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VIAJEROS

Gerardo Muñoz

 

Siempre igual y aún están
recordando imágenes inexplicables
en la atmósfera hostil

Casino Shanghai

 

I

Amanece.

Tejidas en los corpúsculos de luz que burlan el necio obstáculo de la cortina plastificada, viajan millones de nuevas posibilidades escudriñando la oportunidad de instalarse para edificar la jornada por transcurrir. Casi todas son desechadas, y al descartarlas (conscientemente o no) van encadenando sobre el día en turno secuencias de actos que a un tiempo son elecciones correctas y desaciertos lamentables. Afuera transcurren otras vidas; el trabajo, la seducción, el pensamiento, el crimen. Cuerpos vacíos.

Sé que en el exterior hay otros individuos semejantes, que la probabilidad de ser el único espécimen de cualquier orden y padecer la condición en que me encuentro (y a la vez no) es inverosímil; que media la eventualidad de que (acaso no en este sino en otro sistema, otra órbita dimensional) esté ubicada una mente capaz de percibir la mitosis temporal que conforma redes múltiples en el horizonte de eventos. Hay otros viajeros… y en varias de las infinitas posibilidades de la macroestructura nos encontramos. Captamos un ínfimo atisbo de la otra presencia y sentimos un escalofrío mutuo. No sería insensato, porque intuyo varias manifestaciones de mí mismo en el reducido espacio de esta habitación. ¿Por qué razón estamos contenidos en una forma estéril que sólo mediante el entrenamiento obsesivo, la locura o un azar afortunado logramos evadir?

A menudo me siento tentado a salir, caminar entre la gente y las infinitas posibilidades que los acompañan, seguir la luz que se cuela por los resquicios no protegidos de la ventana. Alguno de los otros que fui o seré, uno de los que en otra sección de la membranosa irrealidad soy justo ahora, va caminando a través de ese exterior agreste. Es lógico pensar que cada atisbo de ideas novedosas no sea sino un eco de la experiencia ensayada en la cotidianeidad de cualquiera de esos otros yo (más audaz), que logra cada mañana fijar con un listón la cortina plástica liberando la ventana. Abre la puerta y supera el umbral de la versión de este oscuro cuarto en que le ha sido dado existir. Tiene confianza en sí mismo para interactuar con otros individuos y fragmentos dispersos de un yo que alcanza apenas a reverberar a través de las paredes etéreas del horizonte eventual. No se aísla entre la pila de libros humedecidos por la falta de aire y luz.

Como esos yo apenas intuidos debe haber otros seres múltiples, capaces de viajar de una a otra de las posibilidades que se les otorgan. ¿Serán capaces de notarlo y vibrar, aunque sólo sea por una vaga premonición? ¿Habrá en otras circunstancias quien puede viajar a voluntad hacia sus múltiples opciones espacio temporales? ¿Es distinta la luz de la ventana, es otro el trazo resplandeciente a través del bloqueo plastificado en los resquicios de la cortina? ¿Este cuarto mohoso existe en cada eventualidad? Cuerpos huecos, prestos a la recepción del azar y sus actos infames. Eso constituye todo ser físico. Mejor sería jamás haber llegado a este conocimiento y vivir en la feliz ceguera de la gente a la que evito en mi autoexilio. En nuestro encierro de sueños vacíos entre polvo e insectos.

II

Amanece.

Walter lame golosamente sus bigotes ante el vuelo de un escarabajo que promete la delicia momentánea del aperitivo matinal. Extiende las zarpas. Ulalume no ha despertado y, tras el breve éxtasis del crujiente bicho, Walter inicia un suave reclamo sobre ella. Las mullidas patitas presionan con gentileza el cuerpo inerte de Ula, sin dejar de ser por ello demandantes, hasta que logran arrancar del sueño a la proveedora de alimento: la DJ con poco tiempo para dormir durante la madrugada. Aun así, es levantada bajo la apariencia autómata de un mecanismo orgánico que descorre completamente la cortina plastificada. El sol hace resonar notas frescas sobre cada rincón del cuarto. A través de la ventana fluye una danza cromática que introduce en un trance leve las pupilas de Walter.

El aroma del café para ella se mezcla con el del alimento seco del animal. Desde el concierto luminoso de un cielo sin nubes, corpúsculos voluptuosos se congregan sobre los pocos libros alineados en una repisa: mitigan el brillo de los monitores con los que trabaja Ulalume, arrancan destellos iridiscentes a los bordes de su sofisticado equipo. La humedad, la oscuridad del cuarto, arruinarían la maquinaria sonora de no ser por el diario irradiar matinal a través de la ventana.

Walter ha terminado su alimento. Tras los minutos de reposo obligado en los que mira fijamente hacia la nada, el animal cede a su natural curiosidad y acecha esferas de pelusa recordando imágenes inexplicables que en ciertos momentos arriban ante su mirada. Cuerpos vacíos. No es raro verlo salir corriendo de un extremo al otro del cuarto, imprimiendo una velocidad súbita a sus horas de inmovilidad. Tampoco, que a mitad del sueño decida levantarse y cambiar de sitio, no sin antes observar con cuidado el nuevo entorno, capturando la luz bajo la extrema dilatación de sus pupilas. Percibe el desplazamiento de entidades viajeras que escapan a los cansados ojos de Ulalume, más habituados a la contorsión láser en la oscuridad.

Walter ronronea y desliza una zarpa frente a su cabeza con elegancia. Hendiendo las diferentes secciones membranosas de una cortina que se extiende por todo el cuarto, más oscura, extensa y etérea que la pieza plastificada que resguarda la ventana. De vez en cuando a Ula estos actos del animal familiar le causan escalofríos. Es la única sensación que rompe momentáneamente su perpetua apariencia autómata, de insomne mecanismo orgánico.

III

Amanece.

«Como cada jornada después de sintetizar el canto eléctrico de la luna, Carlos. Switch the lights», piensa Humberto y corre la cortina para abandonarse a sueños vacíos.

 

 

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Gerardo Muñoz

Crononauta nacido en la Ciudad de México.

Habita sueños, garabatea palabras y traza monstruos desde el año 2005

en Cabo San Lucas, Baja California Sur.

https://verbogrislenguanegra.org

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