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EL FANTASMA DE LA ÓPERA

El Conde de Betancourt

 

¡Oh, El fantasma de la ópera! Una novela icónica de la cual se han hecho múltiples adaptaciones tanto para obras de teatro, musicales, películas y cómics, como la historieta mexicana Fantomas, la amenaza elegante, que a su vez procede de una serie de novelas en folletín del mismo nombre aunque en su variante francesa (Fantômas), donde sospechosamente la primera portada de estas producciones, publicada en 1911, es la misma a la del libro que voy a analizar.

Y no me extraña, pues dentro de la ficha del mismo se nos dice que la ilustración de cubierta se llama Le retour de flamme de René Magritte, quien precisamente colaboró también en dichos folletines.

Afortunada, o mejor dicho, desafortunadamente, al igual que otros grandes clásicos de la literatura, el personaje de El fantasma de la ópera, o el concepto de la trama, es bastante popular y no porque la gente se haya leído la narrativa original del maestro Gastón Leroux, a pesar de que la imprimen infinidad de editoriales. De igual modo, Leroux escribió también otras narrativas de porte policíaco y de suspenso, como El sillón maldito, El misterio del cuarto amarillo, La muñeca sangrienta, entre otras.

Si soy un poco más severo respecto al asunto, he de decir que la historia de El fantasma de la ópera se hizo bastante popular por sus películas y por los musicales de Broadway, donde si bien algunos son muy fieles al concepto original, otros dejan de lado una miríada de elementos que son importantes para poder atribuirles el sobrado título de “homenaje”. Si quiero ser aún más despectivo, supongo que mi rechazo hacia una versión italiana de 1998 llamada Il fantasma dell’opera, dirigida por Dario Argento, sea el mejor ejemplo.

Por desgracia no he tenido la oportunidad de ir a Broadway. Sin embargo, he de decir que si le echaran un vistazo a canales de televisión como Canal 22, TV UNAM, Canal 11, Film & arts, etc., y hablo de canales cuya señal se transmite aquí en México, se darán cuenta de lo que digo sin necesidad de que viajen tal presuntuoso. Mejor aún, recomiendo que revisen su cartelera de teatro local, ya que es una obra bastante común.

Cabe resaltar que la función de esta reseña no es la de mancillar la labor de todas esas producciones descaradamente comerciales de El fantasma de la ópera (que ganas no me quedan). El objetivo principal es el de hablar de uno de los mejores estandartes del gótico que vio la luz a comienzos del siglo pasado.

Las ediciones que voy a nombrar, porque son tres, son las siguientes: la ediciones de Valdemar de la colección Gótica y de El club de Diógenes, y la edición de TOMO de la colección Los inmortales.

Las dos primeras, al ser de la misma editorial, no comparten muchas diferencias en su contenido, aunque sí en las proporciones. La versión de la colección Gótica posee el formato de 24 x 16 cm con su siempre inigualable encuadernación de cartoné al cromo, mientras que la de El club de Diógenes ostenta el típico tamaño que se puede hallar en un libro de bolsillo de cubierta rústica. Otro rasgo que cambia son las portadas, ya que mientras la de Gótica se reviste con el dibujo de Magritte, la de Diógenes no lleva nombre, aunque sí se nos dice que fue concebida por Javier Olivares.

Con respecto al contenido, ambas versiones de Valdemar son idénticas, y con esto me refiero a que en los dos libros encontraremos todas las anotaciones al pie de página que nos ayudarán a entender un poco mejor el fondo, dado que la traducción de Mauro Armiño es demasiado literal y algunas palabras o términos pueden que desconcierten al lector a menos que, como ya he dicho, se dispongan a leer con cuidado las susodichas notas.

Con frecuencia, se nos revelarán una cantidad abrumadora de datos históricos de gran trascendencia que las personas de ese tiempo podrían haber entendido a la perfección y que nosotros, por obvias razones, no. Otro de los pros de las ediciones de Valdemar es que se incluye el prefacio del mismo Gastón Leroux, el cual hace que nuestra relación con su obra maestra adquiera un toque mucho más personal.

Gastón nos trata de convencer que todo lo que acontece en su novela está basado en hechos reales, hasta el punto de hacernos reflexionar sobre si “El fantasma” era una especie de mutante o algo equiparable. Al menos, eso pensé yo. El último párrafo de esta introducción nos deja una conclusión bastante abierta y bien construida.

La edición de TOMO es de pasta rústica y un poco más grande y delgada que la de El club de Diógenes. La calidad de las hojas también es distinta, dado que parece que están fabricadas con una especie de papel reciclado, lo que a mi parecer es una buena idea, ya que los aspectos ambientales son cosa de todos. La traducción aquí no es tan fiel como en las anteriores, y lo que quiero dar a entender con ello, por ejemplo, es que mientras en las primeras páginas de los libros de Valdemar aparece la palabra “ratas”, en las que se nos aclara, en una nota del traductor, que eran todas aquellas personas que pertenecían al grupo de bailarines de la Ópera francesa de la época, en la de TOMO tal situación se omite al emplear el término “bailarinas”. Recalco este rubro porque con él los lectores rápidamente asociarán el significado insultante del contexto, convirtiéndolo así en un divertido juego de palabras. Aún con este tipo de deficiencias, la historia está completa y se adapta mejor a nuestro bolsillo gracias a su precio tan modesto.

La trama toma lugar en la Ópera de París, siendo un sitio tan real como ustedes y yo, que es aterrorizado por un misterioso villano conocido por todos como “El fantasma”, aunque su nombre real es Erik. Tal hecho provoca que sus antiguos dueños decidan vender a toda costa el establecimiento.

Las travesuras de “El fantasma” no se reducen simplemente a esconder los tutús de las chicas o las pantimedias de los machos alfa; éstas van un paso más allá, pues involucran asesinatos, hurto de caballos, de joyas y cosas por el estilo. Prácticamente, podríamos decir que él es el verdadero amo y señor del edificio.

Los nuevos dueños se rehúsan a acceder a las demandas de “El fantasma”, mismas que son recordadas por la asistente que se encarga de acomodar las butacas, por lo que el desorden no tarda en manifestarse. A todo esto, habrá que sumarle la aparición de un personaje tan importante como el mismo Erik: Christine Daae, la protagonista mujer de la historia. Christine se nos presenta como la nueva promesa del canto, con una voz tan dulce y acariciante que provoca que el tan temido Fantasma quedé fascinado con ella al tomarla como su aprendiz y adjudicándole también el sobrenombre de “El ángel de la música”. Por supuesto, Christine tendría el mismo gesto para con Erik gracias a una inocente leyenda que su padre solía relatarle de más pequeña.

Una tensión sensual surge entre la bella Christine y Erik, la cual se verá apaciguada por la aparición del vizconde Raúl de Chagny, sin olvidar que Christine osaría, al mismo tiempo, y movida por su curiosidad, en quitarle a “El fantasma” la icónica máscara que utilizaba para esconder su deformidad. Tal acción terminaría indudablemente por enfurecerlo.

A partir de aquí es en donde surge el clímax de la novela, pues la ingenua cantante entra en el conflicto sobre si quedarse con uno u otro hombre. Al final opta por apartar de su vida a “El fantasma”, dada su psicópata personalidad.

Creo que es bastante importante mencionar el gran repertorio de personajes secundarios de esta narración que, a diferencia de otras, aquí sí se les brinda un cierre bastante digno. Por ejemplo, tenemos al conde Filiberto, hermano de Raúl, a La Carlota y a El persa, siendo este último, personalmente, uno de los más importantes y que se suele omitir en la mayoría de las adaptaciones. Mi fascinación por El persa está justificada, porque gracias a él se soluciona todo el embrollo de El fantasma.

«El persa»

Entre que Erik hace una matanza dejando caer un gigantesco candelabro, entre las bromas pesadas que le juega a La Carlota, entre los múltiples encuentros furtivos entre él y Raúl y entre sus variadas trampas al más puro estilo de John Kramer, no me cabe la menor duda de por qué se le considera una de las mejores novelas góticas. Existe mucho idealismo de por medio pese a que casi no aparecen elementos sobrenaturales, salvo, por supuesto, del horrendo rostro de “El fantasma”, que es comparado muy a menudo con el de una calavera y cuyo aspecto no he visto, hasta el momento, en ninguna película. Ni siquiera en el rodaje mudo de 1929, que cuenta con el estelar de Lon Chaney, siendo el más fiel a mi parecer. A decir verdad, siempre he advertido que los actores que interpretan al personaje de El fantasma son, mayoritariamente, actores demasiado bien parecidos con alguna que otra malformación escuálida en su rostro (hago alusión a la versión de 2004 de Andrew Lloyd Webber). ¡Oh, pero qué torpe soy! Creo haber comentado que no iba a seguir tirándole veneno a las cintas y a los musicales.

Otro aspecto por el que Erik resulta ser un personaje tan fascinante es gracias a su turbio pasado, una de las características fundamentales del gótico. De tal circunstancia se nos desvelarán, de forma vaga, algunos detalles en la conclusión de la novela, hecho que ocasiona que el interés por él se haga todavía más grande.

A diferencia de otros protagonistas de su misma idiosincrasia, Erik no lucha con pistolas o espadas: su arma predilecta es una soga con la que ahorca a sus oponentes, haciendo uso de la elegancia de un caballero. Por desgracia, y como en toda buena novela gótica, tendremos bastante relleno que podría aburrir a un determinado sector de la población actual, aunque gracias a él sabremos que la icónica pieza en órgano, por la que siempre asociamos al personaje, lleva por nombre Don Juan triunfante. Créanme que una persona que toca el órgano y el violín (porque “El fantasma” también sabe interpretar este instrumento musical) sin duda merece mis más honorables respetos. Realmente no me sorprende el uso sobrado de tópicos musicales, debido a que en el epígrafe Gastón le dedica la novela a su hermano, quien también es un “Ángel de la música”.

Como conclusión, diré que El fantasma de la ópera es una narrativa que ha sido frecuentemente asociada con una faceta cursi y otros aspectos melosos, cuando en realidad se trata de una historia brutal donde se nos deja muy en claro lo despiadado que puede llegar a ser la sociedad hasta el punto de crear a su propio destructor tal y como lo hicieron con el desdichado Erik. Por ende, sugiero que se vaya dejando de lado ese precepto de que el foco central de la magnum opus de Gastón Leroux es el romance, y que ha sido divulgado por los musicales y películas. Estoy de acuerdo que éstos lo hacen para poder ser más comerciales y llegar así a un público de manera más masiva. No obstante, no deja de ser exagerado. He ahí mi verdadera molestia.

A lo largo de esta travesía, hecha enteramente de letras, aprenderemos algunos datos históricos que no se deben de tomar tan a la ligera, ya que veremos cómo se comportaba la comunidad francesa en aquella época.

Sin duda es un libro de obligada lectura, y no por nada es considerado como todo un clásico.

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El Conde de Betancourt

En 2015 ganó un concurso de poesía religiosa que organizó una parroquia cercana a su hogar. En 2017 su cuento «En compañía de la muerte» apareció en el número 7 de la revista Vuelo de Cuervos y «Nocturna demacración» hizo lo propio el blog de la revista Fantastique para su especial de vampiros. «Rhythmus Mortis» aparecerá en la antología splatterpunk Gritos Sucios de Ediciones Vernacci. Sus reseñas las sube a YouTube.

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