ALIEN ROMULUS
Y LOS NIÑOS PERDIDOS
Mariela Kalinova Jelezova
En los días pasados he visto la saga entera de Alien cronológicamente, incluyendo la nueva entrega: Romulus. Antes de verla, revisé varias críticas en internet que la elogiaban, por lo que esperaba encontrarme con una buena película. Me temo que, a mi parecer, es una película que sobra. Ya sé. “Qué pesada”, dirán algunos. Pero a continuación espero poder explicar por qué lo creo.
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Es interesante cómo, si nos ponemos a ver las primeras películas de Alien, tanto la producción como los efectos no son obsoletos hasta hoy en día. De hecho, me parece que en Romulus hay ciertas cosas hechas con inteligencia artificial que se ven peor en calidad que las originales de los 80.
Lo que podría decir sobre esta última entrega es que está hecha para un público más joven, definitivamente, acostumbrado a un humor y un tipo de películas donde el suspenso no lleva pausas y el desarrollo de personajes es superficial o inexistente. Es notable que en cada una de las películas de Alien podemos ver un reflejo de la sociedad en la que fueron producidas. Las películas de los 80 aún tenían un humor que, si bien hacía uso de clichés, se entendía que los personajes no se ofendían, sino que hacían uso de la ironía para responder. De cierta forma, sabían quiénes eran. Su identidad estaba definida y por lo tanto los personajes tenían un desarrollo más profundo. Uno se encariñaba de ellos, porque eran particulares.
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En los 90 comienza una hipersexualización del contenido y todo el humor se basa en ello. Las películas de los 2000, a su vez, centran la atención de la trama en el desarrollo tecnológico, pero a la vez en una humanidad generadora de esperanza. Esta última película nos muestra un reparto compuesto solamente por adolescentes, a diferencia del resto de películas, que no saben bien qué hacer con sus vidas.
Este cambio puede abordarse de múltiples perspectivas, desde la producción de la película (que fue hecha por Disney) hasta la ideología actual del alargamiento de la juventud y el complejo de Peter Pan que se ha instalado en todos nosotros. Tal como los productos, la vejez parece implicar una salida del mercado social y por lo tanto un individuo obsoleto. El miedo de perder nuestro lugar social actualmente es mayor a lo que cualquier película de terror podría ofrecer. Curiosamente, a la par, nunca hemos estado tan aislados unos de otros.
En esta última entrega los personajes principales ya no son profesionistas o cuentan con familias que quieren proteger, sino que son adolescentes explotados, sin familias, sin posesiones y sin futuro. Tal vez un reflejo adecuado de los cambios sociales en los últimos años. Todos nos hemos convertido en los niños perdidos de nunca jamás. Nadie nos advirtió que la vida pasa demasiado rápido… o tal vez sí y no los escuchamos.
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Romulus tuvo el potencial de ser una «buena» película, porque contaba con una producción visual «buena» y tenía los elementos para construir una historia tan «buena» como para concurrir con las primeras películas. Sin embargo, a pesar de plantear las bases de una trama «buena» en el filme, nunca lo llevaron a lo que podría ser.
La trama «buena» a la que me refiero es la autonomía de decisión de los androides. Esta idea se ha ido desarrollando como el hilo unificador desde la primera película, ya que en cada misión existe un tripulante sintético. En nuestra era de la inteligencia artificial, la creación de robots y autos que se manejan solos, nos hacen volver cada vez más a las leyes de la robótica propuestas por Asimov.
El problema surge cuando las tres leyes de la robótica de Asimov no abordan el famoso «dilema del tranvía». Es decir, si un tranvía va a toda velocidad hacía 5 personas pero tuvieras la opción de apretar un botón para desviarlo y matar sólo a 1, ¿lo harías? ¿Qué haría un coche autónomo en una situación así?
Es ahí cuando tenemos que definir los parámetros que nos van a importar. Por un lado, tenemos el número de vidas. Por el otro, existen otros criterios a considerar que cambiarían la decisión de una persona. Un ejemplo clásico es: imagina que las 5 personas son presos por homicidio y la persona única es un prometedor científico. ¿Cómo podemos darles un valor comparable a las vidas humanas en situaciones como esas? Y lo más importante: ¿quiénes son las personas que van a decidir ese algoritmo de elección en la tecnología actual?
Imaginar que la decisión de que podamos morir o salvarnos dependan de compañías como Tesla o Google y que las elecciones estén hechas con datos de nuestra edad, estudios, salud, entre otros, sin duda es algo digno de un mundo distópico.
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Finalmente, existe un tercer criterio que no hemos abordado y que sin duda aparece recurrentemente en Alien: las empresas. En situaciones en las que un coche debe de decidir entre salvar a su dueño o al otro, ¿qué decisión se aplicaría? Sin duda, parte del precio del vehículo tendría que garantizar la seguridad del conductor. Romulus toca en parte este dilema, pero no lo desarrolla. En cambio, toma elementos de todas las películas previas para licuarlos en una nueva, donde el suspenso se transforma en terror.
Antes, el arte era una de las partes más importantes en una película y cada escena tenía que poseer la belleza de una perspectiva que no nos esperamos. El cine apostaba por riesgos. Hoy en día las secuelas de películas que fueron exitosas se tratan sólo como productos a replicar.
Tal vez estoy siendo muy dura, pero es difícil de encontrar ese algo que nos toca la humanidad en las películas actuales. En cuanto a los niños perdidos y el futuro, sólo cuando nos sintamos lo suficientemente capaces de tomar las riendas de lo que viene podremos hacer algo de él.
Hay un cuadro muy famoso de Joseph Desiree-Court llamado Escena del diluvio (1827), donde podemos ver a un hombre alargando su mano para salvar a su padre, mientras que su mujer y su hijo están siendo llevados por la corriente. La interpretación que se le ha dado es que mientras el hombre se enfoca en el pasado, su futuro está pereciendo.
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Sin embargo, si nos ponemos a pensar sobre ello, la decisión de a quién salvar tiene mucho que ver con nuestra propia independencia y capacidad de sobrevivencia. Si decidimos salvar al padre, es porque no estamos listos para tomar su lugar; no estamos listos para guiar a una nueva generación. Un hijo o una mujer no van a sobrevivir sin la generación anterior, de todas formas. Aún dependemos de ellos.
Para aquellos que decidan salvar a la mujer y el bebé, seguramente son personas más independientes que saben que pueden cuidar de los que vengan. Es difícil esperar eso de una generación de niños perdidos que tienen miedo a envejecer o a ser adultos.
Seguramente por eso los llamados millenials somos un poco pesimistas con el futuro y puede ser que por lo mismo en este artículo me apego a los clásicos y critico las producciones nuevas.
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Tal vez la respuesta se haya en creernos capaces de crear cine nuevo para guiar a las generaciones que vengan. Un cine de cero, con riesgos y arte, que aún logre tocar nuestra humanidad. Los clásicos serán siempre clásicos, reciclarlos es admitir que no podemos crear nada nuevo que sea bueno. Hay tantas historias interesantes en nosotros esperando ser escritas, dirigidas, actuadas. No necesitamos trabajar para una empresa grande para generarlos, sino mucho trabajo y creatividad. La única forma de rescatar nuestro futuro es creyéndonos capaces de construirlo.
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Soy búlgara y mexicana. Vivo desde hace 5 años en Portugal.
Estudié Química e hice un Master en Bioquímica.
Actualmente hago otro Master en Literatura, cultura y arte contemporáneos.
Escribo cuentos cortos, pinto y hago esculturas.
Me interesan los cuentos de ciencia ficción e infantiles, la poesía, el misticismo, la filosofía, la precognición, la sociología y el comportamiento animal.
Estoy segura de que me olvido de algo.
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