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UN MUERTO VIENE CONMIGO

Amaranta Monterrubio

 

Los nietos desarrollamos un apego angustiante hacia la abuela. Cuando éramos niños aquello fue difícil para nuestros padres, para nosotros y para ella. Siempre que nos despedíamos era con lágrimas. Quizás era su casa con un jardín inmenso, tal vez era el pueblo tan próximo a la frescura del campo o simplemente era su presencia. Sus cuidados significaban una remisión a la soledad de los hogares casi siempre desiertos por nuestros padres trabajadores. Los fines de semana corríamos a su encuentro y la separación implicaba una inquietud manifestada con gritos y pataleos. Los más mesurados se iban cabizbajos cubriéndose los ojos empañados. Estas manifestaciones provocaban discusiones entre los padres, cosa no muy rara pues, ¿qué nos daba mi abuela que ellos no? ¿Eran incapaces de criar y ser amados por sus propios hijos? ¿Acaso no podían ofrecernos felicidad en la urbe?

Las disputas entre padres terminaban en desquite hacia los niños. Todos alguna vez acabamos regañados y medio zarandeados. Las madres nos dedicaban miradas hoscas y los padres bufaban manejando camino a casa. Algunas veces amenazaron con no permitir que visitáramos tan seguido a la abuela, volviendo más abundantes nuestras lágrimas.

Imagino que la peor parte se la llevaba ella, pues su zozobra era silenciosa. Probablemente manifestarla habría significado una mayor reprimenda para nosotros o la amenaza cumplida de ya no visitarla de nuevo.

Como panacea para la angustia, la abuela inauguró un ritual: se despedía de nosotros y por lo bajo (de forma que no escucharan nuestros padres) nos prometía ir pronto a quedarse a nuestras casas o nos pedía que dejáramos de llorar para que no tardáramos tanto en visitar la suya. Es un rito que continúa actualmente. La última vez que nos vimos me dijo en susurros que estaba contenta de que yo ya no viviera siempre sola porque, si a algo le ha temido la abuela toda su vida, es a la soledad.

Me pregunto si nuestros miedos inaugurarán terroríficas defensas. Es decir, ¿será posible que alguien que teme profundamente a la soledad se haga de una entidad que le acompañe?

Entiendo que hay muchas interrogantes sobre la parálisis del sueño, no tanto del porqué ocurre, sino de los seres que se manifiestan durante el fenómeno: hay criaturas que aparecen unas veces como sombras, otras como monstruos, pero siempre situadas en el mismo lugar del soñante, es decir, el escenario no cambia. Si dormimos en una habitación, será en esa habitación donde durante la parálisis se manifiesten las entidades. ¿Y si esas sombras nos acompañan todo el tiempo, pero somos capaces de verlas solamente durante la parálisis del sueño? ¿Será que ese muerto que se sube camina siempre a nuestro lado?

En el cuento «Melusina y su sonrisa», perteneciente al libro Los pequeños macabros (Paraíso Perdido, 2020), Yesenia Cabrera narra la historia de la joven Melusina, habitada por un ser que la atormenta, un «amigo».

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La abuela durante muchos años estuvo bajo el influjo de visiones y apariciones fantasmales hasta que encontró una solución. Pero durante ese periodo vivió especialmente susceptible a la parálisis del sueño. Le ocurría cuando trataba de descansar después de un día abrumador.

En una ocasión, durante la despedida, una de mis primas había mostrado una tristeza particular por tener que separarse de la abuela. Con los ojos empañados le suplicó que se fuera a quedar a su casa. La abuela casi nunca aceptaba, tratando de no incomodar a sus hijas, pero aquella vez mi tía vio tan afligida a su niña que ella misma invitó a la abuela. Aquella noche le tocó dormir en el sillón con tal de ver a mi prima tranquila.

Era de madrugada cuando la abuela sintió caer un enorme peso sobre ella. Menciona que se sentía como una figura humana, tan voluminosa que le arrancó la respiración con su caída. Era un hombre, decía. El miedo la paralizó, como ocurre en esos casos, impidiéndole el rezo. Mientras trataba de recordar alguna plegaria, aquel ser fue deslizándose sobre ella hasta que, como último gesto antes de retirarse, la aventó. La abuela lloró en silencio un buen rato. Su cuerpo había quedado lívido. Se enfermó después de esa noche.

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La pesadilla, por Henry Fuseli (1781)

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En el cuento de Yesenia, Melusina a temprana edad descubre que el ente que la invade no la atormenta sólo a ella: causa tragedias a sus familiares y amigos cercanos, altera el orden de su comportamiento, sacando lo peor de las personas.

Sospecho que la abuela se sintió responsable del apego angustioso que teníamos sus nietos hacia ella, que las pataletas, chillidos y regaños eran por su causa. Conociéndola, estoy segura de que creía que provocaba daño y ruptura en nuestras familias nucleares. Incluso es probable que nuestros padres algún reclamo le hayan proferido al respecto.

Melusina, a causa del ente que porta y daña a sus seres queridos, comienza a aislarse. Está segura de que es un ser muy antiguo, probablemente previo a ella. Así imagino al miedo de mi abuela a la soledad. Si de verdad hay un muerto que porta, es ese. Es además un terror heredado por nosotros que se manifiesta de forma física, según los testimonios de algunos de mis familiares: aparece con sospechas alucinantes, pánico, sudor frío, ansiedad y taquicardia. Llevamos varios años portándolo como una maldición que, irónicamente, ha fragmentado nuestras familias, orillándonos a un profundo aislamiento. Pero jamás osaría afirmar que es causa de la abuela. Nuestras familias rotas no son su falla. Lo que sí podría sostener es que lo mágico de nuestra infancia fue obra suya y si tenemos alguna vida espiritual es gracias a ella.

Melusina plantea quitarse la vida para evitar que su fardo siga causando estragos. La abuela contempló lo mismo en algún momento. Afortunadamente no prosperó el plan. Sin embargo, pienso que uno no sabe si el muerto con el que carga realmente sólo causa estragos o si para algunos puede resultar la dicha. Si acaso lo que nos apegó a la abuela fue aquel miedo a la soledad pesando como un muerto y su consecuencia fue la parte más maravillosa de nuestra infancia. Entonces, agradezco al monstruo y asumo la maldición.

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Amaranta Monterrubio

Ha sido sonidista, diseñadora sonora y editora de video sólo para descubrir que su vocación era preparar café para sus invitados y escribir.

Publicó el libro de cuentos Llegará el silencio (Cuadrivio Ediciones, 2020).

Los últimos viernes del mes tiene un programa de literatura de terror llamado LetrasParaNoDormir en el canal de la Brigada para Leer en Libertad.

@nemitlazohtla

 

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