THE HORROR IN CLAY
la verdad como algo terrible y el nombre impronunciable
Roberto Carlos Garnica
“El horror en arcilla” es el primer capítulo de “The Call of Cthulhu”[1]. En dicho apartado se nos habla de un misterioso y aterrador descubrimiento: una figurilla de un monstruo con rasgos de pulpo, dragón y ser humano “de una forma que sólo una imaginación enferma podría concebir” (Lovecraft, 2013, p. 389). La investigación lleva al narrador, a través de un sendero de sueños vívidos, locura y muerte, hasta un culto milenario del que es mejor callar.
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Sin duda es fascinante acercarse a este texto desde una perspectiva literaria, pero también es revelador minar sus apuntes filosóficos.
Como en otros pasajes de su obra, en “El horror en arcilla” Lovecraft aborda temas complejos como el conocimiento, la locura y el sueño. Sin embargo, son cuestiones relacionadas con la filosofía de la ciencia y la filosofía del lenguaje las que se exponen de manera más sugerente y profunda.
De hecho, todo el primer párrafo es un pronunciamiento en torno a lo que puede y lo que no puede la ciencia. De principio se señala “la incapacidad de la mente humana para relacionar todos sus contenidos” (Lovecraft, 2005, p. 387): conocemos de manera parcial e inconexa, sólo nos centramos en una parte o faceta, no estamos habituados a aprehender el cosmos de manera global y holística.
De manera específica, las ciencias avanzan “cada una en su propia dirección” (Lovecraft, 2005, p. 387), se híper especializan, profundizan mucho en torno a un solo aspecto, pero saben muy poco acerca del todo. En este sentido, Lovecraft apunta de manera pionera una crítica a la ciencia moderna, en la que “disciplines discipline disciples” (Barry y Born, 2013, 1), e intuye la posibilidad de una dinámica interdisciplinaria y hasta transdisciplinaria. De cualquier forma, el narrador asevera que no es de la ciencia sino de la teosofía, la vida onírica, la locura, el arte y la poesía de donde vienen las respuestas más interesantes.
Lo paradójico es que Lovecraft no considera esta limitación de las ciencias algo negativo y dañino sino algo bueno y piadoso (merciful). Para describir la tranquila y ciega condición humana recurre a la siguiente imagen: “vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de negros mares de infinitud, y no estamos hechos para emprender largos viajes” (Lovecraft, 2005, p. 387). Y manifiesta el temor de que “el ensamblaje de todos los conocimientos disociados abrirá tan terribles perspectivas de la realidad y de nuestra espantosa situación en ella que o bien enloqueceremos ante tal revelación o bien huiremos de esa luz mortal y buscaremos la paz y la seguridad en una nueva edad de tinieblas” (Lovecraft, 2005, p. 387). En suma, la verdad puede ser algo terrible, hay cosas sobre las que es preferible no indagar, particularmente lo relacionado con el minúsculo y endeble lugar del hombre en el cosmos.
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En este capítulo se presentan también reflexiones relacionadas con la lingüística y la filosofía del lenguaje. Se habla, por ejemplo, de que ciertas disposiciones de signos o caracteres, aunque no los identifiquemos ni comprendamos, nos permiten intuir que se trata de una especie de mensaje o código. También se habla de “una voz que no era voz, sino una sensación caótica que sólo la fantasía podía transmutar en sonido” (Lovecraft, 2005, p. 390), de “una voz o llamada subterránea que gritaba monótonamente en forma de enigmáticos impulsos sensitivos imposibles de describir” (Lovecraft, p. 390) y del intento infructuoso de trasladar a grafías comunes tales sonidos sobrehumanos.
Son tres las “palabras” o sucesiones de fonemas que se mencionan: R’lyeh, Fhtagn y, por supuesto, Cthulhu. Es interesante que Deleuze haya ubicado este tipo de palabras en un autor como Lewis Carroll: se trata del “monosílabo impronunciable que opera la síntesis conectiva de una serie” (Deleuze, 1989, p. 37) y que se construye por la contracción de elementos silábicos, “el alargamiento silábico con sobrecarga de consonantes o bien la simple desvocalización” (Deleuze, 1989, p. 38); como si, al igual que con el tetragrámaton hebreo (YHWH), nos encontráramos frente al nombre de Dios que nadie puede pronunciar.
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El hecho es que, a pesar de todas las especulaciones y esfuerzos por pronunciar el vocablo Cthulhu, éste es, en esencia, impronunciable e inaudible: “unpronounceable jumble of letters” (Lovecraft, 2013, p. 240), “a word so unheard-of” (Lovecraft, 2013, p. 239), pues se remite a una realidad que sobrepasa toda comprensión y posibilidad humana.
Como el Tao, el “nombre” de aquella “nameless monstrosity” (Lovecraft, 2013, p.241) que podemos pronunciar no es su verdadero nombre.
[1] “The Call of Cthulhu” fue escrito en 1926 y publicado por primera vez en 1928 en la revista Weird Tales.
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AQUÍ puedes escuchar “La llamada de Cthulhu”.
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Referencias
Barry, A. y Born, G. (2013). Interdisciplinarity: Reconfiguration of the Social and Natural Sciences. Routledge.
Deleuze, G. (1989). Lógica del sentido. Paidós.
Lovecraft, H. P. (2005). “La llamada de Cthulhu”, en Narrativa completa/Vol. I. Valdemar.
Lovecraft, H. P. (2013). “The Call of Cthulhu”, en Complete Works of H. P. Lovecraft. Delphi Classics.
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Roberto Carlos Garnica Castro
Poseído por múltiples pasiones como la filosofía, la antropología, la historia y la literatura ha desarrollado una mirada caleidoscópica y rizomática que se funda en un principio muy simple: abordar cada cosa desde el otro extremo. En ese sentido considera que toda filosofía tiene un trasfondo poético y toda obra literaria una base filosófica… y la mortal vida es la fuente de todo.
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