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Historias de un dragón lector

Marilinda Guerrero

 

Tengo un dragón que le encanta leer. Se llama Clifford y llegó a mi puerta, pidiendo que le diera posada. Conozco a su familia, es muy tranquila y educada, así que no tuve reparos en dejarlo entrar. A los dos nos encanta leer todo aquello que esté relacionado con lo fantástico. Todas las mañanas buscamos esas pequeñas historias que quedan sonando en nuestras cabezas, historias escritas en forma de minificción.

Por ejemplo, hace unos días leímos a Juan Calles (Guatemala) que nos hizo volar con su microcuento “Éxodo”:

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Los dos niños lloraban de hambre, el mayor no alcanzaba los ocho años, el menor colgaba de la espalda de su madre, que tranquilamente caminaba hacia la cima del cerro.

Mamá, tengo hambre, lloraba el mayor, el bebé sólo entornaba los ojos a punto de convulsionar.

Ella detuvo su marcha cuando encontró la sombra de un inmenso cedro, dejó al más pequeño acostado sobre la tierra y despreocupada empezó a escarbar sus dientes con la uña del índice derecho, sus hijos casi desmayados la miraban incrédulos; con la masa que obtuvo de sus dientes hizo una bolita que alargó a sus hijos, dentro de sus dedos apareció una hermosa y brillante manzana roja.

Los niños comieron felices y listos para seguir la caminata, ella suspiró aliviada y pasó la lengua sobre sus dientes ya limpios.

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Clifford llegó saltando una tarde, con esta minificción de Alejandro Zamora Montes (La Habana), “Donación”:

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Todos los perros del pueblo esperaban sus collares asignados por donación. Muchos debatían sobre el uso del nuevo regalo. Unos, lo dejarían para lucirlo en las navidades, otros lo pondrían en un altar y le rendirían culto al dios de los collares. Hubo un chihuahua que lanzó un discurso muy conmovedor sobre la fidelidad perruna. Desde un árbol cercano miraba el espectáculo un gato tuerto y semipelado. Se burlaba en silencio de ellos y pensaba: Doy gracias al cielo por haber nacido gato, independiente y nihilista.

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Pero la microficción del escritor Pedro Antonio Valdez (República Dominicana) nos hizo platicar un buen rato sobre el problema de los seres mitológicos por su falta de precaución al interrelacionarse con los seres humanos, “Anime”:

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El pequeño Naruto libera el chacra de las Nueve Colas y, en medio de un remolino feroz, llena el televisor. Con los ojos a ras de la pantalla, el niño descubre que sería genial vivir de esa manera, sin que te exijan rendimiento escolar, comiendo cuanto se pueda, holgazaneando todo el día y sin adultos que se sientan con derecho a controlar tu vida, como ese que se halla al otro lado del cristal, que incluso se puede dar el lujo de apagar el televisor cuando quiera.

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Vivir con un dragón puede ser un poco complicado por la diferencia de costumbres. Con frecuencia debo despertarlo porque ronca mucho y eso ha provocado quemaduras en el techo. No todos los dragones son malos y Clifford es amante de las letras y buenas historias. Tenemos un ritual de ir todas las tardes en busca de ellas en librerías así como lugares insospechados; y a mí, que me encanta buscar microficciones, encontré en él a mi cómplice ideal.

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Imagen de cabecera: «Small Dragon», por akanetonbo.

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marlMarilinda Guerrero Valenzuela (1980)

Guatemalteca. Ha publicado en revistas electrónicas, así como los libros de narrativa Relatos de sábanas (Letra negra, 2011), Escenarios de un mundo paralelo (Letra negra, 2012), Voyager(Subversiva, 2015) y Odisea de tres mundos (Santillana, 2016). Fue incluida en la antología Cuerpos, relatos eróticos por mujeres (F&G, 2015). En poesía, publicó el libro Todos tenían derecho a estar presentes (Editorial cartonera Alambique, 2014).

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