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INVENCIONES DEL MAL:

EL DIABLO 

 

                                                                                                        Laura Martínez Abarca

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«The devil», carta XV del tarot Rider Waite

El diablo ya no asusta a nadie. No obstante, hubo en tiempo en que los hombres le temían y emprendieron una lucha encarnizada contra ese poder maligno, causante de los sufrimientos del hombre. Así, la iglesia, como máxima representante de Dios en la tierra, en su perenne lucha contra el Príncipe de las Tinieblas, sentó las bases del exterminio en contra de todo aquel que entrara en relación con el diablo por medio de la hechicería. Con la publicación del Malleus Maleficarum, uno de los libros más perniciosos para la humanidad, escrito por dos monjes dominicos, Kramer y Sprenger, en 1487, se fijaría uno de los episodios más oscuros de la iglesia: la tortura, el sufrimiento y la muerte de miles de personas acusadas de brujería. Gracias a él se mató a cien mil víctimas.

Pues la hechicería –dicen los autores– constituye la más alta traición contra la majestad de Dios. Por eso los acusados han de ser sometidos a tortura a fin de que confiesen. Cualquier persona que se halle acusada de tal delito, puede ser sometida a tortura. Y al que se hallase culpable, aunque confiese su crimen, sométasele a tortura, haciéndole padecer todas las torturas prescritas por la ley (Kramer & Sprenger, 2005 (1487)).

(En tan sólo 5 líneas encontramos la palabra tortura 4 veces)

Aunque actualmente la justificada destrucción del otro nos pudiera parecer una aberración, la caza de brujas constituye el testimonio de una sociedad dominada por el miedo. Un miedo fincado en lo extraño, en lo indeseable, en lo inadmisible. Las supuestas brujas, portadoras de esa fuerza maligna capaz de destruir la exigua armonía a la que podía aspirar la plebe ante el derroche de papas y príncipes, se convirtieron, muy convenientemente para estos últimos, en las culpables de los infortunios que afligían a las comunas aldeanas. El diablo estaba más vivo que nunca en la mente de aquellos hombres y mujeres aquejados por la ignorancia y la miseria, quienes creían que la sola invocación de demonios era capaz de causar tormentas, enfermedades, e incluso del aumento de impuestos.

En un mundo donde la ley, la teología y la superstición del pueblo se hallaban conformes en considerar a las brujas como responsables de esos extraños acontecimientos, que de cuando en cuando se producían, las ocasiones para estar al acecho y las oportunidades para la delación y la persecución eran incontables. En la culminación de la caza de hechiceros en el siglo XVI, la vida social de algunas comarcas de Alemania debió de haber sido muy semejante a la vida social bajo la bota de los nazis o a la de una región cualquiera recientemente sujeta a la dominación comunista. Sometido a tortura, o por un excesivo sentido del deber, o por un impulso histérico, un hombre denunciaba a su propia esposa, una mujer a sus mejores amigas, un muchacho a sus padres (Huxley, 1972).

Sin dejar de lado la pregunta de qué es lo que pasa cuando el verdadero terror lo infringe quien supuestamente está para dar esperanza a los hijos de Dios y no para aniquilarlos, la personificación del Diablo nos permite reflexionar sobre la inquietud que despierta la idea del mal como parte esencial de la experiencia humana, motivo por el cual se hace necesario desentrañar el origen de esta imagen perturbadora en los primeros siglos del cristianismo.

Satanás sentado en el trono, Maurice Garzon. La vie execrable de GB, Sorciere 1926

«Satanás sentado en el trono» de Maurice Garçon, 1926

Han transcurrido casi dos milenios desde que los primeros Padres de la Iglesia, quienes fundaron las bases de la fe cristiana, más preocupados por aclarar la esencia del Diablo que por materializarlo, intentaron dar respuesta al origen del mal, al porqué Dios en su omnipotencia le había dado a los hombres la libertad de desobedecer. El primer libro de la saga bíblica, el Génesis, nos remonta a la época en que Adán y Eva vivían en compañía de Dios en el Jardín del Edén. Dios les había dicho que de todos los árboles podían comer, excepto de uno, porque de hacerlo morirían. Un día la astuta serpiente incitó a Eva a comer el fruto de ese árbol “que les abriría los ojos; y entonces serían como dioses y conocerían lo que es bueno y lo que no lo es” (Gén. 3:4). En un mundo perfecto, en el que la posibilidad de transgredir la palabra creadora existe, se atisba el primer destello de una voluntad ajena a la del Creador. No obstante, el atrevimiento acarreó la enemistad con el Altísimo y a los padres de la humanidad les es arrebatada la inmortalidad, y son destinados por el resto de sus días a reproducirse con dolor y a ganar el pan de cada día con el sudor de su frente.

Aunque en el Antiguo Testamento la astuta serpiente en castigo fue privada de su imagen primigenia y condenada a arrastrarse sobre su vientre, jamás se menciona que fuera emisaria de Satanás. Si bien en el libro del Apocalipsis aparece implicada manifiestamente como un agente del mal, no es hasta que los primeros Padres (Ireneo) establecen el vínculo entre la serpiente y el Maligno, al considerar a ésta el instrumento que utilizó Satanás para inmiscuirse en el Paraíso y tentar a Eva, simbolizando “la complicidad en el pecado entre los seres humanos y el diablo”.

tentación y caída de Eva William Blake

«Tentación y caída de Eva», ilustración de William Blake para el «Paraíso perdido» de John Milton

Otra de las narraciones que presenta la situación del mal es la del ángel caído, ubicada tradicionalmente por la Patrística antes del pecado original. Aunque esta historia no está contenida en el Antiguo Testamento, su creación constituye “un esfuerzo filosófico por reconciliar la existencia de Dios con la del mal” (Burton Russell, 1996), ya que después de que el Dios se hizo carne, a los teólogos les pareció inaceptable que el mismo dios que les daría la gracia de la dicha eterna fuera el mismo que permitiera el mal en el hombre. Para este entonces los libros que conformarían el Nuevo Testamento –proceso que culminaría a finales del siglo IV– ya admitían a Satán como enemigo de Jesucristo.

Con el objetivo de demarcar las fronteras que constituirían la base del cristianismo, evitando el riesgo de caer en la tendencia herética del dualismo, los teólogos llegaron a la conclusión de que Dios había creado a los hombres con un completo libre albedrío y si no “estaban forzados a obedecerlo, tampoco podían ser obligados a pecar” (Burton Russell, 1996). En este sentido, aunque todas las cosas provienen de Dios, el mal es parte de la creación porque un mundo sin éste “sería incapaz de un bien verdadero y por lo tanto no tendría sentido” (Burton Russell, 1996). Así, la idea del Diablo fue aceptada como un mal necesario, aunque de naturaleza opuesta a la del Dios bondadoso. Aquí es de capital importancia señalar que en los primeros siglos del cristianismo los teólogos consideraban al diablo de sustancia inmaterial, ya que su preocupación fundamental era dar coherencia a su existencia a partir de las escrituras.

Con la tradición de la vida eremítica, los monjes se retiraban al desierto con el objeto de eludir las tentaciones de la vida material, lo cual se entendía tanto como una búsqueda de Dios como un desafío a Satanás. La obra más influyente del monasticismo es Vida de San Antonio, escrita por Atanasio; ahí se narran los diversos asaltos sufridos por el santo, en los que el Diablo se le aparece como centauro, mujer, niño negro y como una legión de monstruos convertidos en lobos, escorpiones, serpientes, leones.

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«La tentación de San Antonio» de Martin Schongauer, 1475

El poder que tenía el Diablo de adoptar innumerables apariencias resulta indiscutible en una época en la que el cristianismo lucha por erigirse como la religión verdadera, de tal modo que en la imagen del Diablo se asimilan aspectos que provienen de los antiguos cultos paganos, enraizados en el imaginario colectivo. Una de las herencias más claras es la del Diablo como macho cabrío o con elementos de éste en su representación antropomorfa: cara de chivo, pezuñas en vez de pies, cuernos en la testa, enorme falo, cola, rasgos asociados a Pan, dios de la fertilidad y la sexualidad frenética, características rechazadas por el cristianismo.

mosaico del dios Pan-palazzo-massimo- (periodo Antonino 138-192 d.C)

«Rostro del dios Pan», 138- 192 d.C. Mosaico del palazzo Massimo, Roma

Otro de los aspectos que han acompañado en su evolución al Príncipe de las Tinieblas, son las alas, “viejo símbolo de poder divino que se encuentra en muchas deidades mesopotámicas” (Burton Russell, 1995), y representa el poder que tiene sobre el aire.

Lucifer CORNELLIUS GALLE

«Lucifer» de Cornelis Galle, 1591-1612

Así, con las formas adquiridas de la teología, el folklor y libro del Apocalipsis, en el 447 el Concilio de Toledo “describe al diablo como una gran aparición negra y monstruosa, con cuernos en la cabeza, pezuñas, orejas de asno, garras, ojos feroces, dientes rechinantes, gran falo y olor sulfuroso” (Burton Russell, 1996). No obstante, resulta difícil encontrar representaciones visuales  de éste en los primeros seis siglos del cristianismo. Quizá la imagen más antigua en la que aparece data del 520, en un mosaico en el que Cristo separa las ovejas de las cabras. Y sólo hasta el siglo IX comienzan a proliferar las representaciones pictóricas del Maligno.

Cristo separando las ovejas de las cabras

«Cristo separa a las ovejas de las cabras»

A partir de este momento el Diablo será una presencia palpable, tangible, experimentando formidables metamorfosis que tendrán su esplendor en la imaginería medieval, situándolo como el máximo tentador y a su vez como el máximo castigador.

DIABLO_LOTERIA Emmanuel Hernández

«El Diablo» de la lotería de Emmanuel Hernández

FUENTES:

*Burton Russell, J., El diablo. Percepciones del mal desde la Antigüedad hasta el cristianismo primitivo, Barcelona, Editorial Laertes, 1995.

*— El príncipe de las tinieblas, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1996.

*Huxley, Aldous, Los demonios de Loudun, Barcelona, Editorial Planeta, 1972.

*Kramer & Sprenger, Malleus maleficarum. El martillo de los brujos, Barcelona, Círculo latino, 2005.

*Curso: El diablo (la biografía no autorizada) impartido por Omar Delgado, 2013.

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lauraLAURA MARTÍNEZ ABARCA

Aunque todo parece incierto los hábitos se cumplen rigurosamente, sin pensarlo, miro mi mano derecha con una taza de café negro ¿de dónde salió? Pero qué sucederá, nadie lo sabe. Lo más probable es que veamos transcurrir la vida en espera de un vuelco que nos revire, como esos insectos tumbados sobre sí mismos haciéndose los muertos, aferrados a la vida.

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