Seleccionar página

LAS SOMBRAS, EL PODER Y LA DAMA DE LA OSCURIDAD

I

 

Aglaia Berlutti

 

El periodista, crítico y escritor británico del romanticismo Thomas De Quincey insistió en más de una oportunidad que Ann Radcliffe era una bruja. Lo dijo no con la intención de censurar su comportamiento, libertad intelectual o moral, sino por el hecho concreto que le temía. Y lo admitía sin tapujos. “Hay algo inquietante, temible y siniestro en una mujer capaz de soñar con la oscuridad”, escribió en una carta a Radcliffe en la que trataba de consolarle por los constantes ataques que recibía por sus historias.

Por entonces, la escritora no era en especial conocida. Aun así, tenía la suficiente personalidad para competir con el gótico literario temprano con figuras mucho más prominentes como William Bedford y Thomas Chatterton. Pero en realidad había algo más en Radcliffe que desconcertaba a De Quincey: su cualidad para hacer “real” el miedo. “Puedo pensar en una de tus obras día tras día, todos los días y siempre encontrar una puerta cerrada que me lleve a un lugar tenebroso en mi mente”, declaró con una sinceridad desconcertante. “Hay magia en lo que escribes. De la oscura, de bosques impenetrables, de espectros anónimos”.

Ann Radcliffe

Claro está, para Radcliffe la admisión que su obra podía causar miedo debió ser un halago inesperado. Sobre todo después que buena parte de los críticos de Londres la consideraran una figura menor, una que imitaba los grandes clásicos sin aportar demasiado al relato general sobre el gótico como expresión de la belleza tétrica. Eso, a pesar de ser una autora prolífica, una voz respetada en los círculos académicos y que entre 1790 y 1797 escribió varias de las obras insignes de la literatura inglesa. Pero Ann no sólo escribía: también creaba una concepción prolífica y prodigiosa sobre la cualidad de escribir para instrumentar una nueva forma de narración.

Desde la asombrosa A Sicilian Romance (la obra que llevó a varios escritores de Londres a discutir sobre su capacidad en contraposición a su cualidad femenina), The Romance of the Forest (1791), Los misterios de Udolfo (1794) y la poderosa The Italian (1796), Radcliffe encontró una forma de contar historias que se sostenían sobre una visión elemental: la condición oscura del ser humano. Ninguno de sus personajes era especialmente amable, aunque gran parte de ellos aspiraban a la redención. Esa dualidad creó una percepción sobre el temor, la belleza y lo espiritual que reflexionó sobre la condición del ser en una época en que aún se discutía la capacidad intelectual de la mujer. Radcliffe imaginó no sólo parajes misteriosos, sino que también reconstruyó el lenguaje para definir un espacio y un tiempo novedoso que le permitió profundizar acerca de lo enigmático. Sin hijos, con un esposo que le animaba a escribir, la necesidad creativa de la autora tenía mucho del impulso moderno de la escritura como oficio. Y más allá de eso, de un recorrido en constante expansión a través de ideas complejas sobre la naturaleza.

En especial, luego del éxito de The Romance of the Forest, Radcliffe logró reconstruir su percepción sobre el contexto, el espacio cultural y lo histórico como parte de los rudimentos de lo que deseaba narrar. De pronto, sus obras eran poderosos  y gigantescos   mecanismos que se interconectaban entre sí para analizar y cuestionar la concepción acerca de la realidad. Un esfuerzo semejante hizo que sus obras se convirtieran en reflexiones sobre la literatura como espacio elemental y que se enlazaran con la percepción de la escritura como un acto de liberación total. Radcliffe, quien escribía para causar miedo y lo lograba, era también una autora capaz de concentrar su intención por la evolución del tiempo y la forma en sus historias, antes de sostener algo más suntuoso.

Cada uno de sus libros (que se dividían en volúmenes y siempre se estratificaban en varias historias a la vez) era un colosal recorrido a través de su época, de la Londres que admiraba y de la Inglaterra que reconocía como un lugar que le llevaba esfuerzos entender más allá de sus límites más reconocibles. Tal vez por eso se insiste en que Radcliffe escribía para viajar y no sólo a través de tierras desconocidas, sino también de mentes y espíritus  (que para ella eran la misma cosa )  que podía sostener como una elucubración primordial sobre el hombre y su entorno.

Además, Radcliffe era una mujer difícil de definir, al menos en los parámetros de una época en que lo femenino estaba supeditado a una idea que dependía sobre lo masculino. Fue una de las primeras autoras en batallar contra la naturaleza restrictiva de la literatura y también fue capaz de crear una mitología amplia que pudiera ser imitada y reconstruida por otros tantos a su alrededor. Jane Austen  — que parodió Los misterios de Udolfo de Radcliffe en su obra La abadía de Northanger—  insistió en que la escritura le había permitido analizar la escritura como un hecho, más que una afición. “Dejó de parecerme un hecho fortuito y asumí la ambición como algo bueno”, escribió Jane a uno de sus hermanos, en una indudable muestra de admiración y sinceridad.

Después de todo, para Austen la escritura había comenzado como una travesura, por lo que el compromiso, la envergadura de la obra de Radcliffe y el poder de sus historias debió sorprenderla. “No espero ser como ella, como nadie espera ser como Dios. Sólo espero aprender de ella, como otros tantos desean aspirar a la beatitud”, comentó Austen a su editor, luego de explicar el motivo y la intención de La abadía de Northanger.

Ann Radcliffe

Por supuesto, la ficción gótica basada en el trabajo de Radcliffe era algo que formaba parte de la noción sobre la escritura de su época. Después de todo, la escritora luchó y se esforzó no sólo para hacerse un nombre, sino para analizar su condición como autora por derecho propio. Mientras un grupo de críticos consideraban sus obras como rarezas en medio de conflictos sobre la narrativa y la estética, otros tantos analizaban el hecho que por primera vez en la historia literaria del país la mujer era el centro de lo narrativo. Y lo era, tanto como para elucubrar y profundizar sobre la idea sobre la mujer como protagonista, más allá de su cualidad simbólica. Radcliffe escribió sobre mujeres en situaciones que atormentaban a las mujeres de su época.

Pero además de eso, la escritora deconstruyó a las habituales doncellas en peligro, virginales damas en desgracia y las aterrorizadas adolescentes frágiles que huían de monstruos y villanos, para crear criaturas tridimensionales que podían enfrentar y doblegar el peligro. Hay una condición imperfecta y funesta en la forma en que Radcliffe condensó todos los códigos del gótico para analizar algo más amplio y para recorrer espacios intimidantes de la oscuridad de la violencia y el miedo. Entabló un dialogo entre ideas que, por entonces, parecían irreconciliables. La mujer como centro motor de lo narrativo, a la vez de un recorrido esencial a través de la naturaleza de la oscuridad de los hombres. Entre ambas cosas, la obra de Radcliffe creó algo más que una narración amplia sobre la literatura como vehículo del miedo. También creó monstruos novedosos que sorprendieron por su cualidad para emocionar y desconcertar. Todo un tránsito brillante a través de regiones lóbregas de la imaginación.

Concluirá…

****

Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.

Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.

@Aglaia_Berlutti

TheAglaiaWorld 

 

¡LLÉVATELO!

Sólo no lucres con él y no olvides citar al autor y a la revista.