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CASA

Andrés Galindo

 

En el anterior sonido del trueno, cuando hablaba sobre bibliotecas, me enfrenté al problema de contar con poco material bibliográfico, muy pocas historias cuyo centro regidor fuera ese lugar, para muchos mágico, en el que todo buen adorador de los libros ha crecido. No así con la casa, representación simbólica del cuerpo humano y sus estados anímicos.

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Ante la marejada de textos que se centran en ese espacio de habitación cotidiana, y ante la imposibilidad de dar fe de esa variedad de historias en este breve espacio, quizá lo mejor sea contar la propia casa:

No lo sé de cierto, pero supongo que en toda ciudad, en todo pueblo o en todo barrio hay una casa que mueve a inquietud y leyenda. La literatura, aun el género fantástico, en modo alguno puede escapar a su realidad inmediata, a su época, a su contexto social. Quizás ésta sea la razón por la que abundan las novelas, cuentos y películas sobre casas abandonadas, encantadas o demoniacas. Si bien lo desconocido siempre mueve a temor, hay en ese desconocimiento una curiosidad seductora que ha permitido generar estas narraciones que van desde la leyenda popular hasta los textos de autores reconocidos y, en muchos casos, admitidos en el glorioso canon de la literatura universal. Las casas abandonadas admiten ese doble sentido de temor y seducción.

Cuando era niño, a un par de manzanas de donde yo vivía se levantaba, misteriosa, lo que los muchachos del barrio llamábamos “la casa rosa”. Al deslucido color rosado se sumaba el abandono. Nadie vivía en esa casa que, además, se mantenía apartada del resto de las casas. Era una construcción que se levantaba en medio de una explanada, enorme para la imaginación de los chicos. La casa rosa alimentó la imaginación, los temores y la curiosidad de quienes jugábamos cerca del lugar; lo que seguramente se cuenta en todos los barrios sobre casas abandonadas: fantasmas, vampiros, hombres lobo, locura, ritos satánicos, muerte.

Nunca conocí a nadie que se atreviera a franquear las puertas de aquella casa maldita. Algunos años después vimos cómo, gracias a la dirección de obras públicas, la antigua casa rosa fue derrumbada, para en su lugar levantarse un pequeño jardín. Algunos curiosos, recuerdo, fuimos a mirar y hurgar entre los restos de aquella fuente de historias. Nunca olvidaré el hueso que descubrió mi zapato al remover la tierra sobre la que antaño se había levantado la casa rosa.

Para algunos, afortunadamente, el hambre de cuentos nunca se termina. Unas calles más lejos, la delegación Iztacalco mandó construir un centro social; dentro, una biblioteca pública. En esa biblioteca, en la que dejé parte de mi adolescencia, conocí a quienes luego serían algunos de mis autores favoritos: Borges, Cortázar, Phillip K. Dick, Ray Bradbury y, entre todos ellos, el gran Edgar Allan Poe. Cuentos de lo grotesco y lo arabesco se llamaba el primer libro que leí del genio policial. Ahora no recuerdo si en ese gastado tomo se incluía “La caída de la casa Usher”; quizás a la memoria le convenga mantener ese cuento así, grotesco y arabesco. Pero en ese cuento hay, justamente, ese paralelismo entre el ambiente lóbrego de la casa y el estado anímico de los personajes, artificio que veremos repetir en la mayoría de los textos que referiré más adelante.

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Poco más adelante, en mi historia de vida, comencé a escuchar Rock 101, estación de radio bandera de la contracultura en la Ciudad de México. En aquella mítica estación había un programa llamado En los cuernos de la luna, conducido por Iñaki Manero. Ahí, por vez primera, conocí a otro de los grandes: Howard Phillips Lovecraft. En ese entonces sabía menos de lo que sé ahora, pero las narraciones de Lovecraft en voz de Manero llegaron a alimentar, también, mi imaginación y mis deseos de adentrarme más en esa casa que es la literatura fantástica. Creo que los fieles de Lovecraft (Miguel Lupián podrá contar mejor) han dado más importancia a los mitos de Cthulhu, quizás con justificada razón. Para esta nota yo he revisado “El grabado en la casa”, “La casa maldita”, “La extraña casa elevada entre la niebla” y “Los sueños de la casa de la bruja”. Sin pretender ser experto, creo que algo que me llamó la atención de estas historias, y que es lo que hace despegarse de otros autores que tocan el tema, es que no importa tanto la maldición que pese sobre las casas de cada cuento o los eventos paranormales que podrían estar en cualquier narración sobre casas abandonadas. Lo inquietante en Lovecraft, creo, es la revelación de una fuerza superior a todo aquello que esté asociado al hombre occidental moderno. En las historias de Lovecraft, el hombre occidental, tan entregado a antropocentrismos, de pronto se ve superado con creces por inteligencias y dioses antediluvianos. “El grabado en la casa” explora ya un motivo harto conocido en Lovecraft, el de los libros prohibidos y extraños. “La extraña casa elevada entre la niebla”, si bien no es parte de la mitología de Cthulhu, hace más evidente esa preocupación en el autor por revelar que la historia del ser humano no inicia con el antropocentrismo cristiano. “Los sueños de la casa de la bruja” es un inquietante relato en el que esos misterios que escapan a la comprensión humana interactúan y hacen caer a quien intenta cruzar el umbral de nuevas dimensiones, armados sólo con el pretendido razonamiento positivista puesto tan de moda por la novela realista del siglo XIX y principios del XX.

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En “La casa maldita” hay un breve tributo a Poe, ya que pasa por la narración como personaje incidental justo para dar pie al desarrollo de la historia:

Lo irónico del caso es que en el curso de aquel paseo, tantas veces repetido, el más grande maestro de lo terrible y de lo fantástico tenía que pasar por delante de cierta casa situada en el lado oriental de la calle, un edificio deslucido y anticuado que se hallaba posado sobre la brusca subida de la ladera de la colina, con un amplio y descuidado jardín que databa de la época en que la región era en parte campo abierto. No parece que Poe escribiera o hablara nunca de la casa, no se tiene noticia de que hubiera reparado en ella. Y, sin embargo, aquella morada para las dos personas en posesión de cierta información, iguala o supera en horror a las más descabelladas fantasías del genio que con tanta frecuencia pasó por delante de ella sin saber lo que ocultaba y se alza con mirada maliciosa y rígida como símbolo de todo lo que es indeciblemente espantoso.

No diré más sobre “La casa maldita”. Sirva esta referencia como invitación a seguir leyendo. En cambio, seguiré contando mi propia historia: en aquellos lovecraftianos años, lejos estaba yo de pensar que terminaría siguiendo el ejercicio de las letras; otros eran mis intereses. Pero quizás el destino haga que uno siempre regrese a la morada original. Entré a estudiar literatura hispanoamericana y, en consecuencia, redescubrí a Jorge Luis Borges, el ciego argentino. A razón de una tesis que hoy no vale la pena recordar, tuve que leer la obra completa del memorioso. Entonces llegué a El libro de arena y a “There are more things”, que es el cuarto de la colección de ese libro y está dedicado “A la memoria de Howard P. Lovecraft”.

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Otra cosa que me había llamado la atención en Lovecraft era su cuidado para detallar la geografía y la arquitectura de sus espacios, así que cuando releí “There are more things”, a la luz de este pequeño ensayo sobre casas en la literatura fantástica, me pareció de lo más natural que fuera un arquitecto, Alexander Muir, uno de los personajes implicados en la narración. Borges recupera esa fuerza ominosa que rebasa la razón humana y, en las preguntas que se plantea el narrador al final, deja latente su lectura con un motivo por el que se reconoce universalmente a Lovecraft: el horror cósmico.

¿Cómo sería el habitante? ¿Qué podía buscar en este planeta, no menos atroz para él que él para nosotros? ¿Desde qué secretas regiones de la astronomía o del tiempo, desde qué antiguo y ahora incalculable crepúsculo, habría alcanzado este arrabal sudamericano y esta precisa noche?

Esa sensación de lo ominoso, esa incapacidad de definir o de describir lo que se está viendo, porque está más allá de la razón humana, hace que el argentino deje su texto con un final abierto. El lector de tradición lovecraftiana bien podrá responder a las preguntas antes citadas.

En aquella vieja biblioteca de mi barrio también leí al otro gran argentino, al gran cronopio, Julio Cortázar. En aquel entonces había leído Historias de cronopios y de famas. Parece que esa biblioteca, de alguna forma misteriosa, había forjado mi destino. Muchos años después, en las clases de literatura hispanoamericana, “Casa tomada”, cuento incluido en Bestiario, era lectura obligada. Saltaré la anécdota del cuento y, por mero ejercicio de la nostalgia, diré algo que quizá ya se sepa pero que a mí me trae gratos recuerdos y da fe de cómo la república de las letras tiene su propio entramado. “Casa tomada” es un cuento del joven Julio Cortázar y no estaba muy seguro de su calidad. Así que lo lleva con Borges, que para entonces ya gozaba de cierta fama. La sorpresa llegó cuando, una semana después, Borges le anuncia a Cortázar que su texto sería publicado en el siguiente número de la revista de la que entonces era editor.

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De todas esas casas que alguna vez he habitado, porque la literatura bien puede ser un hogar para quienes profesamos el amor por las letras, ahora me queda el placer de la relectura y un grato sabor que se afirma con nuevas lecturas.

La casa de los deseos” de Rudyard Kipling hará que nos preguntemos si realmente estamos dispuestos a llevar a cuestas el sufrimiento de otros para que éstos puedan ser felices, y si verdaderamente servirá de algo, si realmente se contarán esos actos de piedad a la hora del juicio.

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La casa encantada” de Virginia Woolf recuerda que una casa también puede ser animada por una pareja de duendes en busca de un tesoro.

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La casa en Camdem-Hill” (Catherine Crowe), “Casa en alquiler” (Sheridan Le Fanu), “La casa del juez” (Bram Stoker) y “La casa hechizada” (Charles Dickens) están, más bien, en la tradición del relato de fantasmas, y quizá regresemos a ellos cuando sea preciso.

Cuaderno hallado en una casa deshabitada” de Robert Bloch es una narración heredera de la tradición lovecraftiana que recupera el temor a ritos precristianos, como pueden ser los druidas.

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«Notebook found in a deserted house», por Johann Peterka

Además de Borges y Cortázar, otros dos autores dignos de mencionar aquí son Felisberto Hernández con “La casa inundada”, que puede encontrarse en Cuentos inolvidables según Julio Cortázar, y Silvina Ocampo, una narradora argentina contemporánea de Borges, esposa de Bioy Casares. Cabe mencionar, de paso, que Silvina Ocampo hoy es poco y mal recordada. Acaso se tenga presente la Antología de la literatura fantástica, preparada por Borges, Bioy y Silvina. Pero el curioso lector encontrará entre su obra cuentos fantásticos de la mejor factura, entre los que se encuentran “La casa de los relojes” y “La casa de azúcar”, cuento éste último al que obligadamente hemos de volver en próximos sonidos del trueno.

Llegando al final de esta entrada, una amiga en Facebook me recordaba a Baba-Yaga, la famosa bruja de la mitología rusa. Pero creo que Baba-Yaga merecería una, aunque pequeña, entrada aparte. Baste decir que uno de los atributos de esta bruja es su casa de madera levantada sobre un par de patas de gallina y cuya puerta se muestra sólo si se recitan las palabras adecuadas: “Casita, casita, da la espalda al bosque y gira hacia mí”.

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Mike Mignola, creador del personaje de cómic Hellboy, tan inclinado a recuperar leyendas y mitos universales, hace enfrentar a su personaje con Baba-Yaga, quien sale herida de un ojo a causa de una bala. A la primavera siguiente los árboles no florecieron y los recién nacidos están ciegos de un ojo.

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Finalmente, a propósito de Mike Mignola, El libro de las casas encantadas es un compendio de historias que reúne a diferentes artistas del cómic, entre los que se incluye el creador de Hellboy, y con el que bien valdría la pena cerrar las puertas de esta casa.

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