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SOBRE CREER EN LO FANTÁSTICO

Alexis Uqbar

 

Marco Polo sabía que lo que imaginan los hombres

no es menos real que lo que llaman la realidad.

Jorge Luis Borges, Prólogo a La descripción del mundo

 

 

En la última secuencia de Stalker se ve a una niña (Monita), la hija mutante del personaje central de la historia, leyendo atentamente un libro junto a una mesa que resguarda un par de vasos y un recipiente de cristal que contiene, al parecer, los residuos de un cascarón de huevo. Monita cierra el volumen. Reflexiona unos instantes –la voz en off de su madre escande los hermosos versos de un poema-, echa un vistazo por la ventana, observa detenidamente uno de los vasos. Éste, como por efecto de su contemplación, comienza a moverse casi mágicamente hacia el otro lado de la mesa. A lo lejos se escucha el silbido de una locomotora. Acto continuo, Monita dirige su mirada al recipiente de cristal, que también se desplaza lentamente al constante contacto con sus ojos. El último vaso es conducido por fuerzas desconocidas -¿Monita posee poderes sobrenaturales?- hasta el borde opuesto de la mesa mientras la niña recarga silenciosamente su cabeza contra ésta. El cercano paso de la locomotora hace retumbar la casa. El cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven cierra la toma. La película es de Andrei Tarkovsky. El año, 1979.

 

Obremos de un modo reflexivo: el tema que aborda Stalker, a pesar de ser un film de carácter debidamente fantástico, es el creciente deterioro de la fe en los hombres contemporáneos. Monita no mueve los vasos gracias a fuerzas extraordinarias –telequinesis, si quieren-, Monita los mueve porque tiene la capacidad de creer, de creer en los sucesos fantásticos.

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Los hechos fantásticos pueblan el mundo. Pensemos en la anécdota que relata Cortázar acerca de su cuento Instrucciones para John Howell. Según el argentino, tiempo después de haber sido publicado el cuento, recibió una carta de un tal John Howell, a quien Cortázar no conocía. La carta explicaba que, además de la prodigiosa exactitud del nombre, el relato condecía casi milimétricamente con un acontecimiento que había ocurrido al John Howell de la vida real en un teatro de Nueva York. La vida es la primera discípula del arte, según observa Oscar Wilde.

Pensemos, ahora, en la tesis de J. W. Dunne sobre los sueños. En su ensayo Un experimento con el tiempo, Dunne infiere la cualidad premonitoria de sus sueños tras descubrir que una porción significativa de ellos se hace realidad. Incendios, hecatombes y acontecimientos cotidianos figuran entre las precogniciones del aeronáutico irlandés. Dunne descarta las hipótesis sobrenaturales: locura, clarividencia, influencia astral, mensajes de los espíritus y telepatía. La conclusión no es menos fantástica:

No, evidentemente no había nada inusual en estos sueños en cuanto sueños. Lo que pasaba era que simplemente estaban desplazados en el tiempo.

Dunne determina que los sueños premonitorios son, en realidad, más comunes de lo que juzgamos y aconseja registrarlos en una libreta al despertar, antes de que las actividades de la vigilia los borren de la memoria.¹

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Entiendo que no es menos fantástico el hecho de ver volar a un ave que el de contemplar a un hombre que camina sobre el agua. Las situaciones fantásticas se encuentran a la vuelta de la esquina. Recuerdo a un mendigo ciego que detuvo el profuso tránsito de una avenida para recoger las monedas que había tirado por accidente en medio de la calle. A tientas, agachado, ayudándose con su bastón, el pobre hombre conjuntaba las monedas dispersas en el suelo mientras un enorme camión de carga se detenía a escasos centímetros de su cabeza. El otro día, un amigo me confesó que algunos años atrás su padre había sido atravesado por una varilla de hierro desde el vientre hasta la espalda: la varilla no había perforado ningún órgano y había quedado a pocos centímetros de la columna. Por lo demás, su padre estaba ileso. Cerca de mi casa perdura un naranjo lozano pero estéril: dejó de dar frutos cuando falleció el anciano que lo asistía. El simple hecho de ver nacer el sol cada mañana, de admirar las estrellas o de contemplar el traslado de las nubes constituye un acontecimiento maravilloso. Los antiguos veían en estos portentos la manifestación de fuerzas divinas. Creían en lo fantástico.

“We live inside a dream” es la declaración que oímos de boca de uno de los extraños personajes de Twin Peaks: Fire walk with me. La película es de David Lynch, pero ya hemos atestiguado las variaciones de esta frase en textos de Shakespeare, de Calderón de la Barca, de Edgar Allan Poe, de Lewis Carroll, de Schopenhauer, de Borges. A estas alturas no nos parece extraña la noción de que la vida es un sueño. Si esto es cierto, ¿les resulta extraña la convicción de que la realidad es una de las formas más caudalosas de la fantasía?

 

Guy de Maupassant vio en los acontecimientos habituales de la vida las formas más vertiginosas del horror (Cuentos completos). Franz Kafka entendió que los mecanismos de la burocracia se asemejan a las tortuosas encrucijadas de los laberintos (El proceso, El castillo, Sobre la cuestión de las leyes)Cien años de soledad, catedral prístina del realismo mágico, es también una novela autobiográfica: García Márquez extrajo las escenas más delirantes de la historia de experiencias de su pasado –Vargas Llosa recaba dichas interpolaciones en su tesis doctoral García Márquez: Historia de un deicidio. Jacques Rigaut, poeta francés cuya obra apenas conocemos, conformó una agencia que facilitaba a los suicidas las herramientas necesarias para el acto final (sogas, venenos, fusiles, etc.). En la actualidad, esta agencia cuenta con varias sucursales alrededor del mundo.

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George Berkeley, mi adorado George Berkeley, racionalizó (o quiso racionalizar) la existencia de Dios a través de un sistema que demuestra que el mundo es ilusorio; a la manera de Pedro Páramo, Berkeley sostiene que las naciones están pobladas de fantasmas, de ideas que perduran en la conciencia de un ser eterno o de una unidad noética, como prefiere William James. Hacia 1896, Marcel Schwob emprendió la escritura de una serie de ensayos biográficos: Las vidas imaginarias, libro que recoge los momentos más alucinantes y fantásticos de diversos personajes históricos (Descartes, Empédocles, Crates, Lucrecio, El capitán Kid).

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Según creo, tales actitudes ideológicas exhalan lo que Cortázar denominaba “El sentimiento de lo fantástico”.

Si algunos siglos atrás alguien hubiera concebido la idea de que en el futuro habría cosas como el internet, los cohetes espaciales o el arte cinematográfico, hubiera sido considerado como un demente o, en el mejor de los casos, como un fabulista de lo extraño. Los instrumentos que rigen nuestras industrias, nuestros medios de comunicación y nuestro entorno doméstico serían fácilmente imputables, en una época anterior, al género fantástico. Serían instrumentos tan maravillosos como el arco de Artemis, las sandalias aladas de Perseo o el casco de invisibilidad de Hades. Como podemos observar, las formas de lo fantástico son inabarcables.

En este punto, surge la pregunta obligada: ¿Qué es lo fantástico? Una actitud, una creencia, una forma de percibir el mundo. A lo largo de esta nota he tratado de constatar con ejemplos más o menos homogéneos la presencia de lo fantástico en la vida real. Me parece que hay cosas que a pesar de su materialidad e inmediatez son inexplicables. ¿Han pensado alguna vez en el equilibrio universal? ¿En la gravedad? ¿En la energía? ¿En por qué las galaxias se alejan unas de otras?

There are more things in Heaven and Earth, Horatio…

En el párrafo inaugural de este texto, Monita espolea la ejecución de una maniobra fantástica gracias a su creencia o a su fe. Dicen que para ver fantasmas es necesario creer en ellos. Yo creo en la máquina de Morel, en la triaca maléfica de Jekyll, en el eterno retorno de Nietzsche, en la armonía preestablecida de Leibniz, en el automovimiento dialéctico de Hegel, en el Viajero del Tiempo, en la locura de Ayax, en Belerofonte derrotando a la quimera, en el tenebroso Leviatán, en la Hidra de Lerna, en el Aleph, en la Esfinge de Tebas, en el dios de los panteístas, en el Gato de Cheshire, en el egipcio Proteo, en el arca de Deucalión, en el retrato de Dorian Gray…

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¿Y ustedes?

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[1] El héroe de las mujeres, admirable relato fantástico de Adolfo Bioy Casares, reproduce poéticamente las ideas de A experiment with time, del ingeniero John William Dunne. (Irreversible, película de Gaspar Noé, también retoma, de un modo más amargo, dichos conceptos.)

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uqAlexis Uqbar

Se rindió antes de nacer. Artífice del sinsentido.

plandeevasion.wordpress.com

@alexis_uqbar