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LA INCAPACIDAD DE HUIR DEL HORROR

 

Davo Valdés de la Campa

 

 

Ju-on: The curse of one who dies

in the grip of powerful rage.

It gathers and takes effect in

the places that person was alive.

Those who encounter it die,

and a new curse is born.

Ju-on: The Grudge

*

(…) me escapé hacia otra ciudad

y no sirvió de nada porque todo el tiempo estaba yo

en un mismo lugar, y bajo una misma piel.

Las tumbas de la gloria – Fito Páez

 

 

La premisa más importante de las historias de casas embrujadas es la de la maldición. Un hecho de extrema violencia que sobrepasa el instante y trasciende al plano físico. Como en Ju-on de Takashi Shimizu. En la película la violencia modifica el lugar como una consecuencia que se desborda. La rabia se materializa de cierto modo, aunque los fantasmas naveguen entre los conceptos materia y energía. Muchas películas siguen la misma lógica, un hecho: asesinatos sin resolver: Dark Water; maltrato infantil: Ringu; la masacre de un pueblo: Poltergeist; un asesinato accidental pero injusto: Shutter; un hecho que se estanca en el espacio. Siempre hay un problema oculto detrás del fantasma. Y es ese ocultamiento lo que desata la maldición y la furia. Pero hoy nos interesa el horror detrás del horror.

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El espacio afecta a todos los que lo habitan: huéspedes del pasado como un loop interminable y huéspedes por venir. El ejemplo más exagerado se presenta en -al menos- la primera temporada de American Horror Story. La casa se convierte en una prisión de espíritus resentidos que cobran su venganza con los vivos, que ¡oh, sorpresa! también sólo conocen el rencor y el conflicto, sumando de ese modo la nómina de fantasmas atrapados en la mansión. Una película que me interesó por su ligera vuelta de tuerca (que no fue la primera en usar ese recurso, pero que sí fue la primera que me hizo reflexionar en torno a ello) fue Insidious de James Wan.

La película parece una típica película de casa embrujada. Una familia llega a una casa nueva. La casa parece la materialización de sus sueños. Una oportunidad fresca para todos. Pero, pronto, las cosas comienzan a ponerse feas. El hijo menor misteriosamente cae en coma tras un accidente en el ático. Su condición es un misterio para los doctores. La promesa de que pronto las cosas mejorarán brota de la boca del padre. Pero es mentira. Todo empeorará de manera estrepitosa y terrible. El momento clímax para mí llega cuando la esposa, de manera quizás irrefutable, se vuelve testigo de un hecho sobrenatural. En muchas películas el testigo se convierte en el mentiroso, en el loco. Nadie cree que lo que se relata pueda ser verdadero y eso retrasa la huida, hasta que es demasiado tarde. En Insidious el esposo confía en su esposa y deciden mudarse inmediatamente, dejando atrás esa casa que consideran depositario de una maldición.

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En la nueva casa de forma casi inmediata descubren que la casa no era la que estaba embrujada sino que es el hijo quien carga con el embrujo. Algo similar ocurre en la saga de Paranormal Activity, donde se nos revela que la maldición ha incubado en la protagonista y no importa a dónde vaya, siempre estará con ella. El humano se convierte en el espacio embrujado. No en términos de posesión como en El exorcista, sino al estilo de la tradición de las casas embrujadas. El cuerpo es la casa y específicamente el portal que deja entrar el resto de la enfermedad a cualquier otro espacio afectando de ese modo a otras personas cercanas.

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El hijo de Insidious es la metáfora de los problemas sin resolver. Fuera del plano de lo sobrenatural, todos los personajes que llegan a una nueva casa cargan consigo problemas humanos que impactan directamente en las decisiones que toman ante una crisis mayor. El resultado de esos problemas se traduce en fantasmas, “poltergeist”, violencia, pero a veces el trasfondo es lo verdaderamente terrorífico y es lo que ignoramos. Por ejemplo, en Pet Sematary o en Amityville Horror. Las dos, al igual que Poltergeist, plantean la destrucción de la cultura indio-americana. La masacre de indios nativos por colonizadores del viejo continente detona una suerte de maldición sobre el terreno sobre el cual se construyen suburbios para la familia típica del american way of life. Las muertes subsecuentes son, en todo caso, el pasado negado, que vuele y golpea una y otra vez a una cultura cuya política en torno a la violencia siempre ha sido ambigua y ambivalente. Quizá nadie lo ha ejemplificado mejor que Marilyn Manson en un ensayo que escribió a propósito de la Masacre de Columbine, de la que fue considerado responsable de forma indirecta, pues se aseguraba que su música fue la inspiración de los asesinos:

“¿Qué inspira a Bill Clinton para bombardear a personas en Kosovo? ¿Era algo que Monica Lewinsky le dijo? ¿Matar no es matar, indistintamente si es en Vietnam o Jonesboro, Arkansas? ¿Por qué justificamos algunas muertes, sólo porque parece ser por las razones correctas? ¿Debe haber algo parecido a una razón correcta ? ¿Si un niño es bastante mayor para manejar un automóvil o comprar una arma, no es bastante mayor para ser tenido por personalmente responsable de lo que hace con su automóvil o arma? ¿O si él es un menor, debe alguien más mayor ser culpable porque él no es tan inteligente como alguien mayor de 18?”

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En ese sentido, la sentencia de Ju-on: The Grudge es verdadera. La violencia sí genera más violencia. Por eso Estados Unidos está plagado de fantasmas.

A veces los problemas que anteceden la maldición no son de tipo macro, sino personales y, si se quiere, banales. Por ejemplo, en Dark Water de Hideo Nakata, cuyo remake estadunidense dirigió el brasileño Walter Salles. La película contrapone dos argumentos que se desarrollan de forma paralela. Por un lado la maldición que pesa sobre un edificio, a través del agua. Y por otro, se nos narra el difícil proceso que la protagonista debe enfrentar para obtener la custodia de su hija, tras un difícil divorcio. La aparición de los fantasmas incide en los juicios porque ante la ley ella parece incapaz de cuidar a su propia hija.

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El mismo ejercicio puede realizarse en distintas películas. En El exorcista, por ejemplo, se aborda un tema tabú para 1973. La figura de la mujer empoderada. La historia sigue la vida de una madre soltera, profesionista, atea, independiente que educa y cuida a su hija sin la ayuda de una figura masculina. La irrupción de Pazuzu podría ser el síntoma de una sociedad que no permitía ese tipo de conductas. Desde otra perspectiva, El exorcista plantea un horror, no metafísico sino terrenal: los alcances de la ciencia. Los avances de la medicina tienen un límite y fuera de ese espectro, lo demás es desconocimiento, misterio y, por supuesto, enfermedad y muerte. Es el hombre incapaz de acceder a los misterios. Es el hombre desamparado.

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Las películas de horror plantean la incapacidad de los humanos de huir del mismo terror que son ellos mismos. En algunos casos la crisis detona problemas sin resolver, los evidencia. Pero, en su mayoría, son esos mismos problemas los que afectan su juicio a la hora de enfrentarse a algo mucho más grande. Todos esos personajes pueden huir, pueden vencer al fantasma, resolver el misterio, hallar la forma de escapar, pero seguirán en su misma piel, cargando los mismos traumas y las mismos complejos. Lo complicado es huir de uno mismo. El horror máximo es estar atrapados en nuestros propios cuerpos.

 

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davoDavo Valdés de la Campa / Cuernavaca, Morelos (1988)

Fanático del cine de terror. Estudiante de Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma del estado de Morelos. Forma parte del Colectivo La Piedra. Beneficiario del Programa de Es­tímulos para el desarrollo y la cre­ación artística en 2009 y en 2011. En el 2010 publicó su primer libro de cuentos Relatos de un mundo depravado (EdicioneZetina). A finales de 2011 fue ganador de la convocatoria para publicación de obra inédita del Fondo Editorial del Instituto de Cultura de Morelos con su libro Ignoto (poesía). Forma parte del Grumo de Escritores de la Barba Naranja.