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POEMAS DE JEAN GENET

Una llama en la penumbra

 

Jimena Jurado

 

Aún no recuerdo con precisión la tarde en que hallé el ejemplar. El sitio, sin embargo, me es bastante familiar: uno de los antiguos burós de casa, además de fotografías infantiles, guardaba dentro un pequeño (sólo en su proporción física) libro de poemas. En la portada: un cráneo de cera difuminándose entre la negrura. Y debajo, donde la llama de la vela ya no alumbra, dos palabras en blanco: Jean Genet.

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Esa condición de libro misterioso y resquebrajado, su aparente abandono, su icono siniestro y mi curiosidad fueron la invitación a franquear el puente frágil de la tapa y recorrer lo que para ese entonces fue sólo una reunión de palabras obscenas, que no hasta después de tres páginas, abandoné con más incomprensión que revuelo.

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Pero parecen tan pacientes los objetos… lo inanimado posee siempre una suerte de serenidad, de presencia ciega y sólo lo azaroso sitúa de vuelta la vista de lo vivo a la cosa. “Hizo el azar surgir el más inmenso azar”[1] de volver al libro, o el libro llegó a mí, como muchas otras veces los libros o las personas llegan: justo en el mejor momento.

Siempre he creído que los libros ofrecen nuevos significados a cada relectura, y es por eso que, así como se anticipó mi hallazgo con este poeta maldito (unos 4 años antes, calculo), quizá se anticipen mis palabras y pareceres sobre esta obra. Léanse pues estas líneas, como una experiencia lectora, como una primera (o segunda) impresión y recojan sus propias conclusiones después de leerla u oírla aquí:

Sobra señalar todo lo amargo de la vida de Genet: primero, el niño abandonado por su madre y más tarde, el hombre que encontró su hogar en las cárceles, pues fue el crimen (y el lucro de su cuerpo, por otra parte) una precipitada forma de subsistencia, pero también un modo de vida al cual resignarse.

Ahí, en “su hogar”, fue donde afloró su literatura: una literatura inversa, ácida, retadora y de una oscuridad que sólo daría luz afuera, a los ojos de grandes intelectuales.

De la fama que más tarde lograron sus obras teatrales y narrativas, mejor no ahondar. Es sabido que su nueva posición de escritor e intelectual fue incluso una razón por la cual los más allegados de su círculo (Cocteau, Sartre, etc) apelaran el retiro de la cadena perpetua a la que a Genet le esperaba el décimo retorno a la prisión.

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Poemas como “El condenado a muerte”, “Marcha fúnebre” y “El desfile” son acaso los más impactantes, llenos de una fuerza que devasta hasta el mejor ánimo. ¿Será que están tan impregnados de realidad que leerlos es una forma de revivir su historia? ¿Y qué pasaría si se ignorara el contexto y el tinte semi autobiográfico de su obra? Creo que los resultados no serían menores porque Genet logra transmitir un entorno hostil y estéril al hacer uso de palabras nada convencionales y convenientes para lo universalmente aceptado como estético. Sin embargo, conviene saber un poco de su vida para aproximarnos a un entendimiento más amplio de sus obsesiones eróticas, de la forma en que un hombre puede amar a uno y otros hombres y de aceptar la ausencia como algo inherente en su recorrido. No resultará osado entonces decir que, después de todo, los poemas de Genet son poemas de amor, pues ¿qué otra cosa sería ésta, sino una ofrenda a sus amantes muertos? ¿Qué sería, si no, esta dádiva oscura y ceremoniosa inspirada por una pequeñísima llama que aún vive y tiembla?

La ornamenta de la calavera en su portada de inmediato me remite a los dos de noviembre, día en honor a los muertos dentro de la tradición mexicana, en el que se colocan velas y dulces (algunos craneales) sobre los altares.

Silencio, esta noche hay que velar

Mirar cada cual por sus jaurías

No hay que sentarse ni dormir

De la muerte la negra insignia

[…]

Silencio aún hay que velar

Ignora la fiesta el Verdugo

Cuando el cielo sobre tu almohada

Cogerá tu cabeza del cabello

Jean Genet. Poemas, El desfile, pág. 67

 

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Este libro es luto y homenaje, y la ornamenta es quizás una advertencia. Si hay líneas que deforman el rostro del lector en una mueca trágica, hay que esperar –ya no sólo de cada verso o de cada poema– del libro entero, un repentino gesto o un vuelco y no un vuelo o un abrazo. Genet es contraste, tal como la blanca tipografía sobre la noche que es la portada de esta edición; Genet también es luz en su malditismo.

No recomiendo a todos su poesía, no si se cree que sólo los héroes o los nobles son dignos de nombrarse, que sólo lo bello, lo más puro y alado puede caber en los versos, porque esto es poesía que revuelve y revuelca, que enreda con su imagen y perturba.

En este libro de gran dimensión expresiva, inundado de un lenguaje carcelario, el poema es lo mundano, lo decadente; el crimen y la lujuria. Genet, con sus palabras de gran peso peyorativo venga y hace justicia de su pasado: es el héroe de su imaginario y la literatura es su portal en ese espacio cerrado donde ha sido recluido.

Entiéndase: la poesía de Genet es un golpe en medio del estómago.

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[1] Jean Genet. Poemas, Marcha fúnebre, XI, pág. 46

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Ficha bibliográfica:

Jean Genet. Poemas

(Versión de A. Martínez Sarrión)

Colección Visor de Poesía, 95 páginas

Madrid, España; 1981

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jimenajuradoJimena Jurado Garcia La Sienra (1991)

No nació para la ciencia, pero en su mundo hay ficción y eso es suficiente para hallar vida (y poesía). Su más reciente colaboración está dentro del dossier #150 de MiNatura (especial de poesía fantástica). Obtuvo el 1er lugar en el Certamen de poesía “El espasmo de los cuerpos”, en homenaje al poeta David Huerta, y su poema “Morte” aparece en el “FanTzine” de Faro Tláhuac. Ha colaborado en revistas como Hýbris Magazine, Infame y otros medios digitales.

La puedes encontrar en su claraboya virtual: The PoemTube donde recita y reseña.