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PENUMBRIA Y EL TIEMPO DETENIDO

Emiliano González, Zenón y los agujeros negros

Nelly Geraldine García-Rosas

 

 

Penumbria, la ciudad del otoño perpetuo donde acaban de dar, para siempre, las 5 de la tarde. Ahí se encuentra la torre de Johan Rudisbroeck (el de los autómatas en Los sueños de la bella durmiente del gran Emiliano González). Sin ella nada de esto sería posible. En ella muchas cosas son factibles: detener el tiempo, por ejemplo.

En “Rudisbroeck o los autómatas” el hada oscura usa sus poderes y deseos de venganza para crear una tarde perpetua (aunque podría ser solamente una historia para justificar el nombre del lugar). En nuestra realidad que a veces destruye sueños no hay hadas vengativas deseosas de parar el tiempo aunque, quizá, dos formas de emular a Penumbria en escalas completamente opuestas.

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El efecto cuántico de Zenón

Zenón de Elea fue un filósofo griego quien se dedicó a negar la existencia del movimiento, el tiempo y la pluralidad del ser. Sus paradojas son fuente inagotable para la ficción. Una de ellas, la de la flecha, resulta ser más o menos cierta a nivel cuántico.

El tiempo, según Zenón, puede dividirse en segmentos cuya mínima expresión es el instante. Imaginen que lanzan una flecha al aire, en cada instante la flecha parece estar en reposo (como en una fotografía) y si está detenida en todos los instantes entonces nunca se mueve. Ya lo dije, es una paradoja.

Lo interesante es que una variación de esta idea funciona a una escala muy pequeña: una partícula no observada que tiene el potencial de, eventualmente, descomponerse se encuentra en una superposición de estados hasta que se le observa (es decir, está descomponiéndose y no lo está al mismo tiempo). Pero hay un momento específico para realizar la observación en que es más probable que no haya cambiado. Si dicha partícula es observada en los intervalos adecuados nunca va a descomponerse, por lo tanto no va a cambiar: se conservará como si el tiempo se hubiese detenido para ella. Una Penumbria miniatura.

Los agujeros negros

En el extremo opuesto, a nivel cósmico, existe una manera de crear la apariencia de tiempo detenido: la dilatación del tiempo, y qué mejor lugar para experimentarla que en el horizonte de sucesos de un agujero negro (el punto sin regreso del cual ni siquiera la luz puede escapar).

Imaginen que han sido tan tontos como para acercarse a un agujero negro y ser arrastrados por su potente atracción gravitacional. Imaginen que no mueren y su cuerpo aún conserva una forma reconocible al momento de tocar el horizonte de sucesos. Para un observador lejano parecerá que les toma una cantidad infinita de tiempo cruzar el punto sin regreso y, conforme pasa el tiempo, serán más lentos como si el tiempo se detuviera para ustedes. Sin embargo, desde su propio punto de vista, el espacio y tiempo continuarían de manera “normal” (de ahí seguiría una caída libre de 0.0001 segundos para llegar a la singularidad de un agujero negro de 30 masas solares). Una Penumbria lejana, roja.

Sabemos tan poco sobre la naturaleza del tiempo que no es sencillo responder si es fundamental para el universo. Sabemos que existe y especulamos sobre lo que pasaría si se detuviera, ¿acaso no podríamos experimentar nada de ser así? Hay, sin embargo, una constante cuando parece detenerse: el observador. El tiempo detenido, como Penumbria, depende de quien lo mire, de quien lo lea.

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EG y NGNelly Geraldine García-Rosas aparece en esta foto junto a Emiliano González. Los envidiosos que no fueron a la presentación de Penumbria, Año I dirán que es Paint y que estoy tapando a Enrique Urbina con un dibujito después de haberme robado esta imagen. Para saber más (o, quizá, menos) visita nellygeraldine.com