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THE MADNESS FROM THE SEA

lo otro como realidad no euclidiana

 

Roberto Carlos Garnica

1- «El horror en arcilla»

2- «El relato del inspector Legrasse»

 

 

“La locura del mar” es el tercer y último capítulo de The Call of Cthulhu[1]. En dicho apartado se narra cómo un grupo de marinos arriban a “the nightmare corpse-city of R’lyeh” (Lovecraft, 2005, p. 252) y despiertan al gran Cthulhu. “La viscosa criatura de las estrellas” (Lovecraft, 2013, p. 409) los persigue y el único sobreviviente cae en estado de delirio. Y aunque la “ciudad maldita se ha sumergido otra vez… lo que se hundió puede volver a emerger” (Lovecraft, 2013, p. 411).

Sin duda es fascinante acercarse a este texto desde una perspectiva literaria, pero también es revelador minar sus apuntes filosóficos.

Como en otros pasajes de su obra, en “La locura del mar” Lovecraft aborda temas complejos como el riesgo inherente a ciertos conocimientos, el carácter inclasificable de las cosas que provienen de otros mundos, la viabilidad de una arquitectura no euclidiana, etc.

La posibilidad de que existan seres inteligentes que procedan del espacio exterior se considera un tópico propio de la literatura o de la especulación pseudocientífica. Sin embargo, un auténtico talante filosófico exige ser críticos frente al saber establecido y mantener la mente abierta.

Al proponer, por ejemplo, la existencia de seres Primordiales mucho más antiguos que la especie humana y que llegaron a la Tierra desde las estrellas (“star-born Old Ones”), Lovecraft exige que rompamos los esquemas de nuestro pensamiento. El visionario de Providence presenta, además, una ontología coherente en la que dichos seres y sus objetos escapan a las explicaciones ordinarias: “los geólogos, me dijo el conservador, la consideraban un enigma monstruoso, y juraban que no existía en el mundo roca parecida” (Lovecraft, 2013, p. 406).

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La llamada de Cthulhu, por Yami Hernández

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En ese mismo sentido, dichos seres son indescriptibles, desbordan la razón y no están sujetos a las que denominamos leyes naturales. Refiriéndose al gran Cthulhu, explica que “no es posible describir a ese Ser; no hay lenguaje que pueda transcribir semejante abismo de locura inmemorial, semejante transgresión de las leyes de la materia, la fuerza y el orden cósmico” (Lovecraft, 2013, p. 409).

Contempla también la paradójica posibilidad de percibir cosas extrañas a nuestros códigos lingüísticos y a nuestro campo sensorial. Y, para ello, tiene que recurrir a metáforas e imágenes inéditas o sinestésicas: habla, por ejemplo, de “ver una oscuridad casi material”, de una negrura como “cualidad positiva”, de “un ruido nauseabundo, cenagoso” (Lovecraft, 2013, p. 409)[2].

Incluso propone el esfuerzo de comprender esas realidades meta ordinarias a partir de intuiciones estéticas: “sin tener idea de futurismo, Johansen llevó a cabo algo muy semejante al hablar de la ciudad; pues en lugar de describir una construcción concreta… hace hincapié sólo en las impresiones generales de inmensos ángulos y superficies de piedra” (Lovecraft, 2013, p. 408).

Va todavía más lejos cuando sugiere que dichas realidades no están sujetas a las normas euclidianas: “había dicho que la geometría del lugar soñado por él era anormal, no euclidiana” (Lovecraft, 2013, p. 408), “aquellos ángulos locamente esquivos de roca tallada, en los que una segunda mirada descubría una concavidad donde antes había visto una convexidad” (Lovecraft, 2013, p. 408), “no pudieron determinar si estaba horizontal como una trampa o inclinada como la puerta exterior de una bodega” (Lovecraft, 2013, p. 408), incluso se aventura a señalar que es factible subir de algún modo hacia abajo[3].

De manera explícita se indica que “la geometría de este lugar era totalmente errónea. Uno no podía estar seguro de que el mar y el suelo fuesen horizontales” (Lovecraft, 2013, p. 409), pero en el fondo se reconoce la existencia de espacios y temporalidades relativas que exigen recurrir a leyes divergentes a las que conocemos: “de aquí que la relativa posición de todo lo demás pareciese fantasmalmente variable” (Lovecraft, 2013, p. 409), “en esta fantasía de distorsión prismática, la piedra se movía de manera anormal, diagonalmente, de modo que parecía transgredir todas las leyes de la materia y la perspectiva” (Lovecraft, 2013, p. 409).

Así pues, si bien una lectura superficial e incluso prejuiciada de textos como “La locura del mar” concluiría que no se trata más que de fantasía y tonterías, un acercamiento más abierto y analítico comprendería que Lovecraft ha intuido la necesidad de romper nuestros esquemas tradicionales para ver y comprender más… sobre todo si existen aquellas cosas que el pensamiento ordinario se empeña en negar.

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[1] The Call of Cthulhu fue escrito en 1926 y publicado por primera vez en 1928 en la revista Weird Tales.

[2] El tema de lo innominable e indescriptible como categoría estética y ontológica se desarrolla en Garnica 2024a. Así mismo, la compleja cuestión de cómo percibir y entender un color y una vida provenientes del espacio exterior se aborda en Garnica 2024b.

[3]  Es muy interesante descubrir cómo, sin haber tenido contacto, las intuiciones poéticas de H. P. Lovecraft son análogas a las inquietudes plásticas de su contemporáneo M. C. Escher.

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Referencias

Garnica, R. C. (2024a): “The Unnamable, lo innominable como categoría ontológica y estética”. Penumbria.  Revista fantástica para leer en el ocaso.  Recuperado de https://www.penumbria.mx/lo-innominable-como-categoria-ontologica-y-estetica/

Garnica, R. C. (2024b): “The Colour Out of Space. El daltonismo de la ciencia moderna”. Penumbria.  Revista fantástica para leer en el ocaso.  Recuperado de https://www.penumbria.mx/el-daltonismo-de-la-ciencia-moderna/

Lovecraft, H. P. (2005):  “La llamada de Cthulhu”. Narrativa completa/Vol. I; Valdemar.

Lovecraft, H. P. (2013): “The Call of Cthulhu”. Complete Works of H. P. Lovecraft;  Delphi Classics.

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Roberto Carlos Garnica Castro

Poseído por múltiples pasiones como la filosofía, la antropología, la historia y la literatura ha desarrollado una mirada caleidoscópica y rizomática que se funda en un principio muy simple: abordar cada cosa desde el otro extremo.  En ese sentido considera que toda filosofía tiene un trasfondo poético y toda obra literaria una base filosófica… y la mortal vida es la fuente de todo.

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