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UMBRÍA

 

Amaranta Castro

 

 

Las historias de miedo que pasan de voz en voz suelen tener puntos en común. Coincidencias que se repiten y que varían en pocos detalles. Ocurren casi siempre en la vida cotidiana sin hacer un ruido estruendoso, sin ostentación. Suceden a través de un eco, una silueta que pasa por el rabillo del ojo, el fragmento de algo o alguien apenas visto a plena luz del día. Entre el silencio letárgico de la noche. Se desvanecen, sin ser efímeras, en la consciencia. Al recordar o platicar estos sucesos puede ser que se resuman en algunas líneas, pero de manera interna las palabras no agotan aquello que se experimentó.

Para despedirnos de noviembre reuní algunas de estas historias liminales, pero narradas desde la voz de sus interlocutores. En estos relatos emergen los límites entre lo real y lo incomprensible en la que apenas una umbría nos abraza y nos cautiva en instantes.

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Georgina Mexía-Amador

Yo tenía diez años, iba en quinto de primaria y tenía un grupo de amiguitas de la escuela. Una de ellas decía que en su casa espantaban, que se aparecía su bisabuela en diferentes circunstancias. Esta amiga vivía por el rumbo de Lecumberri, y la primera vez que nos invitó a su casa, me fascinó. Era una casa antigua, quizá de principios del siglo XX, con un patio grande y un corredor paralelo al patio por el que tenías acceso a todas las habitaciones. O sea, las habitaciones no rodeaban el patio, sino que solamente se localizaban a un costado de éste y estaban conectadas entre sí. La primera habitación, entrando por el corredor desde la calle era la sala, y la última era el baño. Este detalle va a ser importante. La casa estaba bastante ruinosa y descuidada, y esto para una niña como yo, amante desde entonces de lo paranormal, resultó sumamente cautivador. Esa primera vez en la casa estuvimos al pendiente de la aparición del famoso fantasma, pero jamás hizo acto de presencia. Fue decepcionante hasta cierto punto, pero así se dieron las cosas. Volvimos algunas veces más, hasta que la ocasión en que ocurrió el hecho paranormal, estábamos completamente ajenas a la expectativa de que algo extraño pasara. Recuerdo que ese día éramos 3 niñas en la casa al cuidado de la abuela de la niña que vivía ahí. Debo recalcar que una de nosotras era completamente escéptica de las historias de fantasmas y esas cosas. Recuerdo que estábamos jugando en el patio con unos globos llenos de agua y acabamos con la ropa empapada. No llevábamos mudas de ropa, por lo que la niña de la casa nos dijo que iría a su cuarto a buscar ropa y que mientras tanto, la esperáramos en el baño. Regresó con la ropa y nos comenzamos a cambiar. Por alguna razón, la niña no quería que su abuela nos viera con la ropa mojada, el caso es que cuando escuchamos que tocaron a la puerta del baño, nos escondimos en la regadera. La niña de la casa dijo: «Escóndanse, que no nos vea mi abuela», se cambió rápido y fue a abrir la puerta. Pero, al abrirla, no había nadie. Las tres habíamos escuchado claramente los toques en la puerta. Para ese momento, aún pensamos que sería la abuela de la niña. Cuando terminamos de vestirnos, abrimos la puerta del baño y encontramos unas huellas pequeñas en el corredor, como si alguien que hubiera andado en el patio mojado hubiera recorrido también el largo pasillo. Llegamos hasta la sala, o sea, en el extremo opuesto al baño, y ahí encontramos a la abuela de la niña viendo la televisión. Cuando ella le preguntó: «Abue, ¿tú fuiste a tocarnos la puerta al baño», la abuela negó con la cabeza y solo dijo: «No, yo he estado aquí todo el tiempo».

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Ivette

La primera vez que lo sentí, mi ser estaba distraído. El tiempo y el espacio no aparecían con normalidad. Parece que por un instante, todo se detiene y es ahí cuando la puerta entre esta dimensión y otra se abre: los sentidos se agudizan, se perciben cosas que normalmente no, la realidad se vive como si fuera un sueño o algo más parecido a una pesadilla, porque es como si una parte de nosotros no volviera cuando se cierra esa puerta.

Me sucedió en otoño. Recuerdo que las hojas de los árboles cubrían el piso y caminaba con una amiga que vivía a unas calles de mi casa. A nuestro alrededor había personas que iban en la misma avenida. Cuando lo vimos, todo pasó muy rápido. Sin podernos detener.Voltee a ver a mi amiga y le pregunté: “¿Viste quién era?” Ella me miró a los ojos y me dijo: “Sí, era Saúl”.

Saúl había muerto un año antes y era buen amigo de ambas. En esos días había fallecido mi primer amor, pero en ese tornado de sensaciones me visitó Saúl. Lo hizo tiempo después, cuando mi papá estaba en el hospital. Lo volví a ver acompañando a un enfermo.

A veces me pregunto por qué no me acerqué a hablar con él. Pero entiendo que se presenta en momentos fuera de la realidad, en donde existen ciertas cercanías y los portales de transición se abren.

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Grace

Fui con mi familia un fin de semana a Mineral del Chico, Hidalgo. Rentamos una cabaña que era para diez huéspedes y tenía varios cuartos: cuatro adentro de la cabaña y otro afuera. Era tipo cuarto de servicio ya acondicionado. Mi novio y yo nos quedamos en ese, para facilitarles a mis familiares su estancia. Ya en la madrugada, cuando íbamos al cuarto, me sentí rara y con miedo porque estábamos en pleno bosque y afuera de la cabaña no se veía absolutamente nada.

Evite ver más allá, subí rápido las escaleras y me dirigí a mi cuarto. Mientras subía, mi novio dijo: «Nos apagaron la luz».

Pero afortunadamente no escuché eso y pensé que él la había apagado. Sentí miedo, pues no se veía nada. Lo que hice fue correr y meterme al cuarto.

El punto aquí es que el interruptor de luz está dentro del cuarto, por lo que solo se puede prender o apagar desde ahí. Ya adentro, seguía sintiendome rara, pero creo que eran mis nervios. Aún así, mi novio metió a nuestros dos perritos al cuarto para que también durmieran con nosotros. Nos dormimos y en la madrugada nos despertaron los perros: los dos empezaron a gruñir muy feo. Me dio mucho miedo y lo único que hice fue taparme con la sábana y evitar moverme (ahora me da risa). No sabía si mi novio estaba escuchando (aunque intuyo que también estaba despierto), pero no quería hacer ruido ni moverme, así que los dos nos quedamos en silencio, mientras los perros siguieron así un buen rato. Solo gruñendo, sin un solo ladrido. Después de un largo rato, me pude volver a dormir y del susto no pasó a más.

Al otro día en cuanto amaneció nos salimos del cuarto y nos fuimos con la familia a contarles. Ahí fue cuando mi novio me recordó: “Te dije que nos habían apagado la luz y ni me pelaste”.

Y como ya conté, la realidad fue que no lo escuché. Si hubiera sabido que nos habían apagado la luz, ni de broma me quedaba ahí. Lo que nos tenía impactados fue cómo se pusieron los perros. Entonces, cuando entregamos la cabaña, fue la señorita de la limpieza por las llaves. Mi novio aprovechó para preguntarle si algún huésped le había contado sobre algún suceso raro que le hubiera pasado en esa habitación, también le contó lo que nos había sucedido. Ella dijo: «Sí, joven, mucha gente no cree pero aquí hay duendes. De hecho, los huéspedes antes de ustedes fueron unos novios que se casaron aquí en el pueblo y rentaron la cabaña solo para ellos. Y el día de su salida que me habla el novio en la tarde para preguntarme si no estaba su cartera en la cabaña o en el cuarto que ocuparon. Ya había limpiado y no vi nada, pero de todos modos regresé a buscar y encontré la cartera debajo de la cama del cuarto de afuera. El novio me dijo que no habían ni salido a esa parte de la cabaña y mucho menos entrado al cuarto. Entonces sí, joven, siempre andan escondiendo las cosas, pero no se preocupe no hacen nada». La verdad sentí alivio en saber que eran duendes y no otra cosa, aunque suene gracioso. Solo nos llevamos el susto de la noche, pero afortunadamente no pasó más.

Esa era la vista de la cabaña rodeada de bosque y minas. Puede ser que sí haya duendes por esos rumbos, no lo sé.

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Roberto

Recuerdo que fue el 29 de octubre de 2021. Me encontraba de guardia en el hospital. Estaba haciendo ingresos nocturnos aproximadamente a las cuatro de la madrugada. Mientras me encontraba realizando un ingreso, los pacientes, familiares y enfermeras se encontraban dormidos.

En mi área había un cubículo de cinco camas vacías (las vigilábamos porque eran probables ingresos de la guardia), entonces al pasar por ese sitio vi a un paciente acostado, lo cuál no me causó problema porque era esperado que llegara algún paciente en el transcurso de la noche. En ese momento supuse que había visto mal, pues ya eran varias horas sin dormir y la mente te empieza a jugar.

Sin embargo, al dirigirme por mi computadora y al volver a pasar por esa área me percaté de algunos detalles extraños. Lo que ocurrió fue que los pacientes del cubículo de al lado me comentaron que se escuchaban sonidos de alguien quejándose, refiriendo gritos y lamentos de ayuda. Al dirigirnos al cubículo de las camas vacías, una de ellas se veía desarreglada, como si una persona hubiera estado acostada.

Después de ese momento un paciente cayó en paro cardiorrespiratorio, por lo que acudimos inmediatamente a valorarlo. Al ir corriendo se fue la luz (algo muy extraño, dado que nunca se va la luz en un hospital). Todo eso duró aproximadamente cinco minutos, en lo que regresaba la electricidad.

Al paciente se le realizó reanimación cardiopulmonar y falleció. Fue una de las noches más extrañas que he tenido.

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Georgina Mexía-Amador

Esta historia le sucedió a mi mamá. Ella nació en un pequeño pueblo de Veracruz, entre la sierra norte de Puebla y el Totonacapan. Mi abuelo era el típico macho mujeriego y tuvo muchos hijos. Antes de juntarse con mi abuelita, estuvo con otra señora con la que tuvo tres hijos. La mayor se llamaba Bertha. Años después, mi abuelo tuvo con mi abuelita a sus cinco hijos, y cuando mi mamá y sus hermanas tenían más o menos doce años migraron a la ciudad de México. Pero no migraron solas, sino que Bertha, que era mucho mayor que ellas, ya vivía aquí en la ciudad, en la colonia Roma. Hace como diez años escribí una novela contando su historia, pero eso es aparte. El caso es que mi mamá realmente se crió más con esta señora Bertha que con mi abuela, y hasta el día de hoy le dice «mamá». El caso es que creó un vínculo muy fuerte con Bertha, la cual distaba mucho de ser una persona amable. Mi papá me ha dicho que era muy grosera y amargada, pero por alguna razón mi mamá sí la quiso mucho. Bertha murió de cáncer de ovarios o algo así, un año antes de que yo naciera, o sea, en 1984, y mi mamá sufrió muchísimo. Y aquí viene la historia paranormal. Mi mamá me ha contado que fue un periodo de duelo muy tremendo para ella, muy traumático, básicamente se había muerto su «mamá». Dice que un día estaba en la recámara del departamento donde vivía con mi papá, en el que ya desde antes había vivido con Bertha y sus hermanas, y que estaba en un estado de duermevela. Era en la tarde, entre las 5 y las 6. Dice que en determinado momento sintió que alguien se sentaba en la cama y que le decía: «Me quiero lavar las manos». Mi mamá supo que era Bertha. El tono de voz era tristísimo, dice, y que le suplicó lo mismo varias veces. Entonces le llamó a mi papá y le pidió una palangana. La llenaron con agua y la dejaron ahí en el cuarto una noche y ya nunca más la volvió a sentir ni a escuchar. Lo que más me sorprende de este caso es que mi mamá recuerda esa voz con mucha claridad y esa frase tan singular. ¿Por qué quería lavarse? ¿Qué significó eso? Al año siguiente nací yo y nunca, nunca sentí ni percibí nada raro en el departamento. Como colofón, muchos años después, en 2012, yo me iba a ir a Inglaterra a estudiar y antes de irme soñé que Bertha quería hablar conmigo por teléfono. Yo contestaba y escuchaba su voz claramente al otro lado del teléfono y me decía que todo iba a estar bien. Obviamente yo jamás la conocí ni tenía manera de saber cómo era su voz, pero la escuchaba con una claridad que me sorprendió muchísimo. De ahí en fuera nunca más la he vuelto a oír ni se me ha aparecido en sueños de nuevo.

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Todas las pinturas pertenecen a la serie Liminal Spaces de Bernard Palchick.

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Amaranta Castro

Primer lugar en la categoría de Poesía en el Festival Internacional de Escritores y Literatura de San Miguel de Allende. Ha publicado en diversos periódicos y revistas. Sus poesías fueron seleccionadas en la obra de escritoras contemporáneas mexicanasRomper con la palabra (Eon, 2017) y participó en la antología peruana Microrrelatos de horror escritos por mujeres (Luna Negra, 2022). Autora del libro Bosque Camaleón (Crisálida, 2022).

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