MÁS ALLÁ DE LA CARNE
de Jazmín García Vázquez
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Jazmín García Vázquez explora temas y figuras arquetípicas que habitan el imaginario colectivo del terror y el folklore mexicano con una voz donde reverbera la tradición de la narración oral en una polifonía de personajes, en su mayoría femeninos, que se enfrentan a una naturaleza ancestral, pero no del todo desconocida. La alteridad a la que nos arrastra, a veces de forma violenta, ofrece pistas, señuelos suficientes para intuir en qué reino estamos situados: el de lo siniestro, lo macabro, lo onírico con atisbos de magia, pero magia oscura.
Este libro quiebra la realidad cotidiana insertando una realidad alterna y salvaje que traspone las reglas del juego y deja entrever o escuchar, como si siempre hubieran estado ahí, ánimas en pena, niñas con el don de curar, pequeños que materializan su cruenta imaginación, seres que van y vienen de la muerte, de la invocación y, sobre todo, entidades nocturnas que necesitan saciar su hambre vampírica, brujeril.
Descubrir lo que hay Más allá de la carne (Reverberante, 2025) implica aceptar un viaje de transmutación hacia hábitats donde el cuerpo obedece al llamado de la sangre, del demonio, o de su verdadera naturaleza aunque resulte ajena a toda convención humana.
Iliana Vargas
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AQUÍ puedes conseguir Más allá de la carne.
AQUÍ puedes ver un video de la presentación.
Y te compartimos el inicio de «La sed»:
LA SED
¿Quién me podrá querer?
¿Quién podrá contenerme?
LUISA VALENZUELA
De nuevo estás embarazada. Acaricias tu enorme panza, conforme avanzan los segundos la caricia pesa más. Comienzas a golpear tu vientre y sientes cómo el huésped golpea de regreso; los ataques internos estiran y botan tu piel, pequeños montículos indican dónde están sus puños. Lanza patadas con todas las energías que aún ni siquiera le nacen y ya sabe utilizar contra ti. Ocurre lo imposible: muerde tus interiores, sientes sus colmillos apretando y golpeas más fuerte para que te suelte mientras gritas por el dolor. Deseas regresar la agresión sin barreras de por medio, sacarlo de ti y clavar tu dentadura en su bracito, quizá masticar uno de sus pies. Despiertas.
Lo primero que haces al despertar es recordar que no estás embarazada. Ya no puedes, acabas de cumplir cincuenta años y hace tres meses dejaste de reglar. Aun así tocas tu vientre para cerciorarte. No está abultado, si acaso sólo hay inflamación; ayer bebiste de más. El alcohol dejó de ser medicina después de los cuarenta, ahora se siente más como veneno. Quizá la bebida dictó tu pesadilla.
No quieres levantarte, pero el sonido del hacha te obliga a salir. Le diste las llaves a Domingo para que él y sus trabajadores comenzaran a talar desde temprano el gran árbol que se alza en medio del patio. Cuando sales de tu habitación y los saludas, ellos te miran con gestos de preocupación. El señor Domingo se palpa debajo de la nariz y, como acto reflejo, haces lo mismo. Tu nariz está sangrando. Vas al baño y terminas de limpiar la sangre con tu dedo, después lo olfateas.
—Ya casi terminamos —te indica Domingo desde el otro lado de la puerta—. ¿Tiene una carretilla para llevarnos la basura al terreno?
Te apresuras a enjuagar tu rostro y sales para indicar que sólo hay costales.
Permaneces en el patio, viendo cómo los hachazos tiran las últimas ramas. Después utilizan la sierra eléctrica para partir el tronco. Ya es hora de desayunar, pero tú quieres verlos sacar la raíz, percibes que algo apesta allá abajo. Llevas días conteniendo la respiración cuando atraviesas el patio. Necesitas saber de dónde viene la pestilencia. Más allá de las hojas que tiraba el árbol y el impedimento que representaba para techar, la principal razón para cortarlo fue el olor.
Te dicen que tardarán otra hora. Decides no desayunar hasta que tu estómago se asiente. Te bañas, crees ver sangre escurriendo por tus piernas y tallas con dureza hasta que la piel arde. El agua que cae se mantiene cristalina, te convences de que la luz te hizo imaginar el color rojo. Sales de nuevo cuando están trozando la raíz con un pico. Por fin sacan la última parte del tronco. Domingo grita, sus ayudantes retroceden. El pico cae al suelo. Te acercas, uno de los hombres está pálido, todos lucen aterrados. Ves la escena, pero no percibes ningún olor. ¿De dónde venía la peste entonces?
Es un nido de cadáveres: fetos y bebés. Todos se persignan. Tú intentas imitarlos y santiguarte, pero tus dedos no logran concretar el signo y disimulas bajando tu mano. Sigues desconcertada por el nulo olor. No tiene sentido, ¿cuánto tiempo llevarían ahí los cadáveres? Debería tratarse de un montón de osamentas, pero las criaturas aún tienen piel y ni siquiera está verdosa, aunque sí pegada a los huesos. Los cuerpos gelatinosos de los abortos lucen frescos. Recuerdas las historias familiares sobre la antigua dueña de la casa, una partera a quien tu papá le compró la propiedad.
—Creo que era bruja —comenta Domingo—. Las muchachas venían con la vieja para que les sacara a los bebés…
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