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DE GUARDIA

Patricia Richmond

ESPAÑA

 

Dicen que el único que lo vio llegar aquella madrugada fue David, el de la panadería. Estaba metiendo una bandeja de bollos de crema en el horno cuando le llamó la atención una sombra que se deslizaba junto al escaparate de su tienda. Salió a la calle y sólo vio a un viejo decrépito que se arrastraba sobre unas muletas.

Por la mañana, Jorge, el portero de la finca, se lo encontró sentado en los escalones del portal. Intentó ahuyentarlo, le amenazó, le insultó, le pegó, pero no se movió ni un centímetro. Los primeros vecinos que se lo encontraron, al salir a trabajar, también le recriminaron su presencia y le dieron empujones y alguna patada, pero él, sin abrir la boca, siguió mirando al frente, como si no ocurriese nada a su alrededor.

Cuando llegó la hora de ir al colegio, los chiquillos se rieron de él, le llamaron piojoso y le quitaron las muletas. Jorge les riñó, las recuperó y se las dejó apoyadas en la pared porque, aunque bruto, era un tipo bondadoso.

Las vecinas salieron, como todos los días, a hacer la compra y le conminaron a cambiar de sitio porque aquella era una casa decente y él olía a mugre mezclada con vino. La señora María, la viuda del abogado, al volver de la panadería, le ofreció un bollo de crema, pero él lo rechazó.

Ahí pasó toda la mañana y toda la tarde, sin que nadie fuera capaz de hacer que se levantara, ni siquiera don Fernando, el profesor, que se sentó junto a él e intentó sin éxito que le contara el porqué de su ocupación de las escaleras de la casa.

A la hora de cenar, Pedrito, el hijo bala perdida de los ancianos del sexto derecha, se paró frente al portal. Regresaba a casa, sin avisar, después de haber pasado cinco años en la cárcel provincial. Pasó junto al mendigo y, sin cruzar ni una palabra con él, subió directamente a la azotea del edificio y se tiró.

Los sanitarios que acudieron a socorrerlo certificaron que había muerto en el acto. Nadie reparó en qué momento el viejo había abandonado el lugar. De él sólo quedaron las muletas, apoyadas en la pared.

Yo fui la única que lo vio todo desde la ventana de la cocina y nadie me creyó cuando conté que el pordiosero se había levantado sin dificultad y, convertido en una sombra, se había ido sin mirar el cuerpo de Pedro.

«Death Looking into the Window of One Dying» (1900) de Jaroslav Panuška.

 

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Patricia Richmond (Zaragoza, España)

Camino entre las sombras que escapan del doble fondo de la noche,

arrebatando al guardián  del ocaso

palabras que profetizan el vértigo de la incertidumbre. 

Twitter: @PatriciaRichm_

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