PENUMBRIA Y EL SADISMO
II
Emiliano González
Cada obra literaria se basa en otra anterior y prefigura una obra posterior. Todo es un sueño de opio para Rudisbroeck en Penumbria, la ciudad del otoño perpetuo, y estar en ella provoca la impresión de vivir dentro de un cuadro, en mi cuento “Rudisbroeck o los autómatas”. Joan D. Vinge se refiere a la ciudad del invierno perpetuo, en que hay una sibila, Moon, movida con magia y tecnología, en la novela La reina de las nieves. Marie-Thérèse de Brosses se refiere a la ciudad del verano perpetuo, habitada por mujeres diminutas, en la novela Asunrath. Y Luciano de Samosata se refiere a la ciudad de la primavera perpetua, habitada por seres que no envejecen, en Historia verdadera. Pedro Castera se refiere a “ese colorido inimitable que tiene la carne en este clima ardiente en que la primavera es eterna”, en los pintores renacentistas, y cuando describe a una belleza tropical, “carne sin alma” a la que el científico narrador quiere animar, en la novela Querens (1890). Yo no conocía ninguno de estos libros cuando escribí mi cuento, ni había leído La Eva futura, en que Villiers de l’Isle Adam se refiere a una daga eléctrica al comparar a la andreida Hadali con la bella durmiente. Yo conocía sólo el argumento de la novela de Villiers, pero no ese detalle en particular. No había leído Imagen letal (1958), novela del autor inglés Edmund Cooper, en que hay una ciudad de autómatas y en ella la tienda de juguetes de Mefistófeles, anticipada por la tienda de antigüedades de Mefisto, presente también en cierto poema de Gutiérrez Cruz. No conocía yo Andreida: El tercer sexo (1938) de la mexicana Ana Mairena (Asunción Izquierdo Albiñana), ni tampoco a las andreidas de oro que ayudan a caminar a Hefesto, dios del fuego en la Ilíada. Hefesto después se vuelve Mefisto, dios del infierno.
No conocía tampoco el libro de Robert Bloch Felices sueños (1960), con el cuento “Bella durmiente”, en que el cliente copula con una prostituta pelirroja, entre espejos que reflejan a otras pelirrojas, y al día siguiente ve que le falta su cartera. Cuando vuelve por ella se encuentra con un esqueleto en un lugar ruinoso… ¡y recupera su cartera! El poema de Baudelaire, “La metamorfosis del vampiro”, influye sobre Bloch, que a su vez influye sobre Marie-Thérèse de Brosses, en cuya novela Asunrath están los reflejos de las prostitutas con caras de calavera, en un manto hecho de espejo. En el cuento de Bloch, el cliente, impregnado de ajenjo, se mueve “como un autómata”.
Estas lecturas prueban la naturaleza intuitiva de mi cuento. En Querens dice Castera: “¡Son ojos, pero ojos de cristal! ¡Pupilas animadas por falso y fingido brillo! ¡Se mueven, pero como se movería un autómata!” Y añade que es necesario “hacerla pensar, sentir, moverse, anhelar, querer; pero no como una máquina”. En mi cuento, el constructor de autómatas Rudisbroeck trata de hacer que sus autómatas piensen (empezando por el narrador), en un mundo en que todos los humanos han desaparecido menos él.
El de Rudisbroeck es un mundo subterráneo, como lo indica el ceñudo Caronte al principio del cuento. Glinda es la Perséfona de ese mundo. En mi cuento hay ecos de la hora del té de Alicia de Carroll, de la ciudad esmeralda de Oz de Baum y ––como ya he dicho–– del argumento de La Eva futura de Villiers. Pero todas las otras lecturas son posteriores, y son de libros publicados antes de “Rudisbroeck”, con la excepción de la novela de Vinge. Esto quiere decir que sus autores ––y autoras–– han tenido afinidades conmigo y han pasado por el mismo fenómeno intuitivo. Estas lecturas demuestran que hay arquetipos particulares, no sólo arquetipos generales (como Dios o el Diablo). También son indicios de un movimiento literario que podemos llamar “porvenirismo” gracias a Gómez de la Serna y Guillermo de Torre, que usaron la palabra para indicar una actitud pacífica ante el mañana, contraria a la actitud bélica de los futuristas.
Después de “Rudisbroeck” han aparecido libros de ciencia-ficción en que hay afinidades con mi cuento: Accesorios infernales (1987) de K. W. Jeter en que el río Támesis es de aguas heladas, así como el río Tang de mi cuento es de aguas hirvientes, y El museo Barnum (1990) de Steven Hillhauser, con título inspirado por mi cuento “El museo”, en que hay un museo de Barnum y sus discípulos. Este museo es tan imaginario como el diario de Barnum al que aludo en “Rudisbroeck”. Después de releer mi cuento “Los viejos compañeros”, en que aparece una diosa africana del fuego, diosa que lo devora todo, inventada por mí, tuve acceso a la novela de Castera, en que Goethe “define la Naturaleza como un monstruo que se agita devorándolo todo”. Asimismo releí, antes de leer a Castera, mi cuento “¿Quién dem…?”, escrito en 1969, después de “Los viejos compañeros”. En “¿Quién dem…?” hay un epígrafe de Machen en que una idiota es mencionada, y en su novela Castera hace parecer a una idiota que el científico quiere volver inteligente. Esto me recuerda la vez en que yo escribía sobre Belinda y el cabello en la poesía de Alexander Pope y, de pronto, bajé al comedor, saqué del librero un libro al azar y lo abrí en un poema sobre Belinda y el cabello, poema de Marcial, y también me recuerda la vez en que abrí un libro sobre el hombre-lobo, encendí la TV y apareció el hombre-lobo (final de un viejo filme), premoniciones inmediatas, no espaciadas como cuando escribí sobre Carolina creyendo ver “un zepelín furtivo entre nubes anaranjadas” y años después, en el libro de Goethe sobre los colores, hallé una descripción de aerostatos muy parecida.
Mefisto en una tienda es un arquetipo particular, ya que Goethe no lo describe así en Fausto. La tienda, por lo visto, es sobre todo de antigüedades, pero puede ser también de juguetes, como lo demuestra la novela de Cooper.
En el cuento del belga Thomas Owen, “La rata Kavar”, incluido en el libro del mismo título, un relojero elabora una muñeca-alcancía que sería también caja musical… si él lograra llenarla. Pero eso su hijo siempre se lo impide, pues le roba. En la época de la escritura de “Rudisbroeck”, adquirí el libro de Owen, pero no lo leí. En 2011, al fin, llegué a leerlo. El personaje relojero se ve anticipado por mi cuento, así como la muñeca y la relación del hijo con el padre. Sin embargo, en mi cuento es distinta esa relación, ya que no es cruel. Un cuento mío, inmediatamente anterior a “Rudisbroeck”, titulado “La cita”, tiene un narrador imaginario que en un sueño se siente como una rata amenazada por los gatos. En el cuento de Owen hay parecido entre el relojero y la rata y entre el hijo y el gato, y el vientre de la muñeca sangra, lo cual se ve anticipado por mi poema “Ceremonia”, en que una muñeca “sangra rocío”. En el cuento de Owen, la música surge de la sangre.
Después de leer “La rata Kavar” leí “Bella de vida”, del mismo autor, cuento en que una joven misteriosa le salva la vida al narrador, una vez en la infancia y otra en la juventud, y él espera que se le aparezca antes de la muerte. En mi cuento “El hombre embozado”, un hombre aparece tres veces en la vida de la narradora, primero asustándola en la infancia, luego salvándola en la juventud y finalmente siendo su verdugo en la vejez. En mi cuento hay influencia inconsciente de Carroll, pues el hombre embozado es primero sorpresivo y luego siniestro, como el conejo de Alicia. En el cuento de Owen, la joven que salva al narrador es reconocible por una cicatriz y por una sortija. En el mío, el hombre es reconocible por estar embozado. En el cuento de Owen, la joven salva al narrador de una caída y en el mío el hombre salva a la narradora de una caída. En el cuento de Owen, la joven ha sido conocida por el padre del narrador (como lo atestigua una foto dentro de una caja musical, caja que nos recuerda la muñeca-alcancía del cuento anterior).
En el cuento “Retrato de un desconocido”, Owen describe al profesor Sardou, un filólogo convertido en brujo, que muere penetrado por el cuerno de un unicornio. En esto Owen muestra la influencia de Crowley, y más específicamente de la Bestia, que en “Himno a Pan” dice que ha nacido para morir “en el cuerno del unicornio”. De nuevo hay relación con mi libro Los sueños de la bella durmiente, en que es citado Crowley (interpretando el papel de George Archibald Bishop), y en que son mencionados un unicornio empotrado en la pared y un libro imaginado por Beardsley, una “plaquette” para la domesticadora del unicornio. En el cuento de Owen, el brujo ha guardado los secretos terribles de “Belial, Bestia, demonio de la pederastia, venerado en Sodoma”.
En el cuento “La noche en el castillo”, un capitán hace el amor con una baronesa que se convierte en un esqueleto. Una variación de este tema es otro cuento, “¿Amanda, por qué?”, en que la joven lectora que ha hecho el amor con un autor de literatura fantástica es en realidad una muerta. Una variación de este cuento es “La reja”, en que una joven, Anne, conocida por el narrador, es en realidad una vampiresa, pues su cadáver es hallado intacto varios años después de su muerte. El rostro “color pergamino” del tío de Anne me hace recordar mi cuento “Beata Beatrix”, en que la piel de Elizabeth adopta “una rigidez de pergamino”. De hecho, mi cuento es premonición de mi lectura de este otro cuento, pues me refiero a un pájaro que sale del ataúd, y Owen alude a un pájaro que se posa sobre una rama cuando la cabeza de la joven vampiresa, en el ataúd, es cortada por su tío. El pájaro persigue al narrador hasta el final del cuento. El cadáver de Elizabeth, en mi cuento, se descompone rápidamente, y lo mismo ocurre en el cuento de Owen. Este cuento se ve seguido de otro, titulado “El samaritano extraviado”, sobre un pequeño pájaro, perseguido por un gavilán, y un joven herido y muerto. Este último es colocado dentro del cofre del coche, que al ser abierto muestra al pequeño pájaro muerto, con una sortija que tiene los mismos números que el joven tenía en un brazalete. Al convertirse en pájaro, el joven ha sido víctima de un gavilán, cuyos picotazos han sido como golpes de piolet o de martillo puntiagudo. La mención del piolet me recuerda el piolet de Anna, la mujer decapitada de mi cuento “El hombre embozado”. Curiosamente, la joven vampiresa decapitada de Owen se llama Anne.
“El espejo” es sobre una muerta que habita un espejo… “¿trágico o mágico?”, se pregunta Owen. Y vemos que después de ser mágico el espejo se vuelve trágico, pues la muerta que lo habita se siente sola en el más allá, quiere que su amante la acompañe, se desnuda para atraerlo y logra matarlo, haciéndolo caer desde un lugar alto. El espejo, que es al principio “agua sombría y misteriosa”, se vuelve después fatal, y recordamos “El amigo de los espejos”, cuento de Rodenbach en que el protagonista, enloquecido por las mujeres que ve en los espejos, trata de alcanzarlas y se rompe la cabeza contra un espejo. Un cuento, “El espejo de las alucinaciones”, de Daniel Mallinus (también belga) tiene un argumento similar. Un argumento de un cuento de mi personaje Garret, “El gabinete de los espejos”, es premonición de mi lectura de “El reloj”, un cuento de la autora inglesa Patricia Squires, en que un hombre predice que la vida de su mujer se detendrá cuando se detenga el péndulo de un reloj, y la predicción resulta cierta. El argumento de Garret gira alrededor de péndulos de relojes que se detienen cuando se detiene la vida de un anciano, mas de pronto funcionan de nuevo. El cuento de Squires está en El fantasma en el espejo, un libro de la biblioteca Marabout, de la misma colección de los autores belgas que he mencionado. El libro en su edición inglesa es de 1972.
Continuará…
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Imagen de cabecera: Fragmento de la portada de Fiendish Schemes de K. W. Jeter.
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Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).









