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SUBURBIOS DE NEON CITY

(narraciones filocortantes)

III

Emiliano González

 

Primera parte

Segunda parte

 

 

El tío Silas de Le Fanu (nótese el parecido del apellido con Banú) es el personaje principal de una novela de horror y el tío Silas de Twain es un personaje secundario en una novela de misterio (sobre Huck). El de Le Fanu es de 1864 y el de Twain es de 1885.

En la primera edición de La edad de oro de Mark Twain hay un dibujo que muestra a una niña ante unos guantes y un abanico (recuerdo de Alicia de Carroll). En la primera edición del libro de Carroll hay un dibujo que muestra al personaje Cinco de Espadas con las letras M.T. y S.C., iniciales del pseudónimo Mark Twain y del nombre Samuel Clemens. Las letras desaparecen en las ediciones posteriores de Alicia debido a “la mala calidad de las ilustraciones en madera”. Sin embargo, las letras muestran, asombrosamente, una casualidad armoniosa que señala a Twain y a Carroll como autores afines.

En la portada del segundo tomo de una edición española de Las aventuras de Hick podemos ver a Jim remando un bote y dentro del libro hay una ilustración muy colorida que muestra a un rey fumando una pipa rodeado de mujeres. Este rey imaginario del ilustrador A. Vivanco se basa en varios reyes mencionados por Twain en la novela, que es misteriosa pero también tiene humor.

El crítico Olvera Vázquez, en un libro muy bueno, afirma que “Rudisbroeck o los autómatas” carece de humor. Yo creo que las sátiras contra Mefisto y Papá Fritz no le causaron gracia y que por eso dijo lo que dijo.

Max Beerbohm afirma que la mejor manera de desacreditar a un enemigo es elogiando sus cualidades pero negándole el sentido del humor.

Todos los humanos tienen sentido del humor, pues la risa, la razón y el deseo distinguen al humano de los animales. Sin embargo, no todos tienen el mismo sentido del humor.

En el humor hay intuición, como señala Bergson.

Recuerdo que Beatriz Álvarez Klein y yo bromeábamos acerca de la competencia comercial e ideamos dos marcas competidoras de vinos, pertenecientes en realidad al mismo dueño: la Codorniú y la Condoriú: “Hay quienes se conforman con una gallinita”, dijo Beatriz (“pero el hombre de altura exige Condoriú”). “Y es que eso es una codorniz, en cambio, nosotros le ofrecemos un cóndor.”

Tiempo después leí un cuento de Saki, “Mixtura para codorniz”, en que aparecían dos raros fragmento: “Los grandes establecimientos ofrecen una serie de atractivos que nosotros no podemos permitirnos ni siquiera en pequeña escala.” El otro fragmento decía: “…mientras debatían las virtudes y defectos de dos marcas competidoras de pasta de anchoas les sobresaltó una orden, pronunciada desde el otro lado del mostrador, de seis granadas y un paquete de mixtura de codorniz.”

Intuir es percibir. La intuición es en primer lugar la captación del presente y en segundo lugar del futuro, ya que es la capacidad de llegar a la verdad antes que la razón. La intuición va de lo físico a lo mental, de lo sensible a lo extrasensorial. El camino puede ser onírico, místico o artístico, pero nunca es razonado. La razón sólo confirma los datos de la intuición. En la astrología la visión del futuro es clara; en la intuición es oscura, nebulosa. Nunca puede saberse lo que va a ocurrir hasta que ocurre. En cambio, en astrología desde el principio se sabe qué es lo que va a ocurrir. Según mi experiencia, la intuición implica ante todo escritura y lectura, pero también un sueño puede ser intuitivo, como el que me llevó a escribir “Episodios en la vida del Marqués Invisible”. Un dibujo puede ser intuitivo, como lo demuestra mi “devorador de edificios”, amenaza urbana, elaborada en el primer lustro de los 70, que es premonición de mi encuentro con la portada de David Ireland para un libro sobre Lovecraft y su ciudad, en 1979. Detrás de mi dibujo dice “66, College Street, Providence”.

La intuición aparece con lo cómico pero también con lo trágico: años después de escribir mi cuento “Beata Beatriz”, en que un ruiseñor anaranjado, al final, surge del ataúd de Elizabeth Siddall y se pierde para siempre entre los cipreses, leí en un libro de Violet Hunt que Elizabeth fue enterrada junto con una paloma muerta. El pájaro anaranjado del cuadro de Rossetti, Beata Beatrix, no es un ruiseñor sino una paloma, como la del arca de Noé, pero en vez de una rama de olivo trae una amapola en el pico. Violet Hunt dice que la paloma de Elizabeth, escapada de su jaula, volvió a ella para morir, y fue enterrada junto con Elizabeth. El modernista español Villaespesa, en un poema de la serie “Pajaritas de las nieves” recuerda: “Yo vi una paloma herida / volar a su palomar / para morir en su nido… / ¡Y al verla me eché a llorar!”

Las palomas nunca son anaranjadas en la poesía de Villaespesa: son blancas, y místicas también, pues vierten sangre “buscando el blanco palomar lejano / para morir allí donde nacieron”. Los versos del poeta sangran al volar hacia la amada.

El ruiseñor anaranjado de mi cuento es un dato de falsa erudición, que nos hace imaginar a una Elizabeth un tanto diferente, similar a Eric Stenbock, que en mi libro no es autor de Studies of Death sino de Night Studies, libro tan imaginario como los efectos del Trollius europeus, una flor extraña, cuyos efectos son descritos en mi cuento sobre el apotecario. La Elizabeth imaginaria permite la aparición cuyos efectos son descritos en mi cuento sobre el apotecario. La Elizabeth imaginaria permite la aparición imposible del ruiseñor, que vuela y desaparece. Sin embargo, la anécdota macabra en que Rossetti recupera los poemas dedicados a Elizabeth es real. Cuando escribí el cuento, yo ignoraba que Elizabeth había sido enterrada junto con un pájaro.

El ruiseñor y los cipreses de mi cuento nos llevan al poema de Villaespesa sobre un ruiseñor que anidaba en un ciprés de su huerto, ave que le ha enseñado a componer versos en noches de Primavera, y sobre las palomas que venían a arrullarse en su balcón, que le han enseñado los primeros balbuceos del amor. En otros poemas, se oye el canto nupcial de los ruiseñores, y los fúnebres cipreses también cantan. El poeta desea que lo entierren en la Alhambra, “donde crecen cuatro cipreses”, en el jardín más oculto, para oír el canto de los ruiseñores.

Mi cuento sobre Elzabeth Siddall es un ejemplo de escritura automática.

Todo escrito o ejemplo artístico surrealista contiene intuición al seguir el dictado de lo inconsciente. Al final llega la razón para darle forma. Y lo que he dicho sobre literatura y arte es aplicable también a la música popular.

Sin los Beatles es imposible concebir a Procol Harum, ya que el surrealismo de letras y música se originan en “El mañana nunca sabe” del disco Revolver de los Beatles, un disco psiquedélico, subterrráneo y revolucionario. “Campos de fresas” aparece poco después y provoca cierto escándalo.

La atracción de los Beatles por el LSD, como el hongo sagrado, puede ayudar al neurótico, mas no al loco, pues éste necesita tratamiento psiquiátrico.

El LSD es una especie de psicoanálisis, como el hongo. El consumidor de las drogas psiquedélicas no debe ser suicida ni asesino.

Los escritos de Nietzsche propician la cercanía del autor Neal Cassady con los Hell’s Angels y una vez más queda demostrado lo destructivo de esos escritos. El LSD no puede anular el pandillerismo nazi, ciego ante las sutilezas del viaje psiquedélico y del psicoanálisis. El pasado demuestra que la condición judía e intelectual de Freud repugnó a los Hell’s Angels y éstos llegaron al extremo de matar a unos llamados hippies.

La mezcla de romanticismo e irracionalismo realizada por Nietzsche estimula por igual la mezcla de decadencia e irracionalismo de D’Annunzio y la mezcla de generación beat e irracionalismo de Neal Cassady.

Anterior a los Traviesos Felices de Cassady y Kesey es el grupo de La pluma (Califormia), consagrado al peyote y a la poesía, pero víctima de pandilleros atraídos por una estatua de la cabeza de Pound, así como años antes, en París, los “Camelots del Rey” se vieron atraídos por el Marqués de Sade que aparentemente recibía la admiración de los surrealistas.

Dibujo de Emiliano González

El radicalismo aristocrático no es amigo de los exploradores de la mente y arruina sus alternativas, provocando anormalidades dolorosas.

El otoño perpetuo de mi ciudad imaginaria Penumbria es indicio de una anormalidad del tiempo, ya que lo normal sería la existencia de las cuatro estaciones (necesariamente la primavera implica en mi obra sensualidad y humor, es decir, calidez, no la didáctica aparición de la palabra “primavera”). Hay poesía en el otoño perpetuo, pero es poesía crítica, no celebración de lo sombrío y melancólico (como podrían suponer algunos lectores puritanos). El otoño perpetuo es tan anormal como la volubilidad del personaje Sonia o como el sadismo afeminado del anticuario Mefisto, un anticristiano. No es una condición deseable.

Por eso Rudisbroeck quiere convertir a sus autómatas en seres humanos.

El único reloj que anda es el del narrador, y hace suponer un mundo distinto de Penumbria, mundo en que el tiempo es medido normalmente. Pero ese reloj es sólo un invento de Rudisbroeck: el movimiento de sus manecillas no sirve para nada. El narrador tiene recuerdos del mundo más allá de Penumbria, pero esos recuerdos le han sido colocados en su mente artificial por Rudisbroeck. Lo insinúo cuando describo la fabricación de la andreida Glinda, que tiene datos psicológicos tomados de la humana Glinda, en la historia ficticia y simbólica narrada por un viejo en una taberna. En “La extraña aventura de Bruisov” me refiero a falsas infancias y adolescencias en mentes de robots.

La realidad detrás de la historia ficticia narrada por el viejo es un mundo en que la humanidad ha desaparecido (por lluvias de fuego y agua, pestes y guerras), y el único sobreviviente es Rudisbroeck, un fabricante de autómatas. El narrador parece ser humano, pero es también robot, y Rudisbroeck trata de convertirlo en humano haciéndolo pensar, dándole varias claves. La hora perpetua es emblema de monotonía, de aburrimiento pesado y cotidiano. Rudisbroeck desea que su reloj palpitante pueda romper esa monotonía, al ser aplicable a la realidad y no a una mera utopía, y asimismo desea que el aburrimiento se vea transformado en diversión en vez de convertirse en frivolidad. Esta última hace a un lado al bien y al mal en la búsqueda del placer.

“Rudisbroeck” es bastante conocido: está en la antología Cuento mexicano moderno, cuya primera edición, del año 2000, es de 3000 ejemplares, y cuya segunda edición, del año 2003, es de 46425 ejemplares. No soy tan desconocido como afirma Lupián en un prólogo titulado “Rasgar la cortina de zarzas”, acerca de realidad y ficción.

El movimiento subterráneo en 1967 está formado por jóvenes intuitivos, discípulos de adultos experimentados (Leary, el Maharishi, Crowley, los beats y los surrealistas). Bradbury es uno de esos adultos experimentados.

Bradbury, al comienzo de Crónicas marcianas (1946), afirma que debemos renovar nuestra capacidad de asombro y que los viajes interplanetarios nos han devuelto a la infancia. Y es que en l infancia se ve anticipada la literatura de ciencia-ficción. En el cuento feérico “El príncipe malvado”, de Andersen, un príncipe tiránico con naves voladoras es vencido por un mosquito envenenador. Este argumento le sirve a Wells en La guerra de los mundos: los marcianos tentaculares son vencidos por microbios. Andersen y Wells predicen la segunda guerra mundial y los grandes ejércitos derrotados por la división de los diminutos átomos.

Recordemos un poco la historia del siglo XX.

Acompañados por jóvenes anti-judíos, los “Camelots del Rey”, en 1930, invadieron la sala de cine en que era proyectado el filme La edad de oro de Buñuel y Dalí, arrojaron tinta a la pantalla, golpearon gente, rompieron asientos y ventanas y destruyeron libros y cuadros surrealistas de Dalí, Ernst y otros. Los “Camelots” nos recuerdan el cuento de Poe, “El homo-camelopardo”, sobre Antíoco Epífanes, rey precursor de Heliogábalo que odiaba a los judíos y amaba a las Olimpiadas. El “camelo pardo” anticipa a los “camisas pardas” (nazis). Sin embargo, los Camelots se fingen caballeros de la Tabla Redonda del rey Arturo. La deformación de obras artísticas es muy notoria.

La nobleza del rey inglés les sirve a los pandilleros para ocultar la locura del rey sirio.

El amor de Dalí por el art-nouveau influye mucho sobre los carteles y portadas de discos, libros y periódicos del movimiento subterráneo de 1967: “Ningún esfuerzo colectivo”, dice Dalí, “ha logrado crear un mundo de sueños como esos edificios art-nouveau que, en el borde de la arquitectura, constituyen realizaciones absolutamente válidas de deseos, vueltos concretos, en que el automatismo más cruel y violento, dolorosamente, implica odio por la realidad y necesidad de refugio en un mundo ideal.” Añade que todavía podemos amar la suma de esos edificios. Alude a la polución nocturna y a “la mujer-flor-piel-peyote-joya-nube-llama-mariposa-espejo”. Ahora recuerdo que el doctor represivo que suprimió fragmentos de Neon City Blues, amenazándome, odiaba a Dalí porque quería sacarle provecho a su amor por el art-nouveau, pues aseguraba que todos los ángulos de los edificios de la ciudad de México serían sustituidos por curvas, provocándome angustia ante los elementos picudos de la realidad, al prometerme que iban a volverse redondos, en medio de un milagro general y paradisiaco. Todo esto lo decía completamente en serio, sin destellos de humor. Después descubrí que la patraña científica del doctor provenía del cuento de Belknap Long “Los perros de Tíndalos”, en que los ángulos son malos y las curvas buenas. El doctor odiaba también a Belknap Long y a otros discípulos de Lovecraft, pero con tal de ganar dinero fingía admiración por ellos.

Al decir mentiras se proponía meterme en problemas y luego sacarme de éstos, para poder ganar más dinero, como cuando me aseguró que los deportistas eran sólo proyecciones en tercera dimensión, es decir, holografías.

Continuará…

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007), Ensayos (2009) y La ciudad de los bosques y la niebla (2019).

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