinio el Joven

Cuando hablamos del relato de fantasmas solemos incurrir -acaso ineludiblemente- en diversas tautologías: las piezas de Shakespeare, las ficciones de M. R. James, Sheridan Le Fanu, Horace Walpole o Algernon Blackwood, el famosísimo Cuento de Navidad de Dickens, los sueños de E. T. A. Hoffmann, las ambigüedades de Henry James, las atmósferas opresoras de Bierce. Si bien los nombres precitados pertenecen a indudables maestros del género, en los párrafos ulteriores no quiero sino aproximar al terrorífico lector a una serie de narraciones que son pródigas en fantasmas, pero que han sido escritas por plumas no tan conocidas en el ámbito de lo espectral. Me refiero a escritores como Dino Buzzati, Villiers de L’Isle Adam, Adolfo Bioy Casares o Rudyard Kipling. Estoy cabalmente seguro de que algunos de ustedes ya conocen estas composiciones. Si esto es así, tomen estas notas como un lacónico repaso. Si no, los envidio: tendrán la fortuna de leer estos cuentos por primera vez. 

Los fantasmas y sus cuentos

La tradición ha querido conferir al fantasma una condición de descarnado, una condición de espíritu errante que no encuentra sosiego y que vaga sobrenaturalmente en el contrastante y extraño mundo de los vivos. Esta definición es bastante conveniente a la literatura de terror, mas no a la otra, a la puramente fantástica, en la que la aparición del fantasma no está vista como fin, sino como medio. Esta otra clase de literatura abunda en fantasmas del intelecto, fantasmas engendrados por la voluntad del individuo: ideas que se ven trocadas en espectros. En algún lugar del terrorífico El Horla, Guy de Maupassant escribe: “Cuando permanecemos solos durante mucho tiempo, poblamos de fantasmas el vacío”. Los fantasmas también pueden ser imposiciones de la mente, proyecciones de nuestra conciencia. Este tipo de dialéctica está espoleada por el idealismo de Berkeley y por las nociones de Schopenhauer; los alemanes le acuñaron un término práctico a dicha ralea sobrenatural: el poltergeist. Las narraciones que gloso a continuación pretenden ejemplificar tales consideraciones:

Vera

Si no me equivoco, Auguste Villiers de L’Isle Adam es uno de los autores más notoriamente bizarros del siglo XIX. Su producción literaria es de índole desigual y siniestra. Uno de los pocos relatos en que insinúa su predilección por los seres sobrenaturales se titula “Vera” y es una historia que no desmerece nuestra atención. Resumida, la trama es la siguiente: Un hombre, el desventurado conde d’Athol, pierde, en el éxtasis del placer, a su mujer amada, Vera. Pronto, sus insomnios, su amor y su locura traerán del inframundo a la finada y hermosa doncella de ojos diáfanos. Su mente anhelará de tal modo los perfumes, los movimientos y las caricias de Vera que, de manera paulatina, se irán materializando:

Una presencia flotaba en el aire: una forma se esforzaba por manifestarse, por dibujarse en aquel espacio indefinible.

Tras varios meses en ese trance, el conde d’Athol por fin reconstruirá, rasgo por rasgo, a su querida y ansiada esposa:

Y allí, ante sus ojos, hecha de voluntad y recuerdo, apoyada sobre la almohada de encajes, su mano sosteniendo los largos cabellos negros, su boca deliciosamente abierta en una sonrisa de paradisíaca voluptuosidad, bella a morir, ¡al fin! la condesa Vera le miraba un poco adormecida aún.

¿Vera es realmente un fantasma o es la materialización de la voluntad del conde d’Athol? Hay magnífica ambigüedad en la respuesta. De ahí que considere a “Vera” como uno de mis relatos favoritos.

"Vera" por Neleuz

«Vera» por Neleuz 

El fantasma inexperto

Es sencillo atribuir al escritor y ensayista británico H. G. Wells el desarrollo y la proliferación de la ciencia ficción en la literatura. Menos sencillo es abarcar el inmenso conjunto de su obra. Muy a menudo, el Wells de las míticas novelas de imaginación científica nos hace olvidar -y aun ignorar- al Wells de los cuentos prodigiosos, al Wells que fue autor de algunas de las mejores historias fantásticas del siglo XIX y del XX. Filmer, El nuevo acelerador, El huevo de cristal, El país de los ciegos, La tienda mágica y El fantasma inexperto son, entre otros, relatos que configuran esta maravillosa lista. Intentaré reproducir, al menos brevemente, el argumento del último: Clayton, el personaje central de la narración, traba contacto con un neófito fantasma en los oscuros pasillos del Mermaid Club. Sin un ápice de temor, Clayton escucha impacientemente la trágica historia del fantasma. Éste, algo confundido, le relata los pormenores de su muerte y los acicates de su desdicha. Clayton le aconseja al joven fantasma que parta para el otro mundo, pero el melancólico espectro ha olvidado cómo hacerlo. Al rato, recuerda que precisa ejecutar una serie de pases (movimientos con los brazos y las manos) para ser enviado al último destino. Clayton, para infundirle ánimos, se apresta a repetir los pases con él hasta dar con la fórmula que lo proyecte al lugar que se encuentra más allá de las cosas. Al final, el fantasma consigue lo anhelado: se esfuma ante los ojos atónitos de Clayton:

Empezó muy rápido. Yo traté de seguir mirándole en el espejo para ver lo que había omitido. Sus brazos y manos giraban así y así, y entonces, de golpe, llegó al movimiento final -el cuerpo erguido y los brazos abiertos-, y así se quedó. Y después, ¡ya no estaba! ¡No estaba! ¡Desapareció! Giré sobre mis talones, desde el espejo hacia el lugar donde él se encontraba. ¡No había nada! Estaba solo entre velas llameantes y un espíritu fluctuante.

En este punto, comienza la parte interesante del relato. Clayton, que ha estado refiriendo la historia del fantasma a sus escépticos amigos, se ofrece a reproducir los pases para corroborar la verosimilitud de sus palabras:

Desapareceré. Ejecutaré hasta el último de estos pases y, cuando el último silbido cruce el aire… ¡allez hop! Esta alfombra estará vacía, la habitación rebosará de profundo asombro y un caballero respetablemente vestido, de noventa y cinco kilos de peso, se precipitará en el mundo de las sombras. Estoy tan seguro como vosotros lo estaréis.

Toca al lector desentrañar el desenlace.

TheStoryOfTheInexperiencedGhost565

La capa

Si algo le falta al maravilloso y genial autor italiano Dino Buzzati, son lectores. Su singular obra cifra todas las perplejidades del hombre: el tiempo, el espacio, el amor, los sueños, Dios… Sus cuentos son ricos en epifanías, situaciones del absurdo, criaturas fantásticas, ovnis. Bástenos recordar que Buzzati escribió, bajo la potestad de Kafka, una de las más grandes obras maestras del siglo XX: El desierto de los tártaros (mi novela favorita) y una de las piezas más originales de ciencia ficción de todos los tiempos: El gran retrato (mi narración científica favorita). En el terreno de lo sobrenatural, le figuran narraciones como El asalto al gran convoy o La capa. Este último me interesa en particular porque no involucra a un fantasma propiamente dicho. El argumento es el siguiente: Tras una larga y aparentemente interminable estadía en el ejército, Giovanni vuelve a casa con su madre y sus hermanitos, a los que apenas reconoce. Exultante, la madre de Giovanni colma de elogios y de abrazos al recobrado hijo, pero algo en el aspecto de Giovanni -una capa que él niega a sustraerse- no deja de infundirle un ligero sentimiento de tristeza, de inefable melancolía:

–Pero quítate la capa, criatura –dijo la madre, y lo miraba como un prodigio, hasta el punto de sentirse amedrentada; qué alto, qué guapo, qué apuesto se había vuelto (si bien un poco en exceso pálido)–. Quítate la capa, tráela acá, ¿no notas el calor?

   Él hizo un brusco movimiento de defensa, instintivo, apretando contra sí la capa, quizá por temor a que se la arrebataran.

En el transcurso de la conversación, la madre de Giovanni descubre que su hijo no viene solo, que viene acompañado de un extraño y paciente hombre que ha dejado esperando más allá de la verja del jardín, en medio del campo:

Se llegó a la ventana y más allá del huerto, más allá del cancel de madera, alcanzó a ver en el camino a una persona que caminaba arriba y abajo con lentitud; estaba embozada por entero y daba sensación de negro. Nació entonces en su ánimo, incomprensible, en medio de los torbellinos de la inmensa alegría, una pena misteriosa y aguda.

Al final, la madre de Giovanni tiene que resignarse a la nueva partida de su hijo. En medio de las efusivas despedidas, los hermanitos y la madre de Giovanni desenmascaran el horror: la capa de Giovanni se despliega momentáneamente de un costado dejando al descubierto una profunda herida de la que mana fatídica sangre. Giovanni está muerto y el hombre que lo espera al otro lado del camino es…

Entonces la madre por fin comprendió; un vacío inmenso que nunca los siglos habrían bastado a colmar se abrió en su corazón. Comprendió la historia de la capa, la tristeza del hijo y sobre todo quién era el misterioso individuo que paseaba arriba y abajo por el camino esperando, quién era aquel siniestro personaje tan paciente.

Giovanni es, verosímilmente, un fantasma desdichado que aún no ha logrado abandonar su deplorable condición corpórea. Si no me engaño, “La capa” es una de las narraciones cortas más perfectas de Dino Buzzati.

lacapa

Continuará…

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alexisAlexis Uqbar

Monstrorum artifex. (Se alquila para soñar.)

plandeevasion.wordpress.com

@alexis_uqbar