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LOS QUIJOTES DECADENTES

II

Primera parte

Emiliano González

 

En la novela Zo’har de Catulle Mendès hay ecos de “La caída de la casa de Usher”, y en una nueva versión de Los elíxires del diablo, en una alucinación, la hermana da a luz monstruos después de copular con su hermano. Poe, al unir locura e incesto, nos recuerda al Cervantes de Los trabajos de Persiles y Segismunda (1617), que une licantropía e incesto.

En el cuento de Poe, la pareja incestuosa está compuesta por Lady Madeline, apática, decaída, “con aflicciones frecuentes, aunque transitorias, de carácter cataléptico”, y el melancólico Usher, parecido a un cadáver, acosado por olores de flores, torturado por la luz y los sonidos, pálido y hippy (palabra decimonónica para definir al dispéptico que va “del subterráneo a la superficie de la tierra”, como dice Meredith en La prueba de Richard Feverel). Entre los libros raros, ocultistas, de ciencia-ficción y viajes subterráneos, de Usher, está Loca cita amorosa, de Sir Launcelot Canning, libro imaginado por Poe. En el libro, el héroe Ethelred avanza en la tormenta para destrozar la puerta y matar al dragón, que grita al morir, y en la realidad, Lady Madeline rompe su ataúd y hace rechinar los goznes de hierro de su prisión. Usher y el narrador han metido viva en la tumba a Madeline, como una virgen vestal pecadora. Los fragmentos de Pomponius Mela sobre viejos sátiros y egipanes de África, fragmentos que hacen soñar a Usher, anticipan al fauno de la voluntad y a la virgen de la representación de la filosofía de Hartmann. La ciudad del sol (1623), utopía de Campanella que favorece el incesto, es otro libro de Usher. Los libros de Usher están de acuerdo con su personalidad fantasmal. Pequeños hongos cubren todo el exterior de la casa, colgando de los aleros en una fina y enredada telaraña. Otros hongos cubren las piedras grises, rodeadas de árboles deteriorados. Estos hongos insalubres son símbolos de la deformación de los misterios de Eleusis y del predominio de las amapolas sobre los hongos enteogénicos y psiquedélicos. La contemplación de la casa, con sus ventanas parecidas a ojos, y de los árboles deteriorados, provoca una depresión que el narrador compara con el despertar del sueño de opio.

En su libro Simbolistas y decadentes (1902) Gustave Kahn dice:

Consideramos “La caída de la Casa de Usher” como la dramatización de un hecho psíquico, interior, personal de Poe.- En un decorado saturado de una tristeza sombría y como sulfurosa, un castillo rajado por una grieta imperceptible como un alma caída en un umbral profundo y contagioso, amurallada en su existencia de sueños anormales – el visitante re-encuentra a un amigo muy antiguo, al que apenas reconoce y del cual pinta los fenómenos íntimos, la percepción del silencio y de la conciencia, como de otro yo; ese ser tan parecido al visitante y a la vez tan diferente, ocupa un castillo cuyos muros están ornados con decoraciones que son familiares para el visitante, mas un poco renovados por lo bizarro de las circunstancias o por la rareza de las sensaciones. Una mujer pasa, grande, sobrehumana, MUDA – uno no la verá más. A esa alma incluida en el alma del visitante, evocada por las circunstancias del castillo, de la atmósfera, del paso de la mujer, a esa alma delimitada por sus facultades de percepción extraordinaria, extática, y por el don de bizarras percepciones de temas musicales conocidos, hay que hacerla vivir enteramente y, por así decirlo, caminar. Aquí Poe coloca el poema de “El palacio embrujado”, dando en símbolo el estado exacto de esa alma superior, antes regida por una bella conciencia sin pesar, ahora víctima de una multitud de malas sensaciones, resurgiendo en placeres inútiles. Luego, a través de esa alma encantada, a través de una contemplación, a través de una lectura ociosa, la memoria de la mujer se impone, de la mujer encerrada demasiado pronto y que viene a morir de nuevo sobre el corazón del amante, todo se desploma y muchas veces más se desplomará.

En su libro El opio y la imaginación romántica (1968) Alethea Hayter dice que “‘El Palacio Embrujado’ de la canción de Roderick Usher era una casa en una calavera. Vemos la cabeza desde afuera mientas leemos el poema, pero él la vio desde dentro. Puede ser una alegoría de la mente de Poe o un estudio objetivo.”

Otra versión de “La caída de la casa de Usher es la extraña novela La casa en el confín del mundo, de W. H. Hodgson (1907), en que el narrador y su vieja hermana habitan una casa aislada, remota y asediada por hombres-cerdos, aparentemente devoradores, que provienen del subsuelo. El espíritu del narrador presencia la muerte del sistema solar y un hongo gigantesco de fuego que surge de un sol negro. El hongo es premonición de la bomba atómica y el sol negro es símbolo del opio; los hombres-cerdos son recuerdos de las víctimas de la hechicera Circe, y de La máquina del tiempo, de Wells, pues son especies de “morlocks”. Hodgson, como Poe, retrata la unión pesadillesca de amapolas y hongos en Eleusis, pero lo hace por medio de las imágenes simbólicas del sol negro y el hongo de fuego. El hongo eleusino influyó sobre Dionysos y el teatro universal, y la amapola fue a dar a los hospitales y a las adicciones, como podemos ver.

En la novela de Wells, la flor paradisiaca recogida en un sueño (probablemente de opio) por Coleridge se vuelve la flor amorosa que Weena le ofrece al Viajero del Tiempo. Sin embargo, en la muerte de la voluntad de los Elois, devorados por los monstruos subterráneos, hay un recuerdo de las amapolas de Eleusis.

En la novela de Hodgson, el narrador siente aversión ante los hombres-cerdos y le parece estar en contacto con algo “sobrehumana mente inmundo”, con algo “impío” y “hostil hacia lo grande y lo bueno de la humanidad”, sensación que dan los perros de Tíndalos en el relato de Belknap Long sobre la droga imaginaria Liao (símbolo del opio).

Un autor muy influido por “La caída de la casa de Usher” es Catulle Mendès.

La risa de oro de la marquesa Eulalia, en Prosas profanas de Darío, proviene de la risa de oro del ídolo hermafrodita que aparece en Zo’har (1886), la novela de Catulle Mendès, una risa de oro eterna y cruel, del monstruo humano y animal, que representa al dios y lleva un nombre de ciudad condenada: Zohar. Barbudo, con senos, hombre-cabra, mujer-cabrío, bisexual y biforme, inspira los seres compuestos de Osman Spare y de Kubin. El monstruo ríe de sí mismo con sus dos bocas semejantes a hocicos, “bajo una mitra de bronce iluminada de carbunclos”. Una música imprecisa, con lentitudes de incienso, se extiende en la soledad, subiendo hacia el dios inmundo.

El marqués de Roquebrussane, al volver de sus aventuras en África, ama a su hermana Stéphana, profundamente religiosa, hermana de la caridad que pasa con él unos días en el castillo de infancia de Nemours. La lubricidad se une a los vuelos espirituales en la relación de los hermanos. Mendès se adelanta al tema y a los ambientes literarios de Prybyszewsky, de Trakl, de Anaïs Nin, de Nabokov. En los ojos de Stéphana, casi desmesurados, “extasían las visiones sagradas”, en ellos vive la parodia abominable del cielo: “Su resplandor es incendio, su paraíso infierno, paraíso sin embargo, luminoso y negro, hecho de tinieblas de fuego, donde la desnudez de las lujurias imitaba blancuras de alas donde mezclando carnes, uniendo bocas, un sábat sacrílego de ángeles proyectaba en el infinito una inmunda Vía Láctea.” El personaje Cardenac recomienda la Droga Verde, que vuelve palpables las alucinaciones, que concede nupcias… “La magia de dawamesk que esta noche, en ese teatro, con lo quimérico de los decorados te ha deslumbrado como una realidad espléndida.” Léopold lo experimenta todo entre el sudor y las lágrimas y vive “las pasiones de un héroe de teatro”. Sin embargo, pronto vuelve a sus amores con su hermana. Stéphana es como el sueño de un dios condenado, y sus besos son vampíricos. Muere la madre de Léopold y él siente que se ha ido una giganta, y su corazón se siente desnudo y frío “como la sala antigua de un palacio en ruinas”, todo lo cual insinúa a Baudelaire. Los hermanos viajan de nuevo, esta vez a Noruega. “No hay fiordo más melancólico que el sombrío Hardanger”, escribe Mendès, en un tono que recuerda a Poe: “No hay en mi país torres semejantes a mi antigua y gris heredad.”

Cuando los raros turistas, en un vapor, penetran al Hardanger, se sorprenden al ver ante ellos, sobre las alturas salvajes, un palacio de mármoles claros, una iglesia blanca y un sepulcro de granito blanco que se alarga “como una gran esfinge de alas doradas que contemplara el infinito”. Los edificios, levantados por el capricho de una princesa italiana, han sido vendidos a Léopold y Stéphana y la princesa se ha ido a la India, con sus muñecas. Stéphana recoge ––como una Proserpina “de flores ya infernales”–– acónito y belladona, que crecen en los bordes de un pálido glaciar. Se unen los cuerpos y almas de los hermanos “en un exilio boreal”. El sol de medianoche se eleva en sus corazones. En una ceremonia católica, entre testigos luteranos, la pareja de hermanos se casa.

Después de una relación fugaz con una antigua amiga suya, Lulú-Antoine, actriz y cantante, de cabellos rojizos, Léopold se entera, por un amigo de Lulú, de que se equivocaba al dudar del parentesco con Stéphana ––duda que lo ha convencido de casarse con ella––, que se trata en verdad de su hermana. Léopold entra en estado cataléptico y es transportado al palacio donde mora con su hermana. Despierta, luego de varios meses, y tiene alucinaciones acerca de los engendros del vientre maldito de su hermana. Se arroja al abismo. La lluvia condenatoria es una alucinación de Léopold a partir de su contemplación de unas cataratas, “cuádruple Niágara de incendio y de sangre”, que cae sobre la ciudad del incesto. El cadáver de Léopold es puesto en una tumba, en el punto extremo de un promontorio entre el mar y el mar. Stéphana, entre delirios, se introduce en el ataúd, junto con su hermano, toma en sus manos los pálidos acónitos y las rojas belladonas. Une su boca con la del muerto, cierra los ojos, dice “¡Buenas noches!” a su amante y “aguarda deliciosamente el sueño de la eterna noche incestuosa.” En una balandra de diecisiete cañones ––la Thule, que ha pasado por el Maelström–– llega el antiguo amigo de Léopold, ahora consagrado a las exploraciones polares: Cardenac. Hace saltar con un hacha los goznes de una puerta y en el ataúd encuentra los esqueletos de Léopold y Stéphana e incluso “una cosa pequeña y pálida, hecha de frágiles huesos, torcida y como rota, que semejaba el esqueleto deformado de un pájaro”: la nada de lo que nunca había sido. Cardenac arroja al mar los esqueletos de los hermanos incestuosos. Éstos caen, lejos uno del otro. Mendès cita al principio de su novela fragmentos del Levítico y de la Geografía del Infierno terrestre del rabino Ben-Ahaz, en que es mencionado un Demonio, llamado Zo’har por el nombre de la ciudad donde se le ofrecían como sacrificios un cordero y una cordera, engendrados del mismo morueco, un morueco que se convierte con los años, en el famoso macho cabrío de Mendès, emblema del Demonio. En la mitología hindú, Brahma es precipitado a un abismo por el Dios supremo, para castigarlo de la pasión incestuosa por su hermana Sarasuati. Brahma obtiene el perdón después de cuatro re-encarnaciones. Él es la inteligencia, y ella, la ciencia y la música. Stéphana implica una deformación de Líbera, deidad romana que aparece con un conejo, es identificada con Proserpina y preside el nacimiento de las niñas. En una versión de la leyenda de las Híadas, éstas son princesas que aman a su hermano Hías, y al morir él lloran tanto que los dioses las transforman en estrellas. En otra versión, las Híadas son ninfas que Juno quiere castigar, por haber cuidado a Pan, y que Júpiter salva, transformándolas en estrellas.

Coronis ––llamada igual que una mujer transformada en coneja por Minerva–– es una de las Híadas.

En la novela de Mendès, el marqués presencia Zo’har, tragedia-ballet, un drama-baile italiano, ingenuo y audaz, en que está “la risa de oro” del ídolo y en que el rey de Zo’har ama a su hermana. Debido a los efectos del dawamesk, el marqués encarna en el comediante que representa al rey incestuoso, y usa la obra como estímulo para su loca pasión. Esto le inspira a Chambers la obra prohibida y fatal, El rey de amarillo. El rey de Zo’har le dice a su hermana que sus besos, como aves de presa o moruecos, se precipitan hacia el pozo rosado de su boca, más ardientemente que los viajeros del desierto.

El autor Trakl ha sido confundido con el hijo imaginario de “Ensueño y locura” (1914), y su relación tierna con su hermana Margarete ha sido satanizada y confundida con el incesto, la sexualidad culpable de su narración poética, influida por “La caída de la casa de Usher”. Es profundo “el sopor de los oscuros venenos”, dice el poeta en “Ensueño y locura”, refiriéndose sin duda al opio. Sobre el hijo cae “el peso de la maldición de una estirpe degenerada”, y la hermana surge de un espejo azul. El padre se vuelve anciano y el rostro de la madre se vuelve pétreo. Después de una nube purpúrea, la noche devora a la estirpe maldita, en un final inspirado por Poe.

El expresionismo del alemán Georg Trakl se ve anticipado por el decadentismo del polaco Stanislaw Przybyszewski, que en la novela corta De profundis (1896) muestra al protagonista amando a su hermana Agai, cuyos besos son vampíricos. Él tiene alucinaciones y no sabe distinguir entre realidad y sueño; ella lo ama, considerándolo su sangre y su esposo, en paisajes con luna sangrienta o cielo escarlata por la luz eléctrica. En vez de entregarse al opio, se entregan a la bebida, pócima de la misa incestuosa. Ella viste un traje de seda negra y cubre sus brazos hasta los codos con guantes largos y rojos. Carcajeándose, el protagonista, al final, se deja caer en el vacío.

La baronesa Sophor d’Hermelinge, “pálida emperatriz de una macabra Lesbos”, en la novela Méphistophéla (1890) de Mendès, usa polvo blanco (morfina) en el sabbath, antecesora del usuario del polvo blanco en el cuento sobre el Vinum sabbati de Machen. La novela de Mendès se inicia “bajo los plátanos”, como el diálogo “Fedro”, pero la escena platónica en que la ninfa Oritis se solaza con la ninfa Farmakeia se vuelve un aquelarre de lesbianas diabólicas. Al final, Sophor es comparada con un perro o un lobo y se siente perseguida por bestias invisibles.

La princesa Leonora d’Este, de la novela El vicio supremo de Péladan, en realidad odia el sexo y el erotismo y tiene complejo de Diana o Godiva, como la Diane Warwick de Meredith, pero el autor francés es trágico y el inglés cómico. La Leonora de Péladan se basa en la Arabella de La mujer Quijote, pues considera impura la sexualidad. Leonora ha leído a Boecio, Dante y Ariosto. Los atavismos, los recuerdos ancestrales, que poseen a los personajes y los dominan, juegan cierto papel en las novelas decadentistas, así como en Tess del realista Thomas Hardy.

Richard Pride, de la novela La cámara oscura (1927), de Leonard Cline, deforma los libros de Crowley, Lévy, Bécquer y Baudelaire, de ocultismo y literatura, se ve poseído por un atavismo prehistórico y acaba destrozado por su propio perro. La cinantropía juega un papel, tanto como la licantropía. Pride es el cazador del ritual dionisíaco, llegado a su etapa lobuna, y destrozado por su perro, como Acteón en la leyenda de Diana. La mezcla de drogas buenas con drogas malas es notable en la novela de Cline. Recordemos que en Zo’har el opio de Usher se vuelve dawamesk, detalle recordado por Nabokov en su novela Ada (1969), sobre locura, incesto y hashish. Los autores tratan de remediar el asunto cambiando de droga. En el poema en prosa Casa de incesto (1936), Anaïs Nin menciona una droga, pero no dice cuál es. En “Los perros de Tíndalos”, cuento de Belknap Long sobre la droga imaginaria Liao (símbolo del opio), el protagonista mezcla libros de matemáticas con libros de magia, como Tulia de Isis de Villiers de l’Isle Adam. El personaje del cuento de Belknap Long está influido por el de La cámara oscura, ya que entre ángulos malos y curvas buenas, en un horrible viaje, los perros lo olfatean y lo matan, convirtiéndolo en una especie de pus azul. El cuento es de 1929.

Los personajes Pride y Chalmers ––víctima de los perros de Tíndalos–– nos hacen pensar en suicidas inconscientes, aunque también los hay conscientes, como Werther, Sybil o Des Esseintes.

Al final de la novela de Huysmans, Des Esseintes se encuentra en un callejón sin salida, y toma literalmente el chiste de humor negro de Barbey ‘Aurevilly sobre Baudelaire: “…después de Las flores del mal sólo quedan dos caminos al poeta que las ha hecho despuntar: saltarse el cráneo… o hacerse cristiano”. De nuevo, la metáfora es confundida con la realidad. Al final de la novela, los antepasados de Des Esseintes, el guerrero avinagrado y el mignon afeminado, el activo y el pasivo, se han convertido en el suicida que sostiene la pistola y en el católico sin arte ni filosofía: un sádico y un masoquista, que forman un solo ser infeliz.

Un equivalente femenino de Des Esseintes es Musidora, la cortesana de dieciocho años de la novela Fortunio (1837) de Gautier, cortesana que quiere suicidarse y que antes de intentar hacerlo pincha a la gata blanca, mimada, con un alfiler de oro envenenado. El exceso de piedad lleva al defecto de piedad, en este caso, y a un deformación de “La gata blanca”, cuento de Madame d’Aulnoy. En vez de las frutas feéricas del cuento, está el veneno, que al final de la novela mata a Musidora. En un soneto de Villaespesa, “Ensueño de opio”, soneto influido por Gautier, una lesbiana sádica que usa éter, opio y morfina, “pincha a su gata blanca”. En vez de una transformación artística del cuento de hadas “La gata blanca”, transformación para jóvenes y adultos, hay una deformación del cuento, deformación retratada en el episodio de Gautier y en el soneto de Villaespesa. En Fortunio hay alusiones a los caballeros Amadís y Galaor y al anillo de invisibilidad, lo cual nos recuerda Orlando furioso. De hecho, Fortunio es “el Marqués invisible”, título de un proyecto de Baudelaire, del que tuve premonición en 1970. Fortunio es precursor de Des Esseintes en su preferencia por vivencias indirectas de la naturaleza y en sus excesos artificiales. También muestra, sin embargo, aspectos positivos al apoyar la expansión de conciencia con hashish y el erotismo. D’Albert, el amante en la novela Mademoiselle de Maupin, es otro precursor de Des Esseintes, e intenta revivir el hedonismo griego en la época moderna. D’Albert se enamora de Théodore (que es en realidad la señorita de Maupin disfrazada) y al final de la novela, Maupin abandona a D’Albert y a Rosette, que debido a confusiones la han amado. Maupin ha tenido alma masculina en cuerpo femenino y desde muy joven se ha vestido de hombre. En la novela, Maupin juega el papel de la mujer andrógina que une al hombre joven y a la mujer joven. Gustar del travestismo como perversión, no como elemento satírico en el teatro, es un gusto perverso que deforma el antiguo ritual dionisíaco, cuando el exceso de masculinidad del cazador-lobo y el defecto de masculinidad de los gordos travestidos eran destacados.

Continuará…

 

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).