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LOS EXPEDIENTES QUE NO MUEREN

II

 

Alejandra Rodríguez Montelongo

Primera parte

 

II- LA LITERATURA Y LOS CONTRADISCURSOS

La novela biográfica El invencible verano de Liliana de Cristina Rivera Garza, reciente ganadora del Premio Pulitzer de Literatura, no solo se convierte en un método para exigir justicia, sino que busca celebrar el paso de Liliana por el mundo y dejar constancia de aquella joven. Así, intenta mostrar no a la víctima de un feminicidio, sino al ser humano que no puede reducirse a una cifra. Cristina Rivera Garza, a falta de expedientes judiciales que den cuenta de lo ocurrido a su hermana hace treinta años en Azcapotzalco, escribe el libro convirtiéndolo, evidenciándolo, como archivo. Notas periodísticas,  documentos oficiales, letras de canciones, consignas de denuncia, conversaciones, poemas, ensayos, investigaciones y, sobre todo, los cuadernos, notas, apuntes, recortes, planos, cartas, casetts y agendas de la propia Liliana conforman este libro haciendo de El invencible verano de Liliana un archivo de recuerdos. El libro es así un trabajo de excavación y ordenamiento archivístico,  Rivera Garza trabaja con las palabras de su hermana y sus seres queridos, asegurando en las notas finales:

Mi hermana, Liliana Rivera Garza, construyó un archivo meticuloso de sí misma a lo largo de su vida. (…) Todos los documentos fueron copiados, con fidelidad del archivo personal de Liliana Rivera Garza, por lo que dichos fragmentos pueden presentar una variedad de estilos tipográficos, faltas de ortografía o inconsistencias sintácticas.[1]

De tal manera, observamos cómo la obra incluso conserva la tipografía de Liliana, permitiendo que su voz atraviese el tiempo junto con la de otras tantas mujeres desaparecidas y ultrajadas. La obra además de ser archivo es denuncia.

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Roberto González Echeverría nos menciona que “la escritura está vinculada con la fundación de ciudades y el castigo”.[2] En el caso de El invencible verano de Liliana observamos que dicha aseveración se cumple, Cristina Rivera Garza propone un libro que funge como una denuncia. Al inicio de la narración, al acudir Cristina a la Procuraduría de la Ciudad de México para buscar los expedientes del caso de su hermana, una de las dependientas le responde “no crean ni por un minuto que los expedientes viven para siempre”.[3] Ante ello, Cristina reconoce, teme, que si ese expediente desaparece “no habrá memoria oficial de la presencia de Liliana sobre la tierra”.[4] Si ese expediente muere, morirá también la posibilidad de hacer justicia. Así, el libro desde el inicio se configura como archivo en ausencia de otro y, tal como menciona Echeverría, es una exigencia de justicia, de castigo. No es aquí una ciudad lo que se funda sino un recuerdo, un memorial.

González Echeverría señala que “la característica más persistente de los libros que han recibido el nombre de novela en la era moderna es que siempre han pretendido no ser literatura”.[5]  “El único denominador común es la cualidad mimética del texto novelístico; no de una realidad dada, sino de un discurso dado que ya ha ‘reflejado’ la realidad”.[6] Al observar los nuevos discursos incorporados en estas necroescrituras desapropiativas podemos notar la inclusión de testimonios. En la novela autobiográfica El invencible verano de Liliana un discurso que resalta es el discurso feminista manifestado tanto en la mención del performance de La Tesis, “Un violador en tu camino”, como los estudios de Rachel Louise Snyder “No Visible Brusies. What We Don’t Know About Domestic Violence Can Kill Us” y las investigaciones de Jacquelyn Campbell que dieron como resultado la primera Prueba de Peligro de Violencia Doméstica.

Los testimonios de los amigos cercanos y las cartas de Liliana aparecen entremezclados con los estudios psicológicos sobre violencia en el noviazgo, el discurso feminista y los performances y manifestaciones ocurridas en los últimos años. La novela es reflejo de los discursos de género y, a través de ellos, como si se tratase de un prisma, busca mirar la vida de Liliana, no para revictimizarla y señalarla bajo ese otro discurso imperante, el patriarcal, discurso que sólo sitúa a la víctima como culpable, sino que busca adentrarse a la vida de Liliana para regresarle su humanidad y explicar los mecanismos sociales que propiciaron su muerte. Al final observamos que si Liliana, una mujer libre, fue asesinada es porque en su camino había un asesino, situación que, señala Cristina Rivera Garza, pudo haberle ocurrido a cualquiera, incluso a ella.

La autora no sólo plasma un discurso que refleja una realidad, sino que al hacerlo efectúa un contradiscurso hacia el necrocapitalismo o el capitalismo gore. Regresemos por un momento al término propuesto por Cavarero sobre el horrrorismo. A diferencia del terror que conduce al individuo al sacudimiento mediante el temblor del cuerpo y a la huida, es decir, hacia el movimiento, el horror conduce al sujeto al estatismo, a congelarse. “Invadido por el asco frente a una forma de violencia que se muestra más inaceptable que la muerte, el cuerpo reacciona agarrotándose y erizando los pelos”.[7] El horror, “más que al miedo, concierne a la repugnancia”[8]. «El cadáver cercenado es inmirable, destruye la unicidad del cuerpo, su singularidad. Atenta contra la dignidad humana, de tal forma que el individuo que contempla la escena no puede sentir miedo hacia la amenaza de muerte, sino una emoción que va más allá y le paraliza ante la violencia que, no bastándole la muerte, destruye incluso el cuerpo y su vestigio de condición humana».[9]

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En el caso de Liliana y las mujeres asesinadas no sólo se trata de una destrucción del cuerpo, en ocasiones su asesinato no implica el desmembramiento, la tortura o la desfiguración. A Liliana la encuentran en su cama, cubierta por cobijas y sin que nada haga sospechar siquiera de su muerte. La rabia por el crimen está ahí, pero el horror no reside en la escena en sí, sino en lo que vendrá después. Más allá de la posible destrucción del cuerpo, cuando una mujer es asesinada el desmembramiento de su dignidad humana es social. La cultura, cómplice del feminicida, destroza la imagen de la víctima, su recuerdo. Reduce a la mujer a una cifra, a un número de expediente a perder, a una serie de reclamos, sospechas y críticas a ella y su familia. No sólo es la violencia ejercida contra el cuerpo sino también contra la memoria y dignidad de la mujer. Cristina Rivera Garza señala que antes de tipificarse el feminicidio en el Código Penal Federal el 14 de junio de 2012, no había forma de llamar a aquellos crímenes.

A gran parte de los feminicidios que se cometieron antes de esa fecha se les llamó crímenes de pasión. Se les llamó andaba en malos pasos. Se le llamó ¿para que se viste así? Se le llamó una mujer siempre tiene que darse su lugar. Se le llamó algo debió haber hecho para acabar de esa forma. Se le llamó sus padres la descuidaron. Se le llamó la chica que tomó una mala decisión. Se le llamó, incluso, se lo merecía.[10]

Hay en la novela un fragmento en voz de Antonio Rivera Peña, el padre de Liliana, que muestra justamente el horror ante ese desmembramiento moral: “No me preguntes, por favor. No puedo repetirlas. Las palabras que utilizaron los de la procuraduría ensucian la vida de nuestra hija”.[11] El discurso patriarcal desfigura la memoria, deshumaniza a la mujer, la convierte en la culpable de su propia muerte y desgarra no sólo a ese humano asesinado sino también a aquellos que le aman y ante el horror y la culpa escuchan: “¿Con qué derecho pueden exigir justicia al Estado cuando no fueron capaces, ellos mismos, de guarecer a los suyos, a la suya, del peligro?”[12] Ese discurso imperante, a favor del capitalismo gore, es parte de un sistema que el feminismo y la novela biográfica de Cristina Rivera Garza intentan cuestionar y destruir.

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La novela en sí es una respuesta, un contradiscurso y el planteamiento de uno nuevo. Por ello, a lo largo de los testimonios de los seres queridos de Liliana que la muestran como una mujer libre, inteligente y auténtica, la voz narrativa se pregunta por el mecanismo que la llevó a permanecer en una relación peligrosa, y cómo nadie de los que la rodeaban pudo identificar la muerte que la asechaba. Concluye señalando tres puntos. Uno: la romantización cultural de conductas peligrosas. Dos: la ausencia de palabras en esos años para poder nombrar los feminicidios y la violencia en el noviazgo, por ello reconoce la voz narrativa que “la falta de lenguaje nos maniata, nos sofoca, nos estrangula, nos dispara, nos desuella, nos cercena, nos condena”[13]. Tres: se da cuenta, sobre todo, de que su hermana Liliana intentó muchas veces escapar de esa relación hasta conseguirlo, pero justo ahí, cuando el individuo violentado logra salir de la relación, es cuando corre más peligro, pues su violentador, al identificar que está a punto de perder el control sobre la vida del otro, recurre al asesinato.

Liliana estaba intentando salir. Liliana ya iba de salida. Después de tantos años de gaslighting, después de los años en que Liliana aprendió a acceder a las demandas del oso para así calmarlo, después de años de lucha, de resistencia, de negociación, de batalla, Liliana estaba por fin en su camino hacia fuera. (…) Cuando nos quebramos, Liliana, cuando la maquinaria patriarcal nos alcanzó para triturarnos el cuerpo y el corazón, para arrasar con el pasado y con el futuro, fue, sí, intentando salir. De eso no me cabe la menor duda. Iba ya hacia fuera, más allá, creyendo profundamente, honestamente, provocativamente, que otra vida era posible.[14]

En una sociedad, un país, un continente que desaparece y mata dejando impunes a los culpables, ante un sociedad que se hace aliada del horror, el libro es tal vez una de las pocas vías que quedan para demandar justicia, no por dar voz a los que no la tienen como si se tratase de un gesto paternalista, sino para unirse a esas voces y reconocer que también nosotros cargamos esa ausencia, su vergüenza, dolor y vacío. Que nosotros podemos ser esos otros, que de alguna manera lo somos por ser parte de una comunidad. Por ello, cuando a la voz narrativa, focalizada en la figura de Cristina Rivera Garza, le preguntan “¿Usted es Liliana?”[15], ella no puede responder y se pregunta “¿Lo seré algún día?”[16] Tal vez, todas, todos, podemos ser Liliana, Lesvy, Tadeo, Cristina, Antígona. En estos países sumidos en la necropolítica todos podemos serlo.

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Cristina Rivera Garza

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La novela biográfica El invencible verano de Liliana es un archivo de expedientes al borde de la desaparición, porque en este país no solo los cuerpos se desvanecen como nos lo mostraba Antígona González, sino que además los archivos, los expedientes, si es que existen, también están condenados a desaparecer. “No crean ni por un momento que los expedientes viven por siempre”[17]. Por ello la necesidad de escribir, de hacer del libro un memorial, de cada poema un nicho como lo hacía Raúl Zurita en Canto a su amor desaparecido, o como Sara Uribe al recolectar en Antígona González las voces olvidadas en notas periodísticas. Por ello la necesidad de crear libros que sean diálogo sostenido con otras voces, expedientes, canciones de denuncia, notas periodísticas, recuerdos, cartas encontradas y recuperadas en cajas sepultadas en los años; libros que sean cuerpo y ausencia, verdades que prefieren refugiarse en versos y ficciones, porque ahí, en el arte, las palabras y silencios puede por fin encontrar un sitio de descanso. Al final en El invencible verano de Liliana y aquellos otros libros de voces ya idas, de voces corporalizadas en los textos, nos damos cuenta que en realidad seguimos en Comala oyendo en la literatura latinoamericana los murmullos de otros muertos.

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[1] Cristina Rivera Garza. El invencible verano de Liliana, Penguin Random House, México, 2021, p.301

[2] Roberto González Echeverría, Op. cit., p.31.

[3] Cristina Rivera Garza. El invencible verano de Liliana…, p.34

[4] Ibidem., p.38.

[5] Roberto González Echeverría, Op. cit.,  p.36.

[6] Ibidem., p.37.

[7] Adriana Cavarero, Op. cit., p.22

[8] Ibidem., p.23

[9] Cfr. Idem.

[10] Cristina Rivera Garza. El invencible verano de Liliana… p.34.

[11] Ibidem., p.290.

[12] Ibidem., p.276.

[13] Ibidem.,  p.34.

[14] Ibidem.,  pp.278-279.

[15]Ibidem., p.28.

[16] Idem.

[17] Ibidem., p.34.

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REFERENCIAS

Cavarero, Adriana. Horrorismo: Nombrando la violencia contemporánea. Anthropos. México, 2009.

Fuentes Kraffczyk, Felipe Oliver. Apuntes para una poética de la narcoliteratura. Universidad de Guanajuato. México. 2013.

González Echeverría, Roberto. Mito y Archivo: Una teoría de la narrativa latinoamericana. Fondo de Cultura Económica. México, 2011.

Rivera Garza, Cristina. El invencible verano de Liliana, Penguin Random House, México, 2021.

Rivera Garza, Cristina. Los muertos indóciles: Necroescrituras y desapropiación. Debolsillo, México, 2019.

Valencia Triana, Sayak. Capitalismo Gore. Melusina. España. 2010.

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Alejandra Rodríguez Montelongo

Zacatecas (1993).

Psicóloga y maestra en Literatura Hispanoamericana.

Suele conjurar lo fantástico y lo siniestro escondido en la tinta de las escritoras.

Es autora del libro de cuentos Canto de enredaderas (2021).

Ha sido becaria del PECDA y fue reconocida en 2021 con el Premio Estatal de la Juventud (Zacatecas) en la categoría de Literatura.

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