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DE GODIVA A CHANEL

Julián Araf

 

Entre la belleza irreal que pudiera penetrar en nuestro mundo, una parte se vislumbra en el arte y otra más en el amor. Entonces, ¿qué es el amor al arte sino una declaración redundante?

 

La concepción de la belleza es un elemento fundamental en la creación de muchas facciones del arte; desde las siete musas hasta las modelos de Versace, Dior o cualquier mujer en la que el hombre halle una cualidad para amar. Quizás al lector pudiera parecerle ridículo, ¿pero es que no ha sido acaso la mujer el pilar general en la historia del arte? Y es que el papel creador e inspirador no termina sólo en la belleza que emanan estas complejas criaturas, sino se extiende más allá de lo profético, pues hasta la magia se halla impregnada de lo femenino.

Hay miles de ejemplos que plagan las mitologías y también a la historia clásica y contemporánea: artistas que en reiteradas ocasiones retratan a la mujer como la culminación del deseo, del éxtasis, del amor perpetuo, de la arrogancia, de la crueldad, del sufrimiento, de Dios y de Satanás, de todo lo que el hombre en el fondo siempre ha aspirado a ser: perfecto.

Esta misma concepción que gira en torno a un misticismo casi inherente a la mujer se ha venido gestando prácticamente desde el vientre de la misma: desde los dioses paganos que figuraban a una mujer como la creadora y madre de todo el cosmos y naturaleza en conjunto, hasta las inmaculadas vírgenes, santas e ídolos. Sin duda, no podemos menospreciar el papel que ha tenido la mujer tanto en la literatura, la pintura, el cine y la música; en toda expresión de arte se halla amor, y el amor no tiene un origen más complejo que el de un hombre con una mujer, o de una mujer con otra, o de un hombre con un hombre, o de maneras distintas que siguen partiendo desde la madre misma.

Podemos partir entonces desde las brujas de Salem hasta las pitonisas de la Grecia antigua. Las primeras, que si bien fueron perseguidas, quizás el motivo principal no fuese por alguna especie de pacto con Satanás, sino por el hecho de ser mujeres y tenernos a merced con más de una forma de poder (la demoníaca y la propia del cuerpo). De las otras sabemos bien el papel que desempeñaron en tantas empresas, travesías emprendidas no sin antes ser consultadas sobre los hados que pudieran acontecer la vida de los héroes griegos.

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Y es que esa principal cualidad es una de las tantas que intenta exaltar el arte por sobre lo femenino: la mujer ha sido la predilecta de dioses y demonios para engendrar toda forma terrenal de los mismos. Todos los mitos antiguos y credos en los que se basa nuestro mundo se resumen a ungidas por Dios, como la virgen María; a Lilith, engendro primero del mismo que acabaría como el súcubo primogénito de Lucifer: la inmaculada concepción que otorgó la posteridad eterna a una en rezos mientras que a otra la condenó a que sólo los hombres le soñaran. El hombre se encomienda a una virgen mientras anhela poseer en sueños a un súcubo. De estas dos cualidades podremos definir la dualidad femenina que ha existido desde siempre: el deseo y la virtud.

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¿Podría ser la mujer la criatura predilecta del engaño, multifacética por definición y mensajera de Eros? Todo eso en conjunto hace que los hombres teman, que se rebajen a la tan abominable mortalidad. Y es que son demasiados los pasajes para enumerar en la que los héroes caen en desgracia por un amor, o bien son exaltados por la gloria que se concibe entre la intimidad de la mujer.

De Godiva a Chanel, cada una de ellas y de las historias que nos plaga el arte respecto a ellas emana una fragancia particular, entre Amor y Psique y desgracia; empezando por la primera que cegó a Peeping Tom con su dorso desnudo, culminando en Cocó y todos los amantes fallidos, guerras secretas y espionajes. ¿Qué más podría cautivarnos en la relación con una mujer si no hay de por medio peligro?

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Desde Beatriz y Dante; el sacrificio por llegar a ella hasta el paraíso (y la muy marcada concepción que hace la Divina Comedia por glorificar el perfil de ella en lo celestial), penetrar en el purgatorio, no sin antes haber atravesado el inframundo y ver los castigos y agonías de los amantes, de los impuros, los infieles: Dante seguramente hubiera soportado todo por Beatriz.

"Beata Beatrix", Dante Gabriel Rossetti

«Beata Beatrix», Dante Gabriel Rossetti

María Iribarne y Juan Pablo Castel (El túnelE. Sábato); sufrir la condena por ser el amante de una amante, la paranoia por saber que alguien que alguien es “tuya” a la vez que no lo es, de los celos, la desesperación y el amor enfermizo. De la muerte por amor y por mentira.

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Sierva María y Cayetano Delaura (Del amor y otros demoniosG. Márquez); la condena por lo no correspondido, lo sacrílego y casi herético. Por anhelar lo más mundano en una posición de clérigo en la cual eso significa el pecado; ¿es acaso de verdad pecado cuando se ama?

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Mariana y Carlos (Las batallas en el desiertoE. Pacheco); el más puro amor primerizo, de la inocencia hasta lo edípico, el extraño por no reconocer lo que se siente por alguien y a la vez afirmar que existe. El dolor que conlleva perderlo todo a la vez.

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La divinidad de los rezos a las tan distintas diosas, como Afrodita, Atenea, Hera, Sofía, Uadyet, Meztli, y demás. De lo bíblico, pasando de Magdalena y Jesucristo a Eva y Adán (y Lilit). Por la ficción individual, como lo es Jane Eyre o Catherine Earnshaw, junto con todo el empoderamiento femenino, pasando por tintas de las manos de las Brontë, Shelly, Woolf, Dickinson, Beauvoir, Varos o Garro.

No se trata de desvirtuar a la mujer como tal, al contrario, se busca la exaltación de las cualidades mágicas y divinas de la misma; es como un espejo algo confuso, en el cual nos vemos pero vemos una pieza mejor trabajada y más compleja, la única capaz de saciar el caótico mundo en el cual vivimos.

La mujer es amor al igual que lo es el hombre, no depende de estigmas o intentos de dogmas que nos dicten a quién amar o a quién no; al final todas y todos somos arte, y es lo único que necesitamos. Arte, amor, mujeres u hombres; pues el amor y el arte son declaraciones redundantes.

 

Una mujer no es la felicidad de un hombre, pero Ellas saben muy bien dónde se encuentra.

―Francisco de Quevedo  

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Imagen de cabecera: «Lady Godiva» de John Maler Collie.

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20160305_140547Ante todos soy Carlos Vara, pero en mis momentos más privados escribo bajo el nombre de Julián Araf. Tal vez escriba como otro porque en el fondo siempre quise ser alguien más, y la magia que hallo en las letras es la misma que me permite cumplir tan peculiar anhelo. Nací en la pequeña ciudad cuenqueña de Tuxtepec, Oaxaca, en 1997, y por razones del destino (y también gracias al ímpetu) me hallo actualmente residiendo en Guadalajara, Jalisco. Empecé a escribir por pasión desde los 15 años gracias al amor que hallé en alguien, y cuando perdí el mismo, continúe más animado que nunca, pero imagino desde antes de tener memoria; desde literatura fantástica hasta las tragedias de las que hallo la inspiración en todas partes. Emprendedor de distintos proyectos literarios pequeños, pero, sobre todo, apasionado escritor y lector.

¡LLÉVATELO!

Sólo no lucres con él y no olvides citar al autor y a la revista.

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