Seleccionar página

¡MALDITA MALDICIÓN!

 

Edna Montes

 

 

«Entonces, la maldición del rey Tutankamón se cargó a ¡más de 20 personas, sobri!», lancé una exclamación de asombro. Mi tío y yo habíamos visto una película de momias de los años 40; yo tenía siete años y a él le tocaba ser mi niñero. Ni tardo ni perezoso sacó su colección de revistas de acontecimientos sobrenaturales para explicarme que el filme tenía elementos reales. Al menos tanto como puedan serlo para un adolescente y su sobrina pequeña matando el tiempo en una noche de tormenta eléctrica. Fue así como seguimos la infame historia de la tumba hallada en 1922 por Lord Carnarvon y Howard Carter.

 

Menos de un año después del descubrimiento, Lord Carnarvon murió debido a una neumonía fulminante. Incluso hay quienes aseguran que a la hora de su deceso El Cairo experimentó un gran apagón y en Inglaterra el perro del aristócrata aulló con todas sus fuerzas antes de caer muerto. La cadena siguió: su hermano, Aubrey Herbert, falleció en su regreso a Londres. Arthur Mace, asistente de la excavación, también expiró poco después. Quien radiografió la momia, Douglas Reid, falleció en Suiza dos meses luego.  La secretaria de Howard Carter sufrió un ataque al corazón; su padre cometió suicido al enterarse de la noticia. Otro de los que estudió la tumba con Carter, un profesor canadiense, feneció debido a un ataque cerebral al volver a El Cairo. Y la lista continuó creciendo…

Howard Carter y Lord Carnarvon

El caso es que, para 1929, unas 16 personas relacionadas con Carnarvon o Carter fallecieron. Eso bastó para que la prensa sensacionalista, ni tarda ni perezosa, comenzara a difundir la historia de la maldición de Tutankamón. El mismísimo Arthur Conan Doyle avivó el fuego declarándose creyente del suceso. Se dice que entre las décadas de 1960 al 70 varios directores de museos europeos habrían muerto al recibir piezas de la tumba para exposiciones temporales. Ian McShane, el actor inglés, es la última víctima atribuida a la furia del monarca luego de sufrir una grave fractura de pierna cuando estaba filmando una película referente a la maldición. Afortunadamente vivió para contarlo; tal vez a lo largo del tiempo la magia negra también sufre desgaste.

No existe prueba alguna de la tablilla con la inscripción «La muerte golpeará con sus alas a aquel que turbe el reposo del faraón», la cual supuestamente Carter halló en la antesala de la tumba. La ciencia atribuye las muertes a insectos o bacterias presentes en el lugar, aunadas a una serie de consecuencias macabras. Cabe señalar que Howard Carter, el más implicado en el descubrimiento, no murió sino hasta 1939, con 64 años de edad y de muerte natural. “Todo espíritu de comprensión inteligente se halla ausente de esas estúpidas ideas”, era su respuesta hacia cualquiera que le preguntara por la maldición. No obstante, tras 95 años del suceso, la historia sigue despertando morbo y curiosidad a partes iguales.

Las maldiciones parecen remontarse a los principios mismos de la historia humana. Podríamos empezar por el antiquísimo mal de ojo, la más simple y extendida de ellas. Basta con una «mala» mirada, llena de envidia o rencor, para invocarla sobre la víctima. Hay referencias a ella en todo el mundo, desde la antigua China hasta el folclor mexicano. Hesiodo escribió al respecto y en el mundo árabe se crearon diversos amuletos para combatirlo. Todavía hoy, muchos de los recién nacidos mexicanos ostentan el consabido listón rojo para repelerlo.

Para los celtas antiguos el lenguaje hablado y la elocuencia eran tan importantes que las maldiciones ocupan un lugar preponderante en su tradición mágica. Existían los trovadores capaces de maldecir por medio de la sátira. También la posibilidad de lanzar embrujos a los enemigos antes de entrar en batalla. La maldición más extravagante, para mí gusto, viene de los mitos de la Isla Esmeralda.

En una de las épicas celtas definitivas, el “Tain Bó Cuailnge”, la diosa Macha Mong Ruadh se enamora del jefe tribal Crunnchua Mac Agnoman; se muda con él, cuida de su casa e hijos; todo es felicidad hasta que él debe asistir a la reunión anual de reyes. Macha le advierte que pase lo que pase no hable sobre ella con nadie. Al calor de las copas a Crunnchua se le suelta la lengua: fanfarronea diciendo que su esposa puede correr más rápido que los caballos del rey de Ulster. Como se trata de una deuda de honor, los emisarios van a buscar a Macha, quien resulta estar embarazada, a punto de dar a luz. La diosa es obligada a correr, suplica a los hombres que la ayuden, pues ya empiezan los dolores de parto, pero ellos se niegan.

Tras ganar la carrera los caballos, Macha pare gemelos en la meta. Justo ahí maldice a los hombres del Ulster: “Cuando llegue un tiempo de opresión, cada uno de vosotros se verá afectado por una debilidad, similar a la de la mujer en el momento del parto, y esto lo deberéis soportar durante cinco días y cuatro noches, hasta la novena generación”. Fue así que durante nueve generaciones cada que un enemigo se acercaba a Ulster, los hombres del lugar se desplomaban por los dolores de parto.

«Curse of Macha», por Stephen Reid

Con todo y el catolicismo ferviente de Irlanda, aún se escuchan ecos de aquellas costumbres paganas en frases como: «Que encuentres las abejas, pero no la miel», «Que tu obituario sea escrito en pipí de comadreja» o «Que te vayas al infierno y no tengas ni una sola gota de cerveza para calmar tu eterna sed».  La denominación del credo puede cambiar, pero hay tradiciones tan arraigadas que permanecen.

Las maldiciones pueden achacarse a familias como la Romanov, Guinness, Kennedy o Hemingway. También a objetos, algunos muy famosos, como el Diamante Hope, la silla de Thomas Busby y varios cuadros de autores diversos (hablar de eso merecería otra columna). De hecho, ¡oh ironía!, la iglesia católica escribía maldiciones y amenazas de excomunión para resguardar sus valiosos libros y pergaminos de potenciales ladrones. Es muy probable que heredaran la costumbre de los romanos, quienes a su vez la tomaron de su contacto con Egipto y Mesopotamia.

La vida no es justa, esa una de las verdades más difíciles de asimilar. Por eso las maldiciones son tan atractivas. Da lo mismo si somos el ejecutor furioso reclamando compensación o la víctima deseando justificar una mala racha de forma que nos permita ver la luz al final del túnel. El pensamiento mágico nos ayuda a sentirnos actores de nuestra vida, a creer que podemos influir en la realidad. Más que un acto hostil, maldecir es un desahogo; un acto de consuelo (aunque algo retorcido). Me imagino a un egipcio con un gesto socarrón, considerándose vengado por la maldición del Rey Tut tras el saqueo cultural que sufrió su país. La imagen me hace sonreír también, y es que las maldiciones no son buenas ni malas, pero sí profundamente humanas.

 

****

Edna “Scarlett” Montes
Lectora, escritora y friki irredenta. Egresada de Miskatonic con tarjeta de cliente frecuente en Arkham. Tiene tantos fandoms que ya hasta perdió la cuenta. Divaga mientras espera que Cthulhu despierte de su sueño en R’lyeh o al fin le entreguen su TARDIS; lo que ocurra primero.

@Edna_Montes

¡LLÉVATELO!

Sólo no lucres con él y no olvides citar al autor y a la revista.