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LOS PERFUMES DE ARABIA

Bernardo Monroy

 

Here’s the smell of the blood still. All the perfumes

of Arabia will not sweeten this little hand.

William Shakespeare / Macbeth. Act V, Scene I

 

 

1.- VIRGILIO

 

—¡Corre! —grité a Andrés—.¡Corre por tu puta vida!

Creo que no necesitaba decírselo, pues nos perseguían diez zombies. Uno de ellos estuvo a punto de morderme, y otro me jaló de la playera. Me habría atrapado, pero Andrés le golpeó en la cabeza con el bat de baseball tantas veces que lo decapitó.

Corrimos sin parar por todo el bulevar, que desde hacía dos años estaba casi desierto. Aquella mañana habíamos salido de nuestro escondite, ubicado en el vigésimo piso de un edificio de oficinas, con el objetivo de buscar comida en un supermercado. Todo iba bien, con la rutina de todos los sobrevivientes al Apocalipsis Zombie: te levantas, sostienes un bat o una palanca de acero, buscas comida, y regresas a tu escondite a mirar un cielo sin smog, unas calles sin gente y soportar el silencio. El problema es que esta mañana nos encontramos con diez cadáveres ambulantes en una tienda de discos… y todo porque el idiota de Andrés quería robar el disco compacto de “Wicked”. Ya sabes: él es gay, y como todo gay los musicales son su debilidad. El zombie de una niña estaba mordisqueando el papel celofán del disco compacto, representando una versión a la Andy Warhol de alguna escena de “La Noche de los Muertos Vivientes”, y mi amigo se lo arrebató antes de que acabara con su musical favorito. En menos de un par de minutos, estábamos rodeados de muertos vivientes. Andrés dijo que había que desafiar la gravedad, y después me preguntó si entendí la referencia.

(Estúpido…)

 Yo le dije que corriera, como solía decirle cuando lo salvaba de que los bullies de la primaria le quisieran romper las rodillas por imitar a Sandy, la de “Vaselina”. Andrés es mi mejor amigo desde que éramos niños, y yo siempre lo he rescatado de todo. Y el muy desgraciado sólo me responde con chistes y bromas.

—Te tengo una pregunta, Virgilio —me dijo Andrés sin parar de correr, entre jadeos—. ¿Estos zombies zombi-en-venidos en nuestra casa? —y soltó una carcajada estúpida—. ¿Entiendes el juego de palabras?

En ese momento, sentí ardientes y casi irrefrenables deseos de que los cadáveres ambulantes se lo comieran vivo. A veces, el humor de Andrés, plagiado de internet (antes de que se cayera definitivamente), podía llegar a ser más molesto que una enfermedad crónico degenerativa… y ambos sabíamos de lo que hablábamos, porque él tiene diabetes y yo VIH. Él perdió a su madre con esa enfermedad  y yo, fui contagiado por mi difunta esposa. Andrés y yo hemos vivido muchas cosas juntos: nuestra primera borrachera. Nuestra graduación del bachillerato. Nuestra graduación de la universidad. La muerte de nuestros seres queridos. Hemos enfrentado juntos el duelo, y ahora, enfrentamos juntos el Apocalipsis Zombie.

La epidemia comenzó hace un año, por motivos que los sobrevivientes ignoramos: bien pudo ser una maldición vudú o un arma bacteriológica. Lo cierto fue que en tres meses gran parte de la humanidad estaba infectada. En aquel entonces Andrés y yo habíamos salido de la Escuela de Artes Dramáticas. Yo me especialicé en la obra de William Shakespeare y él, se convirtió en actor de teatro musical. Tenía una agilidad y una voz impresionantes, lo que lo convirtió en una celebridad rápidamente. Yo, por mi parte, lo único que sabía hacer era recitar completas y en su idioma original obras de El Bardo Inmortal. Como siempre, mi amigo estaba un paso por delante de mí. Siempre los mejores trabajos, el mejor estilo de vida… qué bueno que no era heterosexual, o de lo contrario, se hubiera quedado con todas las mujeres.

Corrimos por una calle, mientras los zombies nos seguían, gruñendo y agitando las manos. La experiencia de Andrés como actor le permitía no perder condición, pero yo ya me estaba cansando. Y como siempre, cuando estoy desesperado, cito a Shakespeare:

He that dies pays all debts… es de “La Tempestad”. Ojalá no paguemos nuestras deudas.

Mientras corríamos, recordé el momento en que la epidemia comenzó a expandirse. Mientras el mundo entero buscaba una cura para el virus, nosotros teníamos que soportar la muerte de nuestros seres queridos a causa de dos enfermedades que no levantaban a los muertos, pero sí nos dejaron como esos zombies sin voluntad que ahora habitan las calles.

Primero falleció la madre de Andrés. Todo fue demasiado rápido. Su padre y él jamás sospecharon siquiera que tenía diabetes. En menos de un par de meses, la mató una enfermedad que había iniciado hacía años, sin que lo supiera él. Lo acompañé en el hospital, después de presentar “Tito Andrónico”. Aquel fue uno de los pocos momentos en que mi amigo se tomó la vida en serio. En menos de tres días sucedió todo: hospitalización, velorio, entierro. Fue muy difícil para mi amigo, y también para mí. Apenas podía sostenerse en pie. No podía actuar, no podía cantar. Cuando estábamos en el velorio, le dije:

Death lies on her, like an untimely frost, upon the sweetest flower of all the field. Es de “Romeo y Julieta”, ojalá esa frase te sirva.

Maybe this time, I’ll be lucky, maybe this time, he’ll stay… de “Cabaret” —dijo, y lloró con más fuerza. Nos abrazamos.

¿Cómo era posible que una loca obvia y estrafalaria, amante de los musicales y yo, un heterosexual reservado amante de Shakespeare fuéramos amigos inseparables? No lo entiendo. A veces, la empatía humana va más allá de la razón.

Un mes después, mi esposa se suicidó. En su carta póstuma escribió que no quería vivir con el virus del VIH. Y que esperaba que yo la perdonara. De inmediato me fui a hacer los análisis… y salieron positivos. Velamos a mi mujer en la misma funeraria que la madre de Andrés. Después del entierro fuimos a tomarnos un café no muy lejos del cementerio. Fue allí cuando le dije a mi amigo que vivía con VIH. Andrés no lo ocultó: estaba llorando. Afuera, los zombies atacaban a los seres humanos. Cada día que pasaba la epidemia se extendía más y más.

—¿Sabes qué, Virgilio? ¡Soy diabético! ¡Lo heredé! Y no sé como putas meterme la insulina.

—Yo no sé donde carajos conseguiré medicamentos antirretrovirales.

Y fue como si todo el estrés del fin del mundo, tan cercano, y la muerte de nuestros seres amados, y nuestras enfermedades, no existieran. Empezamos a reír como un par de idiotas.

O, our lives’ sweetness! That we the pain of death would hourly die rather than die at once! Es de El Rey Lear.

Salimos del café sin pagar porque un zombie había entrado a morder la cabeza del gerente. Caminamos por un Paseo de la Reforma repleto de cadáveres reanimados y no reanimados, edificios incendiados, basura, cristales rotos, automóviles chocados y árboles caídos. Andrés se puso a bailar extendiendo las manos, igual que Julie Andrews en “La Novicia Rebelde”, y cantó:

When the dog bites, when the bee stings, when i’m feeling sad, I simply remember my favorite things, and then i don’t feel so bad… La Novicia Rebelde.

Enfrentamos el duelo de nuestros seres queridos escondiéndonos de la muerte. Era una ironía tan grande, que incluso resultaba cómica.

Los psicólogos dicen que una de las mejores formas de sobrellevar el duelo es mantenerse ocupado. Siendo sinceros, en un mundo donde no puedes dar un paso en la calle sin que un cadáver quiera comerte, te mantienes ocupado… y demasiado.

Pero estoy desvariando: Andrés y yo seguimos corriendo por las calles hasta llegar a un local de videojuegos en ruinas. Evito soltar una carcajada cuando pasamos por “House of the Dead”. Detrás de nosotros, los zombies no se han cansado. Si no hemos usado un automóvil es porque las calles están repletas de escombros.

No dejamos de correr, mientras me pregunto qué pasará por la cabeza de mi mejor amigo.

Continuará el jueves 6 de septiembre…

BERNARDO MONROY

Bernardo Monroy nació en 1982 en México D.F. y actualmente vive en León, Guanajuato. Es periodista y ha publicado el libro de cuentos “El Gato con Converse” y la novela “La Liga Latinoamericana”, así como la novela electrónica “Slasher”, disponible gratuitamente en el portal Zona Literatura. Es aficionado a los videojuegos, los cómics y los géneros de terror, fantasía y ciencia ficción, y escribe porque está frustrado, ya que nunca pudo ingresar a la Escuela de Jóvenes Dotados del Profesor Xavier. Sus textos han sido traducidos al klingon y al élfico.