SUBURBIOS DE NEON CITY
(narraciones filocortantes)
II
Emiliano González
Las viejas canciones populares y subterráneas “Vientos de cambio” y “Monterey” de los Animals demuestran que es más estimulante para los artistas el compañerismo que la competencia. La literatura no necesita a la competencia; el deporte, en cambio, no puede existir sin la competencia. En literatura no es obligatorio participar en concursos literarios: éstos son opcionales, aunque los premios son inevitables. En éstos no hay jerarquías que implican el superior (colocado arriba) y el inferior (colocado abajo). En literatura, en vez del superior existe el mejor, pero éste aparece por cuestión ideológica: Eliot es mejor que Pound. Sólo en casos como ése puede hablarse de un autor preferible a otro, ya que todos son igualmente buenos. El compañerismo, no la competencia, es lo que conviene a los autores.
A lo largo de mi vida he observado que las envidias y las riñas entre autores provienen de la competencia. Los estímulos provienen del compañerismo. Toda competencia extra-deportiva es enemistosa.
En mi vida me he alejado de la competencia y me he acercado a la literatura y al porvenirismo. En “Los sonidos del silencio”, Simon y Garfunkel se refieren a un dios de neón fabricado por la gente y a un letrero que dice que las palabras de los profetas están escritas en las paredes del subterráneo.
La canción no implica una moda sino un mensaje permanente, en su letra y en su música.
La moda ―la ropa que sigue el gusto de la época― no es un aspecto muy importante del movimiento subterráneo: es secundaria, pero se distingue de la moda anterior al ser estética, sencilla y cómoda a la vez. La mente subterránea, ante lo físico y exterior de la persona, toma más en cuenta lo natural y lo acepta: el pelo es largo en ambos sexos y la barba es común entre los hombres. En latitudes muy calurosas, el pelo es más escaso y la ropa menos abundante, pero la actitud de la persona enseguida destaca y la identifica como parte del movimiento. Advierto que los artistas de la primera etapa llegaron a admitir algunos atuendos complicados e incluso excéntricos para dar a conocer el movimiento: usaban sombreros raros, lentes coloridos redondos, anillo, brazaletes, pulseras, collares y botones con inscripciones buenas (“Haz el amor, no la guerra”, “Jesús usaba pelo largo”) o malas (“Denle la cicuta a Sócrates”, “No confíes en alguien mayor de treinta años”, frase del inmoralista Lord Henry de Dorian Gray). En los botones, los amigos del movimiento se aliaban con los enemigos, el ingenio se unía con el absurdo, la verdad se mezclaba con la mentira.
Había un anticipo de Neon City Blues.
En las mujeres de hoy, la falda corta es más apropiada que la larga. Las medias o las mallas convienen si hace frío. Las telas fosforescentes, el batik, llaman a los ojos. En regiones tropicales hay huaraches y sandalias.
El esnobismo está lejos del movimiento subterráneo, ya que tiende a aceptar la incomodidad con tal de agradar al grupo. El movimiento busca libertad, no obediencia ciega. Lo bello debe acompañar a lo útil, pero no debe sustituirlo; por ejemplo, las sandalias atractivas e incómodas necesitan suelas gruesas para ofrecer bienestar. Los zapatos de excursionista, las botas, ayudan a resistir más el concreto urbano que los zapatos comunes y corrientes de los hombres y los zapatos de tacón alto de las mujeres.
El movimiento no es necesariamente sedentario: admite el nomadismo, como en la época beat, pero no lo hace predominar sobre la residencia fija. Lo efímero de la juventud no impide el mensaje permanente, a favor de lo pacífico y amoroso.
La corbata ―como el cuello de tortuga― es cómoda para unos e incómoda para otros. Quienes la encuentran cómoda tienden a usar corbatas con colores psiquedélicos o de estilo antiguo, fuera de moda, y chamarras, chalecos o sacos. Los ornamentos metálicos que no son para las orejas abundan en el mundo oriental, no en el occidental, donde, por salud, la nieta usa lo mismo que usó la abuela: los aretes. Cuando no lo hace, es por distracción, esnobismo o locura: el sacrificio y el dolor sustituyen al esfuerzo y al placer. Es un hecho que, en el mundo oriental, ornamentos metálicos para la nariz o la boca eran usados por la abuela.
La originalidad es el cuerpo de la identidad clara, que es alma. La identidad clara es la que se distingue de las demás, permitiendo más libertad al dar el ejemplo. No es vaga ni nebulosa y por eso se le llama clara. Su caso particular ofrece más alternativas a la libertad general. La libertad implica siempre tomar en cuenta a los demás antes de decidir algo.
El nudismo no es una moda y se aleja de la hipocresía al acercarse a la inocencia original, pero exige un ambiente privado para desarrollarse. El ambiente público es incómodo y riesgoso. Todo espacio nudista es privado, aislado, apartado y necesita cierta sensualidad que propicie la calidez humana.
Recuerdo que en México y EE.UU. hubo intentos de reprimir el aspecto musical del movimiento subterráneo, ocultando el significado de las canciones populares: eliminando las letras de la envoltura del disco, que sólo muy pocas veces las incluía. Igual que en la República de Platón, la literatura era considerada subversiva por la sociedad de orden establecido y la música era tomada como arte… sin las letras. Era una música fría, severa, monótona, repetitiva. Cualquier lector interesado puede comprobar que en la República (modelo del gobierno aristocrático) las innovaciones musicales eran consideradas criminales. Recuerdo la supuesta traducción al español de “Mellow Yellow” de Donovan: “Mujeriego” no era fiel al color psiquedélico de la letra original, aunque sí al heterosexualismo del personaje. Por otro lado, las versiones españolas de música popular norteamericana o inglesa (por más infieles que sean) desaparecen en la segunda mitad de los 60 y en vez de ellas aparecen ejemplos deplorables de música regional, como si el protocolo nacionalista fuera mejor que la experiencia universal. Ese criterio nacionalista proviene de la República de Platón, donde prejuicios contra “las drogas de los hechiceros” (como dice el autor griego) se mezclan a prejuicios contra esoterismo, literatura e innovaciones musicales. En 1967, la creencia en la hechicería sigue viva, a pesar de los conocimientos científicos, y por ello la cacería de brujas sigue siendo un peligro, en medio de un ambiente secular e hipócrita. La noción limitada y errónea del universo externo como geocéntrico es inseparable de la noción del universo interno, mental, en que el cáñamo es droga peligrosa. Las dos nociones son medievales y ven apoyadas por la Inquisición.
Cuando los autores fantásticos se refieren a la hechicería incitan la suspensión de la incredulidad, parte de la suspensión de juicio que permite descanso al pensamiento. La lectura de un cuento fantástico es parecida a un sueño, ya que todo es posible, pero debemos despertar para reanudar la incredulidad y la capacidad de juzgar.
La segunda edición de mi libro Los sueños de la bella durmiente incluye una nota diciendo que la colección “La Centena” se propone publicar autores que merecen ser más conocidos y apreciados. Eso no quiere decir que sea cierta la afirmación de Lupián de que no soy conocido, a pesar de la calidad de las editoriales que han publicado mis libros. Augusto Monterroso (no mencionado por Lupián) me ha dado a conocer en México y en España. Daína Chaviano (escritora de ciencia-ficción-cubana) ha escrito páginas a favor de mi literatura, y en México María Elvira Bermúdez y Miriam Ruvinskis me han destacado. Prosas mías han aparecido en Cuba, Canadá y los EE. UU. Nunca he aspirado a la fama social de ciertos escritores (no siempre leídos pero sí mencionados) ni creo que la felicidad consista en ser famoso (los suicidas Leopoldo Lugones y Marilyn Monroe lo demuestran). Mi vida es más personal que social, aunque me agrada la compañía de la gente. Me da gusto que mi literatura sea conocida, que la gente lea a los autores que yo recomiendo.
Estimulada por ellos, en un tiempo que puedo llamar mágico, Beatriz Álvarez Klein descubrió la relación entre Elizabeth Siddal y Alice Liddell, el paso de drogas malas a buenas y la transformación de werewolf en flowerew.
Espero que otras personas encuentren algo valioso después de leer mis libros. Estos forman una vida mental necesaria para completar la vida real.
La condición inédita de mi Autobiografía me obliga a adelantar ciertos fragmentos de mi vida, necesarios para entender mi obra.
Hace poco tiempo descubrí que uno de los primeros estímulos para elaborar Neon City Blues fue un cómic erótico de Crumb publicado en el periódico subterráneo The East Village Other en 1968 (no en el Oracle, como he afirmado antes en mi ensayo sobre la historieta). El cómic se titula “The Phonus Balonus Blues” y muestra a una joven que finalmente acepta a un hombre considerado perverso por la sociedad de orden establecido.
Recuerdo que los primeros enemigos del movimiento subterráneo fueron muy distintos de los de Neon City: algunos maestros y alumnos de la clase media o la burguesía, inclinados hacia un conformismo o hacia un oscuro radicalismo aristocrático, superficiales o distraídos, no eran interesantes en la época de El rey. Nosotros atendíamos a los Beatles, a los Rolling Stones, a la poesía nueva, a la ciencia-ficción, a las noticias veraces acerca del movimiento subterráneo.
Margaret Randall, editora de la revista El corno emplumado y amiga de Guadalupe, la directora de la secundaria, apareció sorpresivamente un día en la escuela y estimuló nuestras actividades al invitarnos a hacer juegos poéticos. Tiempo después, la directora de la escuela (secundaria técnica Bartolomé Cossío), rechazando la cultura de la época (rechazo que fue un gesto anticuado, medieval ante el nuevo Renacimiento), expulsó a sus alumnos artísticos, muy parecidos a otros alumnos europeos y norteamericanos. La directora, la misma persona que antes había apoyado, mimeografiado y distribuido Banú (obra aún más psiquedélica que El rey), adoptaba de pronto una actitud cobarde, inquisitorial, ante los nuevos descubrimientos en ciencias y artes. Su actitud espartana me lleva a recientes lecturas de la República de Platón. Años después me enteré de que un maestro (que yo había defendido por haber sido injustamente llamado “maricón” en su escuela) me había calumniado diciendo que yo era vendedor de drogas. Traicionaba su amistad conmigo, antes evidente, y en la actualidad su calumnia me recuerda las secciones sobre literatura y “droga de los hechiceros” en la injusta República, secciones opuestas a Eleusis y a Pericles. No recuerdo el nombre del maestro. Sin embargo, sus sospechas eran infundadas. Nosotros no éramos los fresas ―cursis― ni los nacos ―crueles― de la escuela: formábamos parte de la vida artística de ésta. Banú es buen ejemplo del “texto libre” apoyado por el educador Freinet, e implica nostalgia por la época revolucionaria de la escuela. Conocíamos y admirábamos al grupo musical The Cowsills, muy joven, y llegamos a formar un grupo, The Shutney Company, presentado en el Teatro Insurgentes, acompañado de bailarinas adolescentes. La actitud puritana de la directora castigó todos estos goces. Recuerdo que el autor beat Lamantia fue expulsado de su escuela al fomentar la lectura de Poe y Lovecraft.
Al ser lo autobiográfico distinto de lo periodístico, al ser personal en vez de social, su crítica es mucho más abstracta que la acusación jurídica, y pretende repudiar y prevenir actitudes, malas tendencias, no castigar a las personas ni dar mala fama a lugares ni a instituciones. En las autobiografías se conservan los nombres de las personas conocidas por los autores, que no son iguales que los apellidos de la gente famosa.
Cuando leo acerca de la censura del mural policromo de la Diosa elaborado por amigos de los Beatles en Londres, recuerdo la censura de la gran calcomanía de una flor anaranjada, fosforescente en mi pupitre de la secundaria. Como el mural de los Beatles, mi pupitre fue cubierto de pintura, no blanca sino gris. Las dos censuras son ejemplo de cromofobia u odio por el color. La directora se ocupó de que yo mismo cubriera la flor extraña con el color prosaico, de que yo mismo ocultara a la flor “degenerada” con la pintura “decente” de una ciudad moralista.
Mi libro Los sueños de la bella durmiente no ha sido traducido al francés debido a mi actitud ante la ciudad de París, actitud que no es publicitaria ni turística. Más bien apoyo a Gauguin y a Baudelaire (este último titula uno de sus libros El tedio de París, lo cual no es precisamente a favor de la ciudad). En mi libro afirmo que París no es habitable por mi alma.
La represión de la libertad nos lleva a los comienzos del Renacimiento, cuando la edad media todavía ejercía su influencia antisensual.
Un escultor florentino del siglo quince, Lorenzo Ghiberti, narra en sus notas lo siguiente:
Una estatua tallada de la diosa Venus fue descubierta en Siena, para gran regocijo de la gente del pueblo, y fue colocada en la plaza, sobre la fuente Gaia (la Fuente Gozosa). La gente se reunió en tropeles para ver a la Venus. Pero durante la guerra con Florencia, en un cónclave de los Regentes, alguien se levantó y habló: “¡Ciudadanos! Ya que la iglesia cristiana prohíbe la adoración de ídolos paganos, soy de la opinión de que nuestras fuerzas armadas sufren la derrota debido a la ira de Dios desde que fue colocada la estatua en nuestra plaza. Y en consecuencia aconsejo la destrucción de la estatua y su entierro en suelo perteneciente a los florentinos, para hacer caer sobre ellos un castigo del Cielo. Y eso precisamente fue lo que hicieron los ciudadanos de Siena.”
La censura del mural policromo de la Diosa de los Beatles parece una repetición de El pueblo blanco de Machen, en que el viaje eleusino de Helen es arruinado por el polvo blanco (símbolo de morfina) y parece también una deformación del disco de Newton, que al girar convierte a todos los colores en blanco. La diosa colorida es cubierta de pintura blanca. La censura del mural y de mi flor anaranjada son golpes represivos e involutivos contra la libertad, celebrada en Banú y El rey.
El odio a Venus recuerda al poema en que el poeta latino Catulo dice que los sacerdotes afeminados de Cibeles inspiraban en el odio a Venus sus auto-destructivas castraciones. La Magna Mater –Cibeles– es recordada por Lovecraft en “Las ratas de las paredes”, cuento destacado en mi obra El rey.
La ruptura de lo cotidiano por medio de lo sobrenatural es siempre un fenómeno siniestro que implica un cambio horrible en la realidad, y el cuento fantástico es el elemento revolucionario al criticar el mal y proponer un cambio positivo.
El hecho sobrenatural y maligno, carente de lógica, es comparable con la pesadilla y la locura. El hecho sobrenatural y benigno también carece de lógica, pero es comparable con el éxtasis y con momentos privilegiados del ser. El hecho surrealista proviene del hecho sobrenatural, ya que está situado por encima de la realidad, así como el hecho sobrenatural está situado por encima de la naturaleza. Lo sobrenatural es antiguo; lo surrealista, moderno. Dios es un símbolo de la naturaleza entera, del cosmos y de la realidad misma. El Diablo es un símbolo de la naturaleza enferma, del caos y de la realidad anormal. El hecho surrealista, mezcla de vigilia y sueño, constituye una realidad superior que mezcla objetividad y subjetividad. Cuando el hecho sobrenatural es bueno, puede hablarse de literatura mística, mas no de literatura fantástica, pues ésta es una crítica, no una celebración. La aparición de la Virgen no es lo mismo que la aparición del Diablo. En la vigilia, las cosas tienen lógica. En el sueño, no. Leer literatura fantástica es como entregarse al sueño, pero es necesario despertar y recuperar la lógica. La suspensión de la incredulidad es parte de la suspensión de juicio, suspensión que permite un descanso a la mente para que ésta pueda enjuiciar después con gran claridad.
“Las ratas de las paredes” es un cuento sobrenatural. Banú es una novela surrealista.
El valor literario e intuitivo de Banú destaca a pesar de la oposición de cobardes y puritanos. Los presagios del 67 son impresionantes: después de Banú (novela subtitulada “La tierra prometida”) aparecen más sorpresas , entre ellas el disco El gran Wazoo de Frank Zappa (otra tierra prometida imaginaria, con un nuevo Jericó) y “Camarillo Brillo”, canción de Overnite sensation, otro disco de Zappa. La “pencamarilla”, fruta imaginaria de Banú, es premonitoria. Como otras premoniciones, ha surgido recientemente. Si yo hubiera sabido de ellas antes, mi libro Los sueños de la bella durmiente habría sido muy distinto. Las premoniciones estaban escondidas y ciertos experimentos mágicos, que involucraban realización de los deseos, las sacaron a relucir, señalando una relación muy estrecha entre escritura y lectura posterior a escritura.
Mi primer cuento sobre la sorpresa es de 1966. La gente del restaurante es rara: “No tenían rastros de sudor en la cara, ni parecían agotados por el sol y el calor”. Este fragmento, aparecido en 1990, en el suplemento cultural “Sábado”, no figura en El libro de lo insólito de 1994.
En mi cuento sobre la sorpresa no hay sólo premonición de mi lectura de Chambers sino de mi conocimiento del primer disco de Procol Harum, con sus letras surrealistas.
Chambers inventa El rey de amarillo, obra de teatro que provoca locura e inspira a Lovecraft el Necronomicón del árabe loco Alhazred.
Al Azif es el título original del imaginario Necronomicón de Lovecraft. Azif es la palabra usada por los árabes para designar un sonido nocturno hecho por insectos, que supuestamente es el aullido de los demonios. Esta explicación se basa en un fragmento de la novela gótica Vathek de Beckford: los himnos cantados por la perversa Carathis –madre de Vathek– al gran vampiro infernal son adjudicados por “muchos buenos musulmanes” a insectos nocturnos que presagian el mal.
El personaje más enigmático de mi obra de teatro El rey es el negro Jim, que surge por primera vez en la novela colectiva Banú, la tierra prometida (escrita por mí en colaboración con algunos compañeros de la secundaria), sobre una isla imaginaria. Jim aparece en Banú invitando a conocer playas acapulqueñas y reaparece en El rey situado ante el riesgo y la salvación. Yo nada sabía entonces del negro Jim de Las aventuras de Huck de Mark Twain, que figura remando en una balsa y actuando, para salvarse, en una obra de teatro como árabe loco. Esto último de seguro influye sobre Lovecraft, que llega a representar el papel de árabe loco en un juego infantil, dato que yo ignoraba al escribir El rey. Curiosamente, en mi obra era elogiada la literatura de Lovecraft para contrastarla con la educación tradicional. Muchos años después, al leer la novela sobre Huck, vi la similitud entre el personaje Jim de mi obra y el de Twain. Jim en Banú y El rey es una transformación de Boulton, alumno negro norteamericano de visita en nuestra escuela. La distancia que separaba a la familia de Boulton del movimiento subterráneo me hizo idear al padre de Jim, que quiere apoyo legal para impedir que su hijo lo abandone y se encuentra con que los diggers –una organización benévola de los llamados hippies– ha tomado la jefatura. La ciudad del Cairo –meta del Jim que busca su libertad en la novela de Twain– recuerda Cariona, la ciudad de mi cuento “Una sorpresa en el desierto”, un lugar imaginario anterior a Banú. Las coincidencias con Twain son sorprendentes. La ciudad del Cairo es una ciudad-espejismo.
Balú es un dios siniestro en el filme Tarzán y las sirenas, acerca de un lugar imaginario, Acuatania, en que Tarzán salva a una bella joven del casamiento forzado con un hombre, para complacer al dios Balú, injusto y fraudulento. Al comienzo del filme aparece mi padre, como extra, pescando. Este detalle implica afinidad juvenil con mis temas y ambientes.
Continuará…
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Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007), Ensayos (2009) y La ciudad de los bosques y la niebla (2019).
¡LLÉVATELO!
Sólo no lucres con él y no olvides citar al autor y a la revista.