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SONÁMBULO

Alexsa Bathory

MÉXICO

 

 

El reloj marcaba las tres de la mañana en la habitación de Damián. Se levantó de la cama entre visiones borrosas, incitado por colores vibrantes que destellaban en su mente. Cuando por fin sintió que terminaba de despertar, vio que su colección de gnomos se apoderaba de la cama, el escritorio se partía en dos para sentarse en el piso y los libros dejaban resbalar todas las letras, al tiempo que soltaban suspiros de alivio, y ellas -plenas de energía- salían corriendo como pequeñas arañas liberadas por vez primera.

Del pequeño acuario los peces brincaban. Al estar en el aire, sus escamas se estiraban creando alas metálicas, en un movimiento tan rápido que al instante salían volando. Todo a su paso lo iluminaban con brillantes colores azules, verdes, rojos y naranjas. Sus auras psicodélicas se reproducían y mutaban sobre las paredes, de modo que la habitación era ya su nuevo estanque para volar. El techo había desaparecido y algunas estrellas aprovecharon para bajar y recostarse en su almohada: estaban eternamente muertas de sueño.

Damián daba pasos lentos, maravillado por la extraña viveza de todo lo que lo rodeaba. Entonces escuchó que algo caía en la pecera. Volteó lentamente lleno de curiosidad y, al mirar con atención, descubrió que los canarios habían logrado entrar hasta su dormitorio sólo para zambullirse en el agua. Cuando las aves tocaban el fondo, sus alas pegadas a sus regordetes cuerpos parecían cambiar por una textura áspera y oscura. Después de la rápida mutación, ya nadaban y se agitaban con regocijo.

Miraba fascinado el nado de las aves cuando sintió que los peces voladores lo acosaban. Alrededor de él giraban las escamas brillantes. Las criaturas lanzaban sus feroces hocicos entreabiertos amenazando con atacarlo y batían las escamas con agresividad. Sus dientes sobresalían como picos peligrosos y afilados. Damián se recargó en la pared tratando de alejarse de aquellas alas escamosas. Asustado se aferraba al concreto, pero hacer eso fue peor: varios brazos lo ataron. Sintió manos frías jalándolo. La pared lo devoraba. Podía sentir que su piel se combinaba con aquel muro hambriento. Intentó zafarse, se agitó con desespero. Cada vez se perdía más de su cuerpo. Intentó gritar, pero su garganta fue asfixiada por una de las manos.

Los gnomos corrieron para ayudarlo. Unos intentaban mordiendo los brazos de concreto y otros jalaban el pijama de su amo. Los peces volaban con desesperación y sin una dirección fija. Entre el alboroto, aquellas alas rasguñaban a Damián. Entre la conmoción, la pecera se desplomó. Se escuchó un gran estruendo y el agua descontrolada brotó aventando los pedazos de cristal con furia. Los canarios se sacudían sin control sobre el piso mojado, hasta que lanzaban un último silbido.

Desconcertado y aterrado, Damián cerró los ojos con fuerza, apretó la mandíbula y se agitó con brusquedad. El reloj marcó las 3:07. Justo en ese momento se sintió liberado. Abrió los ojos lentamente y se encontró solo en la oscuridad de su recámara. Suspiró lentamente. Revisó que todo estuviera en su lugar, asegurándose de que había sido un sueño. Al observar la pecera, un escalofrío recorrió su espalda: en el fondo había un canario con las alas secas y negras. Su rostro se pasmó en una mueca de horror.

«Depth» (M. C. Escher, 1955)

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Alexsa Bathory

Soy del año que se estrenó Entrevista con el vampiro.

Amante de la oscuridad y el gore.

Persigo palabras y canto junto al Diablo.

Twitter: alexsabathory

 

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