NOSTALGIA
III
Bernardo Monroy
RUMIKO: SUEÑOS
We are not always what we seem, and hardly ever what we dream.
Peter S. Beagle, The Last Unicorn
Ayer renuncié al local de maquinitas. Así de sencillo: no era lo mío. Odiaba estar entre mocosos que jugaban Pac Man y adolescentes que se iban de pinta para pasar todo el rato adheridos a los botones y palancas de Space Invaders. El ruido del waka-waka-waka-waka de la maldita esfera amarilla persiguiendo fantasmas, de Mario recogiendo monedas y del pinball me producía migraña. Así que al carajo. En su lugar, entré a trabajar a Clarie Standish, una tienda de ropa y artículos para dama.
No está tan mal trabajar en la tienda. Digo, no es como volver al mundo de los dibujos animados, pero es mucho mejor que exhibirme en minifalda ande un gordo asqueroso con acné en todo el rostro y aficionado a Tetris.
Entro a las diez de la mañana. Ordeno las prendas que los clientes dejaron regadas la noche anterior. Acomodo artículos como botes de aerosol y gel. A lo largo de esta década es lo que más se vende. Busco cosméticos que me pide la gente. Esa es mi rutina diaria.
Ofrezco la ropa de moda… ¡Vaya con la moda ochentera, que hace que jovencitas de diecisiete parezcan putas de cuarenta! Todas se visten como Madonna y las Flans. Los vestidos exhiben formas geométricas muy básicas, Colores de neón: anaranjado, rojo, amarillo, verde, azul. Cuadros blancos y negro, ajedrecísticos. Peinados con flecos, rizos, looks andróginos.
Los sábados y domingos la afluencia de gente es abrumadora. “Hola, señorita, me vende por favor unas hombreras”. “Oye oye oye, quiero un aerosol, por favor”. “Hey, tú, la de aspecto japonés, quiero un sweater gigante, un pantalón con estribos, unos calentadores para mis tobillos, unos aretes del tamaño de un aro de hula-hula y unos guantes sin dedos, ya sabes, todo lo que está a la moda”. Mi jefa es bastante estúpida, pero aún así la quiero y la respeto.
—Me llamo Rumiko —le dije, en mi primer día de trabajo.
—¿Es nombre de china?
—Es japonés, en realidad.
—Bueno, es lo mismo, ¿no?
—Lo que digas —respondo, suspirando.
—Yo me llamo Pancracia, pero es un nombre horrible.
—Concuerdo contigo y empatizo.
—Por eso me lo cambié a Ivonne, como la de las Flans. Me encanta Flans.
Le creo: todo el puto día escuchamos sus grandes éxitos. Te conocí en un bazar un sábado a medio dia, entre la gente y los puestos pronto tú me seguías. No controles, no controles, no controles, no controles. El otro día te vi pasar cuando ibas corriendo por el bulevar. Las mil y una noches que pasé contigo…
Mi poder es la empatía, pero ya estoy bien harta. Hasta una mujer empática a niveles sobrenaturales tiene un pinche límite. De modo que espero de pie, mientras llegan los clientes, y sueño despierta. Sueño lo mismo que cuando lo hago dormida: cuando no éramos dibujos animados, cuando vivíamos en un mundo maravilloso, donde no sufríamos, donde no podíamos morir. Cuando todo era perfecto, al menos para nosotros. Cuando vivíamos en Fantasmagorie.
Fantasmagorie es un mundo nombrado así por honor a la primera animación de la historia, que data de 1908. A partir de ese dibujo animado, los territorios se extendieron en el Inconsciente Colectivo de la humanidad. Ese mismo inconsciente donde viven todos los mundos posibles: Comala, Macondo, Castle Rock, Arkham, Dunwich, Narnia, La Tierra Media, Westeros, Ciudad Gótica, Latveria, R’lyeh, La Biblioteca de Babel, Bay City… cada uno en su zona respectiva, ya pertenezca a la literatura, el cine o, en nuestro caso, los dibujos animados.
Vivíamos en Miami y estudiábamos en la preparatoria John Hughes. En nuestra línea de realidad de Florida. Un mundo colorido, hermoso, divertido. Los tres éramos amigos inseparables y nos juntábamos para ir a la playa a surfear, salir a los centros comerciales y estudiar. Nuestro director, el señor Paul Gleason, siempre nos castigaba los sábados por la mañana, cuando en Mundo Real se transmitían los dibujos animados.
Un día, después de estudiar etimologías grecolatinas, estábamos muy cansados y fuimos al centro comercial a comer pizza. Recuerdo que sin ningún motivo en especial, nos tomamos de la mano formando un círculo y exclamamos:
—¡Non sufficit orbis!
Que en latín significa “El mundo no es suficiente”. Fue entonces cuando desaparecimos de la pizzería para reaparecer en el periodo jurásico. En un principio estábamos aterrados, entre tiranosaurios y triceratops. Creíamos que podíamos viajar al pasado, pero en realidad no era precisamente eso. ¡Podíamos movernos a través de los universos, de realidades alternas! Después de matar a un velociraptor, probamos repetir la frase y la acción que nos hizo desparecer de la pizzería. Fue entonces cuando desaparecimos del periodo jurásico para materializarnos en un mundo donde Hitler había ganado la Segunda Guerra Mundial. Corría el año 2015 y gracias la magia negra, el Fuhrer se mantenía joven. Entre los tres lo derrotamos. Gracias a mi habilidad de comprender las emociones humanas, la inteligencia de Saul y el talento para pelear de Tony. Cuando liberamos al mundo, de nuevo nos transportamos a otro universo, a otra línea de realidad, tomándonos de la mano y gritando: “¡Non sufficit orbis!”
Aparecimos en un distante planeta, donde a un príncipe fabulosos y secretos poderes le fueron entregados. Así saltábamos de universo en universo, de mundo en mundo y de realidad en realidad cada vez que exclamábamos la frase. Es curioso, pero casi todos los personajes de los dibujos animados de los ochenta tienen una frase característica: “Cowabunga” de las Tortugas Ninja. “Por el poder de Grayskull” de He Man. “Thunder, Thunder, Thundercats, hoooo” de Lion-O. “¿A quién vas a llamar?” de Los Cazafantasmas. Nosotros no éramos la excepción a la regla.
Abandonamos Miami y nuestra vida de preparatorianos para explorar no sólo el universo, sino todos los universos existentes. Lo más asombroso del caso era que mientras conocíamos más mundos, menos nos conocíamos a nosotros mismos.
Saul Flynn era un muchacho noble, inhábil para las habilidades sociales y físicas. Pero tenía un gran corazón, así como una ira reprimida. Le gustaba Twisted Sister y cuando se enojaba era muy violento. Era un cerebrito. Un hacker muy talentoso y un experto en ajedrez que usaba su talento para salvarnos casi siempre. Sus papás eran ejecutivos de una empresa inmobiliaria.
Tony era la antítesis de Saul: no muy inteligente, pero un experto en el uso de armas y el combate cuerpo a cuerpo. Como sabía que viajábamos de universo en realidad, de realidad en universo, no le importaba cometer crímenes y actos vandálicos. Estaba secretamente enamorado de mí, pero nunca le hice caso. Él pensaba que yo le daba alas, pero en realidad lo comprendía. Tony creció en los barrios bajos y era hijo de unos chicanos ilegales.
Yo era la chica comprensiva y conciliadora. Hija de dos japoneses que vendían computadoras. Nací con la habilidad de empatizar, de ponerme en los zapatos de todos los seres humanos. Por eso siempre le pedía a Tony que golpeara con menos fuerza, y a Saul que no reprimiera tanto su ira. Por desgracia, nadie me hacía caso. Ni mis amigos ni la gente que visitábamos de otros universos. Así se deben sentir los psicólogos de todo el mundo, pensaba.
En uno de nuestros infinitos viajes llegamos a un Miami de 1985. Era un planeta casi idéntico al nuestro, salvo por el hecho de que todo el universo era gobernado por un hombre de ojos rojos y piel negra como el carbón. Vestía con uniforme gris y su crueldad no tenía límites. Le daba lo mismo esclavizar, violar, destruir y humillar. Él sería nuestro archienemigo, el Comandante Dunkelheit. En cuanto visitamos su universo quisimos derrocarlo, y casi lo logramos, a no ser porque tuvimos que huir, pues su ejército y recursos nos superaban con sencillez.
—Ustedes son un trío de muchachos irreales —dijo, recitando su aburrido monólogo, característico de todo villano de caricatura ochentera—. Yo sé cómo debo destruirlos, sé acabar con ustedes. Sé muy bien que vienen de otro universo, y que pueden viajar de realidad en realidad. Pues bien, su conocimiento para transportarse es meramente empírico. ¡Yo he ordenado a mis científicos investigar sobre eso que llaman el Multiverso, y tengo una metodología para viajar y, por supuesto, para detenerlos, jovencitos entrometidos! ¡JA, JA, JA! Les explicaré, trío de mocosos inútiles: en Mundo Real existe un físico llamado Hugh Everett III, fue el primero en postular la teoría de los Universos Paralelos. Esta señala que, según la física cuántica, muchas realidades convergen entre sí. Everett murió en 1982, y pasó los últimos años de su vida desalentado, porque casi nadie se interesó en su teoría. Así es de obtusa la gente de Mundo Real. Yo, el gran General Dunkhelheit, retomé sus teorías y las hice sólidas. Mis científicos crearon un cinturón que me permite viajar a través de los universos, así como ustedes lo hacen. ¡Ahora dirigiré a mis tropas para esclavizar a todos los universos, a todo cuanto existe!
Nuestro archienemigo tenía a Karma Man, un tipo obeso y ridículo. Era su criado personal y todo lo hacía mal. No eligió su nombre en honor a las creencias budistas, sino a la canción “Karma Chamaleon” de Culture Club. Tenía nuestra edad, pero no nuestra inteligencia, fuerza, empatía y unión. Cuando peleábamos contra Dunkelheit, nos dijo que éramos pequeños como átomos comparados con su amo, y que nos golpearía con su ramalazo cósmico. En vez de hacernos enojar, nos dio la idea para re-bautizarnos con nuestras identidades secretas.
—¡Si viajamos a través de los universos gracias a la física cuántica, entonces yo seré Protonio, por el protón, por los rayos lanza protones de Los Cazafantasmas y por ser siempre positivo!
—¡Yo soy más negativo, por tanto seré Electronio! —gritó Tony.
—Y yo, que siempre intento ser conciliadora, Neutirnia! —advertí yo.
—¡Además, nuestro enemigo dijo que somos irreales! ¡Ese es un perfecto nombre! —gritó de nuevo Saul—. ¡Juntos somos…!
—¡LOS IRREALES! —gritamos al unísono.
Entonces nos teletransportamos a otro universo. Siempre que viajábamos era entre rejillas de neón, que se movían a una rapidez vertiginosa, idénticas a las de la película Tron.
Con toda seguridad, nos viste en más de una caricatura de los ochenta, sólo que aparecíamos tras bambalinas. Entre los extras y los fondos de segundo y tercer plano. Nosotros peleábamos contra Dunkelheit mientras Los Cazafantasmas disparaban sus ráfagas lanza protones contra espectros chocarreros, golpeábamos a Karma Man en las alcantarillas a un lado del hogar de las Tortugas Ninja, conducíamos un coche Gremlin amarillo entre los vehículos de M*A*S*H* y respirábamos en el espacio volando con los Halcones Galácticos.
Nuestra pelea contra Dunkelheit se prolongó a lo largo de muchos años. Por suerte, el viaje por el multiverso nos permitía mantenernos jóvenes.
Oh, ¡nuestro viaje por el multiverso! Conocimos mundos post apocalípticos como los de Mad Max. Galaxias sacadas de la imaginería de la revista Heavy Metal, que inspiró muchas otras caricaturas. Futuros cyberpunk, realidades donde coexistían los personajes de directores como John Hughes, Wes Craven o Steven Spielberg. Un Los Angeles y un Miami con policías justos y honestos, que trabajaban en pareja y tenían jefe gritón, una novia despampanante y un archienemigo que se dedicaba al tráfico de drogas, a asaltar scouts y al terrorismo, todo al mismo tiempo. Recorrimos una versión de Nueva York donde los fantasmas se codeaban con los humanos, por lo que era imperativo llamar a cuatro cazadores. Nos sentamos en el teatro de los Muppets. Y finalmente, llegamos a los reinos donde se inspiraban todas las historias de fantasía épica: el reino de Calabozos y Dragones, el de La historia interminable, el de Canción de hielo y fuego, el de El caldero mágico, el de Laberinto, el de El último unicornio, el de Leyenda.
Entre dragones, elfos, gnomos, castillos y villas medievales nos enfrentamos a Dunkelheit como lo habíamos hecho millones de veces. Todo parecía rutinario: Electronio, Neutrinia y Protonio listos para atacar, el malvado comandante recitando sus soporíferos monólogos, Karma Man lamiendo sus botas…
—Ustedes siempre usan la ciencia, mis queridos muchachos —dijo Dunkelheit—, pero ahora se tendrán que enfrentar a la magia. Como saben, la magia y la ciencia no se llevan, son enemigas, como los hechos lo son de la religión.
Sin darnos cuenta, nuestro archienemigo abrió un portal que nos absorbió. Fue tan rápido, tan inmediato, que ni siquiera nos dimos cuenta. Atravesamos el multiverso, en medio de rejillas azul con fondo rosa neón. Caímos en el centro comercial Plaza San Miguel. Despertamos en un estacionamiento. Duramos varias horas desconcertados.
Caminamos por el centro comercial, sondeando la zona. Al parecer, no era diferente a otro universo como tantos que habíamos visitado. El problema fue cuando intentamos regresar al reino para pelear de nuevo contra Dunkelheit.
—¡Non sufficit orbis! —gritamos.
Pero nada sucedió. Jamás habíamos enfrentado algo así. Por lo general, al tomarnos de las manos y pronunciar las palabras desaparecíamos. Pero esta vez nada sucedió. Nos quedamos como petrificados durante unos minutos hasta que escuchamos la voz de nuestro rival saliendo de un local dedicado a la venta de electrónicos.
—¡Mis queridos muchachos, mis Irreales, veo que por primera vez he logrado sorprenderlos!
Corrimos hasta el aparador, donde se exhibían varias televisiones de diferentes pulgadas. El rostro negro de Dunkelheit se proyectaba en todos y cada uno de ellos. Como era habitual, no paraba de hablar.
—Tengo mucho tiempo planeando destruirlos, queridos enemigos míos. Pensé en matarlos, pero creo que dejarlos en Mundo Real es una tortura mejor. Cuando mi equipo de investigadores averiguaba cómo viajar a través de los universos y realidades alternas, descubrí un lugar donde no existe la magia, donde la realidad es tridimensional y no bidimensional ni animada. Un mundo que no es colorido. Un mundo donde ustedes, yo y todos los sitios que visitamos son inexistentes, donde sólo se pueden ver en pantallas de cine y televisión. En esa realidad no hay fantasmas, la gente muere y sufre. Más les vale que se vayan adaptando, porque quedarán allí el resto de sus vidas.
Después, soltó una risa diabólica y desapareció. En su lugar apareció el noticiero de Jacobo Zabludovsky, otro ser igual de ruin que Dunkhelheit, aunque menos poderoso.
Así fue como llegamos aquí. Así fue como el malvado comandante nos jodió la vida.
Una mujer me pide una blusa color neón. Suspiró y voy a buscarla. Mi jefa sale a comer. Después de entregar la prenda quito a las Flans y pongo mi casette virgen en el que grabé mis canciones favoritas. En toda la tienda se escucha: Sweet dreams are made of these, who am I to disagree?
Después, cuando regresa la encargada de la tienda, toca mi turno de salir a comer. Veo a Saul. Como es costumbre, lee un libro. Su título es El último unicornio de Peter S. Beagle. Comienza a hablar sobre la trama, muy apasionado sobre el tema. Lo que yo hago es darle el avión. Dice que aunque la novela se publicó en 1968, ha cobrado más fama en la actualidad gracias a la película animada de 1982 que se basó en ella. Las películas de fantasía están de moda. Un tal Tom Cruise, bastante guapo por cierto, protagoniza una que se llama Leyenda. Willow, El señor de las bestias, Krull, Conan, El cristal encantado, La historia interminable, Lady halcón, El dragón del lago de fuego. ¡Uy!, la lista es interminable.
Le doy a Saul un abrazo. Nos vemos en la noche en el cuarto, le digo. Vuelvo a trabajar. Mi jefa sigue escuchando a las Flans. Por mi parte, canto “Sweet Dreams”: Everybody’s looking for something, Sweet dreams are made of these.
En eso se ha convertido lo que fue nuestra emocionante vida: en dulces sueños.
Continuará…
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Imagen de cabecera: Lite Brute Series – «80s TV Favorites» de Reis O’Brien.
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Bernardo Monroy nació en 1982 en México D.F. y actualmente vive en León, Guanajuato. Es periodista y ha publicado el libro de cuentos El Gato con Converse y la novela La Liga Latinoamericana; así como la novela electrónica Slasher, disponible gratuitamente en el portal Zona Literatura, y W.M.D. y Segunda Temporada, aquí, en Penumbria. Es aficionado a los videojuegos, los cómics y los géneros de terror, fantasía y ciencia ficción, y escribe porque está frustrado, ya que nunca pudo ingresar a la Escuela de Jóvenes Dotados del Profesor Xavier. Sus textos han sido traducidos al klingon y al élfico.