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LA PIEL ERIZA DE LA QUINCEAÑERA

 

Néstor Robles

MÉXICO

 

 

Atardece en las afueras del castillo. El calor se disipa entre las emociones. La familia Esquivel celebra los quince años de Belén, su primogénita. Los invitados llegan poco a poco al festín. Los padres, orgullosos, los reciben en la entrada de la fortaleza, conseguida a buen precio a cambio de un favor político. De no haber sido por los berrinches de Belén, quien insistió también en ir con un vestido de princesa, la fiesta se hubiera llevado a cabo en la Casa Club de su condominio. Pero no: consiguieron el castillo con sus jardines tupidos e interiores enormes que adecuaron como pista de baile.

—Sólo una vez se cumplen quince, viejo.

—Sí, sí, está bueno, vieja, que se haga donde quiera.

La conversación la había escuchado Coco, la hermana menor, y se imaginaba toda una escolta de soldados y mucha gente dando vueltas como idiotas, tomados de la mano. Yo no quiero fiesta, pensaba, yo prefiero irme al espacio y desaparecer. A los once, Coco tenía la certeza de que era ridículo “presentarse ante la sociedad”, como le decían.

La imagen que se había plantado en la mente de Coco no distó tanto, y aprovechaba para grabar algunos momentos con su celular. Los automóviles de lujo —no carruajes— seguían llegando. De ellos bajaban sus tíos, sus tías, sus primos, sus primas, y un montón de gente desconocida. Sin excepción, todos llevaban regalos. Algunos grandes, otros envueltos en cajitas: ¿aretes, collares, anillos?, trataba de adivinar mientras las agitaba.

—¡Mamá! —la descubrió Belén husmeando entre sus tributos— ¡La Coco se quiere robar mis regalos!

Coco aprendió que, si quería sobrevivir, tendría que acatar las reglas de casa. Entre ellas, era que Belén era la consentida y siempre tenía la razón. La muy perra. Con el paso del tiempo tendría la edad suficiente para ver el ascenso y la caída de su hermana. Mientras, ella estaría en la luna o en otro planeta, quizás, excavando minas; o mejor: en otra dimensión, matando de miedo a la “gente bien”.

—¡Coco! Deja las cosas de tu hermana, por favor. Es su cumpleaños y no el tuyo. Aprende que es su día. Deja que se la pase bien por una vez en su vida…

“No estés fastidiando”. Así remataban todos los regaños. Coco era un estorbo. Por eso trataba de mantenerse al margen. Lo lograba, por supuesto. Nadie preguntaba por ella. Había descubierto la manera de hacerse invisible. Era fácil: no hables, no opines, no mires a los ojos cuando te miren a ti. Escucha, critica en silencio, observa de lejos.

Lo que observó en ese momento fue la llegada de Manuel, el novio de su hermana.

—Hola, Manolo… —siempre, siempre lo saludaba.

—Hola, Coco, ¿y tu hermana? —siempre, siempre le respondía.

—No sé. Por ahí.

—Con permiso.

Allá se iba Manolo. El pinche Manolo. Su partida era solamente un paso de la rutina de Coco. Esta vez no fue la excepción. Con tan sólo algunos metros detrás de él, atestiguaba el beso entre su hermana y su novio. El abrazo. La estrechez de manos. Las caricias. Los secreteos. Las sonrisas cómplices. Era un hecho: hoy era el gran día: hoy sí iban acoger de verdad.

Coco lo supo durante las visitas de Manuel en casa. Silenciosa, al lado de la puerta del cuarto de Belén, siempre escuchaba. El sonido de la saliva compartida, lo breves quejidos.

—Ándale, Beli, ya no aguanto.

—Que no, espérate, todavía no, hasta que nos casemos.

—No mames, Belén, no mames, falta mucho. Me voy a cansar y no respondo.

—Okey, okey, relájate. Ven.

 Más saliva. Más quejidos.

 —En mis quince te voy a dar la sorpresa.

 —¿Lo prometes?

 —Lo prometo.

Promesas que se iban a cumplir en el jardín del castillo. Anochecía cuando la pareja huyó tomada de la mano, hacia los arbustos cuya estructura formaba un tipo de laberinto en donde era fácil perderse. No para Coco, que tenía una excelente perspectiva del espacio. Así pudo seguirlos, con celular en mano, sin ser detectada.

Llegó un punto en que los perdió de vista, pero los pasos y las risas la guiaban. El corazón de Coco era un puñado de tambores y platillos improvisados. Estaba a punto de descubrir aquello que llaman hacer el amor, desde un asiento de la primera fila, en donde las imágenes llegan primero que a todos. Se lo merecía por aguantar tantos caprichos de su hermana. Además, la escena significaría el chantaje perfecto. “Te vi, pinche puerca, te vi con el Manolo. Si no me das esto, si no haces aquello, lo voy a publicar en el Face”.

Los pasos se detuvieron. Coco tenía que ser más cautelosa. Despacio. Entre los arbustos los vio: dos criaturas desnudas se le habían adelantado. Le habían ganado los asientos VIP. Coco comenzó a grabar a la distancia. El truco de la invisibilidad seguía funcionando, al parecer, porque ninguna de las dos volteó a verla. Estaban entretenidas viendo el espectáculo que hacía rato había comenzado. Unos pasos más allá estaban Belén y Manuel besándose, quitándose la ropa.

—¿Seguro que nadie nos va a ver?

—Seguro, estamos a salvo en este punto. Si nos buscan nos van a gritar y tendremos tiempo para vestirnos.

—Está bien, pero que sea rápido, por favor, concéntrate para que sea rápido.

Flacas hasta los huesos, las criaturas seguían allí de mironas, excitadas tanto como Coco. ¿Quiénes eran? ¿Qué eran? ¿Qué tramaban? No tuvo que esperar tanto para descubrirlo, pues en el momento justo en que Belén y Manolo dejaban de ser vírgenes, las criaturas se abalanzaron sobre ellos, dándole, en primera instancia, un golpe certero en la nuca de Manuel, dejándolo inconsciente. Tenían experiencia, eso estaba claro, en el arte del asalto sorpresivo.

Belén alcanzó a dar un grito que fue ahogado por otro golpe que le partió la mandíbula. Lo que siguió fue un meticuloso proceso de cambio de piel: con unas navajas rudimentarias, las criaturas despellejaron a la pareja. El filo de sus instrumentos, quizá el pulso de los usurpadores era fino, pues ni rastro de sangre dejaron. Sólo un par de cuerpos en músculos y huesos. Para Coco esto significó la huida. Corrió de vuelta al castillo.

La entrada del laberinto de arbustos fue difícil de hallar, pero una vez encontrada, Coco se detuvo para voltear atrás y cerciorarse de no ser perseguida. Acababa de anochecer.

—¡Coco, mi vida! —le gritó su madre— ¿No has visto a Belén? Ya va a comenzar el vals. Necesitamos a la quinceañera, si no, qué chiste.

Coco se acercó a ella, agitada.

—En el fondo del laberinto, má. Con el Manolo.

—¿Qué estaban haciendo?

—No quieres saber.

—Sí, sí quiero saber. Me vas a decir inmediat…

—Estaban cogiendo, mamá. Los vi. Luego…

—Coco, por favor, no estés diciendo esas cosas en voz alta, ven para acá.

—Mamá, es en serio: estaban haciendo cosas cuando llegaron dos monstruos.

—¿Vas a empezar con tus historias, Coco? ¿En serio tan desesperada de atención estás? No tienes remedio.

—Madre… escúchame…

—¿Y a ti quién chingados te dijo qué era coger?

Del fondo de los arbustos emergieron dos figuras vestidas con las mismas ropas que Belén y Manuel. Coco fue la única que notó su delgadez, además del extraño caminado y la mirada perdida, difusa.

—Belén. Manuel. ¿Dónde estaban? ¿Qué estaban haciendo en el jardín?

—Jugando, mamá, jugando.

Coco y su mamá se distrajeron por un ruido extraño que recordaba a aquél rugido de los intestinos cuando no tienen nada que digerir. Eran las esfumadas barrigas de la pareja que acaba de ser descubierta.

—Hambre, hambre —decían los dos al unísono.

—¿Cuál hambre? Ya sigue el vals. Primero lo primero. Ya después hablaré con ustedes.

—Primero vals, luego hambre.

—Exacto. Anden, vámonos que lo invitados esperan.

Era de noche, se entendía que pasaran desapercibidos. No importó que pareciera que el vestido o los pantalones estuvieran un poco flojos, tenían que bailar porque así lo requería la tradición. Tiempo de vals, un-dos-tres, un-dos-tres.

La gente parecía maravillada, porque la pareja bailaba sincronizada con todos los invitados, y mucho mejor entre ellos. Danzaban a brincos. Les aplaudían. Coco, quien continuaba grabando en momentos, sabía que lo que los impulsaba era el pastel. No le quitaban los ojos de encima. Daban vueltas, sin marearse, sin titubear. Estaban dando un gran espectáculo. Sus papás no podían estar más orgullosos, sabían que todos los periódicos del país iban a hablar del gran festejo de la familia en el castillo.

—Un gran aplauso para la quinceañera y su chambelán, que esta noche le sacan chispas a la pista, como nunca se había visto.

A continuación, le siguió el brindis por la salud, prosperidad y riqueza de la nueva integrante de la sociedad: Belén. Todos alzaron sus copas y bebieron al mismo tiempo. Queremos pastel, pastel, pastel.

La sorpresa fue el gran apetito de la pareja. Sin avisar ni compartir, devoraron todo el pastel de tres pisos, pero a nadie le pareció sospechoso. Primero se quedaron mudos, luego se carcajearon: “Están en desarrollo”, dijo alguien y aplaudieron. Luego siguió la música de banda, que inmediatamente hizo levantar a más de la mitad de los asistentes, que se unieron al baile, olvidando a la pareja que se escabullía a la cocina. Coco era la única que prestaba atención y fue tras ellos.

Ya estaban asaltando el refrigerador cuando Coco entró. Los cocineros yacían entre charcos de sangre, vino y puré de papa. Las barrigas de Belén y Manuel estaban creciendo. Coco estaba fascinada por el espectáculo, no pudo negar soltar una sonrisa tímida al recordar la estricta dieta de Belén, que seguía al pie de la letra para adelgazar y caber en el vestido que ahora se abultaba poco a poco.

Manuel se detuvo y volteó a ver para descubrir de dónde provenía la risa. Coco cruzó miradas con él, quien alertó a Belén con una sacudida. Se quedaron un momento viéndola, tratando de notar si sabía algo.

—Hambre —dijo Coco—, hambre.

Belén y Manuel se voltearon a ver. Asintieron. Le ofrecieron un pedazo de carne cruda. Coco, para ser aceptada, la tomó entre sus manos, la olió y la mordió.

—Mmm, está bueno. ¿Hay más?

—Más, más, más… —repitieron, repartiendo más trozos.

Mientras tanto, las barrigas de las criaturas que robaron la identidad de Belén y Manuel seguían creciendo, hasta denotar un ombligo abultado. Apenas podían controlar la respiración. Era tiempo de marcharse.

La pareja caminó hacia la salida, cruzando el baile que a leguas denotaba la diversión que el exceso de copas ofrece. Nadie los vio salir. Coco los seguía con cierta distancia, hacia el mismo lugar de donde vinieron: entre el jardín. Ya había oscurecido. Las luces exteriores les guiaban en el camino. Allá arriba se asomaba una luna creciente entre las nubes.

En el centro del jardín, las criaturas se desnudaron. Antes flacas, ahora parecían bolas rodando entre las hierbas para adentrarse a la maleza. Las pieles de Belén y Manuel quedaron esparcidas en el mismo lugar, en donde sus cuerpos carnosos ya se pudrían. Lo primero que hizo fue arrastrarlos fuera de vista, entre los arbustos, para que las criaturas se los llevaran. Luego tomó la piel de su hermana. Estaba viscosa, pero completa. Hacía frío y pensó en cubrirse con ella. Se recostó envuelta en la piel sobre el pasto, mirando el cielo estrellado. La luna se asomaba más cuando se quedó dormida.

Antes de despertar, ya entrada la madrugada, soñó que ella era la quinceañera. Que todos los hombres que llegaban a la fiesta la besaban en la boca, mientras le daban la bienvenida a la sociedad. Adentro, entre la pista, había una pareja amarrada a un poste. Todos los invitados tenían máscaras con rostros de plásticos, y aplaudían a su paso. Su papá y su mamá le ofrecieron una antorcha encendida, indicándole que debía de usarla sobre las víctimas atadas al poste. Sin titubear, Coco lo hizo. Recibió más aplausos, entre los gritos de terror de los que se chamuscaban en medio del baile. Al momento de abrir los regalos, Coco encontraba pedazos de carne cruda en cada uno de ellos: grandes, pequeñas, todas jugosas.

—Te queremos mucho, Belén —le dijeron sus papás—. Eres la quinceañera más hermosa de todas.

Luego le escupieron la cara. Se burlaban. Era la lluvia que apenas comenzaba a caer sobre Coco, interrumpiendo su sueño.

—¿La más hermosa? —se repitió a sí misma—. No: la más bella: la más inteligente.

Se levantó para correr en búsqueda de refugio dentro del castillo. Se sentía extraña, rara, torpe: no peor que sus familiares, quienes ahogados en alcohol seguían bailando ridículamente sobre la pista; otros dormían sobre las mesas o en el patio. Siempre lo mismo en las reuniones, pensó, siempre.

—Hija, ¿dónde estabas, preciosa?

—En el jardín, má, ¿dónde más?

—Está lloviendo muy fuerte, mira cómo vienes mojada. ¿Y a tu hermana no la has visto?

—No, má. Creo que anda por ahí bailando con Manuel.

—Ándale, pues, ¿y no te molesta? Ya te conozco como eres de celosa.

—En realidad no.

—Ándale, pues, vete al baño a secarte y a retocar ese maquillaje, que ya se te corrió por el agua.

Se dieron un fuerte abrazo. Coco se sintió especial hasta verse en el espejo del tocador: no era su rostro, era el de Belén. Sonrió, pues entre sus planes no estaba estar bajo la piel de su hermana, pero se sentía bien, después de todo. Había belleza entre la piel sangrante, eso sí. Se sentía especial y con ganas de lucirse en la fiesta. En ese momento notó que nunca había soltado su celular y aprovechó para tomarse una selfie.

Al salir, la fiesta seguía a pesar de la hora. Coco, entonces, se dio cuenta de lo inevitable: sus papás, sus tíos, sus primos, los invitados, bailaban entre brincos y malabares, ahora con una barriga prominente, entre carcajadas, flatulencias, eructos y escupitajos.

Tuvo una sensación de piel erizada. ¿Será posible que todos estuvieran muertos, víctimas de estas criaturas usurpadoras, esperando reventar? Bajó a la pista para unirse a la muchedumbre tomada para mover los pies de manera ridícula. La iba a pasar bien, para variar. Antes de que al amanecer encontraran un montón de pieles adornando el castillo, continúo grabando lo acontecido, como prueba y testimonio de que los monstruos existen.

 

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Néstor Robles es narrador, editor y tallerista de historias. Coordina el Taller de Narrativa del Ceart de Tijuana y las ediciones del Programa Editorial de CETYS Universidad. Forma parte de la antología Penumbria, Año 1 (2013). Es autor de Réquiem por Tijuana (Paraíso Perdido, 2017).

Twitter: @nrobles

Blogspot: nestorobles.blogspot.mx

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