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BIENVENIDO, MR. HYDE

Laura Martínez Abarca

 

 

200px-Jekyll_and_Hyde_TitleEl extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde fue una historia que Robert Louis Stevenson descifró gracias a un sueño. Hacía tiempo, dice, deseaba escribir  sobre “la doble fuerza que a veces se presenta y domina en la mente de todas las criaturas dotadas del poder de pensar”*, pero ignoraba cómo hacer la transición de dos aspectos aparentemente irreconciliables: el bien y el mal en un solo hombre. Así, mientras se devanaba los sesos en vigilia, una noche el sueño le reveló la clave del misterio: la extraña alquimia producida por una pócima con el poder de liberar la mitad oscura que late en cada centímetro del espacio que ocupa nuestro cuerpo en la tierra. En este sentido, la temática logra ser sustantiva y hasta trascendental: el hombre y sus otros yo. Se sabe que existió una versión anterior “genial e indecente”, devuelta por su editor, en donde había escenas “escandalosas”, por llamarlo de algún modo; otras fuentes refieren que fue Fanny, esposa del escritor, quien le sugirió reescribir el texto. No obstante, el propio Stevenson aclaró que no era una obra genial, razón por la cual tiró al fuego la novela y la rehízo. Esta última versión es la que nosotros conocemos.

El escritor escocés nos ubica en la nebulosa Londres del siglo XIX y centra su relato en las dos fuerzas opuestas que residen en la conciencia de Jekyll, respetable científico, quien a lo largo de toda la vida ha escondido su predisposición al gozo y a los placeres indignos, no sin cierta vergüenza, sintiéndose él mismo no un solo hombre, sino dos, razón que lo lleva a inventar un bebedizo para separar el bien y el mal de su alma. Para su mala fortuna los resultados le son adversos y, lejos de expulsar el mal de la naturaleza humana, logra liberar al temido y añorado monstruo interior.

Pese al fracaso del experimento no todo se encuentra perdido, ya que éste arroja dos evidencias fundamentales en las que radica la genialidad de la obra. Por un lado, la conjetura de un Jekyll que afirma la existencia de otros seres “incongruentes e independientes entre sí”, agazapados en un solo hombre, al acecho; y por otro, la presencia ineluctable de un reverso tenebroso que lo invade, representación funesta de un doble que maniobra desde él mismo. De tal modo, el cuestionamiento herético del científico trastoca los designios de un Dios que, se dice, nos hizo a su imagen y semejanza, dilucidando la imposibilidad de escindir la condición dual del hombre.

J&HLa imagen mítica del mal corporizada en Hyde es la deformidad del espíritu, inherente a la naturaleza humana. Hay algo en la apariencia de ese extranjero detestable que sugiere una monstruosidad aunque no se descubran rasgos grotescos en su semblante envuelto por el misterio. Su sola presencia despierta sentimientos de odio y temor. Despreciable y carente de toda virtud, no se detiene ante sus pasiones y deseos perversos, contorsionado de placer ante el aniquilamiento del otro, sin nada que pueda parar al horrible juggernaut**, “fuerza irrefrenable y despiadada que en su avance aplasta o destruye todo lo que se interponga en su camino”. Así, el placentero gozo de un impúdico Hyde ante la destrucción embriaga a Jekyll hasta hacerlo sucumbir a los impulsos depravados de su dualidad maldita que poco a poco carcome los restos de una vida virtuosa, aboliendo los convencionalismos dictados por el orden moral.

Aunque para mis gustos inconfesables hubiera preferido más escenas despiadadas de Hyde, la narración es inquietante. Nos hace pensar que si liberáramos el mal en cada uno de nosotros seríamos almas sin tormento, sin un ápice de eso que llamamos culpabilidad. Viscerales. Descarnadas. Tal vez por eso mismo el hombre occidental adopta la máscara más conveniente para vivir en una sociedad con principios morales, en donde la maldad idealmente no tendría que existir, pero existe.

¿Acaso, libre de toda moral, no es Hyde el hombre más honesto sobre la Tierra? ¿Podríamos llamarle mal a un deseo que recorre el alma, al igual que el deseo de tocar las nubes tapizadas sobre el cielo azul, y que transita como un pensamiento feliz? ¿Sería posible llamar monstruo al hijo de Víctor Frankenstein sin mirar nuestro interior y no horrorizarnos por lo que llevamos dentro como cientos de seres que son nosotros mismos y ocultamos?

En cualquier caso, Hyde nos deja soñar con el canalla que llevamos dentro.

* Stevenson, A través de las praderas y otros relatos.

** Expresión utilizada por Stevenson para describir a Hyde.

J&H2

 

 

 

 

 

lauraLAURA MARTÍNEZ ABARCA

Aunque todo parece incierto los hábitos se cumplen rigurosamente, sin pensarlo, miro mi mano derecha con una taza de café negro ¿de dónde salió? Pero qué sucederá, nadie lo sabe. Lo más probable es que veamos transcurrir la vida en espera de un vuelco que nos revire, como esos insectos tumbados sobre sí mismos haciéndose los muertos, aferrados a la vida.

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