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PENUMBRIA Y EL SADISMO

III

Emiliano González

Primera parte

Segunda parte

 

Escenas de unos libros prefiguran las de otros: el bonetero loco y el juicio absurdo de La bella virgen de Perth (1831) de Sir Walter Scott prefiguran Alicia en el país de las maravillas (1865) de Carroll, con la hora del té y el juicio absurdo. La liebre de marzo sumergiendo el reloj en el té ya anuncia la evocación proustiana y el bizcocho en el té. El narrador que quiere darle un alma a la mujer, en la novela de Castera, ya anuncia El donador de almas (1899) de Nervo.

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El poema en prosa del modernista colombiano Isaías Gamboa, sobre una colegiala que quiere que su novio la obedezca como un autómata, la novela de Albiñana sobre la andreida y las colegialas ya prefiguran “Rudisbroeck” y las colegialas compañeras de Glinda, que a su vez prefiguran el final de la novela de ciencia-ficción ¿Dónde está mi Habana? (1985) de F. Mond. Las ciudades de autómatas de Cooper y Jeter son dos Londres futuros y Penumbria se llamaba, en la primera versión de “Rudisbroeck”, Sweendlenboom, transformación de “Swinging London”. Cosas íntimas dichas por mi amiga Carla Hagen reaparecen en la novela de Alice Hoffmann sobre un hombre lobo: Doble naturaleza (1994). Una de esas cosas es la alusión a un hombre que tenía celos hasta de la ropa interior de su mujer.

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En la novela El síndrome de Ambras (2008), de la española Pilar Pedraza, la mirada azul, el eterno crepúsculo, la hipertricosis y la licantropía nos recuerdan “Rudisbroeck”. En la novela Rosa invernal (1996) de Patricia McKillip, la flor del título y el apotecario nos recuerdan el cuadro “El jardín que florecía en invierno” de mi cuento “La última sorpresa del apotecario”. El crimen y el apotecario de McKillip nos llevan a un cuento de Carlos Barrera, a un poema de Oliver Wendell Holmes (en que hay un mono de un organillero, como en mi cuento) y al poema de M. G. Lewis “Giles Jollup el Grave y la Morena Sally Green”. El crimen y el apotecario forman un arquetipo particular.

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Ante “Rudisbroeck” viene a la memoria Banú, novela colectiva de la secundaria, escrita por Eugenio Toussaint, Pablo Barahona, Uri Schweber y yo. En Banú (1968) hay premoniciones de lecturas de las novelas La isla de Hélice (1895) de Verne y de Glinda de Oz (1914) de Baum, último volumen de la serie sobre Oz, en que podemos ver la influencia de la novela de Verne, pues la maquinaria para subir y bajar la isla nos recuerda la isla movida por hélices que tiene un final similar al de la Atlántida. En Banú aparece Crisrager, navegante obsesionado por la Atlántida, que sueña con la isla Banú, del Océano Índico, y la descubre. R. Ellis en su libro sobre la Atlántida menciona la ciudad griega de Hélice, cercana al mar, hundida en 373 a. C.

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En La isla de Hélice de Verne aparece un grupo musical que se anuncia con letras eléctricas e interpreta a Beethoven. En nuestra novela Banú (precursora de El submarino amarillo de los Beatles) el grupo musical que nosotros formábamos (The Shutney Co., antes The Xenons) navegaba en el barco de Crisrager hasta llegar a Banú. Nuestra novela era un ejemplo de texto libre de Freinet, y años después me enteré de que otra escuela Freinet (de Lausanne) tenía una especie de Banú sobre Opuntia, otro planeta, con su lenguaje imaginario, similar al de nuestra novela, y también aparecida en 1968. En la nota para un poema, George Eliot dice que “opuntia” es un nopal que, como otras cactáceas, ha sido llevado a Europa desde América. Célestin Freinet, admirador de George Sand (la inventora del submarino luego desarrollado por Verne) es otra influencia sobre Banú. En Glinda de Oz, novela anti-bélica, hay una máquina para abrir puertas de habitaciones con submarinos, y Bacon en La nueva Atlántida (1627) nos presenta el primer submarino de la utopía. En mi obra sobre Penumbria, ciudad imaginaria, hay recuerdos inconscientes de Banú. Algunos personajes míos son transformaciones de personajes de Baum (el hombre de lata, el león cobarde, Glinda) para jóvenes y adultos. Recordemos que Baum se basa en personajes de Cervantes al elaborar El mago de Oz. En mi cuento “El peregrino amarillo” uno de los personajes, en un sueño, quiere llegar a Arkansas, así como Dorothy en El mago de Oz quiere llegar a Kansas. En “Rudisbroeck”, todos los personajes ––aun el narrador–– quieren un cerebro, un corazón y valentía.

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Portada de Penumbria 09, inspirada en «El peregrino amarillo», por Cruz Ma. Leminside.

 

El narrador, en Penumbria, se siente dentro de un cuadro, y en mi cuento “La danza de Salomé” un pintor es vampirizado por su cuadro. En el cuento “Cora” de Gaston Compère (incluido en el libro La mujer de Putifar, 1975) el soldado-pintor Jansénius es vampirizado por su fenecida mujer Cora, imagen de sus cuadros, como antes el guerrero-lobo de Eleusis era chupado por las “Kerés” o vampiresas. Mi cuento “La danza de Salomé” es una premonición de mi lectura del cuento de Compère, realizada muchos años después. En mi cuento, el pintor Sebastián, cazador de matices fugitivos, es vampirizado por su propio fresco, en que está Salomé. Sebastián, víctima de la deformación del ritual dionisiaco, se trata a sí mismo como un cazador cruel, y alimenta al fresco con su sangre. La geometría no-euclidiana, irracional, del fresco es la principal vampiresa, pero se sirve de Salomé para lograr su fin. En el cuento de Compère, Cora aparece obsesivamente en los cuadros elaborados por Jansénius, igual que Gioia en los cuadros de Sebastián.

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La iglesia, el burdel y el alcohol maligno son elementos del cuento de Compère que también aparecen en mi cuento. En este caso hay simultaneísmo de ideas e imágenes, pues mis dos cuentos son conocidos por lectores en la misma época, haciéndonos recordar la coincidencia de ideas de Torri y Eliot, autores de poemas sobre sirenas que no cantan para Ulises, poemas de libros publicados en el mismo año (1915), haciéndonos recordar la coincidencia de novelas de Díaz Rodríguez y H. G. Wells, novelas sobre sirenas que regresan al mar después de vivir entre humanos, ambas publicadas en el mismo año (1902) y con argumentos casi idénticos.

En mis textos hay intuiciones de lecturas de prosas o poesías realizadas antes de ellos, en la misma época o después. Esto quiere decir que la intuición puede provocar un nuevo arquetipo y puede verse acompañada de la influencia de un autor sobre otro. Mi cuento y el de Compère están influidos por “El retrato oval” de Poe, en que hay un retrato vampírico, basado en una idea de Lope de Vega.

Todo arquetipo particular ofrece la sorpresa de lo novedoso, de lo nunca antes visto, de la tierra conocida por primera vez. No es comparable con el arquetipo general (Dios, Diablo, Vida, Muerte). La repetición sorpresiva de un motivo particular nos permite hablar de un nuevo arquetipo. Como las coincidencias armoniosas de Díaz Rodríguez y Wells, de Torri y Eliot, mi coincidencia con Compère es simultánea, general y particular a la vez: el arte se vuelve su negación al quitarle la vida al artista. El arte debe acompañar a la vida, no sustituirla. Tal verdad es el arquetipo general de mi cuento y del de Compère, y el arquetipo particular de ambos cuentos está hecho de situaciones y detalles inesperados. Las sirenas forman el arquetipo general y las subjetividades de los autores forman el arquetipo particular, ya que sus sirenas no cantan, o regresan a la naturaleza después de pasar un tiempo en la civilización. El poema de Torri, “A Circe”, tiene afinidad además con un poema del joven Eliot sobre el palacio de Circe. En el poema en verso de Eliot las sirenas cantan para ellas mismas, no para Ulises, que se ahoga, y en el poema en prosa de Torri no cantan porque Ulises está dispuesto a perderse. Kafka, en un cuento escrito en 1919, se refiere al silencio de las sirenas… ante la felicidad de Ulises.

 

¡Circe, diosa venerable! He seguido puntualmente tus avisos. Mas no me hice amarrar al mástil cuando divisamos la isla de las sirenas, porque iba resuelto a perderme. En medio del mar silencioso estaba la pradera fatal. Parecía un cargamento de violetas errante por las aguas. ¡Circe, noble diosa de los hermosos cabellos! Mi destino es cruel. Como iba resuelto a perderme, las sirenas no cantaron para mí.

“A Circe” / Julio Torri

 

En este caso no sabemos si hay influencia de Eliot o arquetipo particular. En Ulises de Joyce las sirenas tampoco cantan.

Los de Eliot y Torri son Ulises desdichados, por más que el de Torri compare a la isla de las sirenas con “un cargamento de violetas errante por las aguas.”

Mi afinidad con Borges es comparable con mi afinidad con Compère, pues un cuento del autor argentino, “La rosa de Paracelso”, es de la misma época de mi “Fragmento” del libro Los sueños de la bella durmiente. De esto me enteré muchos años después.

Anatole France se refiere a los arquetipos generales en su “Diálogo acerca de los cuentos de hadas”:

Es preciso creer que los mismos espectáculos han producido las mismas impresiones en todos los cerebros primitivos y que los hombres, igualmente sujetos al hambre, al amor y al miedo, teniendo todos el cielo sobre su cabeza y la tierra bajo sus pies, para darse cuenta de la Naturaleza y del Destino, han imaginado los mismos dramas.

El diálogo de France sirve de epílogo a la edición de los cuentos de Perrault de editorial Cultura (1917).

Los arquetipos particulares son mucho menos comunes que la tierra y el cielo y surgen a veces en la intuición. Decir que son dos cosas las que en realidad son tres es un arquetipo particular.

Para el comienzo de mi obra El rey (trova-love), de 1967, tomé unas palabras dichas por mí, del diario que mi madre escribió cuando yo era niño. Son las palabras siguientes:

Yo siempre al sueño le digo: ‘Yo ya sé que estoy soñando.’ No les hago caso… siempre diciendo mentiras… Yo estaba pensando y soñando, las dos cosas: estaba viendo, pensando y soñando.

Estas palabras son una premonición de mi lectura de otras palabras, dichas en 1967 pero leídas por mí en 2006:

Hay sólo dos constantes en la escena hippie de San Francisco: música, hierba y LSD.

Estas palabras fueron dichas por Tom Donahue, dueño de un club psiquedélico, Mother’s, inaugurado con el grupo musical The Lovin’ Spoonful y con una bailarina de busto desnudo. Un grupo llamado Open Theatre quiso poner un “show” de “Revelaciones” en Mother’s, pero resultó demasiado atrevido. Es raro el club llamado Mother’s después de las palabras mías anotadas por mi madre.

Las palabras de Donahue están al comienzo del libro The Haight Ashbury de Charles Perry.

No hay sólo libros relacionados con los míos: también hay un CD de música popular eléctrica, Little bitch (Pequeña perra) del grupo musical subterráneo Tito and Tarantula, compuesto por Tito Larriva y otros, que muestra en su portada una escena de mi novela Neon City Blues (2000) en que Tina es poseída por una tarántula gigante, imagen simbólica del bestialismo que es original pero está inspirada por los “comix” subterráneos Insect fear y Bizarre sex. El libro de Bob Dylan Tarantula (1966) señala la relación entre la araña macabra, la música folk y el blues. Once años antes del libro es proyectado el film Tarantula de Arnold. Una araña relacionada con el cine aparece en la canción “La viuda negra” de Alice Cooper, en el disco Bienvenidos a mi pesadilla (1975).

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Resultan anticipaciones de estas afinidades musicales los poemas de Jaime Sabines en Tarumba (1956), en que dice que él puede ser un pulpo o una araña del agua, y en Diario semanario y poemas en prosa (1961), en que se refiere a un espacio “con pulpos colgando del techo, con arañas tejedoras debajo de la cama, y con un fantasma familiar” detrás de alguna puerta. Y es que en mi novela, Tina es poseída por un gran pulpo antes de ser poseída por la gran araña. Recordamos a Darío considerando araña de los mares al pulpo legendario Kraken, y a Lumley, autor lovecraftiano, comparando a la araña con un pulpo de tierra y al pulpo con una araña de mar.

Afinidades, influencias (directas o indirectas), previsiones y arquetipos son indicios de un movimiento que podemos llamar porvenirista ––palabra usada por Guillermo de Torre y Gómez de la Serna––, pues toma en cuenta el futuro, sin tener afán bélico, y hace participar a la intuición.

Mi cuento “El devorador de planetas” anticipa mi encuentro con la portada del primer número de Slow Death Funnies (1970), historieta subterránea en que hay un monstruo verde devorando planetas, y con el libro La historieta (1985) de Annie Baron-Carvais, en que está el siguiente párrafo: “Un bello día de marzo de 1965, un ser del cosmos, el Silver Surfer, heraldo de un ‘devorador de planetas’, aterriza en el nuestro y tropieza, incomprendido, con la raza humana”.

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En mi cuento reaparecen transformados los elementos de El Quijote: los libros imaginarios, el viaje a la luna, la locura.

En el libro Los papeles de Valencia el mudo del cubano Oscar Hurtado (1983) hay afinidades con mi cuento “El devorador de planetas”, cuento lovecraftiano en que el abuelo enloquece en un observatorio, junto con el narrador. Dice Hurtado: “Esta cita de Lovecraft estaba entre los papeles de mi abuelo…” y añade que recuerda su ausencia de varios días, cuando se encerraba en el observatorio. Las alas de murciélago del abuelo recuerdan un episodio de la novela El que acecha en el umbral (1945) de Lovecraft y Derleth, en que el bisabuelo misterioso tiene, con una hechicera, un hijo con alas de murciélago. De la torre del bisabuelo surgen raras formas prehistóricas, lo cual me recuerda a mi bisabuelo, el científico Carlos de la Torre, dedicado a la prehistoria.

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Mi cuento “El devorador de planetas” ha sido incluido en la antología cubana Relatos fantásticos hispanoamericanos (2003) de Sardiñas y Morales.

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Continuará…

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EGPenEmiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).