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LA BALADA DE LOS NIÑOS MUERTOS

una melodía de almas vivas

 

Andrea Ciria

 

 

Para quienes conocemos la cuentística de Efraím Blanco, poblada por hombres diminutos y enigmáticos, gatos ancestrales, zombis angustiados, deidades acongojadas y un amplio elenco de seres insólitos, no nos tomó por asalto saber que recibió el Premio Bellas Artes de Cuento Infantil Juan de la Cabada 2019 con su obra La balada de los niños muertos.

A manera de una novela corta o un cuento largo, cuya brevedad episódica tiene sustento en la intertextualidad, Efraím Blanco aborda una gama de temáticas escabrosas. La violencia, la impunidad, y el dolor se reúnen como nubes de tormenta sobre los habitantes de Gatonegro, pueblo con sabor a leyenda donde abundan los alebrijes, que olvidan su instinto salvaje al escuchar la delicada melodía del piano con la “Sonata Quasi una fantasia” de Beethoven. Los pobladores, angustiados padres de familia y niños fantasmales, giran en torno a un eje: el señor Muerte, temible villano que experimenta un sorprendente desdoblamiento.

Los pequeños han sido asesinados en las barrancas de Gatonegro, pero sus almas permanecen atrapadas en el mundo de los vivos. Saben que sus mayores los extrañan y sufren por ellos, que los buscan y se hacen preguntas que no arrojan respuestas. En ese entorno las ánimas de los chicos aprenden a jugar con su intangibilidad, y en algún momento se congregan para hacer frente al cruel, fragmentado y melancólico señor Muerte, quien arrastra una historia truculenta que tiene explicación en su infancia rota.

Me abstengo de encasillar esta obra perteneciente a la literatura no mimética, es decir, no realista, en una modalidad tradicional: fantástica, extraña, maravillosa, realista mágica. En todo caso, considero que cabe en el casillero del “descontento realista”*, propugnado por la teórica Alejandra Amatto. Esta concepción teórica se centra en explorar las obras literarias “actuales” o “inmediatas” que proponen una mirada alterna para abordar situaciones sombrías mediante la óptica no mimética y desde la reformulación de mitos y leyendas de América Latina.

Efraím Blanco

En el caso particular de La balada de los niños muertos podemos ver el reflejo de un terrible problema social: los asesinatos de niños y mujeres a manos de hombres anónimos y siniestros, que bien podría uno llamar de manera genérica “el señor Muerte”. Así, el discurso narrativo que nos presenta Efraím Blanco aborda una realidad social que implica un profundo disgusto, y que sucede como una explosión insurrecta desde la reflexión de lo insólito, y a través de la mirada de las víctimas.

Ese punto de vista, el atisbo hacia lo desconocido —porque no podemos saber a ciencia cierta cómo es el mundo de las ánimas—, es lo que el investigador Jaime Alazraki denomina “metáforas epistemológicas”; imágenes que Efraím Blanco ha creado para conectarnos con esos pequeños espíritus que juegan, lloran, sienten miedo, nostalgia, pero que por encima de todo buscan el descanso eterno, que sólo se dará cuando se haga justicia. Con ello, en La balada de los niños muertos encontramos una idealización de otro mundo en el que los muros entre realidad e irrealidad se desdibujan mediante una original estructura narrativa, en la que encontramos poemas, por ejemplo, que se hilan al entramado de la historia con la misma facilidad que lo hacen extractos ficcionales de Wikipedia, alertas policiales y noticias

Con creativos guiños a los cuentos de autores como Borges, Cortázar y García Márquez, Efraím Blanco revitaliza el andamiaje narrativo de la literatura no mimética para evidenciar una situación social terrible, dolorosa, que nos llena de impotencia, a través de la irrupción de umbrales. Como he dicho antes, La balada de los niños muertos es una historia que sucede en Gatonegro —como las de Jorge Ibargüengoitia se dan en Cuévano o las de Juan Carlos Onetti se desarrollan en Santa Lucía—, pero que bien podría ubicarse en cualquier pueblo violento y depauperado de México o el mundo. En esos territorios siempre hay un asesino que evade su pasado y condena el presente de sus víctimas y sus familias, poniendo oídos sordos a la suave y profunda balada que cantan a coro, en el fondo una invocación a la justicia y al descanso de las ánimas.

Este libro, el más reciente de Efraím Blanco, que al formar parte de un repertorio literario infantil toca los nervios más sensibles de todo tipo de lectores, nos sumerge, mediante la inconfundible voz narrativa del autor, en una comunidad cuyo origen mítico y legendario es testigo del desconcierto de los niños muertos, el sufrimiento de las familias, la indiferencia de las autoridades, el miedo de los niños vivos pero, al mismo tiempo, es posible escuchar una balada que lleva el ritmo de corazones vivos y muertos, que resuena en barrancas y calles como una melodía que clama por la paz.

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*Amatto, Alejandra. «Transculturar el debate. Los desafíos de la crítica literaria latinoamericana actual en dos escritoras: Mariana Enriquez y Liliana Colanzi.» Valenciana 26 (2020): 207-230.

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Andrea Ciria. CDMX, 1979.

Escritora y Maestra en Literatura. Autora de las novelas La sonrisa ajena y El final del peor día, y de la antología de cuentos fantásticos Conjeturas imposibles. Ha ganado premios con obras del ámbito fantástico como el 1er lugar en el XXII Concurso Nacional de Cuento «Mujeres en vida»: Homenaje a María Luisa Bombal 2019, mención honorífica con la antología Mala leche en la Convocatoria para Obra Inédita 2019 de la Secretaría de Cultura del Estado de Morelos, 1er lugar con Conjeturas imposibles en la Publicación de Obra Inédita 2017 de Lengua de Diablo Editorial  y mención honorífica en el Primer Premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila 2015.

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